x Luis Hernández Navarro
La Jornada
La Haine
04.04.07
Desde su nacimiento en las protestas de Seattle contra la reunión de la Organización Mundial de Comercio (OMC), a finales de 1999, el movimiento contra la globalización neoliberal ha recibido diversos nombres. Altermundismo, movimiento de movimientos, no global, Pueblo de Seattle son algunos.
Muy pronto la revuelta de los globalizados adquirió importancia política mundial. No había cumbre de organismos financieros multilaterales, del Grupo de los 8 (G8) o en favor de acuerdos de libre comercio entre naciones que no se viera enfrentado a las protestas de numerosos manifestantes. Tanto así que un alto funcionario de la administración de Bush declaró al New York Times del 21 de abril de 2001: “No se puede tener una cumbre comercial en estos días sin gases lacrimógenos; sería como una cheeseburger sin queso”. Hoy, sin embargo, a pesar de sus éxitos, enfrenta un enorme desafío.
El séptimo Foro Social Mundial (FSM), realizado en Nairobi, Kenia, del 20 al 25 de enero pasados, se efectuó en medio de fuertes críticas. En esta oportunidad, a diferencia de otros años, se objetó no sólo el carácter meramente deliberativo del encuentro y su decisión de no tomar acuerdos programáticos o de acción, sino la dinámica misma de funcionamiento.
Esta edición del FSM fue dominada por las congregaciones religiosas y las grandes fundaciones de la cooperación internacional con muchos recursos por sobre los movimientos sociales. Que empresas privadas patrocinaran el foro levantó la indignación de quienes ven en él una alternativa a la lógica del mercado, así como que los organizadores cobraran una cuota para acceder a la reunión, dejando fuera a los africanos más pobres que no tenían dinero para pagar, fue severamente cuestionado. Con ironía, Rafael Uzcátegui transformó el lema original Otro mundo es posible en “Otro turismo es posible”, paráfrasis compartida por buen número de asistentes. Ello es un indicador del agotamiento al que ha llegado la propuesta original del primer foro, efectuado en Porto Alegre.
A esta crisis no le son ajenas las dificultades por las que atraviesan dos de sus principales promotores. La Asociación por la Tasación de las Transacciones y por la Ayuda a los Ciudadanos quedó lastimada por un grave conflicto suscitado durante el cambio en la Junta Gestora de la asociación en Francia, en el que se formularon acusaciones de fraude. El Partido de los Trabajadores, de Brasil, sigue gobernando ese país, pero el reformismo sin reformas del presidente Lula precipitó una grave ruptura interna, la salida del ala izquierda del partido, y la decepción de muchos militantes dentro y fuera de ese país con el antiguo dirigente metalúrgico.
El ataque a las Torres Gemelas del 11 de septiembre de 2001 y las invasiones militares a Afganistán e Irak atravesaron el movimiento contra la globalización neoliberal y obligaron a reorientar su actividad. La paz se convirtió en uno de sus objetivos centrales. El altermundismo logró, junto con otras fuerzas, sacar a la calle a millones de personas en casi todo el mundo para exigir el fin de la intervención bélica. Sin embargo, toda esa energía social e indignación no lograron detener la agresión armada. Un sentimiento de impotencia y desesperanza se apoderó de muchos activistas.
Simultáneamente, el despertar de la ola patriótica en Estados Unidos provocó que sindicatos importantes que intervinieron en las protestas contra la OMC se relegaran del movimiento. Una ola antiestadunidense, que no distinguió entre los halcones de Washington y los ciudadanos, recorrió al Pueblo de Seattle. Muchos de sus integrantes conocían en detalle lo sucedido en comunidades remotas de Chiapas, pero ignoraban la resistencia de los herederos de Tom Payne. De la misma manera, el movimiento ignoró lo sucedido en países como China, donde se registran 80 mil protestas sociales al año. Tampoco comprendió cabalmente la naturaleza de la resistencia en las naciones musulmanas en general ni en Irak en particular.
La lucha contra la guerra no acabó con las acciones contra las grandes cumbres del Banco Mundial o del Fondo Monetario Internacional, pero limitó su alcance. En las jornadas de Génova de 2001 tuvo su expresión más alta.
En América Latina la dinámica de los movimientos populares se vio cruzada por los procesos electorales que llevaron al gobierno de distintos países a coaliciones progresistas. En Argentina, Brasil y Ecuador las resistencias entraron en reflujo, integración a la esfera estatal y dudas sobre su futuro. En casi todo el mundo, las protestas facilitaron la reorganización y resurgimiento de la vieja izquierda ortodoxa de todo tipo. Este renacimiento fue acompañado de un intento por centralizar, cooptar y dirigir los movimientos emergentes, sin sensibilidad para reconocer sus rasgos novedosos.
El movimiento ha insistido en hacer política desde abajo e impulsar la autorganización de la sociedad como vía para cambiar el mundo. Sin embargo, sin necesariamente proponérselo, la revolución bolivariana de Venezuela provocó que varias islas del archipiélago altermundista volvieran a poner el acento de su acción en los espacios estatales y la política institucional.
En meses recientes han surgido iniciativas para remontar la crisis. El líder campesino francés José Bové presentó su candidatura a la presidencia de Francia después de que durante muchos años se negó a incursionar en esta arena. Vía Campesina integró una coalición estable con ecologistas, consumidores, migrantes y pueblos indios en torno a la soberanía alimentaria. Grupos anarquistas y autonomistas, enfrentados desde las protestas de Praga, comienzan a actuar juntos y se preparan para bloquear la realización de la próxima reunión del G-8 en Alemania. Este año será fructífero en nuevas propuestas de acción. La ola de la resistencia parece que vuelve a despuntar.