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Nuestros padres norteños: ¿Pensadores o divulgadores? ¿Otro mundo o muchos mundos?

03.05.03

Luis Mattini / La Fogata

Después de la catástrofe con los implosión de la URSS en 1989, la izquierda afín al ex movimiento comunista internacional quedó anonadada y paralizada por lo menos por una década. Cierto es que a todos nos conmovió hasta los tuétanos sobre todo por lo imprevisto y porque a pesar de sus graves defectos, de algún modo creíamos que aquel socialismo real era un enfermo curable. La izquierda opositora, aquella que se inspira en el movimiento engendrado por Trotsky y una seguidilla de variantes, cantó victoria a lo Pirrio. Desaparecía el más grande escollo para la marcha hacia un “socialismo científico” sin las “perversiones” stalinistas. Polonia era el ejemplo para el trotskismo, China para el maoísmo. Los comunistas argentinos, huérfanos de la guía exterior, no fueron capaces de mirar hacia adentro, y viraron sorpresivamente hacia Cuba, olvidando que Fidel había sido tachado de “demócrata pequeño burgués” y el Che de gran aventurero. La Habana remplazó a Moscú y ahora las cartillas de catecismo de Marta Hanecker reemplazaron a los manuales de la Academia de Ciencias. Por ellas nos enteramos que “el stalinismo no es el leninismo”.

Las causas de la implosión de la URSS fueron adjudicadas a la omnipotencia del imperialismo y a la traición de los dirigentes soviéticos. En el mejor de los casos a las erróneas políticas económicas. Los economistas marxistas parecían desconocer que la Unión Soviética fue , hasta la década del setenta, después de Japón, la economía de mayor crecimiento, a pesar que habían soportado la guerra que destruyó 1700 ciudades y 70 000 aldeas, más unos veinte millones de muertos soviéticos. Además se largaron a la carrera espacial con notable éxito y despilfarro de fuerzas productivas. Esa vilipendiada industria soviética era capaz de producir un fusil AKA sin rival en su época, poner un robot en la luna, hacer aterrizar los astronautas en un espacio acotado dentro de su territorio y al mismo tiempo sus hojas de afeitar no servían ni para tusar caballos. Asimismo emularon al capitalismo en la depredación del Medio Ambiente, no tanto por necesidades económicas como por soberbia científica.
Lo que quiero señalar es que ni la omnipotencia imperial, ni traiciones internas ni falta de capacidad productiva fueron las causas principales del derrumbe.

Por otro lado, liberado de la contención stalinista, tampoco el movimiento obrero mundial se volcó a la revolución como pensaban los trotskistas. Para colmo de males los chinos, olvidando la sutileza atribuida a los orientales, ni siquiera disimularon con glasnot ni perestroica, directamente se asumieron como una competitiva potencia capitalista gobernada por el partido comunista. Con la sentencia “no importa el color del gato sino que cace ratones” modernizaron, industrializaron, se insertaron en el mercado mundial a costa de las penurias de sus campesinos. Vietnam, después de haber vencido tres imperios en una de las guerras de liberación más notables de la historia, no pudo construir un estado económicamente independiente y próspero como soñaba Ho Chi Mihn. Por el contrario, a los veinte años de la caída de Saigón, sus políticas económicas no se diferenciaron sustancialmente de las de nuestro ministro Cavallo. ¿Europa del este? Cumplió con ácido humor húngaro, su larga marcha hacia el capitalismo.

En ese contexto mundial fueron pasando los años del señoreo del menemismo. La izquierda diciendo lo mismo de siempre. El Che, muerto y no peligroso, fue santificado en el bronce, una manera de rematarlo por las dudas, y el experto norteamericano James Petras pasó a ser el custodio de la moral revolucionaria de los latinoamericanos. El llamado “progresismo” empezó a tomar cada vez mayor distancia del “eurocentrismo” para aproximase al…”americanocentrismo”. Los Estados Unidos pasaron a ser modelo pese a todo. Desde luego, criticando su carácter imperialista, pero el sentimiento fue algo así como decir: “Lo malo es que son imperialistas, porque fuera de eso, es la sociedad democrática y de las oportunidades para todo el mundo”. Algunos lo comparaban con la Atenas del siglo IV, iluminadores de cultura frente a la “decadencia” de la vieja Europa y la supuesta pobreza material, espiritual e intelectual de nuestros países, sin ver su rápida transformación en el Estado teocrático terrorista. El bíblico peligro amarillo se transformó en peligro islámico. La sociología y las “ciencias políticas” estadounidenses, con algunas pinceladas de Habemas y retoques hegelianos, fue la fuente de inspiración de la manga de “asesores” del FREPASO en donde la “gestión” reemplazó a la política, con el agravante de ser una de las peores gestiones de que se tenga memoria. Con una papa en la boca hablaban de “la era del conocimiento” ocultando el tamaño de sus orejas con la vestimenta de moda. La imagen tomó el lugar de las ideas, las que pasaron a ser monopolio de cuatro o cinco profesores de filosofía, devenidos por arte de un periodismo asombrosamente ignorante en “filósofos”.
El turquito Menem había convencido a todos, amigos y opositores, de sus ojos celestes y la marcha hacia el primer mundo.

Sin embargo, desde el lado profundo de los pueblos se buscaban no sólo explicaciones a lo que había pasado sino nuevos caminos. Cuando Irak ocupó Kuwait y los estadounidenses usaron el pretexto para atacar a Sadam, un grupo de sobrevivientes de la izquierda de los setenta que habíamos roto con formas orgánicas desarrollamos nuevas experiencias, sostuvimos que correspondía oponerse a la guerra, por la guerra en sí misma, exigiendo la paz, no sólo el no a la agresión norteamericana sino también el retiro de Sadam de Kuwait. Desde luego éramos un grupo muy pequeño y apenas si alguien nos escuchó, pero allí donde nos conocieron, nos trataron poco menos que de traidores a los “intereses del proletariado mundial”, intereses representados en ese momento por Sadam, quien dicho sea de paso, liquidaba kurdos y comunistas al mejor estilo de Chan Kai Sek, aunque en lugar de usar las calderas de las locomotoras, empleaba las armas químicas brindadas por los EE.UU. Gran parte de la izquierda se guiaba por ese concepto campeón del maniqueísmo “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”

Agotada esa experiencia que se completó en una revista que supo llamarse XX-XXI y que no pasó de unos pocos números, empecé a trabajar con los jóvenes que constituyeron el grupo llamado “El Mate” y que publicaban la revista “De mano en mano”. Desde esa práctica fuimos elaborando hipótesis y revisando las teorías . Por otro lado con Miguel Benasayag, viejo militante del PRT que reside en París trabajábamos en la misma dirección. En el ínterin nacía el neozapatismo que obró como un excelente incentivo. Poco después el grupo El Mate organizó las “Cátedras Che Guevara” las que, en los casos que mantuvieron la autonomía de los partidos, fueron laboratorios de pensamiento critico y creador. Esta nueva generación evitaba fundir al Che en el bronce, lo revivía en una nueva práctica social en la que surgía la modalidad de lucha popular que empezó llamándose fogoneros, para generalizarse como el nombre de piqueteros.

Hicimos relecturas del marxismo clásico, revisamos sobre todo el pensamiento latinoamericano, abrevamos también en corrientes más discutidas, tanto la escuela e Francfort, como filósofos franceses difíciles de digerir, tomamos algunas cosas y descartamos las más, seguimos los trabajos de Negri, con quien tenemos una relación polémica. Compartimos o discutimos con otros grupos que empezaban a proliferar, “La mesa de los sueños”; “Retruco”, La corriente “Mariategui”, la Cátedra libre de Derechos Humanos, la revista “Acontecimiento”, etc. Pero el incentivo principal estaba dado por lo que ocurría en lo que hoy algunos llaman “la izquierda social”, ese movimiento que se abría paso a fuerza de cortes de ruta y la creación de experiencias autónomas en todo el país.

Una de las primeras hipótesis fue el cuestinamiento a la teoría del poder. Para las nuevas generaciones, ha sido quizás más fácil, pero para quien esto escribe, que había participado en la construcción y desarrollo de una de las organizaciones que más seriamente tuvo en el país un planteo y una práctica de toma del poder, en el cual pusimos el cuerpo y el alma, tal cuestionamiento no podía ser menos que desgarrante. Y lo fue, debo admitirlo, treinta años de militancia en un mismo sentido no se sacuden alegremente. Sostengo, por experiencia propia, que se necesita más coraje para esto que para asaltar cuarteles y comisarías.
Empezamos a comprender el poder como algo más que la estructura coercitiva del aparato del estado, entenderlo como una relación social, un entretejido en el cual todos tenemos parte.

En segundo lugar cuestionar la teoría de la toma del poder como modo de cambiar la sociedad. Si el poder es esencialmente una relación social, algo más inasible que el aparato coercitivo del estado, en realidad el poder no es “tomable”, a lo sumo lo que se toma es el aparato del estado. Revisando la vieja expresión, se puede “tomar” el gobierno, no el poder.

En tercer lugar la critica al partido. El partido leninista (y todo partido lleva su marca) fue el más formidable aparato para la toma del poder, es decir para la captura del aparato del estado. Por lo tanto si no nos proponemos tomar ese aparato, no necesitamos el partido. No sólo no es necesario, sino que aquellas virtudes como máquina político-militar para el asalto al poder, se transforman en una estructura castradora de la creatividad colectiva que busca la emancipación por otras vías.

En cuarto lugar cuestionamos el papel del sujeto como algo predeterminado por la historia, por su supuesta ubicación material en la sociedad. El sujeto no nace, se hace, podríamos decir. ¿Que eso no es novedad? ¿Que siempre hubo corrientes criticas de un marxismo mecanicista, determinista? Es verdad, sólo que intentamos recuperarlas en su totalidad incorporando prácticas que habían sido desestimadas y descalificadas por “no proletarias”.

En quinto lugar una reconsideracion de la subjetividad, rescatando conceptos como la pasión y el deseo, que exceden en mucho la estrecha fórmula “factor subjetivo” como expresión de la simple conciencia. El mito moderno de la “conciencia”, condición necesaria, pero absolutamente insuficiente, pone en tela de juicio toda consideración pedagógica, todo sistema educativo y además, es lo que explicaría la pasividad de la izquierda tradicional en la década del sesenta y el setenta. ¿Puede pensarse que a esa izquierda le faltaba conciencia?

En sexto lugar los cambios en las estructuras de las clases sociales, la desindutrializacion que dispersa al obrero fabril y proletariza a la gran masa de la sociedad. El fin de la “cultura chimenea”. El concepto de lucha de clases no desaparece, por el contrario sigue siendo un fuerte asidero teórico como base material cualquier teoría de emancipación, pero cambian radicalmente sus características.

En sexto lugar el papel de las vanguardias. Relativizada la idea de la toma del poder, se diluye la necesidad de una vanguardia permanente, se puede empezar a hablar de muchas y ninguna vanguardia y cada una en situación.
En séptimo lugar el concepto de situación, muy desarrollado por Miguel Benasayag, que intenta salir de la trampa de la subordinación de la parte al todo. Esto significa que cada lucha tiene su nudo en la rebelión contra la injusticia en concreto, dentro de la situación y en independencia de una supuesta “estrategia” o “destino final”. Puede coincidir con determinada “estrategia”, pero su núcleo, está en la propia situación. Significa también invertir la visión “progresista”, que ubicaba al comunismo al final del camino. El comunismo recobra su carácter libertario como punto de partida y no de llegada.

En octavo lugar la cuestión del pensamiento y en ella una crítica a la teoría del conocimiento de la modernidad adoptada por el marxismo oficial. Diferenciación entre conocer y pensar, relatividad el papel del cerebro en favor de todo el cuerpo y fijar los límites de la razón “cerebral”.

Por último, y sin agotar el asunto, el verdadero contenido de subversión, radicalidad, libertad, que implica un universo muchísimo más amplio que luchar sólo contra la plusvalía. Esto significa replantearse la categoría “revolucionario” como una especie de identidad adquirida sólo por un enunciado: “yo soy revolucionario”, para ubicarla en el acto de rebeldía y de real subversión. Dicho de otra manera, ubicarla en el acto y no en la declamación. Consecuentemente, la rebeldía excede en mucho a la clase obrera, se extiende a otros protagonistas sociales, los cuales, en los hechos, han demostrado que la más de las veces han estado por delante de la clase obrera industrial, sujeta a la disciplina fabril y el sindicalismo o a la espera de que el partido señale cuál es el momento de alzarse.

Estas y muchas otras cosas fuimos discutiendo, experimentando, confrontando con las experiencias de los protagonistas, con nuestra propia práctica social, intercambiando con otros grupos del país y de diversos países, escribiendo en revistas de poca circulación, algunos libros, en fin puede hablarse de una década fructífera dentro de la “década perdida” del menemismo, perdida para los intelectuales clásicos que quedaron sin Dios con las caídas.

En 1999 publiqué parte de estas conclusiones en un libro “La política como subversión” No se trata de un trabajo completo ni mucho menos. Apenas las primeras conclusiones e interrogantes de lo que he resumido más arriba, con mucho de mi coleto anterior, es decir con cierto ajuste de cuentas con un pasado más lejano.
Dos años después me topé con los borradores de lo que luego seria el libro de John Holloway “Cómo cambiar al mundo sin tomar el poder” Leía con asombro cómo este intelectual británico radicado en México, había llegado a conclusiones similares a las nuestras y, por lo menos en mi caso, por vías distintas y sin contacto entre nosotros. Confieso mi ignorancia, no sabía que existiera John Holloway. En efecto, si bien hay matices y algunas diferencias importantes, sobre tofo en la propuesta política, podría decirse que el libro de Holloway brinda sólida conceptualidad teórica a mis sonambulismos experimentales. En octubre de 2001 nos encontramos en la presentación del libro “Contrapoder”, organizada por el Colectivo Situaciones y ambos constatamos la coincidencia. Quizás convenga mencionar que “Contrapoder” es una polémica del Colectivo Situaciones y otros amigos, entre ellos el propio Holloway, con Antonio Negri en la cual yo participo. Recordar también que todavía no había llegado el libro “Imperio”, de Negri y Hard, que levantó tanta polvareda.

Los hechos del 19 y 20 de diciembre de 2001 - en los que participé como uno más entre mis vecinos - venían a confirmar parte de las hipótesis conque trabajamos los últimos diez años. Sólo como tendencia, como indicación que empezábamos a apuntar bien. Pero, lejos de quedarnos con la clásica “comprobación práctica” vimos que los acontecimientos abrían nuevos y más complejos interrogantes. Estamos en buen camino, pero muy retrasados con respecto a la riqueza rupturista de los hechos.

Mientras tanto la izquierda clásica, la que desde 1946, por lo menos, viene perdiendo el tren en nuestro país, la que había quedado anonadada por la caída del muro de Berlín, la que se sintió “traicionada” por los camaradas soviéticos, la que en innumerables viajes y estadías a veces por años haciendo cursos en Moscú, no había tenido la menor sensibilidad para ver lo que estaba pasando, creyó, cree, que ha llegado su hora. Bienvenido que sea así, que esa valiosa fuerza militante se ponga de una vez por todas a trabajar en serio por la emancipación. Pero, desgraciadamente, sus “intelectuales orgánicos” en vez de revisar a fondo, constatando con esta nueva realidad, las teorías acumuladas en miles de tomos marxistas, parecen regresar a lo más oscuro de la era del dogmatismo, llámese este stalinista, maoista o trotskista. El rasgo más saliente es la condena a todo intento de pensamiento y otorgar el título de “intelectuales” (como pensadores) a divulgadores del dogma a veces poniéndolos al lado de los reales pensadores.

No se trata, desde luego, de establecer comparaciones de magnitud, sino de diferenciar entre aquellos que intentan pensar de los divulgadores (o peor aún “traductores”) de un saber cristalizado, que ahora vienen a descubrir y enseñarnos a nosotros, los guevaristas, que nacimos luchando contra el stalinismo,… que el “stalinismo no es el leninismo”. Pero, más allá de irritarnos por la pedantería de esta divulgadora, lo grave es que semejante aserto implica tomar al leninismo como algo puro, sagrado, no pasible de crítica. De la misma forma actuaba Kausky en “defensa del marxismo” contra el leninismo. El pensamiento que surge de experiencias como las del zapatismo o los MTD de Solano, por sólo nombrar algunos, es mucho más rico que toda la obra de Kausky, arquetipo del divulgador. Por supuesto, esta izquierda no rescata a Kausky, sólo porque aquel fue calificado por su discípulo, Lenin, como “renegado”, pero parece no advertir los cientos de Kauskys que se reproducen con un verbo revolucionario.

Como estos divulgadores autollamados “intelectuales orgánicos”, aún jactándose de ser muy “dialécticos”, siempre han visto las cosas desde afuera, en todo sentido, desde el centro hacia la periferia, desde el todo hacia la parte, desde la estrategia hacia la táctica, desde lo universal a lo particular, desde Washington hacia el mundo, desde Buenos Aires al interior…desde el local del partido hacia la calle, desde Moscú, ahora desde La Habana, desde Pekin y hasta desde Colombia, Venezuela o Brasil, en fin, desde el cerebro hacia el cuerpo, cuando critican nuestras búsquedas, nos atribuyen “padres” que forzosamente deben venir de afuera. Ese afuera tiene que ser “el norte”. Seríamos entonces, “los seguidores de intelectuales “de moda” como Holloway o Negri”.
Lo divertido es que tuvieron que llegar dos libros “de afuera”, “del norte” (”Cambiar al mundo sin tomar el poder” e “Imperio” ) para que estos divulgadores se enteraran que existíamos. Sospecho que no conocen ni uno de la más de la docena de libros de Miguel Benasayag, ni lo que produce el colectivo Situaciones, Jorge Cerletti, el periodista Raúl Zibechi y otros, ni que se está desarrollando un movimiento alternativo, autónomo surgido de las entrañas del país profundo y sobre todo de las nuevas generaciones. Si de “moda” quiere hablarse, precisamente fue esa lista de divulgadores que sacaban número para pegarles los que pusieron de moda a John y a Antonio.

No, señores, no somos ni hijos ni discípulos de Holloway, Negri y Hard, si bien es cierto que nos alienta su esfuerzo y sobre todo su coraje intelectual. Pero afortunadamente la tierra es una esfera y, como los caballeros de la tabla redonda, no existe cabecera de la mesa donde se siente el rey. Y nos parece natural que vengan del norte, si de geografía hablamos, porque ya en la escuela primaria habíamos aprendido que los continentes están “corridos” hacia un polo que hemos llamado norte. En ese hemisferio se encuentra Europa (donde está preso Negri) Estados Unidos (donde radica Hard) y Japón, digamos los centros del poder capitalista. Pero en el mismo hemisferio está México (país de adopción de Holloway) Venezuela, Colombia, Las Guayanas, Surinam, Panamá, Costa Rica, República Dominicana, Haití, Puerto Rico, Grenada, Jamaica, Nicaragua, Honduras, El Salvador, Guatemala, Belice, Canadá, las islas del Caribe… ¡Ah! y Cuba (¿No sabía Ud. que Cuba está en el hemisferio norte, pegada a EE.UU?) Está también China, La India, Turquía, Palestina, Jordania, Israel, Argelia, Tunicia, Libia, Egipto, Sudan, Arabia Saudita, Yemen, Nigeria, Etiopía, Siria , Irán, Irak, El Chad, Mauritania, las Guineas, Marruecos, Afganistán, Pakistán, Tailandia, Vietnam, Corea, Camboya, Laos, Birmania, Nepal, Mongolia, Filipinas, Siberia, Somalia, Malasia, en fin, no he nombrado a todos, por supuesto, pero suficiente como para invitar a los lectores a echar un vistazo a un mapamundi para recordar que el hemisferio norte contiene tres veces más territorio que el sur y es inmensamente más poblado. Y más aún, en el hemisferio norte hay mucho mayor pobreza y “subdesarrollo” que en el sur.

Norte versus Sur; Este versus Oeste; Occidente versus Oriente, Rosas o Sarmiento, tratados como si fuera River o Boca; las grandes antinomias conque nos entretuvo el siglo veinte, antinomias manipuladas por un sistema social, económico cultural y político que ha dado llamarse capitalismo y que habíamos asumido, pese a todo, como una forma superior de civilización o por lo menos como un paso ineludible hacia una civilización superior. El que esté libre de ese pecado que arroje la primera piedra. Rosas o Sarmiento, distintas vías, pero capitalismo al fin. Pregúntele a los pueblos originarios de la pampa que opinan del “Restaurador de la leyes” o del “Gran Maestro”. En América Latina los únicos que tienen derecho a hablar al respecto son aquellos indígenas que resistieron primero militarmente y después culturalmente, también los los hippies, algunos locos y otros marginados. Dados los hechos, podríamos aceptar que el capitalismo fue un paso ineludible por una razón de necesidad, por aquella incapacidad de la cultura agraria medioeval europea de satisfacer las demandas del crecimiento de la población; pero otra cosa es seguir pensando que es una forma “superior” de civilización.

Hoy, iniciando el tercer milenio de la era cristiana no hay mayor barbarie que la civilización capitalista. Todavía con variantes, desde la brutalidad del Estado teocrático norteamericano, restos del estado de bienestar en Europa o el pragmatismo de los chinos. Pero el rasgo del capitalismo actual es que impone su hegemonía, su uniformidad, en todo el globo terrestre. No existe isla desierta donde refugiarse para hacer aunque más no sea una vida de bohemios. Cada metro cuadrado del globo terrestre es un sitio de lucha anticapitalista que se lleva a cabo como si estuviéramos dentro de una gigantesca cárcel en donde no hay nortes ni sures, sino pabellones, celdas, patios, corredores, celadores, guardias y en donde, a pesar de todo, en la resistencia vivimos espacios de libertad. Seguir hablando en metáforas sacadas de la geografía, “norteños”, “sureños”, “orientales”, “occidentales” es oponer a la uniformidad capitalista otra uniformidad, una serialización que la pretenciosa razón supone más justa. No existe “otro mundo posible” porque el mundo como concepto no existe, “El mundo”, como totalidad, es una abstracción, es la cárcel de lo único, una de las mayores trampas de la razón capitalista. Pensar “otro mundo”, otra serialización alternativa a este, es pensar en otra cárcel porque sería seguir pensando en términos de único. Existen muchos mundos en este lugar del universo llamado La Tierra. El mundo capitalista sólo puede ser superado por muchos mundos.
Del mismo modo. a esa bien lograda expresión “pensamiento único” para definir el carácter actual del capitalismo, no se le puede oponer otro “pensamiento único” alternativo, un supuesto pensamiento único “de izquierda”, sino un pensamiento diverso como diversos son los pueblos, diversas son las lenguas y diversa es la vida misma.

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