Por: Roland Denis
Para comenzar consideramos que es un error hablar de un “partido único”, esa es una concepción propia de la noción totalitaria de sociedad y organización: en el mejor de los casos es el principio de la dictadura de partido como garante absoluto del orden político socialista. Auténticamente sí se podría hablar de “unificación partidaria” de los partidos y movimientos que apoyan la revolución bolivariana y que están de acuerdo con esta línea. Entenderemos esto como “partido único”.
Pero en todo caso, al menos en sus intenciones, podemos felicitar esta propuesta hecha por Chávez ya que trae consigo algunos elementos de fondo muy importantes a tomar en cuenta en esta fase de la revolución (aquí recogemos los puntos de vista tanto de sus palabras, las consideraciones a favor de la propuesta recogidas en la calle y algunos artículos principalmente del comandante William Izarra). Por lo que entendemos la intención está centrada en:
- Profundizar la unidad popular rompiendo con el desorden o el caos que existe sobretodo a nivel de las expresiones partidarias afines al proceso.
- Acabar con el clientelismo que hoy impera en todas las organizaciones partidarias dentro del campo político pro-gubernamental, principalmente del MVR por supuesto.
- Superar de esa manera el fraccionalismo partidario tanto al interno del MVR como entre este y el resto de los principales partidos oficialistas (Podemos, PPT, PCV, UPV, etc). De hecho dentro del MVR ya no existen prácticamente organismos legítimos de delegación democrática del mando sino pequeños caudillos enquistados dentro de la burocracia y los puestos de representación a través de agentes apegados a sus intereses y estrategias de poder. Esto se repite con mayor o menor intensidad en el conjunto de ellos a su interno como en sus relaciones de bloque. Es en definitiva un modelo de mando que nace en la misma campaña del 98 y la formación del bloque electoral que garantizó la victoria ese año.
- Ayudar a quebrar de esta forma los círculos de corrupción que se han convertido en los “jefes políticos” dentro del campo partidario y extrapatidario del proceso revolucionario. Aquí estaríamos hablando de los tienen y no tienen partido ya que encontramos por igual agentes ligados a grupos militares, personeros del alto gobierno, grupos tecnocráticos o mandos empresariales y burocráticos venidos de la aristocracia política de la IV República que se han apoderado de la mayoría de instituciones y empresas públicas.
- Provocar mediante la construcción de este partido un proceso de democratización política donde participen las bases y sus propios liderazgos en la elección de abajo arriba de todos los mandos partidarios, elemento que en principio serviría para transparentar más las instituciones (comandadas democráticamente por este gran partido) e incrementar su eficiencia y coherencia administrativa.
- Superar el modelo del mando personalista y caudillista de Chávez favoreciendo al menos la formación de una dirección más colectiva ligada a la causa popular y patriótica. Este partido muy posiblemente no se defina en forma estrictamente clasista pero al menos, por lo dicho por Chávez, tendería a ubicarse hacia la izquierda revolucionaria, hegemonizado a lo interno por sectores vinculados a las clases mas pobres.
- Crear una gran organización revolucionaria y de masas ligada a los horizontes político-ideológicos del “socialismo del siglo XXI” y no solamente a organizaciones instrumentales y electorales, centradas en la búsqueda del posicionamiento político y burocrático, totalmente ajenos a lo que podría ser la construcción conjunta de una nueva sociedad. Un debate que ayudará a definir horizontes político-ideológicos expuestos hasta ahora en forma personalista, coyuntural, desordenada y atravesada por una cantidad de tendencias y grupos hegemónicos que de abajo a arriba hacen vida dentro de la revolución bolivariana.
- En definitiva aquí se perfila en primer lugar, y con toda claridad, la reinstauración del principio de vanguardia a través de la forma-partido, inaugurada en las postrimerías de la primera internacional (la división entre marxistas y anarquistas), repotenciada por Lenin y Stalin a través del partido-dictudura y reactualizada de mil maneras reformistas o revolucionarias desde la revolución del 68 para acá. Más concretamente en la propuesta de Chávez, aunque muy jojota aún, se respira sin duda la influencia cubana del partido gobernante y garante de la unidad popular ante la agresión imperialista y la necesidad de construir el socialismo a partir de una elite dirigente de estado. Con la diferencia de que esta nueva propuesta probablemente sea más democrática, descentralizada y menos estatista, algo hacia lo cual las tendencias más críticas de la revolución cubana se han estado moviendo en los últimos años ya sea desde sus versiones más “chinas” y de derecha o más “guevaristas” y de izquierda (sería la “venezolanización” de la revolución cubana como bien han dicho).
-En segundo lugar, una intención no muy develada aún pero que también se respira a lo lejos: con este partido esta presente la intención de terminar de quebrar con los intereses de algunas castas muy específicas que vienen aumentado todos los días su influencia en el estado, el partido MVR, las fuerzas armadas, con amplias y muy beneficiosas alianzas con sectores empresariales, y sin duda con una pata puesta en la conspiración. Las personas de Diosdado Cabello, de José Vicente Rangel, se han convertido en una figuras emblemáticas en ese sentido, pero no las únicas evidentemente. El “caso Barreto”, el lío de la expropiación de las canchas de golf, la respuesta de la vicepresidencia en nombre del gobierno y del CTN en nombre “del partido”, aclararon el asunto hacia el conjunto del pueblo bolivariano…”…Juan, entonces sembraremos pira en las canchas de golf…” ha dicho Chávez en estos días, con eso ya lo ha dicho todo, o por lo menos bastante. Pareciera una nueva maniobra hacia la izquierda emprendida por el presidente.
Pero como ya estamos cansados constatar: “de buenas intenciones está sembrado el camino al infierno”. En otras palabras hay muchas probabilidades de que ese “partido único de la revolución” se convierta en todo lo contrario de lo que las intenciones sugieren. Consideramos nuestro deber llamar la atención sobre este aspecto no por “aguafiestas” sino porque hay demasiados elementos que muy probablemente se superpongan a estas buenas intenciones haciendo fracasar el objetivo “noble” de la propuesta, facilitando por el contrario la creación de un monstruo político que puede o va a acabar con esta revolución.
No queremos agotar esto en un problema de debates teóricos pero es bueno recordar cosas que hemos repetido por años (siguiendo los aportes de Rosa Luxemburgo, Mariategui, Pannekoek, Gramsci, los anarquistas, autonomistas y consejistas, el Che, Antonio Negri, los movimientos sociales autónomos, etc) y que creemos están dotadas de una gran cuota de verdad:
-El partido –o la forma partido- como mediador entre la sociedad y el estado tiende por naturaleza a convertirse en una casta burocrática con intereses propios ligados a su vez a la lógica capitalista de la acumulación y a su defensa a nivel de las instituciones de estado, independientemente de su condición de izquierda.
- Los “partidos” en el campo revolucionario socialista y comunista en su momento nacieron en forma de ligas proletarias anticapitalistas, creciendo luego como confederaciones abiertas y antiautoritarias, aún cuando tuvieron que transformarse por momentos en “ejércitos” verticales (mas no burgueses) cuando los tiempos revolucionarios lo ameritaron (la Comuna de París, por ejemplo). Pero luego se han venido convirtiendo en núcleos de condensación de los nuevos intereses económicos y políticos de los políticos allí militan ya sea en el campo gobernante u opositor, despreciando toda posición antisistema y esencialmente anticapitalista, siendo sustituida por la demagogia populista, izquierdista o teoricista propia de la inmensa mayoría de los “partidos de izquierda”.
- El partido en su forma universal constituye una instancia de mediación entre la sociedad civil y la sociedad política necesaria precisamente para un modo de producción capitalista que necesariamente no hace sino reproducir los antagonismos entre dominantes y dominados, opresores y oprimidos, explotadores y explotados, dirigentes y dirigidos. Hechos que se originan particularmente en la división social del trabajo, el monopolio del conocimiento y el mando que obtienen su más alta y fina expresión en la formación de los estados nacionales y las democracias burguesas. De esta manera cada partido –en principio- no representa otra cosa que los intereses corporativos y económicos de una clase, sectores de clases sociales o conjuntos de ellas, garantizándole la mayor cuota de participación posible en el reparto del mando y la distribución de la riqueza nacional. Llegando en la era imperial y neoliberal a jugar el simple papel de garantes y voceros tanto del expansionismo económico, político, cultural y militar del capitalismo nacional o continental (caso Europa) que representan, como del imperio mundial capitalista.
- Pero además, la historia nos enseña que todos los “partidos revolucionarios” en el poder, actuando como vanguardias de la clases explotadas y por tanto queriendo superar –al menos teóricamente- esta fatalidad reaccionaria (teoría leninista del “partido de vanguardia”), han fracasado en su intento convirtiéndose como decíamos en castas aristocráticas con intereses políticos y económicos propios, sustituyendo en algunos casos (caso de las dictaduras de partido o los regímenes totalitarios) el papel reproductivo que jugaron las antiguas burguesías y clases dominantes. Es el llamado socialismo o capitalismo de estado que en síntesis son lo mismo.
-Eso nos lleva necesariamente a la formación en el tiempo de aparatos profundamente antidemocráticos, excluyentes de sus bases partidarias, dominados por cogollos profesionalizados que lo único que buscan es su posicionamiento personal o grupal dentro de las estructuras del poder constituido, reivindicando religiosamente programas e ideologías oficiales cuando en realidad su práctica se reduce al pragmatismo político y el oportunismo electorero y burocrático.
- Pero también debemos agregar que más allá de la crítica histórica que se ha hecho a los aparatos de partido nos encontramos hoy en día frente a una realidad social creadora espacios de resistencia (de militancia social y alternativa en el caso venezolano) que tienden a rechazar toda forma de obediencia y sumisión al poder constituido y sus agentes de mediación, principalmente los partidos políticos. Pero esto no se debe a simple voluntarismo político de sectas ideológicas, es el fruto de una nueva clase trabajadora y una nueva sociedad engendradas en el llamado “postfordismo” (naciente en los años 60 y 70 en el campo industrial, desarrollado con el neoliberalismo en el campo político entre los años 80 y 90) donde se mezclan las formas de explotación más aberrantes (ejemplo la maquila), el trabajo semiesclavo, la marginalidad social y el trabajo nómada, la explotación tradicional al trabajo obrero-campesino-empleado, hasta la formación clase asalariada o miniempresarial centrada en el trabajo intelectual cuyo producto laboral ya no se cuenta en horas y cantidad de mercancías producidas en ellas, sino en productos autogenerados los cuales son apropiados o comprados inmediatamente por los aparatos empresariales del capitalismo monopólico (es el llamado “toyotismo”, “economía cibernética”, etc). Esto da pie para formación de una sociedad muy diversa y compleja cultural y socialmente, y de “hordas” rebeldes que por lo general no aceptan la mediación de los agentes políticos tradicionales en lo que son sus luchas fundamentales. Buscan por todos los medios formas de organización, unidad, articulación, propias y no representativas, reacias por tanto a las viejas fórmulas partidarias y frentistas de representación y dirección de su lucha. Son fenómenos que curiosamente también explican la asunción en nuestros países de liderazgos populares muy fuertes como es el caso “caudillismo igualitario” de Chávez o de “antilíderes” como el caso del comandante Marcos o de Evo Morales, acompañados por movimientos como el bolivariano e indígenas como el zapatista y el boliviano.
Este contexto teórico e histórico tiene una lectura muy precisa dentro de la realidad que hoy vivimos localmente y sus tendencias principales. Es evidente el antagonismo que se reproduce con cada vez más fuerza entre mando y bases, partidos y movimiento popular, burocracia y organización social; contradicción que acompaña o en algunos casos supera en intensidad la contradicción original “escuálidos-chavistas”. Viviendo en un lento pero efectivo proceso revolucionario este es un dato político fundamental para entender nuestra realidad histórica aunque se evite por todos los medios transparentarlo y hacerlo visible por los medios de comunicación tanto privados como públicos. Incluso la denuncia popular de la “contrarrevolución interna”, develada en su primera manifestación en el año 2002, parece imponerse de más en más dentro de esa vanguardia difusa organizada alrededor de los movimientos, organizaciones y colectivos identificados con este proceso. Precisamente la tesis del “partido único” en sus mejores intenciones parece encaminada a darle una solución a este conflicto que en no poco tiempo puede convertirse en explosivo. Una manera de crear un verdadero y legítimo instrumento de mediación entre dirigentes y dirigidos dentro del campo revolucionario, abierto a todas sus tendencias y muy democrático en su dinámica interna. Una herramienta unitaria de organización que evite esta explosión, que fortalezca la unidad frente al enemigo externo como el enemigo interno y ayude a aclarar el horizonte ideológico y el proyecto de sociedad sobre el cual marchamos partiendo de un gran debate como es el “congreso ideológico” que ha prometido Chávez para el año próximo.
Nuestra tesis frente a esta hipótesis unitaria se resume a una consideración muy sencilla. No es “un partido único” ni cualquier aparato que obligue o regule burocráticamente la unidad lo que va a garantizar la unidad misma. Solo la profundización de la revolución, ya como “revolución social” que se ocupe de quebrar las estructuras más opresivas del mando capitalista, burocrático y político existente entre nosotros podrá garantizar la unidad necesaria. Por tanto, esto jamás podrá hacerse desde “un partido” lleno de buenas y revolucionarias intenciones pero hecho desde el poder, desde los mandos del poder constituido. Son estos liderazgos de boina roja que en muchísimos casos ya se han convertido en castas corruptas y aliadas a amplios sectores de la burguesía, cuya confrontación con la derecha oligárquica se reduce a la aceptación o no de la figura de Chávez, ciertos planes reformistas y de multilateralismo diplomático que estos oligarcas no aceptan y obviamente el monopolio de los mandos políticos, empresas públicas y el usufructo de todo lo que gira alrededor del dinero público. Pero esencialmente se trata de los mismos intereses y es el mismo el papel contrarrevolucionario el que juegan dentro del proceso conjunto e integral que hoy vivimos.
Concluimos por tanto que la unidad estratégica y orgánica con estos sectores, si en algún momento fue posible, ya es muy tarde para ello, independientemente del liderazgo de Chávez y la ascendencia que su figura aún tiene sobre ellos…por ahora. Con esto no queremos involucrar a todo el universo militante que de una forma u otra se organiza alrededor de estos partidos, principalmente el MVR. Sabemos que en el proceso –o la explosión- de la rebelión antiburocrática y la revolución social, inmensos contingentes provenientes de las bases de este partido y otros romperán definitivamente con estos aparatos así se unan en un solo aparato partidario. De hecho ya ese debate se ha hecho extensivo dentro de ellos, redes críticas internas en sus bases empiezan a estructurarse. Ese “partido único”, claro está, creará –o ya ha creado- una ilusión dentro de ell@s de superar las trabas y direcciones impuestas, pero será una ilusión muy corta si la revolución sigue su curso radicalizante. Lo más probable es que más bien se comporte como un instrumento de control social y represión hacia las “hordas” radicalizadas, es decir, el verdadero sujeto revolucionario que ha madurado y se ha organizado autónomamente en todos estos años de lucha.
Ahora esto no quiere decir que estemos anclados en un mero antipartidismo. El problema de la unidad y la organización es un problema profundo y de primera importancia dentro de nuestro proceso, sobretodo si nos ubicamos en el tema de la profundización revolucionaria. Los tiempos del unitarismo como valor en sí, de los gigantescos pegostes burocráticos y partidarios de la masa ya murieron incluso entre nosotros. El UNO homogeneizado como aparato social y político grandote y espectacular murió también entre nosotros.
Es verdad que somos una sociedad aún con altos niveles de sometimiento y autosometimiento dentro de su mayoría pobre que necesita de una o muchas vanguardias que le den direccionalidad a sus luchas. Pero esta vanguardia no se decreta, nace donde crecen por todos los confines de nuestros barrios, calles, campos e industrias, multitudes que ya no son simples masas estúpidas e inconcientes como le gusta ver a la pequeña burguesía izquierdista y reformista. Son comunidades de solidaridad y creación colectiva, desarrollando experiencias preciosas en terrenos muy distintos de lucha tanto de resistencia como de alternativa. Un pueblo con una difusa pero inmensa vanguardia colectiva dispuesto a defender su nación, su democracia –e insistimos en el “su”- y su revolución con todos los medios que tenga a la mano. Pero que también avanza en la valoración de su autonomía social y de clase, con niveles acumulativos importantes de organización de base. A sabiendas claro está que allí está nuestra principal debilidad, al menos dentro de lo que de ella exige una revolución social en este aspecto. La propia contextura de una sociedad colonizada por la cultura blanca feudal y capitalista, con pocas tradiciones de organización clasista, acechada por el desempleo pero también por el oportunismo consumista y las ilusiones “nuevoriquismo” que heredamos de la adecocracia, profundiza esta debilidad. ¿Qué hacer entonces?.
El comandante Chávez en unas declaraciones muy erráticas sugiere la incorporación en dicho partido de todos los movimentos, organizaciones sociales, sindicatos, hasta consejos comunales, y todo los que se identifique con la revolución. Por la autonomía -así sea formal en el caso de las dictaduras de partido- que se merecen las organizaciones sociales y clasistas, estas son propuestas carentes de todo sentido. Y lo de los “Consejos Comunales” es de recordar que estos ya no son “organizaciones sociales” simples y llanas. Son poderes de estado. O como preferimos denominarlo del naciente orden “no estatal”. Declaraciones por tanto que consideramos fuera de todo horizonte posible y deseable. De todas formas, aún sin estas equivocaciones, se evidencia en ellas un esfuerzo inconciente de compactación formal de la base de apoyo a la revolución por la ausencia -aún en su más alto liderazgo- de toda confianza hacia ese pueblo y su evolución orgánica y revolucionaria.
Al contrario, lo primero que necesitamos es de llenarnos de confianza respecto a la evolución cualitativa del “pueblo o movimiento bolivariano”. Poner jerarquías militantes (el que es-el que no es, del “partido”) arruinaría la bella equivalencia e igualdad que existe hoy en día entre los que se identifican “con el proceso” y el apoyo a Chávez, independientemente de la naturaleza de la organización u organizaciones en las que cada quien participa. Quebraría incluso las razones de nuestra propia unión alrededor de una revolución que se ha hecho si no de todos al menos de millones de venezolanos. El “partido único” podría jugar en ese sentido un terrible papel jerarquizante y desunificante que obligaría a acabar el carácter libertario y popular de esta revolución, es decir, con la revolución misma.
Por otro lado consideramos que el problema de la organización, además de la confianza, pasa por el diseño de espacios más bien tácticos e inmediatos de unificación de toda la base revolucionaria, principalmente en dos aspectos:
- Primero, la unificación de la defensa de la revolución a través de una inmensa red de consejos territoriales de defensa los cuales respoderían a necesidades de inteligencia, movilización, comunicación, retaguardia, primeros auxilios, alimentación, conocimiento del terreno, combate, etc. Esta red, actuando en coordinación igualitaria con los mandos de la fuerza armada, además de cumplir las tareas respectivas de defensa nacional y revolucionaria jugarían un papel extraordinario en el desarrollo de una cultura de organización y disciplina militante hoy ausentes. Se trata también de una necesidad unitaria urgente por la proliferación de bandas paramilitares y fascistas en todo el territorio nacional y principales ciudades del país. Terriblemente asesinas como se ha mostrado en su labor de sicarios y peligrosísimas a la hora de desatarse cualquier plan conspirativo de la derecha y el imperio.
-Segundo, la formación de una plataforma unitaria de orden estrictamente electoral y no partidaria (y por tanto no “electorera”) que garantizaría la democracia interna dentro del conjunto del movimiento bolivariano a la hora de la elección de los candidatos a los cargos públicos en todos sus niveles. Dinámica que a su vez garantizaría el debate ideológico y programático permanente entre todo el conjunto de organizaciones alineadas con el proceso, en la medida en que cualquier candidat@ –o candidat@s- a la elección interna además de sus avales éticos y de lucha, debe mostrar sus ideas y posiciones ante el colectivo de base que ha de elegirl@. Por tanto, se trataría de una plataforma eminentemente asamblearia, crítica y debatiente.
Para finalizar, por supuesto ponemos todas estas consideraciones al debate, esperando estar equivocados el día en que este posible “partido único” nos pruebe que las nobles intenciones que lo presiden como propuesta en boca de Chávez y otros efectivamente se hagan una realidad en su seno. En otras palabras, que se produzca un milagro político que le de un vuelco total a la historia de la organización partidaria en el poder dentro del movimiento revolucionario mundial.
Pero si no estamos totalmente equivocados y esta alternativa tercamente se impone, imponiéndose sus terribles consecuencias, necesitamos entonces una respuesta fuerte y estratégica que al menos ayude a neutralizar las consecuencias que supone la imposición de este superaparato político ligado a la burocracia y las castas gobernantes. Necesitaríamos sin ánimos de luchas estériles mucho menos violentas, promover de alguna manera la unificación de la vanguardia difusa propia de las bases bolivarianas más luchadoras. Cuidado y si nosotros –siendo totalmente heréticos frente a nuestras propias posiciones como corriente nuestramericana- nos sintamos en la obligación de promover –junto con muchos otros obviamente- la convocatoria a la organización de un “partido herético”. Otro PRV siguiendo las corrientes históricas que fundaron Salvador de la Plaza con la formación del primer PRV en los años 20 y Douglas Bravo con la formación del PRV-FALN en los sesenta. Hoy en día, este partido (con este u otro nombre) por principio sería más una federación fuertemente articulada que una organización centralizada. Una máquina de liberación que asume el nombre o al menos la memoria de los PRV’s más como metáfora ligada a una extraordinaria corriente histórica de organización revolucionaria que en su momento abrieron caminos críticos, de lucha frontal y creación cultural y combatiente, de tradiciones libertarias y de contrapoder, realmente muy importantes en lo que son los valores esenciales de nuestro proceso revolucionario, independientemente de sus fallas propias y de las equivocaciones posteriores. La locura también produce libertad, de eso sí tenemos constancia.
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