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Por quien doblan los alicates

20.03.07

Hay señores y señoras que deben llegar a cierta hora a su trabajo, para lo cual realizan una serie de pasos ya casi automáticos desde el despertar. Lo primero que se viene a la mente no es lo que más nos agrada, sino los principales problemas que nos agobian y desde ya nos echan a perder el día. Las zapatillas están en su lugar y las calzamos mientras los últimos bostezos nos abandonan y nos dirigimos al baño rapidito antes de que nos tomen los olores, mirándonos al espejo para ver las áreas que debemos atacar con saña para componer el semblante. Pelos parados, lagañas en los ojos, algún resto de baba en la comisura de los labios, en fin, las señales de una dura lucha contra nuestro subconsciente que pugna por brotar y lo ahogamos a patadas y tirones que nos hacen sudar la gota gorda mientras en el sueño abrimos sin pretenderlo las compuertas del interior que se desquita afeándonos la cara y muchas otras partes del cuerpo.

La sesión de espejo muestra como poco a poco podemos recobrarnos de la batalla y reconstruimos la imagen que verán los demás y detrás de la cual escondemos la carga de dolores, alegrías, sufrimientos, problemas, traumas y un etcétera largo. Salimos del baño más reconfortados y terminamos la terapia con un café y pan con algo, a veces fruta o cereal. Pocas veces leemos los detalles escritos en la mayonesa, la salsa o la mermelada, que informan que son fabricados a base de almidón modificado. La fruta viene sin pepas y nada de eso nos llama la atención. Algunos que conocen los secretos del sistema están al tanto de que los transgénicos nos están envenenando progresivamente, lo que será más notorio en las generaciones venideras, pero nuestro egoísmo y narcisismo nos impiden preocuparnos mucho de eso, por lo que conseguimos sobrevivir.

Muchas veces recordamos nítidamente algún sueño, otras parece que hemos dormido en blanco, lo que es una ilusión, pues el no recordarlo no significa que no hemos soñado. El sueño es la expresión de la experiencia acumulada, es el subconsciente que se pasea como Pedro por su casa y sale a husmear, gritar e intentar ocupar algún espacio en medio de la maraña racionalista que ocupa nuestro pensamiento. No es fácil articular el conciente con el subconsciente, ya que el primero muchísimas veces no alcanza a registrar los contenidos que se nos introducen sigilosamente en cada segundo de la vida, de modo que si calculáramos la cantidad de segundos que hemos vivido, podemos imaginar la bolsa de gatos que tenemos encerrada allí y de la que no podemos hacernos mucha idea de sus características, pues son debidamente adaptadas, filtradas e interpretadas por nuestros mecanismos inconscientes. El conciente registra sólo una ínfima parte de lo que recogen nuestros ojos. Otras cosas son borradas de la memoria aunque hayan sido plenamente identificadas al llegar a nosotros. Lo que no es registrado por el área cerebral conectada a los nervios ópticos igual entra y actúa sobre nosotros, lo mismo ocurre con los otros sentidos, cada uno de ellos como un papel matamoscas donde se adhieren toda clase de bichos voladores, aún los microscópicos. Además la química que circula por el aire llega como aluvión desde todas partes inundando nuestros poros y adentrándose actuando e interactuando con nuestra parte psicosomática, lo mismo sucede con las temperaturas y demás, aún el magnetismo, energía y otros fluidos que forman parte del universo inmediato y aún mediato, como las luces de los astros. Pocos tienen noción de que la luz solar no sólo actúa sobre la clorofila de las plantas, sino también sobre la pigmentación de la piel y de ahí al torrente sanguíneo.

Y así, vaya sumando millones de influencias que modelan nuestro ser, pero que pocas veces pueden ser acogidas e integradas de manera plena y positiva. La espiritualidad mapuche y de las demás comunidades originarias del planeta es una cosmovisión comprensiva de todo esto que estamos hablando. Mucha falta nos hace.

Pero bueno, sigamos la pista de nuestro bello (o bella) durmiente que termina su café y sale a la calle a enfrentarse con la cotidianeidad de una sociedad artificial que lo mantiene alejado(a) de su entorno y, lo que es más importante, de los demás. Algunos saludan a los vecinos, otros -muchos- pasan por su lado como una entrada subliminal de antecedentes que atraviesan nuestros sentidos para alojarse directamente en el subconsciente, cosas que no vemos ni escuchamos. Así pasan muchos por nuestro lado, como que no existieran, de modo que un buen ejercicio matinal podría ser preguntarse cuántos años tiene ese vecino, como camina, si tiene problemas, qué color le gusta más, como reacciona al frío aire de la mañana, etc. Entrar un poco en aquella persona y de la otra que vemos un poco más allá y que sabemos o imaginamos que forman nuestro entorno.

Eso es muy difícil. Es más fácil llegar al trabajo y abrir la internet para leer el último análisis de Petras, Negri o Borón sobre como estamos y como se mueven las fuerzas malignas del capital y lo que se hace en algunas partes para cambiar este mundo de porquería. Lo que ha dicho Fidel, Chávez o Evo Morales, si han conseguido alfabetizar algunos otros miles o millones de personas. Vemos que la cosa avanza, a paso de hormiga, pero no importa, se avanza, no como esos anarcos que salen a dar gritos y tirar molotovs, o como esos rebeldes de la Villa Francia que se agarran a tiros con los pacos.

Cierran la internet y comienzan la dura jornada por ganar el pan, piensan en el salario, que si la CUT va a conseguir alguna cosa, que si las próximas elecciones municipales van a mostrar un cuadro más importante de la izquierda, que hay que ir a la reunión del Colegio de Profesores o de la Surda, que la Fech ha llamado a una actividad, que el Foro Social va a reunir más gente, que un grupo del MIR se unió con un grupo socialista, que la Asamblea del Pueblo, el Frente y otros más se juntan lejos de los anarcos para convocar a protestar en el Día del Joven Combatiente, en fin, se observa como va el tablero de ajedrez de las fuerzas que algún día van a derrotar el capitalismo.

Llamamos o nos llaman para comentar los últimos acontecimientos, que ya van dos muertos en el metro por el Transantiago, que en Conchalí se juntaron 500 personas a protestar en la esquina de Independencia con Dorsal, que en la Pincoya, que en Huechuraba, en fin, se va montando el mapa y la estrategia de acumulación de fuerzas. Estamos bien informados y lo que falta lo escuchamos en la radio Nuevo Mundo o en la Radio Placeres.

Luego pasamos por el centro, compramos una película pirata, de preferencia de acción y nos reímos cuando leemos que estamos cometiendo un delito, mientras la noticia informa que los pacos de un cuadrante eran los que hacían los asaltos locales o la ministra no sé cuantito estaba metida en el caso Spiniak, o que el Huepe abrió la boca más de la cuenta y el ministro del interior amenaza con más repre.

Con cierta tranquilidad volvemos a los brazos de Morfeo para sudar nuevamente la gota gorda en defensa contra los ataques de aquel Yo profundo que empuja y empuja por salir a gritar. Aquel Yo rebelde que quiere decirnos que vivimos como esclavos y que hace falta conversar con el vecino, recuperar los lazos de fraternidad y solidaridad.

El alicate del sistema no consigue doblegar ese universo de rebeldía interna que subyace en cada uno de nosotros, sino que somos nosotros mismos los que lo hacemos, en especial cuando criticamos a esos anarcos que se juntan para ocupar un espacio y hacer vida comunitaria, esos autónomos que hacen esfuerzos por la reconstrucción del ser social comunitario, esos rebeldes que se agarran con los pacos, esos que silenciosamente desarrollan la autogestión y el socialismo cotidiano del Che, esos que no ven el futuro detrás de las bambalinas del poder, sino en la vida en común.

El Transantiago ya es un hecho, el gobierno no está dispuesto a perder lo invertido, de modo que además de las protestas y de las propuestas, hay que pasar a la construcción de espacios locales de vida social y autonomía en la periferia. Ya que no quieren que nos paseemos por el centro y nos hacen vivir en la marginalidad, pues entonces allí mismo hay que hacer la vida nueva, que brote y crezca hasta hacer caer en pedazos las estructuras obsoletas.

Son admirables los mapuche, que no sólo reconstruyen su espiritualidad y su profunda relación entre ellos y con el cosmos, sino que reconstruyen su cultura y sus comunidades para crecerse desde abajo, comunidad tras comunidad, localidad tras localidad, sin exigirle nada a nadie, que los demás lo hagan según sus posibilidades, pero mal haríamos de no aprender la humilde lección.

Busquemos a ese rebelde que dormita, pero no en las noticias, sino dentro de nosotros mismos y en la comunicación con el vecino, ya no sólo en base a un discurso ideológico o identitario, sino sobre la base de una práctica de vida en común. Con ello podrá brotar toda la potencia del ser social y los espacios conquistados serán irreductibles.

Así, una mañana, saludemos al vecino, inicialmente con un educado Buenos Días, luego podremos darle la mano, luego al otro, no como una araña que teje para atrapar, sino como una colcha de retazos, donde nuestro Narciso sea enterrado y se transforme en un retazo más.

Abrazos

Profesor J


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