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Protagonismo social: ¿Participación o ruptura?

09.03.07

Sectores de la izquierda chilena levantan una campaña de lucha contra la exclusión. Veamos qué significa eso: En el parlamento rige el bipartidismo, es decir dos bloques se disputan las votaciones, el bloque gobierno y la oposición. En el bloque gobierno, la Concertación para la Democracia, está el Partido Socialista, la Democracia Cristiana, el Partido Por la Democracia (fundado por socialdemócratas) y el Partido Radical Socialdemócrata. En la oposición, el bloque Alianza por Chile reúne a la UDI, partido pinochetista, y a Renovación Nacional, continuadores de la alianza entre los viejos liberales y conservadores.

Los demás partidos no pueden entrar al parlamento, aunque tengan varios electos, o sea, están excluidos de la estructura legislativa y con ello de una serie de ventajas y prebendas.

De esa manera la lucha contra la exclusión se refiere a generar opinión pública para revertir la normativa que impide la entrada y participación de los partidos menores en el poder legislativo. No es una exclusión de la gente o de la población, sino de partidos que buscan representarles, lo que muy difícil en este país donde la mitad de la población prefiere no inscribirse, abstenerse de votar o hacerlo nulo y blanco.

Si hay un desinterés generalizado por los mensajes y propuestas de los partidos en general, sectores de izquierda llaman a ello de falta de conciencia o despolitización, con lo que levantan la consigna de que hay que elevar el nivel de conciencia política y organizan manifestaciones, marchas, encuentros y otras actividades tendientes a conseguir una elevación de esa “conciencia política” en la población, conciencia que revertirá en más votos y así sus representantes podrán ser incluidos en las cámaras.

Sólo que ello no ocurre así. Los porcentajes de no inscritos siguen aumentando y el descrédito de los partidos se expresa ya no sólo en el rechazo a votar, sino, y especialmente, en la multiplicación de las formas de entender y actuar la organización social de manera autónoma, independiente de las orientaciones partidarias.

Los partidos son los puentes para el acceso social al aparato del Estado y normalmente se asientan en determinadas capas de la población. La derecha agrupa al empresariado y detrás de ellos a una vasta gama de funcionarios y profesionales de altos y medios puestos de administración de las áreas privada y pública, facilitándosele el acceso al marketing por su potencial económico, así como la compra de líderes, dirigentes y comunidades enteras. El centro representa a las capas medias y la izquierda siempre se ha apoyado en el mundo del trabajo: funcionalismo público y trabajadores asalariados productores o no de plusvalía.

La crisis de la relación laboral ha desarticulado las bases de sustentación de la izquierda tradicional. Por una parte hay cada vez menos necesidad de mano de obra debido a la tecnificación de la producción y los servicios y por otra parte se ha generalizado la precariedad e inestabilidad laboral. La defensa de las fuentes de trabajo, la lucha por generación de empleo y la conservación de los derechos sociales encuentran cada vez menos apoyo en los contratados, desesperados por conservar el vínculo y asustados por la gran cantidad de mano de obra barata dispuesta a asumir tareas por centavos. El valor de la mercancía fuerza de trabajo es cada vez menor en la misma medida que disminuye progresivamente la participación del capital variable en las mercancías en general, es decir, el conjunto de la producción mundial hoy día presenta más trabajo muerto o acumulado (materias primas, componentes, tecnología) que antes, siendo el trabajo vivo que produce plus valía cada vez menos, casi en una forma de comparación entre la manufactura artesanal llena de pequeños detalles de la intervención de la mano y la manufactura industrial, cada vez más tecnificada.

Basta ver la masiva producción china de baratijas y de sofisticados sistemas electrónicos, con componentes cada vez más baratos y sencillos. Un auto de juguete que antes era hecho de acero, hoy es fabricado con una delgada capa de plástico. Los salarios chinos son de los más bajos del planeta. La industrialización y mantenimiento de esos ejércitos de mano de obra sumidos en la pobreza no sería posible sin fuertes campañas de convencimiento ideológico y un aparato represivo a la altura de las necesidades.

En Francia el estado hace años que viene intentando reducir los beneficios sociales de los trabajadores, pero sólo lo han conseguido en cierta medida debido a la rápida movilización de 2 o 3 millones de asalariados, base de sustentación de los partidos de izquierda, incluyendo el Partido Socialista, bastante burgués por lo demás. Allí no hay la exclusión que lamenta la izquierda chilena y esos partidos sólo se mantienen gracias a las políticas estatales de cierto wellfare state, o políticas de bienestar dentro de las formas económicas del keynesianismo, donde la izquierda tipo Partido Comunista ha ido disminuyendo su caudal electoral cada vez más y hoy día se encuentra en abierta discusión de nuevos rumbos electorales, habiendo descartado alianzas con sectores troskistas de la Liga Comunista Revolucionaria, que consiguen cerca de un 3% de la votación. El PC francés ha sido permanentemente un socio menor del Partido Socialista, incluido, claro que si, pero de forma subordinada, esto es, compartiendo el poder. Ello ha dado y seguirá dando una enorme estabilidad al sistema capitalista. Todos los avances sindicales y políticos que habían tenido un auge en la pos guerra, hoy están muy por debajo de aquellos niveles. Los partidos de la izquierda europea no están por los cambios, sino para representar ciertos sectores y negociar en su nombre las posibilidades que vienen del aparato del Estado, es una convivencia generosa y benéfica para los partidos de izquierda, cuyos dirigentes tienen un buen standard de vida y no les mejora en nada que haya un cambio.

Así la inclusión de los partidos de izquierda en los aparatos institucionales en general se traduce en el apoyo al status quo y a extraer o negociar migajas para sus representados. Ese modelo socialdemócrata, participativo, no se diferencia mucho del socialismo o capitalismo de Estado, por eso conviven muy bien y luchan juntos contra la derecha.

Viendo eso, en Chile la derecha se tornó populista y se dejó caer en los barrios pobres con un discurso demagógico, pero efectista, que superó en mucho el discurso de las izquierdas, que se vieron en duro trance para sortear las elecciones, recavando el apoyo del PC que entregó votos a Bachelet a cambio de que se discutiera el fin de la exclusión, es decir, ellos entrar a la repartija.

Política por arriba, política de poder, de componendas y arreglines, otorgando a lo social solamente el rol de movilizarse cuando ellos lo consideran pertinente. Cuando organizan el Foro Social, todos “participan”, pero los caminos a seguir los determinan los comités centrales.

De ese modo podemos observar que la gente confía cada vez menos en los partidos, con lo que muchos de ellos han optado por camuflarse en las organizaciones sociales y luchar desde ahí por la participación social “directa”, como el MAS boliviano, que dirige algunas organizaciones campesinas y barriales, desde las cuales lucha por esa participación “directa” de las organizaciones en el estado. La Asamblea Constituyente estaba pensada que fuese así, con representantes directos de la sociedad civil, pero el parlamento boliviano decidió que no, que debía ser vía partidos, con lo que se deterioró el nuevo “principio”, que no consiguió imponerse, lo que llevó a hacerlo de forma subsidiaria, es decir, un congreso de organizaciones sociales presiona paralelamente a los constituyentes y aún a los parlamentarios.

Como había que ir mediante partidos, el MAS ofreció a las organizaciones sociales sus filas para que los colectivos de base eligieran a los que querían y el MAS los llevaba de candidatos. Dicho y hecho, fueron seleccionados los candidatos en asambleas sociales, pero los que no respondían a la dirección del MAS fueron vetados y en su lugar se puso a militantes obsecuentes.

En Ecuador Correa dice apoyarse más en la gente que en los partidos, y la constituyente está encontrando dificultades, produciéndose movilizaciones conducidas por sectores sociales, que inteligentemente apoyan al sujeto, pero no se dejan subordinar como había sucedido con Gutiérrez, que engañó a medio mundo en lo que fue una acertada estrategia contrainsurgente orientada desde los mandos militares.

En Venezuela los partidos se están negando a participar del partido único, lo que va a demorar el proceso y Chávez entonces se los salta y convoca directamente al pueblo a organizarse, sólo que nombra cinco personeros para que lo hagan, así el mito de que se hará desde abajo cae como fruta madura desde el inicio.

Como en el continente hay una gran desconfianza en los partidos, el MST brasileño, por ejemplo, esconde que el 90% de su dirección son militantes del PT y se hacen pasar por autónomos, así aseguran una pata en el movimiento social y otra en las instituciones. Sabido es que Lula resultó un falso izquierdista y su programa es el más efectivo para el capital internacional, tanto es así que Bush está forjando una alianza estratégica con el ex obrero metalúrgico que, para facilitar las conversaciones, declara a los cuatro vientos que es equidistante entre Venezuela y Estados Unidos, obligando a Chávez a una carrera contra el reloj para hacerse presente en Argentina y Bolivia para contrapesar la influencia que está adquiriendo la nueva política de Bush, que hoy es bolivariano también.

Las organizaciones sociales se encuentran entonces en la disyuntiva de si se suman a las estrategias partidarias para la toma del poder, sea por las elecciones sea por otras vías, o si se deciden a romper con el Estado, apoyando las medidas que les sirvan, pero sin subordinarse a las instituciones, para ir creando las propias formas sociales y económicas alternativas que prefiguren un mundo nuevo desde abajo.

Esa ha sido la tónica del debate práctico por ejemplo en Argentina, donde muchas organizaciones hablan de autonomía para esconder la organización que homogeniza la dirección estratégica y construyen espacios sociales para contar con bases de sustentación, sea para los votos, sea para el ejercicio y acumulación de fuerza. Por eso fueron aniquiladas casi todas las asambleas, por el afán de los partidos por dirigirlas e imponer sus lineamientos.

Las nuevas formas de organización de militantes o cuadros deben adecuarse a la autonomía de las organizaciones sociales, es decir, más que llevar línea, enriquecerse con la práctica social y modificar los lineamientos según los avances de las organizaciones. Su principal tarea debería ser el estímulo a la autoorganización social y la coordinación territorial horizontal de las experiencias, la formación de escuelas comunitarias que desarrollen formas propias de construcción y rescate de los saberes sociales, la preparación y apoyo de colectivos productivos autogestionarios en barrios y localidades, así como el intercambio directo entre ellos y con otras regiones de forma horizontal bajo los principios de cooperación y apoyo mutuo para ir forjando una red alternativa de espacios sociales donde sea posible instalar nuevas relaciones sociales y prácticas comunitarias como prólogo de una nueva sociedad, la sociedad sin clases, independientemente de si el gobierno es progresista o conservador.

Lo importante es que esas organizaciones no queden sometidas a los partidos que se alternan en los gobiernos, por muy progresistas que ellos sean, que se les puede apoyar, pero sin sacrificar el avance de la autonomía local en pos de las comunas libres.

Esa nuevas formas de organización rebelde no puede ser más el viejo intelectual colectivo vertical y autoritario que lucha por dirigir el Estado, sino por el contrario, el medio de intercambio entre miembros de las colectividades que de forma libre y no subordinada integran esa especie de orgánica para avanzar hacia la formación de comunidades que de alguna forma permiten reorganizar la vida de los marginados y excluidos que nunca volverán a tener vínculos laborales o contractuales como antes, por lo que no interesa administrar el capital, sino más bien dar inicio a una economía comunista de propiedad común y una administración anarquista, de horizontalidad y de mandar obedeciendo.

Los zapatistas se formaron por la llegada de un destacamento revolucionario hablando de una sociedad sin clases a las comunidades de Lacandona, y que al ver que allí estaba lo que soñaban, asumieron las formas comunitarias del ser social como la forma de imaginar los encuentros corporales y luchas sociales con autonomía abajo a la izquierda.

Cada uno de nosotros tiene la misión de traducir esas y otras experiencias en formas concretas de organización local autónoma. Luego iremos pensando las maneras de coordinarnos. Por eso cualquiera organización que imaginemos estará destinada al fracaso si no nace en la dinámica social, independiente de ideologías, desarrollando más bien las diferentes cosmovisiones de la diversidad de un mundo donde quepan muchos mundos.

Abrazos
Profesor J


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