Alejandra León Cedeño [1]
Maestría en Psicología Social
Pontifícia Universidade Católica de São Paulo (Brasil)
Guía múltiple de la autogestión: un paseo por diferentes hilos de análisis
RESUMEN: a partir de una revisión bibliográfica sobre materiales que utilizan el término autogestión (desde la Internet hasta la Psicología Social Comunitaria, pasando por los más diversos contextos y áreas), se evidencia que ésta es nombrada mas poco profundizada, y que aparece con una multiplicidad que no es registrada en estos textos, pareciendo, por el contrario, ser algo obvio o unidimensional.
El presente trabajo contradice esta situación. Entendiendo la autogestión como construcción social en que se produce sentido, que es histórica, polisémica y argumentativa, se realizó un “viaje” por diferentes caminos históricos seguidos por este concepto. Se hizo una revisión cronológica del término en Europa y América Latina, señalando cómo emergen múltiples versiones sobre el mismo -algunas contradictorias, otras sin ninguna relación entre sí- que aparentemente no son estudiadas ni discutidas por quienes usan el vocablo. Esto se evidencia también al estudiar la autogestión en la Psicología Social Comunitaria Latinoamericana, que es propuesta como objetivo fundamental de la acción comunitaria, que debe ser promovido por el “agente externo” a la comunidad desfavorecida con la que trabaja; el tema, sin embargo, es poco trabajado, así como lo son las sutiles relaciones de poder producidas en este proceso.
Por último, se acompañó el día a día de una organización de un barrio pobre de São Paulo (Brasil) que podría considerarse autogestionaria. A partir del panorama polisémico y sorpresivo encontrado en todos estos hilos, se propone una categorización dinámica de las versiones de autogestión que circulan por este tapiz.
Introducción: 6 categorías dinámicas para estudiar la autogestión
Cuando la palabra autogestión se menciona en la Psicología Social y en trabajos multidisciplinarios (y/o militantes) de intervención, parece tener un significado obvio, homogeneo y “políticamente correcto”. Paradójicamente, aunque tal término llega a ser caracterizado como el objetivo principal de la acción colectiva a desarrollar, no es trabajado en profundidad; más aún, en diversas experiencias es apenas mencionado, sin dar ninguna explicación sobre el mismo. Es como si quienes lo usan se apropiasen de él pensando: “si no me preguntan lo que es, yo lo sé; si me lo preguntan, no lo sé”.
El presente trabajo pretende contraponerse a esa noción, recuperando la densidad histórica del concepto de autogestión y mostrando sucintamente algunos de los múltiples sentidos que sobre él han sido construidos a través del tiempo, especialmente en el ámbito comunitario. En el texto, entonces, se entiende la autogestión como siendo una construcción social, una construcción de sentidos, histórica, argumentativa, polisémica (con sentidos diferentes o hasta contradictorios que coexisten, bien sea pacíficamente o librando una lucha por convertirse en el sentido dominante; P. Spink, 1999). Esos diversos sentidos, a pesar de ser nombrados con la misma palabra (que significa gestión por sí mismo/a, autónoma) se refieren a procesos de independencia que son construidos en relación, y que por lo tanto implican la gerencia realizada independientemente de alguien. Quién sería este alguien? Es justamente esa pregunta lo que permite comenzar a observar diferencias claras en los usos de la palabra, pues se puede hablar de autogestión queriendo decir que se es independiente de entes distintos: el Estado, potencias opresoras, el patrón, el llamado “agente externo”, las relaciones autoritarias… inclusive se puede hablar de una autogestión entendida de forma individualista o, por el contrario, de una constituida colectivamente.
Ante ese hallazgo, se realizó una categorización dinámica de la autogestión (siguiendo a M.J. Spink y Menegon, 1999) que propone seis categorías. Ellas surgieron a través de revisión bibliográfica, conversaciones con autores de textos y contacto con diferentes movimientos; serán brevemente explicadas a continuación, de modo de facilitar la comprensión de los hallazgos sobre tal palabra a través de la historia y en diferentes prácticas. Cabe aclarar que la categorización es provisional y postula que ocurren cambios dentro de cada categoría, al tiempo que afirma que es posible que las agrupaciones o colectivos transiten por diferentes categorías. Y éstas fueron definidas así:
-Autogestión libertaria: tiene raíces anarquistas, y es el primer sentido de autogestión que emergió en la historia. Nace clamando por la transformación de la sociedad, la gestión colectivizada, sin relaciones autoritarias, capital ni Estado. Con el tiempo, las raíces anarquistas se diversifican y se mezclan con otras corrientes, dando lugar a una noción constantemente en movimiento, y que crea diversas fronteras: de un lado, el conflicto libertario entre naturaleza y sociedad y la crítica a la noción de ser gobernado; de otro, las ideas de grupo sin líder y gestión colectivizada; de otro, formas culturales tradicionales de autoorganización, y finalmente la crítica al Estado marxista en tanto mecanismo intermediario para la sociedad sin Estado (P. Spink, 1998). Tal vez una definición provisional de este tipo de autogestión sea algo como: un proceso en el cual un colectivo de personas, organizadas en redes (conversacionales) de producción que varían según el momento y el contexto, toman decisiones horizontalmente y actúan colectivamente en la búsqueda de bienes, acciones, ideas, servicios o reivindicaciones colectivas que los afectan, habiendo una posesión colectiva de los recursos empleados (León y Montenegro, 1999).
-Autogestión estatal: es promovida por el gobierno. Surge como necesidad, emergida históricamente, de independencia de un país en relación con potencias opresoras. Se implementa de arriba hacia abajo: el Estado promueve su desarrollo y estudio, decretando la toma de los medios de producción o de decisión comunitaria, y apuntando hacia el logro de la autonomía de las personas dentro de los límites que otorga la dirección gubernamental. En Yugoslavia, principal representante de esta categoría, la preponderancia del gobierno trajo diversas contradicciones; por ejemplo, la dirección última de las empresas estaba a cargo de un tecnócrata nombrado por el Estado, o de un miembro importante del Partido, con lo cual se cercenaba, tal vez sin querer, la autonomía que se pretendía estimular. El caso yugoslavo tuvo una enorme repercusión mundial, influenciando casos como el de Perú (1968 a 75) y en cierta medida el de Chile (1968-73).
-Autogestión liberal: refuerza el autocontrol de las personas en diversos ámbitos, entre los cuales destaca la empresa. En ella se propone el funcionamiento con autonomía de un patrón o gerente, tomando decisiones individualmente o en grupos pequeños. Se basa en una ideología liberal que postula la elección “libre”de las personas y la capacidad de mayor eficiencia a través del trabajo conjunto; la solidaridad, por lo tanto, no ocurriría por un sentido colectivo, ni para una politización del ámbito laboral o una lucha por reivindicaciones de clase: sería propuesta por la alta gerencia por ser más eficiente para hacer que la producción aumente. Recientemente, esta visión se diversifica e incluye la proposición de estrategias individualistas para controlar la propia vida. Empresas cada vez más globalizadas, la Internet y el “boom”de los libros de autoayuda están llenos de estos planteamientos, que en nada se parecen a la versión original de autogestión.
-Autogestión sin patrón: en ella, los trabajadores dirigen la empresa. Tiene sus bases en las asociaciones y consejos obreros que se gestaron en Europa en el s.XIX, en los cuales los trabajadores se apropiaban de los medios de producción y elegían a sus gerentes y directores, tomando las decisiones importantes en asambleas. Esa raíz influencia el surgimiento de diferentes movimientos laboristas y de democracia industrial. Sin embargo, esta categoría se diferencia de la libertaria porque designa los casos en que se diluye el objetivo de una transformación social para pasar a ser una estrategia contra el desempleo, buscando atenuar las aberraciones sociales producidas por el capitalismo. La característica principal de esta categoría es la ausencia de un dueño, estando la organización, legalmente, en las manos de los trabajadores. Mas como señalan Walker (1976) y Nemesio (1997), ello no significa que ejerzan influencia en las decisiones que los afectan: un trabajador puede estar mejor en una empresa autocrática que “lo explota”que en una autogerenciada de la cual “es dueño”. Factores como el salario, las condiciones de trabajo, tener que asumir los costos de la empresa y, en muchos casos, las relaciones autoritarias y jerarquizadas entre trabajadores y directores, son muy semejantes a los de empresas privadas.
-Autogestión microcomunitaria: es una especie de protoautogestión. Consiste en una agrupación de personas que, espontáneamente o por sugerencia de algún “colaborador”(religioso/a, líder comunitario/a, profesional aliado/a, entre otros), organizan un emprendimiento colectivo de acciones, bienes, servicios, ideas o reivindicaciones que las afectan, con fines comunitarios. Es una iniciativa independiente del Estado y de organizaciones o individuos paternalistas; tampoco acostumbra usar mecanismos institucionalizados de participación (estatutos, elección de directores, políticas, de funcionamiento escritas, por ejemplo). Puede ser un proceso corto, o inclusive un momento (desarrollarse en uno o pocos días). Diferentemente de la autogestión libertaria, ésta no plantea una propuesta política de transformación de la sociedad, pues su principal interés es trabajar para la concretización de una necesidad sentida, lo cual no implica luchar por una sociedad más justa.
-Autogestión agente externa: se da cuando la experiencia autogestora es promovida y comandada por persona(s) de fuera -de otra clase social, nacionalidad, profesión, entre otros- que usualmente gerencia(n) la obtención de recursos para la iniciativa, y con quienes se configuran relaciones encubiertas de poder. Las acciones se caracterizarían por cierta verticalidad en vez de horizontalidad en la toma de decisiones (no siempre, y a veces con una intención totalmente diferente). El dinamismo de esta categoría es enorme: una persona de fuera puede favorecer una autogestión libertaria y, en el instante siguiente, adoptar el rol de “agente externo” director/a. Este comando externo también puede volverse un estado constante, o generar conflictos entre “internos”y “externos” en la toma de decisiones. Semejante postura puede tener raíces en la idea de vanguardia leninista, en que la “intelligentsia” del partido o de la causa debe ser obedecida en estilo casi militar, ya que ellos “saben lo que hay que hacer”. Esto aún perdura en algunas experiencias militantes.
Una vez esbozado este panorama, se pasará a sistematizar históricamente los hallazgos sobre el término autogestión. Vale repetir que tales hallazgos dieron un mayor énfasis a la autogestión comunitaria, y, buscando mostrar el dinamismo histórico del concepto, fueron resumidos de la siguiente manera:
-Elementos de autogestión en Europa (origen y variaciones de la palabra)
-Autogestión en América Latina: palabra viva, oscilante y diversa
-Autogestión en la Psicología Comunitaria: término importante y poco profundizado
-Autogestión en la vida cotidiana: 3 meses en la entidad “Mãos Unidas-Jardim dos Pássaros”, en São Paulo, Brasil (agrupación compuesta por una panadería comunitaria, un taller de costura y un preescolar, gerenciados por habitantes del barrio).
Elementos de la historia de la autogestión en Europa
Ya se dijo aquí que el sustantivo autogestión, en su sentido inicial, se refiere a la toma de las fábricas y organización de la producción por parte de los obreros, que abolen la separación de funciones entre dueños, administradores y trabajadores, diluyendo el poder entre todos y participando conjuntamente de la toma de decisiones.
Como antecedentes de la palabra aparecen, en la segunda mitad del siglo XIX, movimientos obreros de resistencia al capitalismo (como la Comuna de París) que estuvieron relacionados con obras de Proudhon, Bakunin y/o Marx, -se dice “y/o Marx” porque desde el principio hubo diversidad y desacuerdos respecto al tema. Aquellas prácticas no eran nombradas con el vocablo en cuestión, pero parecían referirse a una propuesta de organización similar (Cornelio, 1976; Arvon, 1981; Bourdet, 1978).
A partir de 1905 -en un breve e intenso estallido de consejos obreros rusos- y de 1917, con los “soviets” de la Revolución Rusa, crece una ola de consejos obreros que se expande por toda Europa: de Rusia pasa a Alemania, Austria y Hungría, luego al norte de Italia y a España -con la colectivización anarquista que, a decir de historiadores como Hobsbawm (1970) y Mintz (1977), comenzó a gestarse poco después de 1850. En el presente trabajo, tales movimientos podrían caracterizarse como siendo de autogestión libertaria; fueron reprimidos y diezmados, y en el caso soviético, domesticados y convertidos en una especie de autogestión estatal (que después fue cada vez más estatal y menos autogestión, aunque hubo movimientos de resistencia en Kronstadt y Ucrania). Probablemente hubo en tales experiencias un dinamismo organizativo que impediría ver las categorías a ellos atribuidas (”autogestión libertaria” o “estatal”) como etiquetas constantes, estáticas, definitivas.
La palabra autogestión tiene al menos dos orígenes: uno es la expresión rusa samupravlieni, usada en la Revolución Rusa por los anarquistas, y que parece ser una especie de “nacimiento bastardo” del término. El otro es el vocablo servo-croata samoupravlje que, para la “historia oficial”de la autogestión, constituye el inicio de la misma, en 1950. “Samoupravlje”designaba la administración de las fábricas por los propios trabajadores en Yugoslavia, proceso creado y comandado por el Estado bajo el mandato del Mariscal Tito (dando inicio a una clara e influyente autogestión estatal), y cuyo desarrollo a través de los años dió pie a abiertas polémicas y críticas (Bilandic y Tonkovic, 1976; Cornelio, 1976; Ramírez, 1997), hasta desaparecer con la muerte de Tito y la guerra entre las naciones que conformaban el país yugoslavo.
En los años 60 y 70 se puede hablar de una “ebullición” de la palabra. “Samoupravlje” fue traducida en Francia como “autogestion” y, a partir de aquí, los más diversos sectores (partidos políticos, sindicatos, pequeños grupos, medios de comunicación, intelectuales como Lapassade y Lourau y su “autogestión pedagógica”…) se apropian de la palabra, dándole sentidos diferentes que van diluyendo su versión libertaria inicial. Asimismo, con la propuesta del self-management en los países anglosajones, se transfiere la idea de autogestión a la empresa, ya no para generar movimientos contra las injusticias del sistema capitalista, sino para fundirse a él y corregir sus defectos mediante la reducción de la distancia entre gerentes y trabajadores. Ese modelo parece ser una especie de raíz de la aquí llamada autogestión liberal, a partir de la cual comienzan a aparecer versiones cada vez más individualistas de autogestión.
En las décadas de 80 y 90, se puede indagar con cierta ironía: será que el concepto murió en Europa? Ello porque se nota un decaimiento en el uso del mismo, al tiempo que se observa un destaque creciente de la economía social y solidaria, que en alguna medida lo sustituyen (y que favorecen, en cierta medida, procesos de autogestión “sin patrón” o “agente externa”). Surgen sentidos individualistas -”liberales”- del término, sin ninguna relación evidente con su significado inicial: cómo hacerse rico rápidamente, lidiar con el stress, tratar a los hijos adolescentes o entenderse a sí mismo siguiendo técnicas instantáneas. Ello parece responder a una tendencia histórica a descartar o banalizar el concepto. Sin embargo, diversos colectivos y movimientos de resistencia (como los Okupa) lo utilizan, defendiendo su sentido libertario, aunque eso sea ignorado o negado por las autoridades y los medios de comunicación.
Autogestión en América Latina: palabra viva, oscilante y diversa
Prácticamente, la historia autogestora del continente latinoamericano no ha sido sistematizada (se encontraron relatos específicos y un pequeño intento de sistematización como lo es el trabajo de Peruzzo, 1998, por lo cual se intentó trazar un panorama más detallado -y obviamente inacabado- de los diversos sentidos que coexisten).
Como antecedentes de la autogestión, esto es, prácticas anteriores a la “llegada” de la palabra, pero que posteriormente han sido denominadas con ella, aparecen varios tipos de organización: los primeros son los pueblos cimarrones (llamados “quilombos” en Brasil y “comunidades djukas” en Surinam), aldeas de propiedad colectiva en que se concentraban los esclavos que huían de la explotación blanca, algunas de las cuales persisten actualmente. En Brasil, el “quilombo dos Palmares” (1601-1694) resistió durante casi un siglo y llegó a tener cerca de 50.000 habitantes, constituyendo, según Galeano (1971), la mayor rebelión de esclavos de la historia universal. Estos serían posibles antecedentes de la autogestión libertaria.
Diversos movimientos revolucionarios también aparecen entre estos antecedentes: la movilización en pro de la reforma agraria liderizada entre 1811 y 1820 por José Artigas (en la región que actualmente constituye el Uruguay, el noreste de Argentina y el sur de Paraguay), salvajemente reprimida, cuyas ideas son usadas actualmente por un movimiento autogestionario uruguayo: la FUCVAM (Federación de Cooperativas Uruguayas de Vivienda por Ayuda Mutua; Font, 1999). La Revolución Mexicana (1910-1919), a cargo de Emiliano Zapata y Pancho Villa junto con miles de campesinos, también contra los latifundios y a favor de la reforma agraria, que llegó a ser influenciada por los anarquistas, y que es hoy emblema del Ejército Zapatista de Liberación Nacional. La Revolución Boliviana (ya en 1952), con reforma agraria y fuerte actuación del movimiento obrero, que conquistó espacios significativos como las radios mineras, y que según Peruzzo (1998) estuvo más dirigido a la cogestión. La Revolución Cubana (en 1959), que influenció movimientos de izquierda en toda América Latina y, si bien se dirigió al socialismo de Estado en vez de a la realización de proyectos autogestionarios, psicólogos comunitarios como Rivera-Medina y Serrano-García (1985) mencionan procesos de autogestión en los policlínicos de salud y Comités de Defensa de la Revolución, y movimientos sociales como el MST de Brasil o grupos de Okupa de Barcelona también relacionan a Cuba con la autogestión (que tal vez sería entendida como siendo una autogestión estatal, independiente de potencias opresoras).
El anarquismo es un importante antecesor de procesos autogestionarios libertarios en Latinoamérica. En 1890, por ejemplo, un grupo de inmigrantes italianos recibió del emperador de Brasil, Don Pedro II, tierras para fundar una colonia experimental: la Colonia Cecilia, sin leyes, religión ni propiedad privada, que acabó rápidamente por problemas con la propiedad de la tierra y la Iglesia del lugar, entre otros (Gattai, 1979). Entre finales del siglo XIX y la década de 30 se dio, con particular fuerza política y cultural, la llegada del movimiento anarquista al Cono Sur y a México, traído por inmigrantes en su mayoría italianos y españoles que participaron en grandes movimientos sociales europeos (consejos obreros, colectivización, Guerra Civil Española).
La palabra autogestión llega a América Latina en los años 60 y 70, y se ve claramente a partir de 1968 a través de distintas vías. Las más claras son la anarquista, la yugoslava, la demócrata cristiana y los acontecimientos del mayo francés de 1968. Fue traída por militantes, intelectuales, teólogos de la Liberación… personas que, de acuerdo con el vocabulario de los interventores sociales, podrían denominarse “agentes externos”, no pertenecientes a los lugares o contextos en los cuales se quería desarrollar iniciativas autogestoras. Es decir, llegan a este continente versiones fundamentalmente libertarias o estatales, con diversos matices y formas, que al ser implantadas adquieren ciertos rasgos de “agente externidad”(por supuesto, no en todos los casos, pero es éste un rasgo importante).
El primer registro claro y notorio hallado hasta ahora sobre la palabra se dio en Perú, entre 1968 y 75, con el Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas (gobierno militar nacionalista que decretó la autogestión y la reforma agraria). En aquella época se crearon miles de cooperativas, empresas de propiedad social, empresas de propiedad de los trabajadores… en concordancia con las leyes promulgadas por el gobierno (autogestión estatal, aparentemente inspirada en la autogestión yugoslava), y que contó con la importante participación de profesionales del área social (que, por lo que puede deducirse del trabajo de Gómez, tuvieron una tendencia a constituirse como “agentes externos” que “sabían lo que había que hacer” y se frustraron cuando el pueblo no realizó esas acciones. La mayoría de las experiencias fracasó, salvo asentamientos humanos como la CUAVES (Comunidad Urbana Autogestionaria Villa El Salvador, fundada en 1971) que, a pesar de haber sido liderados por una persona “de fuera”, nacieron en un ambiente de resistencia y participación que ha continuado creciendo y tendiendo a una autogestión libertaria. Da la impresión de que las iniciativas que fracasaron fueron las impuestas a la población.
En el mismo período del Gobierno Revolucionario peruano, comienza una serie de movimientos de autogestión en Uruguay. La palabra parece llegar principalmente a través de sectores cristianos de izquierda, mezclados con alguna influencia del proceso yugoslavo y alguna vertiente anarquista (Font, 1999) Se forma la FUCVAM, unión de cooperativas por ayuda mutua, que actualmente funciona y que continúa utilizando este vocablo. Es uno de los grupos social y políticamente más movilizados de ese país, independiente de partidos políticos, y constituido por muchas cooperativas en las que las familias toman decisiones sobre el diseño y materiales de sus casas, y las construyen, ocupándose también del entorno urbano y los servicios comunitarios, llegando a construir espacios deportivos y culturales, bibliotecas o ambulatorios, y guiados por principios de solidaridad, igualdad, ayuda mutua y participación democrática, además de autogestión (libertaria) y propiedad comunitaria.
La FUCVAM sirvió de ejemplo para el emprendimiento de actividades y programas de construcción colectiva (”mutirão com autogestão”) en el sur y sudeste de Brasil; arquitectos uruguayos asesoraron al Movimiento de los Sin Tierra (MST) y al Partido de los Trabajadores (PT) en la década de 80; estos entes brasileños llevan a cabo procesos extremamente dinámicos en los que, de acuerdo con lo que se deduce del relato de Dorea (1996), mezclan intenciones y momentos de autogestión libertaria con episodios de autogestión agente externa.
En Chile, el concepto también fue muy usado e importante durante el gobierno de Salvador Allende (1970-73), e inclusive antes, cuando comenzó la reforma agraria. Era utilizado con respecto a las cooperativas e inclusive existía un organismo, aparentemente estatal, denominado “Instituto de Desarrollo de la Autogestión” (Piper, 1999; Peruzzo, 1998). Esa versión de la autogestión también parece estar vinculada a la yugoslava y, si bien parece haber surgido como iniciativa estatal, tuvo una importante participación popular.
En los años 80 se acentúa el carácter político de las protestas de diferentes movimientos indígenas (que han protestado desde los tiempos de la colonización contra las injusticias para con los indios). Se realizan manifestaciones cívicas o guerrilleras en países como Nicaragua, México, Guatemala, Colombia, Ecuador, Perú, Chile y Brasil. Aunque la palabra más usada para referirse a estos casos es “autonomización”, varios de ellos han sido definidos como autogestión y actualmente continúan luchando por sus derechos.
En la década de 90, el tema autogestivo se complejiza aún más: además de las experiencias ya relatadas que aún funcionan, coexisten abordajes que no parecen tener relación entre sí, o que se contradicen, y que al ser contrapuestas evidencian la polisemia del término y las contradicciones en su uso. Todas tienen algo en común: son colectivas, construidas por un conjunto mayor o menor de personas. Pero de qué forma lo son? Unas parecen más libertarias, otras más capitalistas o “liberales” (cooperativas de salud creadas por los patrones, por ejemplo), algunas son estatales, otras tienen una complicada relación con “agentes externos”… y dentro de categorías como empresas, cooperativas o comunidades aparece una gran variedad de matices que pasa por lo “microcomunitario” o “sin patrón”, coexistiendo con vertientes libertarias, “agente externas” y hasta liberales. La palabra aparece también en otros contextos tales como movimientos sociales, ONGs, ciencias sociales y humanas, economía social y solidaria, universidades, salud…y hasta para referirse al jugador de fútbol Dunga en el Mundial de Fútbol de 1998!
Hablar de cualquiera de estos contextos es abrir un abanico inmenso de matices de autogestión, de imprecisiones, de cambios, de virulencias. Ello puede observarse al mirar un poco más de cerca la palabra en cuestión en la Psicología Comunitaria, una disciplina relativamente reciente, que surge con el objetivo de producir trabajos científicos autóctonos y autónomos respecto a las grandes potencias, transformadores de la realidad que estudian.
Nociones de autogestión y Psicología Social Comunitaria en América Latina
La Psicología Comunitaria latinoamericana surgió como movimiento contrahegemónico, es decir, tomando posición contra la aridez y los rigores de la psicología imperante (experimentalista, individualista, legitimadora del orden social existente) y respondiendo a la necesidad de colocar el saber a disposición de los segmentos más pobres y marginalizados de la población. Con ese objetivo, se apropia de la palabra autogestión, especialmente en los países de lengua española.
Tal relevancia de la palabra, sin embargo, no es exclusiva de esa área: el dúo “autogestión-comunidad” es el centro de múltiples actividades y programas sociales en América Latina en disciplinas como la sociología, el trabajo social, la medicina, la ecología o la religión, y el propio nombre de varias de estas iniciativas muestra un interés por la promoción de la autogestión y la visión de la misma como un objetivo central a alcanzar.
En el presente trabajo, se hizo una revisión de textos psicosociales comunitarios de autores caribeños (de Venezuela, Puerto Rico y México) y brasileños, observando el tratamiento del concepto durante los años 70, 80 y 90, e intentando así construir los primeros pasos de una “historia de la autogestión psicosocial comunitaria”.
El uso de este término en las décadas de 70 y 80 se puede sintetizar diciendo que la autogestión es vista como objetivo fundamental de la acción comunal, y debe ser estimulada por el profesional o “agente externo” que trabaja en una comunidad (Montero, 1979, 1980, 1982, 1984, s/f.; Serrano-García y Álvarez Hernández, 1985; Rivera-Medina y Serrano-García, 1985). Ello implica una diferencia con el uso clásico de la palabra, que es la importancia del/la profesional que no pertenece al lugar y facilita acciones en él. La autogestión parece ser, así, un objetivo que según los profesionales debe ser logrado por las personas de la comunidad. O sea, aquello que es “auto”estaría siendo propuesto por algunos para que otros lo alcancen, lo cual correspondería a una propuesta de autogestión “agente externa” a pesar de partir de una base transformadora. No sería una autogestión de tipo libertario cuando se propone la detección, formación y entrenamiento de líderes comunitarios para que ellos formen a los otros habitantes. Sin embargo, ni el concepto ni el papel del agente externo en la autogestión son profundizados (tratamiento”lato sensu”), lo cual es significativo cuando se considera la actual polisemia del término. Da la impresión de que, en aquel período, resultaba claro para todos lo que significaba autogestión. Pero ya se ha visto que hoy la situación ha cambiado.
En los años 90, esa tendencia a destacar la importancia el concepto sin trabajarlo exhaustivamente coexiste con otras posturas: los brasileños Guareschi (1997) y Lane (1998) definen el término y hablan de él en términos históricos; el mexicano Almeida (1998, 1999) amplía su uso al terreno cultural y ecológico, además de entenderlo en el sentido económico y político; las venezolanas León, Montenegro, Ramdjan y Villarte (1997; León y Montenegro, 1999) comienzan a sistematizar el término y a revisar la relación entre agentes “internos”y “externos”; la venezolana Wiesenfeld (1999) realiza un trabajo de definición y caracterización del término a partir de sus propios protagonistas y no del “agente externo”.
Cabe destacar que en Brasil es más común el uso del sustantivo “autonomía” (Lane, 1997; Sawaia, 1997; Reboredo, 1992). Reboredo diferencia autonomía de autogestión diciendo que esta segunda palabra se usa para denominar luchas de producción, relacionadas con la organización de estrategias de sobrevivencia, y la primera se refiere a luchas de consumo, a la reivindicación de mejorías en un embate político con el poder local. Tal diferenciación, sin embargo, no es nada clara. Lo que autores como Sánchez (1997) y Sawaia (1997) entienden como autogestión, significa autonomía para Sandoval (1997), y viceversa. Igualmente, entre los latinoamericanos hispanoparlantes hay también ambigüedad respecto a estas dos nociones, que comienza cuando el principio de autonomía definido por el sociólogo colombiano Fals Borda (1959) es aparentemente convertido por Montero (1979) en el principio que señala la importancia de la autogestión y participación. Si se observa este terreno difuso desde una vertiente libertaria, se puede contraargumentar que la autogestión se refiere a una forma de organización que implica la gestión colectiva sin líder (o con líderes momentáneos que se rotan), y que puede ampliarse para más allá de la producción de bienes para referirse también a la gestión de servicios, acciones, ideas o reivindicaciones colectivas por las cuales trabajen los mismos afectados; la definición de Reboredo no esclarece cuál es la forma de organización de los espacios productivos (autogestión) o reivindicativos, de consumo (autonomía); creo que justamente ése es un punto vital en el que se debe explicitar una posición al trabajar guiados por el término autogestión.
Cabe también destacar que muchos de los casos relatados por textos de Psicología Comunitaria se refieren a ejemplos de autogestión microcomunitaria aunque no usen este nombre: personas que se reúnen para construir unas escaleras o una cancha deportiva, o para arreglar una calle; que venden comida y con los fondos recaudados mejoran una escuela… son actividades tan cotidianas que a veces parecen pasar desapercibidas ante los ojos de los científicos sociales, como si lo cotidiano o lo llamado “informal” fuese algo poco digno de estudio (P. Spink, 1988).
Autogestión y vida cotidiana: 3 meses en el barrio “Jardim dos Pássaros”
Después de haber construido esta versión histórica de la autogestión en diferentes ámbitos, se realizó un estudio de tres meses en un barrio pobre de la ciudad o megalópolis de São Paulo, en Brasil, que aquí se denomina “Jardim dos Pássaros”. El sector estudiado tiene 11 años de fundado y en él coexisten casas de bloque (algunas de las cuales son grandes, frisadas y pintadas, lo cual no es el caso de la mayoría) y casas de cartón, madera, zinc o diversos materiales de desecho. Para el momento de su fundación hubo diversos movimientos populares en la lucha por servicios básicos como agua, luz, instalación de cañerías o vialidad -reivindicaciones por las que también lucharon los religiosos que fueron a vivir al lugar. En 1991 comenzó una iniciativa de las mujeres que participaban en la Comunidad Eclesial de Base, y que comenzaron a reunirse para hacer pan y venderlo. Aquel trabajo fue creciendo hasta que, con el apoyo de un cura que fue a vivir al barrio, se convirtió en una panadería comunitaria, adquiriendo después registro legal y organización formal de su estructura: presidente, vicepresidente, tesorero, secretario, consejo gestor. Posteriormente, en 1992, se formó una cooperativa de costura que incorporó a otras mujeres del lugar, y en 1996 comenzó a funcionar un preescolar con otros habitantes. Todos conforman la entidad “Mãos Unidas-Jardim dos Pássaros”, en la que personas del barrio gestionan el funcionamiento de estas tres iniciativas. También pertenecen a la entidad el cura, frei Paulo, que desde hace 7 años no vive en el barrio, y una trabajadora social y una psicóloga que apoyan el trabajo.
Buscando entender cómo podría definirse la autogestión en este contexto, caracterizado por parámetros que pueden llamarse autogestionarios, se realizaron 20 visitas al barrio, la mayoría de 8 o más horas. Fueron registradas en un diario de campo, y su contenido fue revisado por las protagonistas de esa historia. En las visitas hubo relación con las participantes de los tres proyectos de la entidad, intentando entender su cotidianidad a través de observación directa (ver lo que hacían), observación participante (aprender a trabajar en la panadería, el taller de costura y el preescolar, supervisada por ellas y compartiendo sus otras actividades, como comida o limpieza del lugar) y conversaciones sobre su día a día y sobre autogestión. Así, se emprendió lo que P. Spink (1998) denomina una observación interactiva abierta, éticamente responsable, que implica diálogos y prácticas discursivas como elementos de la procesualidad de la vida cotidiana.
A lo largo de los tres meses se encontró que tanto las prácticas cotidianas de organización como los usos del nombre “autogestión”son diferentes en los tres proyectos, inclusive entre personas de un mismo proyecto. Se consideró, por lo tanto, que no sería posible hablar de un mismo tipo de autogestión en la entidad como un todo, pues parecía haber diferentes formas de ejercerla. Tales formas no eran estáticas; por el contrario, cambiaban en el transcurso de la historia de cada proyecto, pasando por cuatro categorías: la autogestión microcomunitaria, la agente externa, la sin patrón y la libertaria.
La elaboración de pan que comenzó de forma voluntaria, sin mecanismos “formales” de participación, podría entenderse como microcomunitaria: la agrupación emprendía acciones colectivas dirigidas a una necesidad específica que sentían, que beneficiaba a los habitantes, a la comunidad religiosa y a ellas mismas sin traer ninguna proposición explícita de transformación social (aunque había, en el proceso de organización, una transformación psicosocial o micropolítica en las participantes). Esa iniciativa surgió por idea de una religiosa que vivía en el barrio y que tuvo que salir de él, después de lo cual el trabajo comenzó a decaer, y resurgió con el apoyo de una trabajadora social, quien sugirió que ellas hiciesen pan industrializado. Llegó frei Paulo y “formalizó”el proyecto, pidiendo recursos a la Alcaldía para construir una panadería comunitaria, con la asesoría de dos profesionales: la trabajadora social y la psicóloga. En esa etapa se dio un complejo proceso de cambio de una autogestión “microcomunitaria”a una que pretendía ser “sin patrón” (a pesar de las aspiraciones libertarias del cura) y que pasó por momentos de “autogestión agente externa”. -que se ve por el cambio radical en la forma de organización adoptada, que trajo una separación del grupo cristiano en empleados o no de la panadería, así como un empleo estable y una panadería amplia y bien dotada… cosas que ellas no habían soñado. Para una de las participantes, la nueva estructura organizativa sugerida por el frei introdujo la propuesta de autogestión en la entidad. El proyecto fue institucionalizándose sin tener como objetivo claro una transformación de la sociedad, o mejor dicho, que se constituye en algunos momentos como objetivo difuso: por ejemplo, mientras para algunas integrantes la panadería tiene por función vender a precios bajos y así regular los precios de la región en beneficio de sus habitantes, otras dicen que ella “es un empleo en el que apenas se vende”.
El taller de costura nació junto con la entidad en tanto estructura formal, y comenzó como iniciativa microcomunitaria, impulsada y no dirigida por el frei, en la cual se beneficiaba a los vecinos del lugar al vender más barato, al tiempo que las propias organizadoras tenían un trabajo cerca de sus casas. Comenzaron con grandes esfuerzos y, a pesar de haber muestras de autogestión agente externa respecto al consejo gestor de la entidad -que era visto como un “jefe” según cuyas reglas debían funcionar- ese mismo consejo no se ocupó mucho de la costura por estar muy ocupado con la panadería, y ellas fueron constituyéndose, entre grandes conflictos y decisiones autónomas, en una autogestión sin patrón. No tenían jefe, pero tampoco eran dueñas de los recursos: les gustaba mucho su trabajo, que era más visto como la concretización de una necesidad sentida que como un mecanismo de transformación social.
La escuela, el proyecto más reciente, nació con una aspiración libertaria, pues propone un cambio a mediano y largo plazo a partir de la formación de niños que no tienen acceso a la escuela, tratándolos como sujetos activos; además, se propone que las personas decidan conjuntamente el rumbo del proyecto, y que reciban beneficios iguales (esto también ocurre ahora en la panadería y en el taller de costura). La escuela comenzó como un sueño de una gran figura comunitaria, en 1979, y el hecho de que se realizase casi 20 años después les permitió a sus protagonistas delinear con claridad sus ideas y aprender de los aciertos y errores de los otros dos proyectos. Surgieron a partir de recursos propios, no conseguidos por el cura ni por nadie ajeno al proyecto, y tal vez por ese motivo, los peligros de una autogestión “agente externa” fueron menores que en los otros dos casos.
La noción de agente externo en la entidad es igualmente dinámica y difusa: adquiere relevancia cuando la persona de fuera ejerce algún tipo de autoridad en los proyectos, lo cual puede ocurrir apenas en momentos específicos. Es éste un tema muy sutil y complicado, en el que faltan muchas cosas por decir e investigar, y que necesariamente debe ser profundizado.
Con tanta variedad de sentidos autogestionarios, vale la pena seguir usando el término? Si se utiliza de forma crítica y reflexiva, acompañando los cambios cualitativos en las experiencias asociadas a este nombre, sí que vale la pena, y tiene un gran peso histórico que debe ser rescatado en la vida cotidiana y en la producción psicosocial. Si se piensa cotidianamente si estamos o no siendo autogestionarios, y en qué sentido, nos vemos obligados/as a reflexionar sobre lo que significa “auto” en cuanto a condiciones y principios de trabajo, quién pertenece al colectivo y en qué condiciones; qué tipo de relaciones se construyen en esa autogestión. Necesitamos profundizar en la “micropolítica de construcción de la realidad”(o sea, de quién son las palabras usadas, los sentidos, las versiones que circulan; P. Spink, 1999) para que no se corra el peligro de imponer procesos a otras personas usando la autogestión como bandera de lucha por ideales igualitarios. Necesitamos que la reflexión sobre el tipo de autogestión que proponemos enriquezca nuestra acción y nos permita, como diría Nietzsche, que trabajemos para hacer de ella una obra de arte.
(1) Este trabajo es un resumen de mi tesis de maestría, que se encuentra en la Pontifícia Universidade Católica de São Paulo, en Brasil. Si alguien está interesado en leer la tesis o en discutir más profundamente el tema, puede solicitarlo escribiendo a: bonetti@npd.uel.br, o bien a: Rua Flor da Manhã 110, bloco 3, ap 41. Jardim Colina Verde (CEP 86001-970). Londrina-PR – BRASIL.