EL TÍO
Más allá del bien y del mal
En los siglos XVI y XVII, la Iglesia intentó desaparecer a este dios sin éxito. La deidad andina simboliza la dualidad entre lo bueno y lo malo.
Texto: Jorge Hernán Quispe Condori • Fotos: Archivo La Razón
http://www.la-razon.com/versiones/20090222_006646/nota_277_766295.htm
22 de febrero 2009
Hace más de 500 años que es un habitante de la oscuridad. Con sus ojos saltones y los cuernos alambicados alumbra los socavones para proteger a los mineros. Mientras más adornado está, más riquezas da.
No hay mina sin Tío. Por ejemplo, durante los años 80, un orureño compró un filón. Quiso empezar a trabajarlo, pero los mineros le dijeron: “Primero debes fabricar un Tío. No hay mina sin Tío, eso lo saben nuestros abuelos”. Al principio no quiso, pero luego “lo hizo con ayuda de los trabajadores. Al poco tiempo, halló una veta de estaño”, relata Milton Eyzaguirre Murillo, jefe del departamento de difusión cultural del Museo Nacional de Etnografía y Folklore (Musef).
El Tío se internacionaliza. El escritor paceño radicado en Suecia, Víctor Montoya, en una entrevista que le hizo el portal www.margencero.com, describe al Tío como el soberano de las tinieblas, acostumbrado a vivir en la oscuridad, en el silencio y la soledad. “Lejos del mundanal ruido, vive como un Minotauro en el laberinto de los socavones”.
Maligno y benigno a la vez
El Tío es una deidad andina que vive en el mankapacha (subsuelo en aymara), sitio donde se hallan sus riquezas minerales. Los dioses andinos tienen la capacidad dual de ser buenos y malos a la vez. “Por eso, les parece raro a los católicos el cómo se puede reverenciar a alguien que parece malo”, agrega Eyzaguirre Murillo.
No se sabe con exactitud cuándo apareció el Tío, sin embargo es en la época colonial cuando las primeras figuras de esta deidad asomaron por los socavones de La Paz, Oruro y Potosí. Fue en el momento en que se instauró la mita y los mineros ingresaban a los socavones para quedarse en varios casos hasta por siete días.
“Vivían dentro de la mina y allí necesitaban la protección del Tío, no sólo para generar riqueza sino también para sobrevivir, porque muchos de ellos ya no volvían a salir”, sigue el antropólogo.
Pero, ¿por qué tiene el aspecto de un demonio? Al llegar a este territorio, los españoles hallaron a este ser del Mankapacha y lo relacionaron con el diablo y el averno. En la colonia, los españoles hacían campañas para catequizar a los indios que eran forzados a trabajar en las minas, espacio donde nació un sentimiento de rebeldía ante una religión que no consideraban como suya. Por eso, la figura del Tío se planteó como antítesis de Dios para la Iglesia y llevó los cuernos del demonio.
En esos tiempos se trataba de eliminar a todos los ídolos paganos. “Entre los siglos XVI y XVII se llevaron fuertes programas de extirpación de idolatría. Se cuenta que los padres entraban a las minas para sacar y destruir las figuras de los Tíos”, explica Milton. Ahí emergió la leyenda de que el Tío se enoja cuando un cura entra y aquello se extendió a las mujeres. No obstante, Montoya considera que el Tío “no discrimina” y que por esa razón las mujeres y sus esposos entran durante los carnavales. Hoy, muchas mujeres trabajan en las galerías.
No le debe faltar su coquita
La deidad es fabricada por los mismos mineros con barro, piedra y yeso. Los Tíos más recientes tienen la capacidad de sostener un cigarrillo para fumar.
Sin embargo, su principal cualidad es un falo de gran tamaño. Aquello representa la capacidad de fertilizar a la tierra y de reproducirla. El escritor Montoya va más allá. “Es sabido que el Tío comparte sus riquezas con la chinasupay (diablesa), que es su esposa y amante, pero también con la Pachamama (tierra), de quien es uno de los fecundadores”.
Todos los días, los mineros pijchan coca en el paraje del Tío, le ofrendan la hoja sagrada, alcohol y cigarrillo. En una mina pueden verse varias imágenes, dependiendo del tamaño de la estructura. Antes de los carnavales se le rinde a esta deidad culto adornándolo con mixturas, confites y serpentinas. Además se le prepara un convite, una suerte de banquete en el que abunda la comida, la bebida y el baile. Los mineros y sus familias sacrifican en su honor un gallo blanco, una llama o un cordero, con cuya sangre riegan las rocas en agradecimiento al Tío y a la Pachamama. Este rito se denomina wilancha.
Considerado como la encarnación del pecado y la maldad para los cristianos, para los mineros es el dios benefactor y protector, “siempre y cuando se lo trate con respeto y cariño”, formula Montoya. Por eso, además se le rinden mesas de agradecimiento o koas.
Estas últimas pueden hacerse en agosto, junto a la ofrenda a la Pachamama, según la región. En Oruro empiezan a darle gracias a partir del 2 de febrero.
Pero no sólo mineros reciben su protección. Uno de ellos es el cantautor Luis Rico, que durante la dictadura se escondía y cantaba en las minas. Por eso, y tras la relocalización de 1985, Luis intentó reflejar en un tema musical cómo afectó el cierre de las minas a la deidad andina. “El Tío ha quedado sólo/ en un rajo abandonado/con la luz de un guardatojo/y el sabor a un trago amargo”. Después pregunta: “¿Quién le dará su acullico?/ ¿Quién le encenderá las velas?/¿Quién le bailará su t’inku/ en las malas y en las buenas?”.
“Hay otra razón para cantarle al Tío”, agrega Rico. Luego de tres años de auge minero, los precios bajaron y la única esperanza que queda es el dios del Mankapacha.