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Las instituciones disciplinarias. Versión corregida y ampliada.

24.09.06

“Un verdadero diálogo no es posible mas que si verdaderamente se requiere dialogar. Gracias a este acuerdo entre interlocutores, renovado en cada etapa de discusión, no es uno de los interlocutores el que impone su verdad al otro; muy por el contrario, el dialogo les enseña a ponerse en el lugar del otro, luego de sobrepasar mi propio punto de vista. Gracias a su sincero esfuerzo, los interlocutores descubren por si mismo, y en si mismo, una verdad independiente de ellos, en la medida que se someten a una autoridad superior que llevan admitir en común ciertas posiciones, acuerdo en el que se rebasan sus puntos de vista particulares”

Platón

Las prácticas socio-institucionales forman bosquejos informacionales que luego se transforman en diferentes tipos de discursos, fruto de rupturas de corte general, vertical y parcial. “Nada mas corporal mas material que el ejerció del poder” lo que se pretende con este opúsculo es estudiar la materialidad del poder institucional. No tratar de analizar las formas regladas y legitimadas de poder en su centro, si no agarrarlo en su capilaridad, en sus instituciones mas regionales donde no adopta la forma de grandes principios jurídicos si no de multiplicidad de tácticas que parecen neutras o sin importancia (interventorias, intervenciones, exámenes, informes) “Se trata en cierto modo de una microfísica del poder que los aparatos y las instituciones ponen en juego, pero cuyo campo de validez se sitúa en cierto modo entre esos grandes funcionamientos y los propios cuerpos en su materialidad y sus fuerzas” .

El aparato disciplinario perfecto permitiría a una sola mirada verlo todo permanentemente. Un punto central seria a la vez fuente de luz que iluminaría todo, y lugar de convergencia para todo lo que debe ser sabido: ojo perfecto al cual nada se sustrae y centro hacia cual están envueltas todas las miradas.

Pero la mirada disciplinaria ha tenido, de hecho, necesidad de relevos. Mejor que un círculo, la pirámide podía responder a dos exigencias: ser lo bastante completa para formar un sistema sin solución de continuidad –posibilidad por consiguiente de multiplicar sus escalones, y de repartirlos sobre toda la superficie que controlar; y, sin embargo, ser lo bastante discreto para no gravitar con peso inerte sobre la actividad que disciplinar, y no ser para ella un freno o un obstáculo; integrarse al dispositivo disciplinario como una función que aumenta sus efectos posibles. Necesita descomponer sus instancias, pero para aumentar su función productora. Especificar la vigilancia y hacerla funcional.

Es el problema de los grandes talleres y de las fábricas, donde se organiza un nuevo tipo de vigilancia. Es diferente del que los regimenes de las manufacturas realizaban desde el exterior los inspectores, encargados de hacer aplicar los reglamentos; se trata ahora de un control intenso, continuo; corre a lo largo del proceso de trabajo; no recae –o no recae solamente –sobre la producción (índole, cantidad de materias primas, tipos de instrumentos utilizados, dimensiones y calidad de productos) , pero toma en cuenta la actividad de los hombre, su habilidad, su manera de trabajar, su rapidez su celo, su conducta. Y es también cosa distinta del control domestico del amo, presente al lado de los obreros y de los aprendices; ya que se efectúa por empleados, vigilantes, contralores y contramaestres. A medida que el aparato de producción se hace más importante y más complejo, a medida que aumentan el número de los obreros y la división del trabajo, las tares de control se hacen más necesarias y más difíciles. Vigilar pasa a ser entonces una función definida, pero que debe formar parte integrante del proceso de producción; debe acompañarlo en toda su duración. Se hace indispensable un personal especializado, constantemente presente y distinto de los obreros: “En la gran manufactura, todo se hace a toque de campana, los obreros son obligados y reprendidos. Los empleados, acostumbrados con ellos a una actitud de superioridad y de mando, que realmente es necesaria con la multitud, los tratan duramente o con desprecio; esto hace que esos obreros o bien sean mas caros o no hagan sino pasar por la manufactura.” Pero si los obreros prefieren el encuadramiento de tipo corporativo a este nuevo régimen de vigilancia, los patronos reconocen en ello un elemento indisociable del sistema de la producción industrial, de la propiedad privada y del provecho. A la escala de una fabrica, de una gran fundidota o de una mina, “Los gastos se han multiplicado tanto, que las mas módica infidelidad sobre cada renglón daría para el total un fraude inmenso, que no solo absorbería los beneficios, sino que provocaría la disipación de los capitales; …la menor impericia no advertida y por este motivo repetida cada día puede llegar a ser funesta a la empresa hasta el punto de aniquilarla en muy poco tiempo”; de donde el hecho de que únicamente unos agentes dependientes de manera directa del propietario, y adscritos a esta sola misión podrían vigilar “que no haya un solo céntimo gastado inútilmente, y que no haya un solo momento del día perdido” ; su papel será “ vigilar a os obreros, inspeccionar todos los trabajos, enterar al comité de todos los hechos”. La vigilancia pasa ser un operador económico decisivo, en la medida en que es a la vez una pieza interna en el aparato de producción y un engranaje especificado del poder disciplinario.

El mismo movimiento en la organización de la enseñanza elemental: especificación de vigilancia, e integración al nexo pedagógico. El desarrollo de las escuelas parroquiales, el aumento del número de sus alumnos, la inexistencia de métodos que permitieran reglamentar simultáneamente la actividad de una clase entera, con el desorden y la confusión consiguientes, hacían necesaria la instalación de controles. Para ayudar al maestro, se eligen a los “mejores” alumnos a una serie de oficiales, intendentes observadores, instructores, repetidores, recitadores de oraciones, oficiales de escritura, habilitados de tinta, cuestores de pobres y visitadores. Los papeles así definidos son de dos órdenes: unos corresponden a cometidos materiales (distribuir la tinta y el papel, dar sobrante del material a los pobres, leer textos espirituales los días de fiesta etcétera); los otros son del orden de vigilancia: los “observadores” deben tener en cuenta quien ha abandonado su banco, quien charla, quien no tiene rosario ni libro de horas, quien se comporta mal en misa, quien comete un acto de inmodestia, charla o griterío en la calle; los “admonitores” se encargan de “ llevar la cuenta de los que hablan o estudian sus lecciones emitiendo un zumbido, de los que no escriben o juguetean”; los “visitantes” investigan, en las familias, sobre los alumnos que no han asistido algún día a clase o que han cometido faltas graves. En cuanto a los “intendentes”, vigilan a todos los demás oficiales. Tan solo los “repartidores” desempeñan un papel pedagógico: hacen leer a lo alumnos de dos en dos en voz baja. Tenemos con esto el esbozo de una institución de tipo “de enseñanza mutua”, donde están integrados en el interior de un dispositivo único tres procedimientos: la enseñanza propiamente dicha, la adquisición de conocimientos por el ejercicio mismo de la actividad pedagógica, y finalmente una observación reciproca y jerarquizada. Inscríbese en el corazón de la práctica de enseñanza una relación de vigilancia, definida y regulada; no como una pieza agregada o adyacente sino como mecanismo que le es inherente, y que multiplica su eficacia.

La vigilancia jerarquizada, continua y funcional no es, sin duda, una de las grandes “invenciones” vinculado al interior a la economía y a los fines del dispositivo en que se ejerce. Se organiza también como poder múltiple, automático y anónimo; porque si es cierto que la vigilancia reposa sobre individuos, su funcionamiento es el de un sistema de relaciones de arriba abajo, pero también hasta cierto punto de abajo arriba y lateralmente. Este sistema hace que “resista” el conjunto, y lo atraviesa íntegramente por efectos de poder que se apoyan unos sobre otros: vigilantes perpetuamente vigilados. El poder en la vigilancia jerarquizada de las disciplinas no se tiene como se tiene una cosa, no se transfiere como una propiedad; funciona como una maquinaria. Y si es cierto que su organización piramidal le da un “jefe”, es el aparato entero el que lo produce “poder” y distribuye los individuos en ese campo permanente y continuo. Lo cual permite al poder disciplinario ser a la vez absolutamente indiscreto, ya que por doquier y siempre alerta, no deja en principio ninguna sombra y con tola sin cesar a aquellos mismos que están encargados de controlarlo; absolutamente “discreto”, ya que funciona permanentemente y en buena parte en silencio. La disciplina hace “marchar” un poder relacional que se sostiene a si mismo por sus propios mecanismos y que se sustituye la resonancia de las manifestaciones por el juego ininterrumpido de miradas calculadas. Gracias a las técnicas de vigilancia, la “física” del poder, el dominio sobre el cuerpo se efectúan de acuerdo con las leyes de la óptica y de la mecánica, de acuerdo con todo un juego de espacios, de líneas, de pantallas, de haces, de grados, y sin recurrir, en principio al menos, al exceso, a la fuerza, a la violencia. Poder que es en apariencia tanto menos “corporal” cuanto que es más sabiamente “físico”.

Michel Foucault Vigilar y castigar

Después de mayo del 68 para Foucault los temas del poder y de la dominación pasaron al primer plano. Desde su alocución inaugural en el Collége de France en 1970, Foucault comenzó a insistir en la conexión entre razón y poder. En adelante no estudiará solamente los sistemas de exclusión, lo que la razón reprime, es decir, la función negativa, excluyente y represora del poder sino su fuerza positiva y productiva. Es así como en la obra Vigilar y Castigar describe el modo en que las relaciones de poder se instauran en un contexto histórico, político y económico determinado: el surgimiento de la Sociedad Disciplinaria. La particularidad de estas relaciones de poder implica superar la subordinación del poder a la instancia económica, a la ideología y al juego de las superestructuras e infraestructuras, lo mismo que dejar de remitir dicho poder al sujeto constituyente; cuestiones estas que proceden de un cierto marxismo y una cierta fenomenología.

La derecha, nos dice Foucault, se planteaba el problema del poder únicamente en términos de constitución, de soberanía, es decir, en términos jurídicos y el marxismo en términos de aparato de Estado. “El modo como se ejercía concretamente y en el detalle, con su especificidad, sus técnicas y sus tácticas no se buscaba; bastaba con denunciarlo en el “otro”, en el adversario, de un modo a la vez polémico y global: el poder en el socialismo soviético era denominado por sus adversarios totalitarismos; y en el capitalismo occidental, era denunciado por los marxistas como dominación de clase, pero nunca se analizaba la mecánica del poder”1. Esta serie de investigaciones sobre el poder, que realiza Michel Foucault, permite ver el pasaje histórico de las sociedades disciplinarias a las sociedades de control2. La sociedad disciplinaria se caracteriza porque el régimen de producción de verdad se constituye a través de una red de dispositivos y aparatos que producen y regulan tanto costumbres como hábitos y prácticas sociales. La sociedad disciplinaria se pone en marcha a través del aseguramiento de la obediencia a sus reglas, procedimientos y mecanismos de inclusión y de exclusión, aseguramiento que se logra por medio de instituciones disciplinarias como la prisión, la fábrica, el asilo, el hospital, la universidad y la escuela, las cuales estructuran el terreno social y presentan lógicas adecuadas a la “razón” de la disciplina.

En Vigilar y castigar Foucault muestra cómo, a partir del siglo XVII y XVIII, existió un verdadero desbloqueo tecnológico de la productividad del poder; las monarquías de la Época Clásica además de grandes aparatos de Estado, como ejército, policía y administración fiscal, instauraron procedimientos que permiten hacer circular los efectos de poder de forma a la vez continua, ininterrumpida, individualizada por todo el cuerpo social3. El poder no se posee, funciona; no es una propiedad, ni una cosa, por lo cual no se puede aprehender ni conquistar; no se conquista, sino que es una estrategia. Tampoco es unívoco, ni es siempre igual ni se ejerce siempre de la misma manera, ni tiene continuidad; el poder es una red imbricada de relaciones estratégicas complejas, las cuales hay que seguir al detalle (microfísica). El poder no está, pues, localizado, es un efecto de conjunto que invade todas las relaciones sociales. El poder no se subordina a las estructuras económicas. No actúa por represión sino por normalización, por lo cual no se limita a la exclusión ni a la prohibición, ni se expresa ni está prioritariamente en la ley. El poder produce positivamente sujetos, discursos, saberes, verdades, realidades que penetran todos los nexos sociales, razón por la cual no está localizado, sino en multiplicidad de redes de poder en constante transformación, las cuales se conectan e interrelacionan entre las diferentes estrategias. Se trata de un concepto relacional del poder que no puede entenderse sin resistencia, la cual no está por fuera, pues, decir poder es decir contrapoder y resistencia. La resistencia también se cristaliza en nudos o focos. Foucault estudia el surgimiento y la extensión de las formas de disciplina en cuanto que tecnologías políticas y procedimientos disciplinarios que no anulan la individualidad sino que la producen a través de una estrategia de normalización caracterizada por el encierro. Este encierro comprende una gran variedad de formas y de métodos para la corrección que van desde los trabajos forzados y el aislamiento hasta la educación. Busca someter a los desviados a la normalización y a la vigilancia. En la sociedad disciplinaria surge una economía política del cuerpo en la que se deja el castigo de las sensaciones y se pasa a un castigo del alma de los individuos. La realidad histórica del alma es producida en la superficie y en el interior del cuerpo sobre aquellos a quienes se castiga, se vigila, educa y corrige, mediante procedimientos de castigo, de vigilancia, de pena y de coacción. Sobre esta realidad referencia como la denomina Foucault se construyen conceptos diversos y se delimitan campos de análisis como la psique, la subjetividad, la personalidad, la conciencia, etc. Foucault estudia la metamorfosis de los métodos punitivos a partir de una tecnología política del cuerpo donde pueda leerse una historia común de las relaciones de poder y de las relaciones de objeto.

El cuerpo en la sociedad disciplinaria deja de ser un espectáculo público para convertirse en intermediario entre el castigo y el alma del individuo, el sometimiento se ejerce por parte de los aparatos de control sobre los individuos, “no se debería decir que el alma es una ilusión, o un efecto ideológico. Pero si que existe, que tiene una realidad, que está producida permanentemente en torno, en la superficie y en el interior del cuerpo por el funcionamiento de un poder que se ejerce sobre aquellos a quienes se castiga, de una manera más general sobre aquellos a quienes se vigila, se educa y corrige, sobre los locos, los niños, los colegiales, los colonizados, sobre aquellos a quienes se sujeta a un aparato de producción y se controla a lo largo de toda su existencia”4. El poder se incardina en el interior de los hombres, realiza una vigilancia y una transformación permanente, actúa aún antes de nacer y después de la muerte, controla la voluntad y el pensamiento en un proceso intenso y extenso de normalización en el que los individuos son enumerados y controlados. El arte de castigar, en el régimen del poder de las disciplinas, no tiende ni a la expiación ni a la represión. Utiliza cinco operaciones: referir los actos, los hechos extraordinarios, las conductas similares a un conjunto que es a la vez campo de comparación, espacio de diferenciación y principio de una regla a seguir. Diferenciar a los individuos unos respecto de otros y en función de esta regla de conjunto. Medir en términos cuantitativos, jerarquizar en términos de valor las capacidades, el nivel, la naturaleza de los individuos, hacer que juegue, a través de esta medida que valoriza la coacción de una conformidad que realizar. Trazar el límite exterior de lo anormal, es decir, normalizar5. La penalidad perfecta atraviesa todos lo puntos y controla todos los instantes de las instituciones disciplinarias. Compara, diferencia, jerarquiza, homogeniza, excluye. En suma, normaliza. A través de las disciplinas aparece el poder de la norma. El poder de normalización conduce a la homogeneidad. El examen disciplinario combina tanto la técnica de la jerarquía que vigila como las técnicas de la sanción normalizadora, es una mirada normalizante, una vigilancia que califica, clasifica, castiga. Todas estas funciones del examen procuran que esté altamente ritualizado; el examen también lleva consigo todo un mecanismo que une a cierta forma de ejercicio de poder cierto tipo de formación de saber. El examen es la técnica por la cual el poder, en lugar de emitir los signos de su potencia, en lugar de imponer su manera a sus sometidos, mantiene a estos en un movimiento de objetivación. La disciplina tiene su propio tipo de ceremonia. No es el triunfo, sino la revista, el desfile, forma fastuosa del examen. La sociedad disciplinaria es la época del examen infinito y de la objetivación coactiva6. El examen deja tras de sí un archivo íntegro, sutil, concienzudo, extremado, que se constituye al ras de los cuerpos y de los días, “el examen que coloca a los individuos en un campo de vigilancia los sitúa igualmente en una red de escritura; los introduce en todo un espesor de documentos que los captan y los inmovilizan. Los procedimientos de examen han sido inmediatamente acompañados de un sistema de registro intenso y de acumulación documental. Constituyese un “poder de escritura” como una pieza esencial en los engranajes de la disciplina”7. Aparecen como consecuencia lógica toda una serie de códigos de la individualidad disciplinaria que igualan los rasgos individuales establecidos por el examen. El examen mediante el aparato de escritura que lo acompaña permite tanto la constitución del individuo como objeto descriptible, analizable como la constitución de un sistema comparativo que permite la medida de fenómenos globales, la descripción de grupos, la caracterización de hechos colectivos, la estimación de los individuos unos respecto de otros, y su distribución en una población. El examen también permite hacer de cada individuo un “caso”, es decir, convertir a cada individuo en un objeto para un conocimiento y en una presa para el poder. El caso es el individuo tal como se le describe, juzga, mide, compara y cuya conducta hay que clasificar, normalizar, excluir8. Los procedimientos disciplinarios hacen de la descripción de los individuos un medio de control y un método de dominación. El examen indica la aparición de una nueva modalidad del poder en la que cada cual recibe como estatuto su propia individualidad, y en la que es estatutariamente vinculado a los rasgos, las medidas, los desvíos, las “notas” que lo caracterizan y hacen de él, de todos modos, un “caso”9. “El examen se halla en el centro de los procedimientos que constituyen el individuo como efecto y objeto de saber. Es el que, combinando vigilancia jerárquica y sanción normalizadora, garantiza las grandes funciones disciplinarias de distribución, de extracción máxima de las fuerzas y del tiempo, de acumulación genética continua, de composición óptima de las aptitudes. Por lo tanto, de fabricación de la individualidad celular, orgánica, genética y combinatoria. Con él se ritualizan esas disciplinas que se pueden caracterizar con una palabra diciendo que son una modalidad del poder para el que la diferencia individual es pertinente”10.

En el régimen disciplinario la individualización es descendente, es decir, a medida que el poder se vuelve más anónimo y más funcional, aquellos sobre los que se ejerce tienden a estar más fuertemente individualizados. El individuo es fabricado por esa tecnología específica del poder denominada disciplina. El poder produce realidad, ámbitos de objetos y rituales de verdad. El individuo y el poder que de él se obtienen corresponden a esa producción11. El medio político a través del cual se distribuye a los individuos es la disciplina, cuyas relaciones de poder se ejercen sobre los cuerpos individuales mediante la figura arquitectónica de Bentham: el Panóptico. Foucault describe El Panóptico como el espacio cerrado, recortado, vigilado en todos sus puntos, en el que los menores movimientos están controlados, los acontecimientos registrados, en el que un trabajo ininterrumpido de escritura une el centro y la periferia, en el que el poder se ejerce por entero, de acuerdo con una figura jerárquica continua, en el que cada individuo está constantemente localizado, examinado y distribuido entre otros individuos. El Panóptico es el modelo compacto del dispositivo disciplinario, es la figura arquitectónica por excelencia de esta composición. Hay un espacio privilegiado y cerrado en el que cada cual está en su puesto, vigilado en todos sus movimientos y condenado al castigo o a la muerte si intenta liberarse de los dispositivos disciplinarios. Este aparato arquitectónico es una máquina que crea y sostiene las relaciones de poder, que fabrica efectos de poder. El panóptico es un lugar privilegiado que hace posible la experimentación sobre los hombres. “El Panóptico de Bentham es la figura arquitectónica de esta composición. Conocido es su principio: en la periferia, una construcción en forma de anillo; en el centro, una torre, ésta, con anchas ventanas que se abren en la cara interior del anillo. La construcción periférica está dividida en celdas, cada una de las cuales atraviesa toda la anchura de la construcción. Tienen dos ventanas, una que da al interior, correspondiente a las ventanas de la torre, y la otra, que da al exterior, permite que la luz atraviese la celda de una parte a otra. Basta entonces situar un vigilante en la torre central y encerrar en cada celda a un loco, un enfermo, un condenado, un obrero o un escolar. Por el efecto de la contraluz, se pueden percibir desde la torre, recortándose perfectamente sobre la luz, las pequeñas siluetas cautivas en las celdas de la periferia. Tantos pequeños teatros como celdas, en los que cada actor está solo, perfectamente individualizado y constantemente visible. E1 dispositivo panóptico dispone unas unidades espaciales que permiten ver sin cesar y reconocer al punto”12. El Panóptico es un modelo generalizable de funcionamiento que se propaga en el cuerpo social, es el principio general de una nueva anatomía política cuyo objetivo y fin no son la relación de soberanía sino las relaciones de disciplina13. Pero la disciplina se presenta en dos imágenes o modelos, por un lado una disciplina bloqueo, la institución cerrada que se enfrenta a unas funciones negativas: detener el mal, suspender el tiempo, terminar las comunicaciones.

Al otro extremo del panoptismo, la disciplina-mecanismo: un dispositivo funcional que trata de mejorar el ejercicio del poder, volverlo más rápido, ligero, eficaz, un modelo de coerciones sutiles para una sociedad14. La disciplina es un tipo de poder que implica un conjunto de instrumentos, de técnicas, de procedimientos, de niveles de aplicación, de metas, de tecnología. El poder disciplinario fabrica individuos, encauza sus conductas, los guía en la multitud multiplicando sus fuerzas. Es un poder modesto, meticuloso, simple, triunfante, discreto e intenso, cuyo éxito se debe al uso de instrumentos simples como la inspección jerárquica, la sanción normalizadora y su combinación en un procedimiento que le es específico: el examen. El ejercicio de la disciplina supone un lugar privilegiado, un arte de la luz y de lo visible, un dispositivo que coacciona por el juego de la mirada, por miradas que ven sin ser vistas. Las disciplinas son técnicas para garantizar la ordenación de las multiplicidades humanas en cuyo seno funciona la modalidad panóptica del poder. La disciplina es un tipo de poder, una modalidad para ejercerlo que implica un conjunto de técnicas, de procedimientos, de niveles de aplicación, de metas, es una física o una anatomía del poder, una tecnología15. Es un poder que se ejerce haciéndose invisible, movilizando fuerzas, efectos, puntos de dominación, en relaciones que llegan a ser infinitesimales, induciendo efectos a través del modelo observatorio que tiene su antecedente en los campamentos militares y se caracteriza por un diagrama de poder, dotado de una visibilidad general que abarca muchas facetas del cuerpo social como son los colegios, las universidades, los hospitales, la familia. La aplicación de este modelo observatorio que vigila, controla, corrige y transforma se extiende a medida que la producción se vuelve más compleja, cumpliendo una función primordial. “Si el despegue económico de Occidente ha comenzado con los procedimientos que permitieron la acumulación de capital, puede decirse, quizá, que los métodos para dirigir la acumulación de los hombres han permitido un despegue político respecto de las formas de poder tradicionales, rituales, costosas, violentas, y que, caídas pronto en desuso, han sido sustituidas por toda una tecnología fina y calculada del sometimiento. De hecho los dos procesos, acumulación de los hombres y acumulación del capital, no pueden ser separados; no habría sido posible resolver el problema de la acumulación de los hombres sin el crecimiento de un aparato de producción capaz a la vez de mantenerlos y de utilizarlos; inversamente, las técnicas que hacen útil la multiplicidad acumulativa de los hombres aceleran el movimiento de acumulación de capital. A un nivel menos general, las mutaciones tecnológicas del aparato de producción, la división del trabajo y la elaboración de los procedimientos disciplinarios han mantenido un conjunto de relaciones muy estrechas. Cada uno de los dos ha hecho al otro posible, y necesario; cada uno de los dos ha servido de modelo al otro. La pirámide disciplinaria ha constituido la pequeña célula de poder en el interior de la cual la separación, la coordinación y el control de las tareas han sido impuestos y hechos eficaces; y el reticulado analítico del tiempo, de los gestos, de las fuerzas de los cuerpos, ha constituido un esquema operatorio que se ha podido fácilmente transferir de los grupos que someter a los mecanismos de la producción; la proyección masiva de los métodos militares sobre la organización industrial ha sido un ejemplo de este modelado de la división del trabajo a partir de esquemas de poder”16.

En la sociedad del control, es decir, aquella en la cual los mecanismos de gobierno se tornan aún más “democráticos”, aún más inmanentes al campo social, distribuidos a través de los cuerpos y las mentes de los hombres, los comportamientos de inclusión y exclusión social adecuados para gobernar son cada vez más interiorizados dentro de los propios sujetos. El poder es ahora ejercido por medio de máquinas que, directamente, organizan las mentes (en sistemas de comunicaciones, redes de información, etc.) y los cuerpos (en sistemas de bienestar, actividades monitoreadas, etc.) hacia un estado de alienación autónoma del sentido de la vida y el deseo de la creatividad17. Puede considerarse, en consecuencia, la sociedad de control por una intensificación y generalización de los aparatos normalizadores del disciplinamiento, que animan internamente nuestras prácticas comunes y cotidianas, pero, en contraste con la disciplina, este control se extiende muy por fuera de los sitios estructurados de las instituciones sociales, por medio de redes flexibles y fluctuantes. Las sociedades de control están sustituyendo a las sociedades disciplinarias, por lo cual, en adelante habrá que inscribirse en luchas políticas específicas, en resistencias que no son marginales o el lado bueno de las relaciones de poder, sino activas en el centro de una sociedad que se abre en redes.

Michel Foucault sitúa el desarrollo de la figura del intelectual específico a partir de la Segunda guerra mundial. Esta figura del intelectual específico deriva de la del “científico-experto”, en oposición a la del intelectual universal, que procede del modelo del “jurista-notable”. El intelectual universal es concebido por Foucault como “el hombre de justicia, el hombre de ley, aquel que oponía frente al poder, al despotismo, a los abusos, a la arrogancia de la riqueza, la universalidad de la justicia, la equidad de una ley ideal” 18. El intelectual específico encuentra en la física y en la biología las zonas privilegiadas de su formación, la extensión de las estructuras técnico-científicas en el orden de la economía y de la estrategia le confieren su importancia real. La figura en la que se concentran las funciones y los prestigios ya no es la del “escritor genial”, sino la del científico “omnisciente”, “no fue ya la de aquel que porta en sí los valores de todos, de quien se opone al soberano o a los gobernantes injustos, y hace oír su grito hasta la inmortalidad, sino la de aquel que posee junto con algunos otros, al servicio del Estado o contra el Estado, poderes que pueden favorecer o matar definitivamente la vida. Este intelectual ya no es el rapsoda de la eternidad, sino el estratega de la vida y de la muerte”19.

Existe una relación entre resistencia y creación, pues, es en el interior de las relaciones estratégicas que se encuentran las fuerzas que resisten y que crean. Lo que resiste al poder, a la fijación de las relaciones estratégicas en relaciones de dominación, a la reducción de los espacios de libertad en el deseo de dirigir las conductas de los otros, hay que buscarlo en el interior de esta dinámica estratégica. Es en este sentido que la vida y lo viviente devienen “materia ética” que resiste y crea a la vez nuevas formas de vida. La resistencia no es, pues, una sustancia y no es anterior al poder que se opone. En una entrevista realizada por Bernard Henry-Levy denominada No al sexo rey Michel Foucault sostiene que la resistencia es coextensiva al poder y que es rigurosamente contemporánea20. La resistencia no es la imagen invertida del poder, pero es, como el poder, “tan inventiva, tan móvil, tan productiva como él. Es preciso que como el poder se organice, se coagule y se cimiente. Que vaya de abajo arriba, como él, y se distribuya estratégicamente”21. En el momento mismo en el que se da una relación de poder existe la posibilidad de la resistencia. No estamos atrapados por el poder; siempre es posible modificar su dominio en condiciones determinadas y según una estrategia precisa. Tanto la resistencia como el poder no existen más que en acto, como despliegue de relación de fuerzas, es decir, como lucha, como enfrentamiento, como guerra, no es solo en términos de negación como se debe conceptuar la resistencia, sino como proceso de creación y de transformación.

En el curso del 7 de enero de 1976 Michel Foucault plantea que el poder es la guerra continuada por otros medios (invirtiendo así la afirmación clásica de Clausewitz) y sugiere que las relaciones de poder tal y como funcionan en la sociedad contemporánea se establecieron en un momento históricamente localizable de la guerra22. Si el poder político procura el cese de una guerra es sólo para perpetuar la relación de fuerza instaurada inscribiéndola en las instituciones, en las desigualdades económicas, en el discurso, en el cuerpo. El ejercicio del poder, es decir, la lucha política, las modificaciones de las relaciones de fuerza, los refuerzos, los enfrentamientos por el poder se dan indefinidamente como guerra continua. Estas relaciones de poder múltiples atraviesan, caracterizan y constituyen el campo social. Por ello, la resistencia, como respuesta al ejercicio del poder sobre el cuerpo, las afecciones, los afectos, las acciones, es constitutiva de las relaciones de poder, aparece en distintos puntos del entramado social como fuerza que puede resistir al poder que intenta dominarla, pues, la finalidad de este poder es infiltrar cada vez con mayor profundidad la existencia humana, tanto a nivel individual como a nivel de la especie; su objetivo primordial es administrar la vida humana.

Afectar es ejercer el poder, afectarse es la capacidad de resistencia, la cual aparece en todos los actos de ejercicio del poder. Así, pues, ejercicio del poder y resistencia son indisolubles. Así lo sustenta Michel Foucault en la lección del Collége de France de 1976, titulada Hacer vivir y dejar morir: la guerra como racismo, donde plantea el problema de la guerra enfocada como trama de inteligibilidad de los procesos históricos. Esta guerra se concibió como guerra de razas durante todo el siglo XVIII. Foucault muestra que la cuestión de la guerra de razas no desaparece y se recupera como racismo de Estado23. En contra de las teorías del poder que identifican a éste esencialmente con la represión (de instintos, de una clase, de individuos, etc.), hay otro planteamiento que concibe el poder en términos de lucha, de enfrentamiento. Desde este punto de vista, el poder es básicamente guerra, de manera que queda invertida la afirmación de Clausewitz según la cual la guerra es la continuación de la política por otros medios. A partir de aquí encontramos una desvalorización del concepto de represión, ya que para Foucault los mecanismos de las formaciones de poder van mucho más allá de esta simple noción; en su lugar, elige la guerra como principio de análisis de las relaciones de poder, poniéndolo en relación con el Derecho y con la verdad (entendida como efecto producido por el poder).

La genealogía, que Foucault ya ha empleado en Vigilar y castigar y en El orden del discurso, supone una nueva concepción del poder basada no en criterios de soberanía y Estado, sino de técnicas y tácticas de dominación diversas. En este contexto, destaca un nuevo tipo de poder que surge en el siglo XVII -y que llega hasta nuestros días-, el poder disciplinario, que se aplica sobre los cuerpos para extraer de ellos tiempo y trabajo por medio de la vigilancia. Por otra parte, en el siglo XIX se configura otro poder cuyo discurso no es el del Derecho, sino el de la regla natural, el de la norma; el código de la normalización, distinto y complementario del de la disciplina, fundamenta las ciencias humanas, por medio de un saber de tipo clínico. Dos son pues los campos donde se despliega el poder: el de la soberanía y el de la disciplina. El efecto que le interesa a Foucault de estos dispositivos de poder es el de “la fabricación de sujetos”. El estudio de los operadores de dominación desemboca en las relaciones de fuerza, y éstas, en la relación de guerra. Foucault no intenta demostrar que se deban explicar las relaciones sociales en función de la guerra. Lo que va a hacer es poner de manifiesto la aparición de discursos que han mantenido esta posición, la emergencia de un nuevo discurso histórico-político sobre la sociedad, y sus implicaciones. Para este discurso, nacido a finales del siglo XVI, la guerra es una relación social permanente, la base de las instituciones y de las relaciones de poder. Y es además un discurso ambiguo, ya que será utilizado en Inglaterra por grupos burgueses y populares como instrumento de lucha contra el poder, y en Francia por los aristócratas como reacción contra la monarquía absoluta. También los biólogos racistas de fines del XIX apelarán a un sustrato de guerra. Según este discurso la ley nace de conflictos, de la violencia de las luchas, de la guerra, que continúa viva incluso después del establecimiento de los Estados. Una consecuencia importante de esto es que entonces la sociedad está atravesada por esta lucha, ya no hay un sujeto neutral, sino que el que enuncia la historia está dentro del proceso bélico, defiende una posición u otra según su lugar en la batalla. El origen de la historia queda remitido a hechos de tipo violento, caracterizados por el vigor, la fuerza, la presión de una raza sobre otra, en definitiva, por una relación binaria que organiza la guerra de las razas. Esta teoría de la guerra de razas va a desarrollarse en dos direcciones, una biológica y otra de clases. El discurso que inicialmente aparece descentrado, como ataque al poder establecido, es adoptado con el tiempo por este poder, es incorporado y utilizado desde el centro. Pero antes se ha producido un cambio fundamental: de un planteamiento inicial que distinguía una raza exterior y otra interior (en el caso de Inglaterra, la de los normandos invadiendo territorio habitado por sajones; en Francia, la de los germanos contra los galos), se pasa a la idea del desdoblamiento de una misma raza dentro del cuerpo social en una super-raza y en una sub-raza, es decir, hay una raza verdadera (vinculada al poder y a la norma) y una “contra-raza” que amenaza el patrimonio biológico: aquí toman asiento los discursos biológicos del XIX sobre la degeneración, que avalan la segregación de todo lo que puede poner en peligro a la sociedad. El salto que supone esta nueva concepción es importante porque fundamenta la aparición, a comienzos del siglo XX, del racismo de Estado, es decir, de un racismo que la sociedad ejerce contra sí misma, contra sus propios elementos, contra sus propios productos, de un racismo interno -el de la purificación permanente- que será una de las dimensiones fundamentales de la normalización social.

Foucault sitúa la aparición del racismo en sentido propio en el momento en que se produce esta reconversión del discurso de la lucha de razas en un discurso biológico de lucha por la vida. La sociedad antes dividida internamente por cuestiones de raza lo está ahora por la amenaza de elementos heterogéneos, los desviados que produce accidentalmente la sociedad. Así, el Estado cobra un nuevo papel: el de protector de la integridad social, el de gestor de la pureza de una raza en singular, verdadera, patrimonio precioso que las técnicas médico-normalizadoras deben conservar. Esta nueva función higiénica de la ciencia comienza a manifestarse a finales del siglo XIX, y sus efectos perduran hasta hoy.

La emergencia del biopoder permite que el racismo se inserte radicalmente en el Estado. En el siglo XIX “el poder se hizo cargo de la vida”, la antigua soberanía sobre el individuo se transformó en una soberanía sobre la especie humana, sobre “la población”, concepto nuevo que será fundamental para la biopolítica: “la población-riqueza, la población-mano de obra o capacidad de trabajo, la población en equilibrio entre su propio crecimiento y los recursos de que dispone. Los gobiernos advierten que no tienen que vérselas con individuos simplemente, ni siquiera con un “pueblo”, sino con una “población” y sus fenómenos específicos, sus variables propias: natalidad, morbilidad, duración de la vida, fecundidad, estado de salud, frecuencia de enfermedades, formas de alimentación y de vivienda. Todas esas variables se hallan en la encrucijada de los movimientos propios de la vida y de los efectos particulares de las instituciones”24. El soberano tenía el derecho de “hacer morir o de dejar vivir”; ahora el nuevo derecho consiste en “hacer vivir o dejar morir”, por medio de una nueva tecnología de poder que se aplica sobre el hombre viviente como masa; aparecen entonces la demografía, el control de nacimientos, la preocupación por el índice de mortalidad, la higiene pública, la seguridad social, todo lo que abarca a los seres humanos como especie es objeto de un nuevo saber, de una regulación, de un control científico destinado a hacer vivir. La medicina tiene un papel fundamental en el proceso, es un poder-saber que actúa a un tiempo sobre el cuerpo y sobre la población, sobre el organismo y los procesos biológicos. En consecuencia la medicina tendrá efectos disciplinarios y efectos de regulación. “El gran auge demográfico del Occidente europeo durante el siglo XVIII, la necesidad de coordinar e integrar este crecimiento con el desarrollo del aparato de producción, la urgencia de controlarlo mediante mecanismos de poder más adecuados y tupidos, hacen aparecer a la “población” –con sus variables de número, repartición espacial o cronológica, de longevidad y de salud- no sólo como problema teórico, sino también como objeto de vigilancia, de análisis, de intervenciones, de operaciones modificadoras, etc. Se esboza el proyecto de una tecnología de la población: estimaciones demográficas, cálculo de la pirámide de edades, cálculo de las diferentes esperanzas de vida, de las tasas de morbidez, estudio del papel que juegan entre sí el crecimiento de las riquezas y el de la población, incitaciones diversas al matrimonio y a la natalidad, desarrollo de la educación y de la formación profesional. En el interior de este conjunto de problemas el “cuerpo” –cuerpo de los individuos y cuerpo de las poblaciones- aparece como portador de nuevas variables: no ya simplemente cuerpos escasos o numerosos, sometidos o insumisos, ricos o pobres, válidos o no válidos, fuertes o débiles, sino también más o menos utilizables, más o menos susceptibles de inversiones rentables, dotados de mayores o menores probabilidades de supervivencia, de muerte o de enfermedad, más o menos capaces de aprendizaje eficaz. Los rasgos biológicos de una población se convierten así en elementos pertinentes para una gestión económica, y es necesario organizar en torno a ellos un dispositivo que asegure su sometimiento, y sobre todo el incremento constante de su utilidad”25. La estrategia de la biopolítica decide lo que debe vivir y lo que debe morir: el racismo es lo que permite fragmentar esta masa que domina el biopoder, dividirla entre lo normal de la especie y lo degenerado; así se justifica la muerte del otro, en la medida en que amenaza a la raza (no ya al individuo). Se puede matar lo que es peligroso para la población. La raza, el racismo, son -en una sociedad de normalización- la condición de aceptabilidad de matar. Y “matar” no se refiere solamente al asesinato directo, sino, también a todo lo que puede ser muerte indirecta, es decir, al hecho de exponer a la muerte o de multiplicar para algunos el riesgo de muerte, o más simplemente la muerte política, la expulsión. El Estado, en el siglo XX, funciona teniendo como base el biopoder; a partir de este hecho, la función homicida del Estado queda asegurada por el racismo26.

Foucault distingue dos modelos de poder: el modelo de la peste que funciona por exclusión y el modelo de la lepra basado en el control27. Son modelos que idearon los siglos pasados y configuran lo que hoy son las sociedades modernas. El modelo de la peste es el modelo ideal de las sociedades disciplinarias, del dispositivo de poder disciplinario, donde el espacio está recortado, cerrado, continuamente vigilado y controlado. Los lugares son asignados funcionalmente. En este espacio los individuos son puestos en lugares fijos donde se vigilan los menores movimientos. Este modelo se basa en el orden, en el ordenamiento que prescribe a cada uno su lugar, el lugar de la mujer, del loco, del estudiante, del enfermo mental, etc. Donde se prescribe a cada cual su lugar, su bien, cual le corresponde a cada uno, y cual es el camino para conseguirlo. Este modelo de la peste, característico de la sociedad disciplinaria se opone en principio al modelo de la lepra. El modelo de la lepra viene del modelo estigmatizador, de exclusión y de expulsión heredado de la edad media con los leprosos. Al leproso se le marca y expulsa a las afueras para que allí se pudra. Lo que hace este modelo de la lepra es dividir de manera binaria (leprosos y no leprosos). Este modelo divide binariamente al contrario que el de la peste que se apoya en múltiples e individualizantes estrategias, es decir una organización profunda de la vigilancia y de los controles, el poder se ramifica y se ejerce de una manera continuada y que individualiza. Al leproso se le rechaza extra muros de la ciudad, por lo cual, deja de ser ciudadano. El modelo de la lepra sueña con una comunidad pura, de fondo casi religioso donde no exista el mal, sino la pureza de la comunidad.

En la ciudad que funciona el modelo de la peste, toda la cuidad está atravesada de jerarquía, de vigilancia y de registro, es el sueño de una sociedad disciplinada, la utopía de la ciudad perfectamente gobernada donde todo es visible, controlable, transparente y expuesto a la mirada. Estos modelos en la práctica son superponibles y combinables. El hospital, el manicomio, la escuela, el correccional, la prisión funcionan con la doble lógica, una que divide en dos grupos normal-anormal, loco –cuerdo, enfermo -sano y la lógica individualizante diferencial que se trata de saber quién es, cómo vigilarlo, cuál es su bien, cómo reconocerlo, cómo hay que curarlo. Este fenómeno fundamental del siglo XIX, es decir, la toma de poder sobre el hombre como ser vivo y sobre la vida, hace que la vida se convierta en objeto del poder y se estatalice lo biológico. La razón de Estado domina la biopolítica, es decir, los mecanismos, las técnicas, las tecnologías y los procedimientos por los cuales se dirige la conducta de los seres humanos mediante una tecnología gubernamental, “vivimos en la era de la “gubernamentalidad” descubierta en el siglo XVIII. La gubernamentalización del Estado es un fenómeno singularmente paradójico, ya que si bien los problemas de la gubernamentalidad, las técnicas de gobierno han constituido la única apuesta del juego político y el único espacio real de la lucha política; la gubernamentalización del Estado ha sido sin duda el fenómeno que le ha permitido sobrevivir, y muy probablemente el Estado es actualmente lo que es gracias a esa gubernamentalidad, que es a la vez interna y externa al Estado, ya que son las tácticas de gobierno las que permiten definir paso a paso qué es lo que compete al Estado y qué es lo que no le compete, qué es lo público y qué es lo privado, qué es lo estatal y qué lo no estatal, etc. En consecuencia el Estado, en su supervivencia y en sus límites, no puede entenderse más que a partir de las tácticas generales de la gubernamentalidad”28. Los problemas específicos de la vida y de la población, como sexualidad, reproducción, trabajo, salud, higiene, vivienda, etc., son subsumidos en el seno de la administración estatal. Este poder controla la expansión, planifica, suprime poblaciones, no se ocupa tanto de la muerte individual como del genocidio que intenta eliminar “agentes infecciosos” a nombre de la supervivencia. Vivimos en la era de la biopolítica de las poblaciones, en la era de este poder contemporáneo que intenta administrar la vida en multiplicidades abiertas. Por ello, las nuevas luchas que aparecen ya no son por la restitución de antiguos derechos, sino por la vida, fuerza de resistencia que afirma la plenitud de lo posible. Las fuerzas que resisten se apoyan en lo mismo que el poder invasor, es decir, en la vida del ser humano en tanto que ser vivo, social y político. Lo que se reivindica y sirve de objetivo a las luchas políticas es la vida, por lo cual, el nuevo plano de la militancia, su extraordinaria forma de manifestarse es, en consecuencia, la militancia biopolítica, es la oposición de un cuerpo plenamente incapaz de someterse al comando, un cuerpo que no se adapta a la vida familiar, ni a la fábrica, ni a las regulaciones de la vida sexual convencional. El concepto de biopoder expresa el acontecimiento por el cual, a partir del siglo XVII, la vida surge como objeto de gobierno mediante un vínculo que se establece en doble sentido, entre la anatomopolítica –mediante la cual los cuerpos son disciplinados y controlados–, y una biopolítica de las poblaciones que quiere garantizar la supervivencia de la especie; la demografía y la salud pública hacen parte de este dispositivo. La estrategia de pacificación también opera con un vínculo en doble sentido, el que se establece entre el diálogo y el genocidio, este último como forma de intimidación colectiva que tiene por objeto la re-territorialización mediante el sufrimiento en masa.

La obra de Foucault permite reconocer la naturaleza biopolítica de este nuevo paradigma de poder que se ejerce sobre la vida y se presenta de dos formas: el cuerpo máquina y el cuerpo especie. La más alta función de este poder es invadir por completo la vida humana, regular la vida social desde su interior, siguiéndola, interpretándola, absorbiéndola y rearticulándola, pues, el poder puede lograr un comando efectivo sobre toda la vida de la población sólo cuando se torna una función integral, vital, que cada individuo incorpora y reactiva con su acuerdo. La más alta función de este poder es infiltrar cada vez más la vida, y su objetivo primario es administrarla. El biopoder, pues, se refiere a una situación en la cual el objetivo del poder es la producción y reproducción de la vida misma. La vida es la apuesta de las luchas políticas y económicas; y lo es porque la entrada de la vida en la historia corresponde al Capitalismo: desde fines del siglo XVIII los dispositivos de poder y de saber tienen como función el control de la vida. Las técnicas de poder cambian en el preciso momento en que la economía (gobierno de la familia) y la política (gobierno de la polis) se integran la una en la otra, es decir, “el paso de un arte de gobierno a una ciencia política, de un régimen dominado por la estructura de la soberanía a otro dominado por las técnicas de gobierno se opera en el siglo XVIII en torno a la población y en torno al nacimiento de la economía política”29. El hombre moderno es un animal en la política cuya vida, en tanto que ser vivo está en cuestión. El poder ha tomado la vida como objeto de su ejercicio. Pero, es la vida misma la que resiste, la que escapa a los biopoderes.

La introducción de la vida en la historia es también la posibilidad de concebir una nueva ontología para pensar el sujeto político como un sujeto ético, contra la tradición del liberalismo político occidental que lo concibe como un sujeto político. Tal es la reflexión de Foucault a propósito del pensamiento político del siglo XIX “–y posiblemente sería preciso remontarse más allá, a Rousseau y a Hobbes- se ha pensado el sujeto político esencialmente como sujeto de derecho, ya sea en términos naturalistas, ya sea en términos de derecho positivo. En cambio, me parece que la cuestión del sujeto ético no tiene mucho espacio en el pensamiento político contemporáneo”30. Si el poder toma la vida como objeto de su ejercicio, lo que hay que buscar es lo que en la vida le resiste y, al resistírsele, crea formas de vida que escapan a esos biopoderes. Definir las condiciones de un nuevo proceso de creación política, confiscado desde el siglo XIX por las grandes instituciones políticas y los grandes partidos políticos parece ser el hilo que atraviesa la reflexión de Foucault, pues, la introducción de la “vida en la historia” es interpretada como una posibilidad de concebir una nueva ontología que parte del cuerpo y de sus potencias para pensar el “sujeto político” como un “sujeto ético”, contra la tradición del pensamiento occidental que lo piensa exclusivamente bajo la forma del “sujeto de derecho”. El poder es interrogado, entonces, a partir de la libertad y de la capacidad de transformación que todo ejercicio del poder implica.

La biopolítica es la forma de gobierno donde las relaciones de poder expresan una nueva dinámica de las fuerzas, donde la vida emerge como potencia de resistencia y de creación. Los dispositivos biopolíticos, entendidos como la relación entre gobierno-población-economía política, plantean la forma de gobernar como es debido a los individuos y fundan una nueva relación entre ontología y política. Estos dispositivos maximizan la multiplicidad de fuerzas que son coextensivas al cuerpo biopolítico colectivo, pues, no hay un poder único y soberano, sino una multitud de fuerzas que actúan y reaccionan entre ellas según relaciones de obediencia y mando. Los dispositivos biopolíticos coordinan estratégicamente las relaciones de poder dirigidas a que la vida produzca más.

El biopoder conlleva dos novedades, la primera es que la clásica teoría del derecho sólo funciona con base a dos elementos, a saber, el individuo y la sociedad. Las disciplinas solamente tratan al individuo. En cambio, el biopoder trabaja con el concepto de población tanto como problema político como científico. La segunda novedad es que los fenómenos considerados (morbilidad, calidad de vida, etc.), son colectivos, solamente son pertinentes a nivel de masas, con efectos económicos y políticos sólo en masa considerados. Con el biopoder hay una consecuencia, y es una progresiva descalificación de la muerte, cada vez hay menos derecho a hacer morir, y más a hacer vivir. En el momento que el poder es cada vez más el derecho a intervenir sobre la manera de vivir, la muerte es el final del poder, es el exterior. Sobre la muerte el biopoder no tiene nada que hacer, el poder domina no sobre la muerte sino sobre la mortalidad, es decir, sobre la gestión de la vida y la mayor o menor probabilidad de que se muera, pero no sobre la muerte misma, por ello la muerte se delega a lo más privado. Otra consecuencia del biopoder es la importancia de la sexualidad, puesto que en su campo se cruzan las disciplinas y el biopoder. Se cruzan las disciplinas (vigilancia, control, individualización,) con el biopoder ejercido sobre la población para regular la procreación, control de natalidad, aborto, es decir, que es un campo privilegiado porque se cruzan las técnicas de biopoder ejercidas en masa sobre la población y las técnicas disciplinarias ejercidas de manera individualizada e individualizante sobre el cuerpo de cada uno entendido como máquina. La medicina, la psicología, la psiquiatría ocupan un lugar central, porque constituyen un saber que vincula la acción científica y la técnica política de la intervención tanto sobre el cuerpo como sobre la población. Sobre el cuerpo individualmente considerado historial clínico, pero al mismo tiempo también intervención masiva sobre la población. Es un poder-saber, para Foucault la otra cara del poder es el saber, que actúa sobre ambos, el cuerpo individual y el cuerpo social, y por tanto tiene efectos disciplinarios sobre cada cuerpo individual como efectos de regulación sobre las poblaciones consideradas globalmente.

La sociedad de control adopta este contexto biopolítico como su terreno característico de referencia. En el acontecimiento del pasaje de la sociedad disciplianaria a la sociedad de control se lleva a cabo un nuevo paradigma de poder, el cual se define por las tecnologías que reconocen a la sociedad como el ámbito del biopoder. La producción biopolítica, en consecuencia, emerge de los elementos vitales de la sociedad, del medio ambiente, del mundo de la vida, cuando el poder se vuelve enteramente biopolítico y todo el cuerpo social queda comprendido en la máquina del poder, y se desarrolla en su virtualidad, es decir, cuando las fuerzas productivas de las personas y los grupos, en su conjunto, se vuelven productivas. La sociedad es subsumida dentro de un poder que llega hasta los núcleos de la estructura social y sus procesos de desarrollo, reaccionando como un único cuerpo. El poder, entonces sólo puede ser expresado como un control que se extiende por las profundidades de las conciencias y cuerpos de la población– y al mismo tiempo a través de la totalidad de las relaciones sociales. Relaciones a través de las cuales la biopolítica se incorpora y se afianza en el sistema de redes sociales sobre la base de la lógica de mando capitalista.

Este pasaje que descubre Foucault trata básicamente con la paradoja de la pluralidad y la multiplicidad, abarca no sólo la dimensión económica o sólo cultural de la sociedad, sino, el bios social, y cuando es aplicado a las modalidades del disciplinamiento y/o el control, rompe la figura lineal y totalitaria del desarrollo capitalista. Y, entonces, la vida deviene resistencia al poder y materia ética que resiste y crea a la vez nuevas formas de vida. Las resistencias, por tanto, ya no son marginales sino activas en el centro de una sociedad que se abre en redes; no existen más que los militantes capaces de vivir la miseria del mundo hasta el final, de identificar las nuevas formas de explotación, dominación y sujeción. Así se puede ver en el texto El sujeto y el poder, donde Foucault sostiene que aunque se ha visto bastante enredado con el tema del poder no ha sido este el tema de sus investigaciones sino el sujeto31. Este enredo de Foucault con el poder se dio porque no existían instrumentos de estudio suficientes para las relaciones de poder, pues, para estudiar la cuestión del poder sólo se podía recurrir a dos modelos, el jurídico y el institucional. Foucault realiza entonces una conceptualización crítica del poder, pues, lo que se necesita es una nueva economía de las relaciones de poder, un camino que implique más relaciones entre teoría y práctica. Este camino consiste en tomar como punto de partida las formas de resistencia contra diferentes formas de poder; es decir, que antes que analizar el poder a partir del punto de vista de su racionalidad interna, se trata de analizar las relaciones de poder a través del antagonismo de las estrategias32. En entrevista denominada “El ojo del poder” Michel Foucault advierte que el análisis de las resistencias al panóptico en términos de táctica y de estrategia no tiene como finalidad mostrar que el poder es anónimo y victorioso siempre. Se trata, por el contrario “de señalar las posiciones y los modos de acción de cada uno, las posibilidades de resistencia y de contra-ataque de unos y otros”33. Como punto de partida Foucault toma una serie de oposiciones que se han desarrollado en los últimos años: “oposición al poder de los hombres sobre las mujeres, de los padres sobre los hijos, de la psiquiatría sobre el enfermo mental, de la medicina sobre la población, de la administración sobre las formas de vida de la gente”34. Estas luchas son “transversales”; es decir, no se limitan a un país, no son privativas de una política particular o forma económica de gobierno. Los objetivos de estas luchas son los efectos de poder como tales. Estas luchas son inmediatas; no buscan el “enemigo principal”, sino el enemigo inmediato y son luchas anarquistas. En sus puntos más originales, son luchas que cuestionan el estatuto del individuo, no son exactamente por o contra el “individuo” sino contra el “gobierno de la individualización”; son luchas contra los privilegios del conocimiento, contra la forma en que el conocimiento circula y funciona, sus relaciones de poder. Todas estas preguntas giran alrededor de la pregunta ¿Quiénes somos? Y su objetivo principal es atacar, ante todo, una técnica, una forma de poder, que se aplica a la inmediata vida cotidiana que al categorizar al individuo, le marca su propia individudalidad, lo adhiere a su propia identidad, le impone una ley de verdad que él debe reconocer y que los otros tienen que reconocer en él. Es una forma de poder que hace a los individuos sujetos35. Foucault construyó la paradoja de un poder que, mientras unifica y envuelve dentro de sí a cada elemento de la vida social, en ese mismo momento revela un nuevo contexto, un nuevo medio de máxima pluralidad e incontenible singularización –un ambiente del evento.

La resistencia es construida sobre la base de la experiencia límite vivida por aquellos que hacen de la resistencia una auténtica práctica de libertad. El comando está en todas partes, viene de todas partes, y no está donde se lo busca. Y sin embargo, la resistencia es primera, en esa medida está necesariamente en una relación directa con el afuera del que procede el dominio. Desde este punto de vista, el poder ya no busca disciplinar la sociedad sino que busca controlar la capacidad de creación y transformación de la subjetividad. Aunque los ejercicios de poder contemporáneos se ejercen sobre la subjetividad, sobre el cuerpo individual y colectivo, son, pese a ello, amorfos, en cuanto pareciera que no queda lugar a donde ir más allá de las relaciones de poder (“heme aquí del lado de las relaciones de poder, con la misma incapacidad para franquearlas”). La resistencia se ejerce en cada lugar, de ahí que el sujeto de la resistencia sea un sujeto en fuga. Las resistencias contemporáneas no tienen un lugar privilegiado; pertenecen a una dimensión que escapa a las relaciones de poder, y esa dimensión es la subjetivación. La pregunta por la resistencia es al mismo tiempo una pregunta por el poder. El poder es una relación de fuerzas, o si se quiere una relación de fuerzas ya es una relación de poder. “Por poder hay que comprender, primero, la multiplicidad de relaciones de fuerza inmanentes y propias del dominio en que se ejercen, y que son constitutivas de su organización; el juego que por medio de luchas y enfrentamientos incesantes las transforma, las refuerza, las invierte; los apoyos que dichas relaciones encuentran las unas en las otras, de modo que formen cadena o sistema, o, al contrario los corrimientos, las contradicciones que aíslan a unas de otras; las estrategias, por último, que las tornan efectivas, y cuyo dibujo general o cristalización institucional toma forma en los aparatos estatales, en la formulación de la ley, en las hegemonías sociales” 36. La fuerza por principio no es algo aislado o singular, sino que fundamentalmente está en relación con otras fuerzas, es decir, que toda fuerza ya es relación de poder. La condición de posibilidad del poder, en todo caso el punto de vista que permite volver inteligible su ejercicio no debe ser buscado en la existencia primera de un punto central, en un foco único de soberanía del cual irradiarían formas derivadas y descendientes; son los soportes móviles de las relaciones de fuerzas los que sin cesar inducen, por su desigualdad, estados de poder pero siempre locales e inestables. Omnipresencia del poder: no porque tenga el privilegio de reagruparlo todo bajo su invencible unidad, sino porque se está produciendo a cada instante, en todos los puntos, o más bien en toda relación de un punto con otro. El poder está en todas partes, no es que lo englobe todo, sino que viene de todas partes. Y el poder, en lo que tiene de permanente, de repetitivo, de inerte, de autoreproductor, no es más que el efecto de conjunto que se dibuja a partir de todas esas movilidades, el encadenamiento que se apoya en cada una de ellas y trata de fijarlas. El ejercicio del poder aparece como fuerza, como capacidad de afección, puesto que la propia fuerza se define por su poder de afectar a otras. En ese sentido, el carácter estrictamente relacional de las relaciones de poder no es posible más que en función de una multiplicidad de puntos de resistencia que desempeñan, en las relaciones de poder, el papel de adversario, de blanco, de apoyo, de saliente para una aprehensión. Los puntos de resistencia están presentes en todas partes dentro de la red de poder. Es decir, donde hay poder hay resistencia. Respecto del poder no existe, pues, un lugar del gran Rechazo –alma de la revuelta, foco de todas las rebeliones, ley pura del revolucionario. En efecto, un encadenamiento de fuerzas presenta, al lado (o mas bien frente a frente) de las singularidades de poder que corresponden a esas relaciones, las singularidades de resistencia, esos “puntos, nudos o focos” que se efectúan a su vez en los estratos, a fin de hacer que en ellos el cambio sea posible. Es más, la última palabra del poder es que la resistencia es primera, en la medida que las relaciones de poder tienden a preservar los estados de dominación, mientras que las resistencias constituyen el otro término en las relaciones de poder, es decir, están necesariamente en una relación directa con el afuera del que proceden las dominaciones. Por eso un campo social, más que estrategizar, resiste.

José Ferney Montero
Caósmosis


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