Es una película extraña, donde los indígenas se representan a sí mismos: Alberto Cortés
Corazón del tiempo, retrato de la vida cotidiana de los zapatistas
Se programaron tres funciones en el Festival Internacional de Cine en Guadalajara
Jorge Caballero
Enviado La Jornada
Guadalajara Jalisco, 21 de marzo. Después de sorprender en certámenes como San Sebastián, Sundance y Viva Fest, el largometraje Corazón del tiempo, dirigido por Alberto Cortés, hace su debut en el 24 Festival Internacional de Cine en Guadalajara, donde tendrá tres funciones, la primera hoy. En entrevista, el realizador mexicano –autor del guión junto con Hermann Bellinghausen– opina: “La película toca muchos temas, como la situación de la mujer, de cómo una chica indígena enfrenta la decisión de contraer matrimonio con un joven, previamente acordada entre sus padres. Por medio de este conflicto podemos descubrir las relaciones que se viven dentro de las comunidades, la relación que tiene el pueblo con el EZLN y cómo son las relaciones de autoridad dentro de una comunidad. Hay que recordar que ya se cumplieron 15 años del levantamiento y 25 de la creación del EZLN; hay jóvenes que nacieron y viven en el zapatismo, los actores principales de la cinta son jóvenes que pertenecen a una generación educada dentro del zapatismo, esa es la gente con la que trabajamos en esta película”.
Cortés agrega: “Corazón del tiempo es la culminación de un trabajo que duró muchos años, que empezó con una visita a la Realidad que me impactó mucho, ver cómo el zapatismo se estaba desarrollando en las comunidades. En ese momento me surgió la idea de hacer una película, pero rodarla ahí no era fácil, no sólo es llegar y filmar, tuvimos que replantearnos muchas cosas, empezando por la manera de hacerla; fue un trabajo muy largo: iniciamos por proyectarles cine en las comunidades campesinas, indígenas y bases de apoyo, las cuales en muchos de los casos no habían estado cerca del cine o la televisión, incluso comunidades aisladas y sin luz. Después de este trabajo, empezó la realización del guión, con Hermann Bellinghausen, el cual fuimos trabajando y trasformando al mismo tiempo que nos íbamos adentrando, cada vez más, en estas comunidades.
“La importancia de la película es que retrata la vida cotidiana en las comunidades zapatistas, cómo se vive en resistencia, cómo se vive construyendo la autonomía… todas estas cosas que hemos conocido del zapatismo, de otra forma, mediante los noticiarios o los comunicados de Marcos o los innumerables documentales que se han hecho, pero esta es la primera vez en que se ve eso en una forma de ficción, pero actuada por ellos mismos, que fue uno de los acuerdos, no que fingieran ser zapatistas, sino que la hiciera el colectivo, todos los zapatistas son coproductores con la junta de buen gobierno Hacia la Esperanza. Es una película donde inventamos una forma de producción.”
No es un docudrama
A consideración de Cortés, Corazón del tiempo “es una película extraña, porque nunca se había hecho un filme con indígenas en el cual se representaran a sí mismos, con plena conciencia, no es un docudrama donde hayamos tomado una familia que represente su vida y más o menos actúen, no, aquí es una ficción normal, donde los actores se tuvieron que aprender los diálogos. La dirección con estos actores fue muy divertida, la forma en cómo descubrían todo y hacerlo de manera fresca, se nota en la película, todos los actores entendían la responsabilidad del papel que estaban desarrollando, regresamos a los orígenes de la actuación, donde los actores no pensaban en fama ni dinero, sino en la responsabilidad de representar a un personaje de su sociedad. Fue muy gozozo por el sentido de la actuación, no hay nada de artificios. Pensamos que Corazón del tiempo es una película que puede estar en salas comerciales y en cineclubes, ese es uno de nuestros retos, lograr pantallas, cosa que no es fácil por la situación del cine mexicano, pero estamos acostumbrados a la lucha”.
Acerca de su paso por certámenes internacionales Cortés dice: “La película se estrenó en San Sebastián, en el País Vasco; después se fue a Sundance, Estados Unidos; la semana pasada estuvimos en el Viva Fest, del Reino Unido, que es un tour de cintas que se exhiben en diferentes ciudades, y el próximo lunes y martes se exhibirá dentro del Festival de Toulouse; en todos estos festivales nos fue muy bien, porque fuera de México la cinta sorprende mucho, en la medida que todo mundo tiene una idea del país, de esta guerra contra las drogas, y que de repente veas una película mexicana que habla del campo y de los indígenas de una manera muy esperanzadora, te das cuenta que lo mejor de México está sucediendo con los Zapatistas, quienes están muy lejos de la violencia que se vive en el resto del país”.
La proyecciones de Corazón del tiempo se realizarán en el Cinépolis Centro Magno de esta capital.
En los términos de su dignidad cinematográfica
Hermann Bellingausen
La Jornada
Cuando en enero de 2009 Corazón del tiempo se presentó en el Sundance Resort, al inicio de su festival de cine independiente, la audiencia era algo así como “selecta”. A representantes del Sundance se sumaba una banda de moviegoers, cinéfilos de evidente buen nivel económico, no jóvenes, curtidos en cine de todo el mundo. Era la primavera de la obamanía y ellos, unos 200, me parecieron gente informada, progresista. Estaban de buen humor.
Al concluir la proyección, un hombre del público comentó la escena donde una patrulla del Ejército federal y la policía intentan ingresar a la comunidad zapatista ficticia de la cinta, y son enfrentados por las mujeres marcándoles el alto. “Esperaba un baño de sangre”, dijo. En vez de eso, las mujeres con el rostro cubierto y el puño en alto evitan pacíficamente el tránsito de las tropas al poblado.
Un bloodshed sería lo natural en una película latinoamericana sobre resistencia indígena, rebelde además. No es lo que ocurre en este caso, donde la represión no es el tema. Aquel espectador lo decía más sorprendido que decepcionado, considerando la fama bien ganada de México como país hiperviolento y poblado de pequeñas guerras.
–¿Esas cosas también pasan? –preguntó.
–Sí, pasan.
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Hacia 1999, Alberto Cortés propuso escribir un argumento de ficción sobre los zapatistas basado en hechos reales. En ese momento parecía un despropósito. ¿Cómo mostrar la cotidianidad en tierras donde se vive una guerra de resistencia, en una detente bélica tan inusual como otras características inéditas del proceso zapatista? El secreto, la discreción, la cautela eran lo común. ¿Cómo mostrar entonces una vida que “de fuera” no se veía? Y no por falta de atención: desde 1994 persisten cierta idea, imágenes, una conciencia generalizada del zapatismo en Chiapas, aún para sus detractores.
Resultaba difícil imaginar en pantalla a campesinos zapatistas nadando, besándose, comiendo, cosechando la milpa. Y menos si iban a caracterizarse a sí mismos, que era la idea del proyecto. Morosa y cambiante, la historia creció y se reinventó a lo largo de siete años, mientras la otra historia, la verdadera, seguía su curso.
La maduración de las comunidades fue acelerada y notable en ese mismo periodo. Al establecerse las juntas de buen gobierno, en 2003, apelaron a una legitimidad pública que ya habían conquistado en los hechos. Era menos inconcebible “ver” sus rostros, conocer sus voces, mostrar su identidad a pesar de la permanente contrainsurgencia militar que los rodea, los programas de inteligencia, el espionaje sistemático. El gobierno ha estado obligado a respetar, declarativamente al menos, a las autoridades autónomas, sus gestiones, sus relaciones comerciales y de vecindad con otras comunidades.
En tanto, Cortés y la pequeña troupe de Bataclán echaron a rodar una variante de los “gitanos” de antaño, que llevaban películas de pueblo en pueblo. Armaron un cine ambulante que recorrió varias comunidades de la selva Lacandona. No es que allá desconocieran eso, videocasetes y devedés son habituales, Ni que no tuvieran géneros predilectos: las de Pedro Infante, rancheras de siempre, históricas: La rebelión de los colgados; las de acción, estilo hermanos Almada; las de artes marciales. Y comedias mexicanas: Tin Tan y Cantiflas ya reinaban.
El repertorio de Bataclán para las comunidades proliferó, con el respaldo de la Filmoteca de la UNAM. Comenzó con una muestra intensiva de Chaplin, no conocido por los indígenas. Un acontecimiento. No podían creer que Charlot fuera persona y no un muñeco maravilloso. La mayoría presenciaba por primera vez proyecciones sin el cinescopio, que suele ser la única “sala de cine” de los pobres. Conocieron Matrix, dibujos animados, La ley de Herodes, cubanas.
Juntar al pueblo al anochecer y proyectarle cintas que, atravesadas en la oscuridad por un cono de luz, dan imágenes más grandes que la realidad. Cine, pues, clasiquito, no sucedáneos portátiles. A la vez se abrió el juego de la actuación y la expresión corporal en los términos cinematográficos de su dignidad. El Teatro Campesino realizó talleres. El argumento siguió desarrollándose ante los cambios que no han dejado de ocurrir.
Si los videoastas zapatistas llevan años filmando documentales y cortos con sus propios medios, y los pueblos están haciendo una revolución todos los días, bien podían arriesgarse y actuar, coproducir, hacer suya una película inspirada en sus historias.