Por: Roland Denis / Proyecto Nuestramérica- Movimiento 13 de Abril
1. Consejismo y poder revolucionario
Por alguna clara razón uno de los signos que ha servido históricamente para saber de la buena salud de un proceso revolucionario, independientemente de sus características y ritmos, es la formación de organismos autónomos de ejercicio del poder de base, obrero, proletario, popular, fabricado en la calle, la comunidad, la ciudad y el campo, sea en la forma de milicias (un instrumento natural de organización del pueblo en armas y de defensa revolucionaria) o en forma de instrumentos básicos de organización de masas que le sirven a estas para ejercer el poder que antes le era despojado por las clases dominantes. La revolución francesa inició esta tendencia con los “Comité de Citoyens”, le siguieron los haitianos con la república negra, la formación de los ejércitos populares independentistas que brotan desde Venezuela, hasta convertirse en fórmulas obreras de control sobre la producción una vez que las revoluciones (desde la Comuna de París) comienzan a adquirir un claro cariz proletario, socialista y anticapitalista.
Venezuela ya en el siglo XXI no ha sido la excepción en ese sentido, es mas, podemos decir que a diferencia de los procesos vividos en Cuba donde los poderes del pueblo (CTR, Ejército Rebelde, movimientos sociales) rápidamente caen bajo el control del partido comunista, siguiendo en ese sentido la vieja ortodoxia leninista, en Chile donde el programa revolucionario de Allende adolece de una concepción del poder popular que no pase por la hegemonía de los partidos de la Unidad Popular (de allí la confrontación entre estos y los llamados “cordones industriales”, verdaderas raíces del poder obrero en ese país entre los años 1970-73) o la revolución sandinista donde el FSLN no concibe otro dueño político de la revolución que el mismo, en la Venezuela bolivariana se produce un cambio de hegemonía fundamental donde el peso dirigente (aunque sea simbólico y declarativo…por ahora) del proceso revolucionario pasa a manos de las instancias autogeneradas por el poder constituyente del pueblo organizado.
A pesar del carácter pacífico, constitucional y democrático (y por qué no decir: caudillista) de la revolución que vivimos, y por tanto un vacío que ya va para largo de cambios estructurales fundamentales, tanto los factores históricos reales que le dieron paso en la historia (los bolsones de resistencia popular y militar que se generaron entre los años 80 y 90) como el universo ideológico libertario y bolivariano que la han inspirado, han roto de plano con la herencia básicamente soviética y totalitaria que en general el socialismo revolucionario heredó de todo el siglo XX, cosa que no estuvieron en posibilidad de hacer las revoluciones o intentos revolucionarios anteriores al menos en el campo nuestroamericano. Esto ha permitido, sea como sea, la multiplicación por centenares de miles de instancias de autoorganización de base que en la medida en que se radicaliza el proceso y con ello la conciencia colectiva, asumen –o al menos aspiran asumir- para sí el carácter de instancias de autogobierno popular, sin que haya razón ideológica de fondo que les niegue este derecho.
2. Las tres limitantes básicas
Esto no quiere decir que en la Venezuela de hoy no existan al menos tres variantes que aún hacen mucho peso en la mediatización de esta tendencia y que además aspiran quebrar la hegemonía libertaria actual. En primer lugar está el propio cuadro constitucional que sigue siendo a grandes rasgos un piso republicano típicamente burgués y capitalista, a pesar del inmenso espacio democrático que se conquistó con ella (este es un hecho que hasta el mismo Chávez ahora reconoce). Este factor ayuda a resguardar el poder político-representativo en manos de ciertos partidos, algo que se oscurece todavía más cundo vemos que a diferencia de los partidos, frentes o ejércitos revolucionarios que han asumido un papel de poder en nuestro continente, los nuestros no tienen (salvo el PCV probablemente, y algunos viejos cuadros revolucionarios que sobreviven dentro del MVR y el PPT) el más mínimo historial de lucha y de compromiso con las luchas populares. Cosa que los convierte en esas maquinarias de corrupción, oportunismo y manipulación que son a pesar de los intentos por cambiar esta tragedia que hacen muchos buenos hombres y mujeres que cuelan en su seno. En realidad el gran mal que producen estas maquinarias burocráticas reside no en ellas mismas sino en los inmensos recursos que obtienen por mil vías que a su vez les permite garantizar todo un ejército de control, mediatización y neutralización de la lucha popular. Sin ellos no fueran nada.
Otra variante es la misma herencia vanguardista y totalitaria que sigue jugando un gran papel dentro de las organizaciones revolucionarias y muchos de los cuadros del movimiento popular. El “socialismo científico”, ese adefesio ideológico que desgraciadamente fueron Marx y Engels los que le pusieron nombre (aunque mucho cuidado, nada tienen que ver estos profetas de la liberación con su consecuencia práctica), como el “marxismo-leninismo” (ese otro adefesio inventado por Stalin después que toma el control de la URSS y la III Internacional) continúan su rito embaucador, siendo el panfleto de cabecera que desgraciadamente aún inspira a muchos compañeros que les sobra buen corazón. Llega incluso a convertirse en punto de partida de un ataque endemoniado que hacen algunos teóricos (como es el caso de Toby Valderrama del grupo Esperanza Patriótica, amigo con gran influencia teórica en el ministro Ramírez y toda la actual dirigencia de PDVSA) a todo lo que se asemeje a autogestión, control obrero, poder popular, autogobierno colectivo y toda forma de contrapoder en nombre de un etapismo “científico” de la revolución donde solo una vanguardia que ellos mismos designan (que ahora tiende ha convertirse en una nueva tecnocracia política, militar y gerencial) está en la capacidad de garantizar el triunfo socialista, pasando según sus argumentos por largos decenios de capitalismo de estado controlado por estos seres ilustres. ¿Quién acepta esto a estas alturas?, solo ellos y el cortejo intelectual, político y militar que influencian, pero hay que ver el poder que tienen.
El tercer factor ya tiene que ver con la propia correlación de fuerzas que se juega al interno del proceso. Una confrontación natural que se da dentro de un proceso donde los intereses económicos que nacen del mismo estado petrolero y la burguesía parasitaria y transnacional que los ampara, aún juegan un peso fundamental dentro de los corredores de gobierno, sus políticas, sus decisiones, sus prioridades, sus elecciones. Se trata de un choque de fuerzas brutas, de la continuidad sin mediaciones de la lucha de clases y no de un debate ideológico. Siendo allí donde se hace evidente que sólo la rebelión contra estos sectores contrarrevolucionarios y parásitos por parte de las clases afectadas por el predominio de estos intereses podrán cambiar las cosas a fondo.
3. Los Consejos Comunales
En definitiva, como en muchos otros campos la dialéctica revolucionaria sigue dando mucho que aplaudir y confrontar al mismo tiempo e inevitablemente. Ahora bien, decíamos al inicio que son esos organismos de base fabricados desde el genuino poder constituyente de la multitud donde se pone a prueba la posibilidad de una nueva socialibilidad no capitalista. Son los lugares síntesis que juegan un papel clave a la hora de engendrar una subjetividad social y un entramado orgánico capaz de “realizar” la revolución como tal, más allá de todo político y todo discurso ideológico. En este aspecto el viejo consejismo obrero nacido en Europa a comienzos del siglo XX es una matriz histórica muy vieja y muy acertada que ya en esta patria ha comenzado a crear sus respectivas variantes.
Los “Consejos Comunales”, una figura que nace como necesidad política colectiva desde aquellos tiempos de la “Asamblea de Barrios (1991-1993) en Caracas, hoy en día se han constituido en un germen extraordinario de autoorganización y autogobierno comunitario (dentro de lo que a esta le compete en el campo vecinal y socialmente mas sedentario: servicios públicos, infraestructura local, defensa territorial, salud, educación, deporte, comunicaciones, cooperativismo barrial, etc.), integrativo por otro lado del conjunto de instrumentos de autoorganización que se han venido generando en nuestras comunidades (CTU, Comités de Salud, Misiones, etc). Sin duda estos fueron potenciados en forma exponencial desde el momento en que el propio Chávez los reconoce en su naturaleza autónoma, autogobernante, autogestionaria, y su misión revolucionaria en la creación del nuevo estado (¿un no estado?…al menos a eso apostamos nosotros). Por supuesto ni tonto ni pendejo al mismo tiempo el camarada crea los mecanismos necesarios para que exista una relación inmediata entre estos y la presidencia, empezando por el registro nacional de consejos y las vías de adjudicación directa de recursos. Esto puede sonar muy caudillista, jefecista y antilibertario, y teóricamente lo es, trayendo como consecuencia los problemas que se presentaron con la ley de Consejos Comunales. El problema en este caso, como en muchos otros, es que la teoría se quedó corta frente a la complejidad de la realidad. Esta alianza directa entre presidencia y consejos comunales, al menos por ahora, le quita capacidad de manipulación y control a las instancias intermediarias tanto institucionales como políticas que podrían acabar de plano con la esencia revolucionaria de estos consejos.
Los “gobiernos en resistencia” que reivindicamos, es decir, la afirmación transitoria de la dualidad entre el poder constituido y poder constituyente, poder y contrapoder, puede tener en los Consejos Comunales una primera fórmula de concreción masiva, y Chávez (reconociendo sus muchas osadías) hoy es necesario para eso. La lucha por el control de estos consejos es bestial entre la base popular y la burocracia institucional y partidaria. Y en ese sentido esa alianza ayuda a que la balanza se desplace hacia el campo clasista, autónomo y antiburocrático, aunque es bestial igualmente el esfuerzo que se tenga que hacer desde abajo, desde el vanguardismo colectivo, para que se cumpla la victoria necesaria. Sea como sea el consejismo ya emerge, comienza su masificación, y lo más lindo, no se queda solo allí.
4.Los Consejos Autogestionarios
Al menos otros tres consejismos empiezan a tomar forma, a ser sujeto real, proceso que avanza colectivamente dentro de múltiples contextos sociales, aunque todavía falte mucho para lograr su masificación. Nos referimos en primer lugar a los Consejos Autogestionarios. Esto tiene su primera fórmula de debate cuando, desde ciertas tendencias del naciente movimiento cooperativista, se postula la idea de las “Comunidades Autogestionarias” (mediados del 2002). La reinterpretación de estos en los “Núcleos de Desarrollo Endógeno”, y la masificación del cooperativismo, fue positivo como fórmula de materialización de una política de economía social, pero nunca suficiente. Los NEDE’s, las políticas cooperativas, terminan siendo más una serie de programas y líneas de trabajo institucionales que fórmulas autóctonas del poder popular y de allí su estancamiento burocrático y/o su aislamiento en proyectos fragmentados y economicistas, es decir, no integrativos de todo lo que es la dinámica productiva socializante y liberadora hoy existente. Necesitamos ir más allá, se necesita integrar procesos muy diversos en conjuntos abiertos y participativos, se necesita integrar saberes y voluntades de manera autonómica, fabricar nuevos espacios, nuevos poderes, se necesita igualmente incluir dentro de esta gesta a favor de una producción no mercantil y acumulativa a lucha y voluntad propia ese 52% de trabajadores “nómadas” (el trabajo migrante e informal de la calle en todas sus modalidades) cuyo papel –por lo menos para muchos de ellos- no es estar incorporándose al aparato capitalista de explotación (esa fatalidad de ser un excluido en proyecto de ser un incluido dentro de la pestilente explotación), sino ser uno de los gérmenes -¿y por qué no?- del espacio productivo liberado de la lógica capitalista.
Como siempre ese salto adelante (al menos como propuesta) se fraguó en un debate precisamente con una de esas “comunidades nómadas” en medio de la calle. Se crea por el centro de Caracas un primer “Consejo Autogestionario” que al comienzo se entiende como sitio de debate, de decisión, de formación, iniciativas culturales y de gestación de proyectos colectivos, hechos por aquellos que en ese espacio se incluyan libremente dentro del consejo. Se arma un toldo común pagado por los participantes que sirva de nicho de trabajo por encontrarse en la calle. La buena cultura del buhonero y el trabajador de calle en general empiezan a aportar. Rápidamente las utopías se multiplican y se entiende algo fundamental. Esa calle es, tomando en cuenta la sociedad y la economía que tenemos, el lugar perfecto desde donde se puede terminar de integrar la red productiva autogestionaria partiendo de los espacios cooperativos o industriales (agrícolas o urbanos), hoy en expansión, pero que no tiene lugar solidario de intercambio, siguen a expensas de la arbitrariedad de los intermediario monopólicos y las redes capitalistas de comercialización. Se habla a partir de entonces de que el Consejo Autogestionario sirva de intermediario y lugar de justa comercialización (transparente a todos, incluido el cliente que compra el producto conociendo los costos y ganancias de cada agente dentro de la cadena) de toda una cantidad de productos hoy sin salida.
Ya a estas alturas, luego de mucho debate y desagradables confrontaciones con la burocracia municipal que intenta controlar las calles asumiendo un despotismo inaudito en el caso de Caracas, la figura del Consejo Autogestionario ha comenzado a tomar fuerza y convertirse en necesidad de muchos. Como lugar de integración de distintos núcleos de economía asociativa y cooperativa (desde sus gérmenes productivos hasta las redes de intercambio y comercialización de la calle), junto a su dinámica formativa y asamblearia que le compete por naturaleza, se convierte en el punto de partida para completar territorialmente el consejismo comunal con el desarrollo de una economía socializante y autogestionaria que le de piso productivo a estas nuevas fuentes del poder protagónico y la generación de nuevas relaciones sociales. Integrar entonces a través de instituciones populares síntesis todo ese diseminado mundo que a traviesa la economía cooperativa y de calle. Estamos hablando entonces de la posibilidad de multiplicar los consejos autogestionarios a nivel tanto de la calle como de los espacios aledaños a industrias tomadas (cooperativas complementarias), redes de justa comercialización, conjuntos cooperativos nivel comunitario, síntesis de cooperativismo agrario, etc. Incluso, estos consejos pueden tomar la forma de sindicatos autónomos hechos por el trabajador colectivo. Es la “Comunidad Autogestionaria” (en su forma nómada o sedentaria) tomando forma y contenido en la lucha socialista que tenemos por delante. Aunque la cosa no se queda allí, ya de Guayana nos llegan nuevos engranajes consejistas fundamentales al proceso de transición.
5. Los Consejos de Fábrica
Concretamente en ALCASA (principal industria del aluminio) se ha venido generando la primera experiencia exitosa de control obrero a nivel de la gran industria. Los llamados por los compañeros “Consejos de Fábrica” han servido de suelo primario para que esta experiencia se desarrolle ampliamente dentro de los distintos eslabones productivos de la empresa permitiendo romper con las opresivas jerarquías entre obrero y profesional, gerente y empleado, fomentando el diálogo de saberes y la democracia de fábrica (formación de la asamblea de trabajadores a nivel general y por talleres, designación democrática de los gerentes de producción). Estamos en este caso en presencia de algo que supera con creces toda fórmula clásica cogestionaria produciéndose el piso de nuevas de relaciones de producción que tienden a romper con toda la lógica capitalista de la producción (división social del trabajo, lógica acumulativa y mercantil, despotismo fabril) insertando en ella principios que nos permiten hablar de una verdadera liberación del trabajo. Por supuesto, la tarea no es fácil. Las trabas culturales propias del mundo laboral nuestro, la difícil situación económica de la empresa, el ambiente tecnocrático que rodea la CVG, las dependencias financieras y tecnológicas propias de la economía de dependencia que heredamos, como de las mismas limitaciones que impone el mercado capitalista en este caso del aluminio, hacen de esta tarea liberadora un hecho altamente complejo.
El reto que se plantea se muestra obvio: la necesidad de generalizar esta experiencia ya sea como fórmula dominante dentro de distintas industrias de estado, industrias recuperadas y EPS (Empresas Sociales de Producción) allí donde las condiciones políticas se abran para ello, o como fórmula de resistencia obrera (básicamente en las empresas cogestionarias y en proyecto de recuperación) visto como mecanismo de empoderamiento de la clase, de formación permanente y como experiencia que le permita al colectivo proyectar en el mediano plazo la apropiación completa del espacio de producción donde se encuentra. Los Consejos de Fábrica –en las formas y nombres que vayan adquiriendo- como lugar síntesis del poder popular a nivel de industria deberían concebirse en ese sentido como el punto de partida para generalización del control obrero en nuestro país, superando de esa manera la simple coexistencia de la cooperativa de trabajadores que comparten propiedad junto al estado o el empresario privado (siendo esta última algo que ya se ha convertido decenas de veces una verdadero fraude para el país y los trabajadores). De todas formas a la acción directa y la organización de resistencia de los trabajadores se debería juntar a estas alturas la lucha por una ley de reforma industrial que permita acelerar el traspaso de las fuentes de producción e industrias ociosas a los trabajadores siguiendo los mismos preceptos de la ley de tierras.
6. La cuarta pata de la mesa creadora
Esta tríada consejista (consejos comunales, autogestionarios y de fábrica) vistos en su desarrollo concreto y específico, y por tanto distinto, nos puede dar el punto de partida de un constituyente social de gran envergadura, pieza por demás indispensable para la profundización de la revolución. La cuarta pata, los Consejos de Defensa Territorial, ya legitimados por el discurso presidencial, constituyen en su forma una pieza de cierre, demasiado importante para la defensa de la experiencia alternativa que nace y el desarrollo de la máquina popular de guerra (ejército de multitudes) primordial para la defensa de nuestra soberanía. Todas estas son fórmulas que por supuesto en la medida en que adquieran forma, corazón y pellejo nos hablaran mucho más claro de sus propias potencialidades y de sus límites en el tiempo. No hay duda sin embargo que la suerte con ellos está prácticamente echada, no dejemos de ver por tanto el inmenso horizonte que las luchas populares y la creatividad que las soporta nos ha abierto.
POR TODAS NUESTRAS LUCHAS