El “obispo del pueblo” amenaza la hegemonía ‘colorada’ en Paraguay
12 de marzo de 2007
Ni los partidos Liberal Democrático de Japón, el Comunista de Cuba o el de los Trabajadores de Corea del Norte pueden presumir la marca que ostenta la derechista Asociación Nacional Republicana, mejor conocida como el partido Colorado del Paraguay, que lleva 60 años ininterrumpidos en el poder (con el asesino y tirano Stroessner a bordo). Sin embargo, esa hegemonía podría romperse en los comicios presidenciales de abril de 2008.
El ex obispo Fernando Lugo Méndez, quien fue arzobispo de San Pedro, una región pobre al centro del país, ha puesto a temblar a los más rancios colorados. Su fama y su prestigio se debe precisamente al trabajo de Pastoral Social que realizó en ese departamento, y a que ha liderado manifestaciones campesinas. En 2006 lideró una marcha de 40.000 personas hacia Asunción para protestar contra las políticas del presidente Nicanor Duarte. La falta de tierra, el avance de la tecnología en la agricultura y la colonización brasileña de las mejores tierras, amén de las grandes reservas de agua, en un país donde el 60% de la población es pobre, desesperaron a los campesinos y han causado las movilizaciones.
Lugo ha sido un duro crítico de la lentitud gubernamental hacia las demandas sociales. En sus discursos, el “obispo del pueblo” ataca la corrupción y el sistema político imperantes. Pide una “unidad en la diversidad” y apela a la colaboración entre todos, retórica que le ha granjeado muchos adeptos y, desde luego, el rechazo del Partido Colorado y de la propia Iglesia Católica. También ha calificado de “interesante y estimulante” el llamado “socialismo del siglo XXI” de Hugo Chávez, lo que le ha permitido al oficialismo “satanizarlo”, a pesar de aclarar que también desea una relación cordial con Estados Unidos, que tiene fuerte presencia (con inmunidad concedida por el gobierno) en la región, pues se supone que en la Triple Frontera (Paraguay, Argentina y Brasil) existen células de al Qaida. Lugo ha señalado tanto los puntos positivos (“dimensión social, la mejor distribución de la riqueza para beneficio de la mayoría pobre”) como negativos del chavismo (“una fuerte dosis de estatismo, totalmente al servicio de una persona”, “falta de pluralismo […] peligrosa para una verdadera democracia”) y afirmó que Lula y Kirchner le harían contrapeso a Chávez en caso de que el presidente venezolano buscara ejercer una “influencia” en Paraguay.
Lugo pidió ser laicizado, pues el artículo 235 de la Constitución paraguaya prohíbe que “los ministros de cualquier religión o culto” se candidaticen a la presidencia. El 1 de febrero, el Vaticano negó su solicitud y lo suspendió a divinis del ministerio. En respuesta, Lugo se mantuvo en su renuncia a la vida eclesiástica, en la que insistió en días pasados, mientras sectores de la Iglesia insinúan una posible excomunión. El 5 de marzo, hace apenas una semana, Lugo se unió a la Concertación de partidos de oposición, que busca presentar un candidato único para los comicios del próximo año. Esto calentó de inmediato el ambiente político, pues el oficialismo, por un lado, busca impugnar la candidatura de Lugo basándose en la falta de claridad sobre su actual estado (la Iglesia no lo ha expulsado), y por el otro, quiere enmendar la constitución para permitir una posible candidatura del actual mandatario, cuya reelección también está prohibida por la constitución. A ello se une la posible liberación del general Lino Oviedo, condenado en 2004 a 10 años de cárcel por un fallido golpe de estado en 1996, pues la Corte Suprema permitió el trámite de un recurso de revisión de dicha condena. Oviedo, a pesar de ser acusado de homicidio y sublevación, es muy popular en Paraguay (algunos lo ven como preso político), y en las encuestas aparece de segundo, detrás del ex monseñor de San Pedro y por encima de Duarte. Oviedo, que “estaba” con la Concertación, al parecer está pactando con el oficialismo a cambio de su libertad, que de darse relegaría a Lugo dentro de la coalición opositora.
La reelección y otras maniobras de los partidarios de Duarte son calificadas de chantaje por parte de la oposición. Lugo ha manifestado su temor de ser asesinado, lo que ha hecho que el ministro del Interior le ofrezca protección especial. Duarte, que se había cuidado de referirse al tema de la reelección, dijo el sábado que “si nosotros [él y Lugo] no bajamos a la cancha no habrá una buena carrera y es posible que no se haga la carrera si no nos dan oportunidad”, queriendo decir que los dos son los mejores candidatos, pero que ambos están inhabilitados. El ex monseñor, por su parte, busca evitar una consulta popular interna, afirmando que el apoyo que tiene ello no hacía falta. El oficialismo buscando como sea mantenerse en el poder y Estados Unidos alerta a lo que pase en Paraguay, pues con este clérigo de centroizquierda este país se puede sumar a la lista de aquellas naciones que no son tan “amigables” con Washington. ¿Se mantendrá Lugo en la lucha por el poder, a pesar de tantos adversarios tan poderosos?
¿Un obispo, presidente?
El hombre se rascaba las axilas, sentado en una caja de frutas, cuando nos vio atravesar la hilera de eucaliptos y cubrir la distancia -no más de 30 metros- que separa los acicalados jardines del palacio presidencial, del barrio de La Chacarita, el más pobre de Asunción. «Lisandro, para servirle», balbució, apoyado en los tablones de una choza, como si nuestra aparición le provocara vértigo.
Enseguida, los vecinos que no dormían la modorra del mediodía, asomaron las cabezas por los ventanucos desportillados. Alguien regañó a los chicos que revolotean descalzos alrededor de la fotógrafa, haciendo morisquetas a la cámara. Qué se les perdió a estos ñibay [forasteros en el idioma guaraní], habrán pensado, para adentrarse en un tugurio donde no se aventura ni la Policía ni los empleados que fumigan la ciudad contra el brote epidémico del dengue.
«Somos periodistas. Queríamos averiguar sobre Fernando Lugo. A eso hemos venido».
Una chispa iluminó los ojos de Lisandro, que antes nos examinaban con una mezcla de recelo y estupor. «¿Don Fernando, el curita? Allá abajo, junto al río, está la escuela que él construyó con sus propias manos», dijo, extendiendo el brazo nervudo hacia el cauce irisado del Paraná.
El nombre del ex sacerdote en boca de unos extraños espabila a la vecina que con una mano sostiene a un bebé y con la otra ahuyenta a los mosquitos que forman una aureola en torno a su cabeza. «Buen hombre el padre Lugo. Un santo en vida. Habrá que ver si ahora que está en la política, no se convierte en otro de esos Judas que compran el voto por una garrafa de caña», dice la mujer.
La casa de Fernando Lugo no está allí sino en un barrio de clase media, al este de Asunción. El paraguayo de 55 años, famoso por ser el primer obispo en el mundo que opta a la presidencia de un gobierno -las elecciones están programadas para mayo de 2008- estrangula al periodista con un abrazo de oso, como si fuese un familiar al que no ha visto en años. Luego le invita a pasar a la salita donde cuelga la fotografía en que aparece rodeado de unos campesinos que estiran el pescuezo para no quedar fuera de foco.
PREGUNTA.- Se comenta que sus rivales políticos le han amenazado de muerte. Que sus ayudantes le han sugerido que contrate agentes israelíes para que le protejan.
RESPUESTA.- ¿Agentes israelíes? Ignoro quién escribió el guión de esa película. Bromas aparte, Paraguay está dominado por una mafia sin rostro, acuñada en la cima del poder. Por eso no descarto que estén tramando un complot contra mi persona. En un país así el riesgo de morir es una realidad que se debe tener en cuenta.
P.- Los que le acechan son pistoleros a sueldo del Partido Colorado [en el poder] y el presidente Nicanor Duarte Frutos es el genio detrás del complot. ¿Me equivoco?
R.- No tengo pruebas para afirmar que Duarte Frutos esté vinculado con la mafia, pero que la tolera, de eso no cabe duda. El partido del presidente lleva 60 años en el poder y se ha embrutecido hasta no importarle que a dos pasos de la sede de Gobierno exista ese bolsón de miseria por donde usted anduvo. Ningún gobernante con una grado mínimo de decencia o de pudor se atrevería a recibir a dignatarios extranjeros con semejante pústula reventando a un palmo de sus narices.
P.- Es un enigma que los vecinos de La Chacarita [y sus semejantes] se resignen a vivir así. ¿Por qué no se han rebelado?
R.- Porque aún recuerdan las atrocidades que se cometían durante la dictadura de Alfredo Stroessner. La política de mano dura sigue vigente. Pero ahora perciben que ha surgido una alternativa real de cambio. Esa nueva conciencia se refleja en las encuestas, que me adjudican en 60% de la intención de voto.
P.- No queda claro cuál es su situación frente a la Iglesia.
R.- En septiembre de 2005 renuncié al obispado en la diócesis de San Pedro para llevar una vida más tranquila. Llámele, la vida de un jubilado. A finales de 2006 hubo una gran movilización social contra el régimen y la gente acudió a mí, pensando en una nueva forma de liderazgo no contaminada con los vicios de la política tradicional. Fue entonces cuando solicité a su santidad Benedicto XVI ser suspendido de mis funciones episcopales.
P.- Una decisión difícil, después de vestir los hábitos tanto tiempo.
R.- Cómo no habría de serlo si han pasado 30 años desde que me ordené sacerdote… [los ojos de Lugo se humedecen]. La despedida fue dolorosa porque no estuvo precedida por un crisis de fe como les sucede a otros. Pero ya había cruzado el Rubicón. La política, si es limpia, representa la manifestación más sublime de la caridad.
R.-Dicen que entre los pliegues de la sotana rústica que recién nos mostraba se esconden las ambiciones de un político igual o peor que los demás: vinculado a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y títere de Hugo Chávez, que lo eligió como instrumento para extender la revolución bolivariana a Paraguay…
P.- Se le olvida mencionar que recibo dinero del narcotráfico -ironiza- y que promuevo la ocupación ilegal de tierras por medio de una supuesta guerrilla campesina. En Paraguay la difamación es la forma más común de hacer política. En cuanto a Chávez, no lo veo como la encarnación del mal pero tampoco como el redentor de Paraguay. En todo caso, son los venezolanos los que deben juzgarlo.
P.- Usted ingresó al noviciado del Verbo Divino a los 19 años. ¿Cómo fue su vida hasta entonces?
R.- Como la de cualquier otro muchacho. Me divertía sanamente con mi grupo de amigos. Los deportes, la lectura y la música, folclórica o moderna, eran mis pasatiempos favoritos. Fui profesor rural en la región de Itapuá, una de las más atrasadas del país. Y en esa etapa sentí que Dios entraba en mi vida.
P.- ¿Cómo hizo para ganarse la confianza de la gente?
R.- No me fui de misionero a Ecuador para impartir los dogmas trinitarios o salvar a los idólatras del infierno. Si los jóvenes de la diócesis de Bolívar me aceptaron fue porque les ayudé a ganar el campeonato de baloncesto y porque sabía interpretar con la guitarra sus temas preferidos. Algunos de mis discípulos han llegado al Parlamento ecuatoriano.
P.- ¿Cómo recuerda su infancia en la ciudad de Encarnación?
R.- Recuerdo los atardeceres, cuando el río Paraná se cubría de un manto de oro. Pero también la angustia de una familia de disidentes políticos perseguida bajo el régimen de Stroessner. Éramos cinco hermanos, de los cuales tres fueron deportados tras haber sido torturados. Mi padre, que compaginaba sus tareas de agricultor con las de juez de paz, estuvo 15 veces en la cárcel.
P.- Sus superiores le enviaron a cursar estudios a Roma. Me parece que a usted le decepcionó la ciudad de los Papas.
R.- Decepción no es el término. Me abrumaba el peso de lo canónico, lo dogmático. Esos librotes pesados y polvorientos… Pero los latinoamericanos creamos un foro de estudio. No digo que los estudios formales fuesen improductivos, pero aquella cátedra nos permitió mantener intacta la fe y forjar un compromiso social con nuestros pueblos.
P.- Si para mantener la fe hace falta un marco alternativo de estudios, será que la Iglesia atraviesa una crisis.
R.- Yo diría que la Iglesia está sumergida en la perplejidad, como casi todo el mundo. Si al ciudadano común le cuesta adaptarse a la aldea global o a las nuevas tecnologías, imagine una institución milenaria. Pero basta abrir los periódicos para ver que gran parte de las denuncias contra el atropello de libertades, la corrupción y la apatía de los gobiernos frente a la miseria, brota del púlpito de las iglesias.
P.- Eximido de sus votos eclesiásticos, ¿piensa casarse?
R.- En la vida nada se puede descartar, pero los tiros no van en esa dirección. Después de cinco años en la presidencia, si Dios quiere, mi anhelo es retirarme a una vida más contemplativa.