Aportes de la perspectiva de género a la construcción de alternativas populares
Las alternativas populares se refieren a las características de la sociedad que se busca, del tipo de poder que –siguiendo a Gramsci‑ a ella se corresponde, es decir, del tipo de interrelación entre democracia, estado y sociedad. Es por ello que pensarlas y diseñarlas teniendo en cuenta la búsqueda de equidad de género desde las raíces mismas de la conformación del poder, resulta central. En este sentido, además de lo ya expresado, subrayando algunos elementos en los que se destacan particularmente los aportes de esta perspectiva.
· Amplía los fundamentos de la apuesta a la construcción de poder desde abajo
Como se ha planteado, la concepción de género resulta enriquecedora de la noción del poder, lo es también, por tanto, respecto de las propuestas y las prácticas de construcción de poder desde abajo impulsadas por los nuevos movimientos sociales.[9] Incorpora elementos sociopolíticos que profundizan dichos procesos: aporta elementos claves para transformar ‑articulada y simultáneamente‑ las relaciones de opresión, explotación, discriminación y exclusión, en la sociedad, en la familia, en el trabajo, en el barrio, en la organización vecinal o sindical, en el partido, en los movimientos de mujeres, etcétera.
La mirada de género rompe las barreras del pensamiento político tradicional de la izquierda que separa la cotidianidad, lo reivindicativo social, del quehacer político. Al desnudar el contenido político de lo que se suponía privado, el enfoque de género “(…) impacta a la sociedad en dos niveles: por un lado, porque pone nuevos temas en el debate y evidencia su contenido político, y por otro, porque politiza lo privado y devela que dentro de las relaciones personales encubiertas y justificadas por amor, afecto y entrega hay relaciones terribles de poder entre los sexos.” [Vargas Valente S/F: 4]
El reclamo de equidad de género es radicalmente democratizador, precisamente porque no puede haber una verdadera democratización del mundo público si se mantienen intactas las relaciones hombre-mujer en el mundo privado, y si se mantiene, en general, la subordinación de lo privado en función del desarrollo de lo público. Porque:
-”La democracia sólo para hombres es tan bárbara y tan incompleta como lo fue la democracia griega, basada en la igualdad de derechos entre los miembros de una pequeña aristocracia, y en la ausencia completa de derechos para las grandes masas populares.
-”No hay ni puede haber democracia en donde las mujeres no tienen los mismos derechos del hombre y en donde, en consecuencia, la vida social en todos sus aspectos no está constituida y dirigida por hombres y mujeres sin distinción.
-”(…) Sin las mujeres no hay democracia. Sin democracia no hay progreso del pueblo. Sin democracia no hay sentido profundo de la patria.” [Lombardo Toledano 1984: 11-18]
Esto alude a tres elementos importantes:
-El mundo de lo privado es parte del político (aunque más no fuese como condición de su existencia) y como tal, susceptible de convertirse en político.
-Las luchas por la democratización de las sociedades deben –para llegar hasta la raíz‑ incorporar la democratización de las relaciones hombre-mujer en lo público y en lo privado. En consecuencia:
-Las luchas de las mujeres en contra de su discriminación y marginación atañen a la democratización de toda la sociedad.[10] Esto supone la transformación radical del poder, por lo que constituyen una lucha política.
· Acrecienta el significado, contenido y alcances de la acción política y de la dimensión ciudadana
Al incorporarse al mundo político los nuevos actores y las nuevas actoras sociales, incorporan a él también sus intereses, sus puntos de vista y necesidades, sus visiones de la realidad en que viven y la conciencia política acerca de ella. Si toda acción de transformación de las relaciones de poder allí donde éstas se den es una acción política, los temas referidos a la sexualidad, a la violencia contra las mujeres, a las relaciones padres e hijos y hombre mujer, y, en general todos los que abordan la organización de la vida cotidiana, cobran una importancia fundamental en la dimensión y acción política actual y futura.
En este sentido, las luchas por la equidad de género le imprimen un contenido más complejo a la política y a la acción política,[11] sacándola del ámbito de la lucha por el poder del Estado, articulándola a los otros ámbitos de la vida social, enlazando –además de lo público y lo privado‑, lo estratégico con lo cotidiano y reivindicativo. No se trata de luchas o problemáticas separadas. Las luchas de las mujeres, como la de otros actores sociales, reafirma que la lucha es reivindicativo‑política, es decir, una lucha contra las estructuras, los medios, los valores, la cultura y los mecanismos de producción y reproducción material y espiritual del poder de dominación discriminatorio y discriminante, excluyente y crecientemente marginador de mayorías, y de construcción de poder y cultura propios.
Entre múltiples aspectos, esto reafirma que:
1. Que lo reivindicativo sectorial no es un “defecto” o traba que debe ser “superado” por el proyecto político. Este no está ubicado “por encima” de lo reivindicativo sectorial, sino que parte de ahí, y lo contiene articulándolo en una nueva dimensión y proyección.
a) Lo político no es jerárquicamente “superior” a lo reivindicativo.
b) Lo reivindicativo no tiene un “techo” o límite, como no sea el que le fija su propia contraposición con lo político.
La falta de articulación de lo político con lo reivindicativo se traduce en la fractura entre las luchas por la transformación de la sociedad y las que impone la dinámica de la vida cotidiana, el ideal de la nueva sociedad ansiada con los modos alternativos y solidarios de vida generados en ámbitos de la comunidades, etcétera.
2. Que es necesario articular las protestas (oposición) con propuestas concretas (posición propia) capaces de orientar en sus luchas a la población del sector en conflicto en cada caso. Esto es: construir respuestas concretas a problemáticas también concretas. Reclama elaborar respuestas inmediatas a reivindicaciones inmediatas, pero ello no implica que la inmediatez y la temporalidad sean su horizonte y límite “natural”. Al contrario, tales propuestas encierran un alto potencial político que es posible (y necesario) poner de manifiesto en el propio proceso de lucha por su concreción.
Es allí, cuando el proceso práctico pedagógico de formación de conciencia política logra su mayor potencialidad. Sobre la base de procesos colectivos de reflexión‑formación sobre sus luchas los actores sociales van conformando procesos práctico‑teórico‑pedagógicos de formación de conciencia política. En ellos se va poniendo de manifiesto la raíz sistémica del problema y también la dimensión y el alcance altersistémico (no confundir con anti-sistémico) de la propuesta. En esto radica, de últimas, el contenido y sentido político central de lo reivindicativo sectorial.
Aceptar esto implica romper con la aún mayoritaria idea de que la práctica política corresponde sólo a partidos políticos o a especialistas, [12] supone reconsiderar lo que se entiende por escena política, tradicionalmente entendida como el campo de acción abierta de las fuerzas sociales mediante su representación en partidos. Pero la escena política comprende al conjunto de fuerzas sociales actuantes en el campo de la acción política en un momento dado, independientemente de que éstas se hallen organizadas o no en estructuras político‑partidarias. Respetando todo lo que son o puedan llegar a ser las opciones partidarias, la participación política de la ciudadanía, de hecho, reclama la incorporación de los diversos actores y actoras a una discusión y a un escenario más amplio que el de los partidos.
La incorporación de las mujeres a la vida política no puede circunscribirse entonces a su incorporación a los partidos tradicionales de izquierda o derecha, ni a integrar sus listas electorales. En determinadas realidades, esto resulta un paso importante para la transformación del mundo público, pero no basta. Porque no es extraño ni difícil encontrar a las mujeres desempeñando tareas de contenido infraestructural también en los ámbitos públicos, acondicionando, agilizando y potenciando con ello el tiempo y las capacidades masculinas para que los hombres se concentren en la toma de decisiones, y en la ejecución y el control de las mismas “Se requiere que la responsabilidad del ámbito privado y las labores domésticas no sigan recayendo sólo sobre las mujeres y que la presunta inferioridad de esos papeles no se traslade a las labores públicas.” [Ramírez. 1994, p.9].
“Es por eso que la participación de la mujer en la vida política, es necesariamente subversiva porque concierne al fundamento mismo de la sociedad, a la vida social, la vida de la familia, los roles tradicionales del hombre y de la mujer, las reparticiones de carga en el seno familiar.” [Saada 1990: 21-22]
La participación de las mujeres tiene que darse a todos los niveles, en lo “(…) económico social, científico, tecnológico e inclusive en la planificación de las políticas de desarrollo tan importante para el avance de nuestros países. La democracia adquiere así un sentido básico de derecho a la vida, a una vida diferente, a una vida donde no solamente haya bienestar, sino donde haya posibilidades de desarrollar la igualdad de los seres humanos, respetando la posibilidad de ser diferentes.” [Idem: 3]
· Incorpora con fuerza la cultura teórico‑práctica de la educación popular
La articulación de las concepciones y prácticas de la educación popular, resulta imprescindible en los actuales procesos de construcción de alternativas: ella orienta la acción del pensamiento a tomar como punto de partida las prácticas concretas, para reflexionar desde allí y colectivamente, es decir, se propone construir el conocimiento desde abajo, con todos los y las protagonistas de las luchas y, por el mismo camino, definir los rumbos, alcances y objetivos de las mismas.
La educación popular está presente en las organizaciones sociales, en los procesos de formación y en las prácticas de vida y organización sobre la base de prácticas horizontales y participativas. Si se tiene en cuenta que en tales organizaciones las mujeres son la fuerza mayoritaria y clave, puede comprenderse que el empleo sistemático de la educación popular que se caracteriza por dar la palabra a los sin voz, contribuye a hacer visible ‑social y políticamente‑ la presencia de las mujeres en los procesos sociotransformadores, contribuye a dignificar y valorizar su palabra, su pensamiento y su acción. Y esto es así tanto hacia el exterior de la organización como hacia su interior, y en cada mujer, en la elevación de su autoestima y su capacidad para constituirse en una ciudadana plena y activa.
Su práctica educativa ‑que construye saberes a partir de los modos de vida concretos‑, levanta los puentes básicos que ponen al descubierto los nexos e intercondicionamientos entre un determinado modo de existir y reproducirse del mundo privado y un determinado modo de existir y reproducirse del mundo público, y contribuye a que los que participan del proceso educativo puedan descubrir los nexos entre una realidad supuestamente privada e individual, aparentemente casuística, con la realidad de un determinado modo de existencia económica, política y cultural de la sociedad en que vive.
Saber y poder se conjugan en los procesos de su realización. Por ello resulta, por un lado, cuestionadora radical del poder hegemónico, discriminador y excluyente del capital, haciendo visible los nexos que existen entre este y una determinada conformación –histórico cultural‑ de las identidades, los roles y los ámbitos atribuidos ‑en tal relación‑, a los géneros. Por otro, al fortalecer el conocimiento colectivo de los movimientos sociales acerca de sus experiencias, al contribuir al mejor análisis de evaluación de logros y deficiencias, la educación popular es clave también para los procesos de empoderamiento social,[13] entendiendo que el primero y fundamental de ellos es el del saber: qué, cómo, para qué, quiénes. Como dice Pompea Bernasconi: “(…) el poder está vinculado al saber y al hacer. Por eso, en la educación popular es importante lograr que el pueblo descubra su saber y posea una conciencia crítica de la realidad para que tenga poder sobre ella y pueda modificarla.” [En, Rauber 1998: 75-76]
Por todo ello, para las mujeres de las organizaciones sociales populares la educación popular es una herramienta importante: legaliza su participación, otorga sentido social a su saber supuestamente limitado por lo cotidiano y “sin importancia”, la autodescubre como ciudadana y a través de su saber –formación mediante‑ contribuye a profundizar los procesos concretos de empoderamiento en los que ellas participan, tornándolos “para sí”, es decir, fortaleciéndolas como actoras sociales y políticas plenas.
· Reivindica el reconocimiento positivo de las diferencias, de los y las diferentes
Reivindicar la diferencia como vía de profundización de la individualidad del ser humano propia de la modernidad, es el reclamo primero de la posmodernidad. Junto a ello, emergen también con fuerza los estudios acerca de lo micro, y muestran su riqueza y pertinencia frente a las anteriores predominantes visiones macro que invisibilizaron gran parte de las realidades particulares. Ambos aspectos pueden considerarse –a mi entender‑ como uno de los importantes aportes de esta corriente de pensamiento. Pero el centrarse casi exclusivamente en la explicación de la diferencia, de lo micro, ha mostrado su lado flaco, al tornar los análisis particulares en abstractos y unilaterales al considerarlos inconexos con los fenómenos del mundo real (interdependiente, multifacético, complejo). Esto dificulta pensar la sociedad como totalidad, buscar los nexos socio-económicos y culturales entre los sectores sociales que la integran, descubrir –además de sus diferencias‑ sus intereses comunes y, por tanto, su capacidad y posibilidad de pensar, luchar y organizarse colectivamente por sus derechos.
“En los ochentas en los Estados Unidos, surgió la teoría que las opresiones sociales son interseccionales y no meramente aditivos, y entonces las feministas no pueden desconectar la identidad de género de las identidades raciales y de clase e intereses. Esto señala que debemos rechazar la idea de que las mujeres tienen intereses en común como grupo (Collins 1990, Harris 1990, Spelman 1988). Pero esta conclusión parece dejar los movimientos de mujeres sin una base social para unirse a pesar de diferencias de raza, clase y sexualidad. Gayatri Spivak propone la idea de una “esencial estrategia” de mujeres como grupo social (Spivak 1990). Pero, ¿podemos suponer que las mujeres como grupo social tienen intereses en común?” [Ferguson 2005]
Transformado en objetivo de sí mismo lo diferente pierde sentido social y político ya que –por esta vía‑ la sociedad sería una suma creciente de grupos humanos e individuos aislados entre sí, fragmentados y clasificados por género, raza, color de piel, edades, lenguas, identidades, preferencias sexuales, gustos musicales, etcétera.
¿Qué hacer con las diferencias?
El reconocimiento y destaque de las diferencias, en tanto estas han sido construidas por actores sociales en el proceso de su vida real, resulta indispensable, pero para construir alternativas superadoras, es fundamental que ese reconocimiento se constituya en la base para dar pasos concretos hacia la articulación de los y las diferentes, respetando sus identidades, sus problemáticas, sus aspiraciones, imaginarios y necesidades, contribuyendo también por esta vía a profundizar la matriz democrática de la sociedad.
Esto requiere avanzar en el pensamiento y en las prácticas integradoras de una realidad tan fragmentada como compleja y diversa, que reúne realidades e identidades yuxtapuestas intrínsicamente interconectadas, intercondicionadas e interdefinidas entre sí.
Como señala Ferguson: “Sin un análisis de dominación social a base de sistemas múltiples, las mujeres pueden lograr empoderamiento en relación a ciertos hombres, pero quedan sin poder en relación al racismo, imperialismo, capitalismo.” [Ferguson. 2005] Ciertamente, reflexionando sobre experiencias de empoderamiento de mujeres, pueden obtenerse importantes lecciones sobre el significado negativo ‑en el sentido de empobrecedor de las prácticas y sus alcances‑, que contiene la visión estrictamente sectorial, fragmentada, centrada exclusiva y unilateralmente en la búsqueda de satisfacción de las necesidades de un actor social “diferente”.
No cuesta trabajo darse cuenta de la diversas banalizaciones que se han hecho sobre la diferencia, mostrándola como el llavín del descubrimiento (y de la manifestación) de las diferencias hombre-mujer, y también entre las mujeres.
Por este camino, el concepto género puede ser atractivo y útil en ciertos ámbitos y sectores sociales de mujeres, pero disminuye considerablemente su importancia crítico‑transformadora para conocer, pensar las actuaciones sociales y construir las alternativas posibles, orientadas hacia un nuevo tipo de sociedad humana, desde y mediante las prácticas del presente.
Es en este sentido que el destaque de las diferencias, y de las y los diferentes resulta un aporte importante a tener en cuenta: contribuye a desmitificar la carga políticamente negativa que ello tiene aún en el seno de gran parte de la izquierda latinoamericana, donde predomina el pensamiento político tradicional, que se propone alcanzar la unidad de todas las organizaciones sociales y políticas apelando a la unanimidad y homogeneización de todos: partidos, movimientos, pueblo, y –cuando sea posible‑ de la sociedad toda. El enfoque de género contribuye a pensar la unidad, lo colectivo, sobre nuevas bases, haciendo del reconocimiento de las diferencias ‑en vez de un obstáculo‑ un enriquecimiento, un pilar para posibles articulaciones. Es un granito de arena puesto en el caldero de la construcción colectiva, plural y diversa de lo nuevo.
Esta sigue siendo –desde la perspectiva de los movimientos sociales que construyen alternativas‑, su importancia analítica y práctica fundamental. Ello no impide, sin embargo, que se sitúe en un terreno de disputas y grandes controversias ideológicas y de poder.
Conclusiones
1.
Fundar y construir una nueva civilización humana –desafío presente de la humanidad en busca de supervivencia‑ significa fundar y construir un nuevo modo de vida.[14] Esto significa incorporar la noción y visión de género como elemento constitutivo del pensamiento y las prácticas cuestionadoras de las sociedades actuales, y de los procesos de construcción de las nuevas. Ello posibilitará hacer visibles y modificar las relaciones sociales asimétricas establecidas entre hombres y mujeres, base para la producción y reproducción de otras tantas asimetrías y discriminaciones: de color de piel, discapacidad física, etnia, cultura, belleza, identidad sexual, etcétera.
2.
Llegar a la conciencia universal de ello supone un largo proceso histórico –de transición‑, complejo y multifacético que combina procesos de auto constitución de actores‑sujetos en sujeto colectivo (popular), con procesos de construcción de propuestas y proyecto alternativo, con la construcción de poder –cultura y organización políticosocial‑ desde abajo.
En ello, las transformaciones que tienen lugar en las dinámicas de la vida cotidiana, ocupan un lugar fundamental. No porque de ahí nazca el cambio de toda la sociedad, sino porque sin enraizarse allí, sin articular la utopía del mundo nuevo a la vida de la familia, este será un imposible. Para eso ‑en primer lugar y a la vez‑, la familia debe modificarse a sí misma, en tanto gestante de ese nuevo ser humano, de esa nueva sociedad y de ese nuevo mundo. Es vital ir haciéndolo posible desde ahora, transformándolo desde nuestra propia vida cotidiana doméstica y comunitaria, integrándola a nuestras prácticas familiares, comunitarias, sociales, políticas, etcétera.
3.
La comunidad se abre paso como un espacio (y un concepto) integrador de lo público y lo privado. El ámbito comunitario cobra cada día más importancia tanto en la lucha por la sobrevivencia, en la construcción de redes sociales de subsistencia ‑en lo económico, educativo, salud, etc.‑, como en el desarrollo de sólidas redes interfamiliares que distribuyen la dura carga de las labores domésticas cotidianas y mejoran la posibilidad de integración laboral de las mujeres. A ellas se le abren puertas en el sector informal, generalmente en el servicio doméstico, aunque este todavía no es reconocido mayoritariamente como trabajo, social y jurídicamente (no tienen derechos como trabajadoras, por ejemplo, no tienen vacaciones pagas, ni aportes jubilatorios, ni cobertura por enfermedad, etc.). Para poder desempañarse en él, las mujeres han de desarrollar redes de apoyo mutuo para el cuidado y alimentación de los niños de unas mientras las otras trabajan, y viceversa. Así, redes solidarias entre mujeres se abren paso más allá del ámbito familiar.
Un modo de vida diferente, basado en la horizontalidad y democratización solidaria de responsabilidades y tareas se va conformando a través de de estas prácticas en la dimensión comunitaria. En ella, a través de la cultura participativa de las mujeres, se van haciendo cada vez más visibles los nexos que se establecen entre la posibilidad de participación en el mundo público y las tareas del mundo privado, articulando tiempo de trabajo y dedicación en uno con el tiempo y la dedicación en el otro.
4.
Resulta fundamental disputar el sentido común de los hombres y mujeres del pueblo, en primer lugar el de los trabajadores y las trabajadoras, en la amplia diversidad en que ellos existen en la actualidad. Valores como la solidaridad, la justicia social, la equidad de género, razas e identidad sexual, el derecho efectivo al trabajo, el respeto a la naturaleza, deberán ir conquistando la cabeza y el corazón de millones y millones de seres humanos.
Solamente cuando la aplastante mayoría de la población en cada uno de nuestros países descubra la mentira y el fraude para con sus propias vidas llevado a cabo por el poder clasista, machista y excluyente desarrollado hasta ahora y, particularmente, por el poder correspondiente al capitalismo contemporáneo, cuando descubra la trampa mortal a la que el capital los ha conducido mediante engaños desde las primeras etapa de su acumulación originaria, y vaya vislumbrando a la par otro modo de vida posible, tendrá deseos de explorar nuevos caminos y la voluntad para intentarlo prácticamente. Este no resulta –vale reiterarlo‑ un camino fácil ni corto; es parte de una larga e indispensable transición hacia una nueva humanidad.
5.
El planteamiento de género pretende llegar hasta los cimientos mismos de la cultura del poder patriarcal que fue heredado y desarrollado por el capitalismo. De ahí su fundamental importancia para un replanteo profundo del conjunto de relaciones sociales de una sociedad dada y del poder, en el sentido de posibilidad de construcción de nuevo proyecto social (alternativa). No digo que sea suficiente, pero sí necesario, imprescindible, insoslayable. Para avanzar hacia una concepción más integral es importante, además de todo esto, sumar, articular los enfoques, las críticas y los planteamientos de otros ámbitos, como la ecología, la ética, la jurisprudencia, etc., siempre atravesados radical y transversalmente por el enfoque de género y su relación con el poder (o los poderes).
6.
Las reflexiones en torno a las alternativas ‑que suponen el cuestionamiento transformador de las relaciones de poder existentes‑, se enriquecen hoy con la inclusión de la perspectiva de equidad de género en sus análisis y reflexiones acerca del poder actual y sus posibles caminos superadores hacia una humanidad constituida con equidad y justicia social. Cualquier concepción que las aborde prescindiendo de comprender en sus análisis acerca de la naturaleza y alcance del poder a las relaciones de género que lo sustentan y sobre las que se sustenta, resulta incompleta y cercenada en su valor práctico y teórico. Y a la inversa ocurre también, si se aborda la cuestión de género sin vincularla al cuestionamiento de las relaciones de poder (económicas, culturales, sociales, familiares, etcétera).
7.
Es necesario edificar nuevos referentes teóricos integrales, visiones del mundo que ayuden a superar la fragmentación del pensamiento y a reflexionar con lucidez sobre los procesos de emancipación social y los modos de producir subjetividades acordes con estos retos.
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* Isabel Rauber es Dra. en Filosofía de la Universidad de La Habana, Directora de la revista Pasado y Presente XXI, estudiosa de los movimientos sociales latinoamericanos; integrante del Foro Mundial de las Alternativas.
[1] Los movimientos sociales tienen características diversas: a) pueden expresar a organizaciones y actores sociales pertenecientes a un mismo sector social, por ejemplo, trabajadores, indígenas, campesinos, desplazados internos, sin techo, etc.; b) pueden articular a actores sociales e individuales en torno a una problemática intersectorial, como por ejemplo: la lucha por la paz en Colombia, la defensa del Amazonas, o la soberanía alimentaria, etc.; c) pueden dar cuenta de una problemática social transversal: equidad de géneros, de etnias, identidad sexual, etcétera; d) pueden constituirse para responder a un tema o problema puntual, coyuntural: ayuda a damnificados por inundaciones, por terremotos, contra actos represivos, contra gobiernos corruptos, etc. Como su nombre lo indica, su génesis y sus modos de organización y de lucha varían, ya que se definen marcados por las identidades, experiencias, dinámicas y problemáticas que enfrentan los actores sociales que le dan cuerpo en cada momento histórico-concreto.
[2] Las relaciones de poder parten del interior del funcionamiento del capital para inundar –a través de las relaciones mercantiles- todas las relaciones sociales, familiares, culturales, etc. Esto resulta muy marcado en la actualidad cuando “…la transformación de lo social en mercancía acentúa las relaciones de poder en todos los sectores de la vida colectiva. En otras palabras, la imposición de la ley del valor refuerza las relaciones de poder.” [Houtart 2004:2]
[3] La expresión desde abajo no alude a una ubicación geométrica, a lo que está situado abajo, si bien indica ciertamente un posicionamiento político-social desde donde se produce la construcción, colocando en un lugar central, protagónico, a la participación de “los de abajo”. Construir desde abajo indica ante todo una concepción –y una lógica‑ acerca del poder del capital y del nuevo poder popular, acerca de cómo contrarrestar, destruir y transformar el primero, y cómo construir el poder propio. Es por eso que dicha lógica resulta necesaria estratégicamente, independientemente del lugar desde el cual se piensen y realicen las transformaciones: en la superestructura política, o en una comunidad, desde un puesto de gobierno o en la cuadra de un barrio. Construir y transformar desde abajo no implica negarse a construir en ámbitos que podrían ubicarse “arriba”. La ubicación y el rol organizativo institucional que se ocupe en el proceso de transformación puede estar arriba, abajo, o en el medio; construir desde abajo indica siempre y todo momento y posición un camino lógico‑metodológico acerca de cómo hacerlo y una apuesta práctica a su realización.
[4] Ver Rauber 2004-a: 55-57.
[5] Por ejemplo, para los difundidos estereotipos patriarcal‑machistas, ser mujer se equipara con tener sensibilidad y ternura, dejarse llevar por la emoción, la pasividad, la sumisión, la intuición, en definitiva, por lo irracional subjetivo y misterioso. Correlativamente, ser hombre se identifica con tener valor, fuerza y poder, y esto con lo racional, con la capacidad para actuar fría y decididamente, pensar científicamente, etc. Estos estereotipos, entre muchos otros, definen identidades y capacidades de cada sexo, y expresan la base socio‑cultural de las asimetrías sociales en las relaciones entre los sexos sobre las que se asienta la subordinación jerárquica de la mujer al hombre. Se alimenta así la confusión entre género y sexo, entre lo socio‑cultural y lo biológico.
[6] “(…) si analizamos un poco el concepto de `mundo de lo privado’, quiere decir: privado de. En el fondo, privado de libertad. Es un mundo privado necesario para el desarrollo del ‘mundo de lo público’. Así como el mundo público está cruzado por una serie de opresiones y de contradicciones de clase, explotaciones de clase, el mundo de lo privado, de lo doméstico, de la familia, también está organizado jerárquicamente (…).” [Saa 1985.]
[7] Esto no es un detalle menor si se tiene en cuenta que son millones los seres humanos que encuentran contención diaria y alimentos a través de la labor de las mujeres en organizaciones comunitarias. El tiempo de trabajo invertido por ellas es una riqueza expropiada a las mujeres y no valorada aún. Esto es también parte de lo que significa la “feminización de la pobreza”.
[8] Unidad monetaria del Perú.
[9] Así lo reconoce, por ejemplo, la CEPAL, cuando en su informe para Naciones Unidas, señala: “El análisis desde la perspectiva de la participación de las mujeres ilumina muchos otros movimientos sociales, cambios culturales, incorporación de los marginados, ampliación de la ciudadanía, nueva relación entre lo privado y lo público, relación con el poder, democracia.” [Naciones Unidas 1989: 6]
[10] Considerando que las mujeres somos la mitad o un poco más de la mitad de los habitantes del planeta‑, incluso si fuera un asunto sólo de mujeres, sería muy importante su incorporación al debate y a las propuestas sobre la democracia en nuestras sociedades, con igual centralidad que otros problemas sociales. Pareciera que hay que recordar siempre que todos y cada uno de ellos comprende a las mujeres, quienes –al interior de cada problema‑, resultan doblemente afectadas: por el problema y por los maridos, padres, hermanos, religiosos o compañeros del problema.
[11] “(…), la política es básicamente un espacio de acumulación de fuerzas propias y de destrucción o neutralización de las del adversario con vistas a alcanzar metas estratégicas.” [Gallardo 1989: 102‑103] Práctica política, por tanto, es aquella que tiene como objetivo la destrucción, neutralización o consolidación de la estructura del poder, los medios y modos de dominación, o sea, lo político.
[12] Esta interpretación resulta hoy indefendible; sostenerla implica suponer que existen gradaciones de sujetos: a) aquellos que aportan sólo en número porque son incapaces de trascender el horizonte reivindicativo inmediato: los movimientos sociales, barriales, sindicales, estudiantiles, de mujeres, cristianos, etc., b) los que son capaces no sólo de captar el conjunto de los problemas y las vías para solucionarlos sino también de guiar a los demás: los partidos de izquierda (de la clase obrera), tradicionalmente autoconsiderados vanguardia.
Ya no puede pensarse en los movimientos sindicales, barriales, de mujeres y otros, como “soportes” de políticas elaboradas por fuera de ellos desde tales partidos. La actividad política y los actores que la llevan a cabo no puede definirse fuera del terreno en el que se desarrolla ni al margen de sus protagonistas. [Ver: Rauber 1997: 7, 8, 23, 30-32]
[13] “Por empowerment [empoderamiento], entendemos un proceso de desarrollo de las capacidades de negociación, a nivel familiar y colectivo, para arribar a una apropiación mas igualitaria del poder. No es suficiente interrogar acerca de las asimetrías de las relaciones de género y sus implicaciones sobre el medioambiente y el desarrollo, es necesario interrogar de qué manera puede haber una concientización de la desigualdad de esas relaciones sociales entre hombres y mujeres y cuáles serían las posibilidades de cambiarlas de modo tal que permitan a las mujeres una verdadera participación en los procesos de poder y de toma de decisiones. Esta perspectiva no descansa solamente sobre una relación más justa en la sociedad entre hombres y mujeres, sino sobre la hipótesis según la cual el empoderamiento de las mujeres puede impulsar una transformación de la sociedad que permita no solamente romper con el desarrollo desigual de manera general, sino también de atacar los problemas medioambientales que le acompañan.” [Hainard y Verschuur 2001: 29-31]
[14] Ello implica el desarrollo yuxtapuesto, simultáneo y articulado de procesos de transformación de la sociedad, de sus modos de producción y reproducción, y de transformación-autotransformación de los propios seres humanos que realizan esas transformaciones: los hombres y las mujeres y las interrelaciones sociales entre ellos establecidas.