El siguiente texto pretende funcionar como una invitación a pensar juntos esta cuestión. El encuentro será el sábado 25/04/09 a las 18hs. Les pedimos que confirmen previamente su participación escribiendo a pensamiento.en.construccion@gmail.com. Quienes así lo hagan recibirán a vuelta de correo la dirección del lugar de encuentro.
1. Hay una línea que atraviesa toda la tradición maquiavélico-jacobina-leninista-guevarista. Más allá de los cuencos donde el acaecer se cuece, más allá de las contingencias y singularidades de las secuencias, la política emancipatoria fue pensada en una zona de frontera con respecto a lo afectivo. En lo imaginario, se suponía que cualquier filiación privada se suspendía al momento de entrar en el fragor de las luchas por tal o cual orientación o decisión política. La tradición está repleta de ejemplos. Pero nos interesa, más que usarlos como testimonios de la existencia de un deber ser al interior de nuestras prácticas, ver las tensiones que siempre ellos acarrean. Lenin no escuchaba música clásica antes de una contienda política en el partido pues lo sensibilizaba demasiado y esa situación ocluía su frialdad en la contienda. Pero, sin embargo, él mismo decía que el partido no era más que la hermandad de los perseguidos, definición que hace entrar por la puerta trasera la idea del vínculo filiar una vez que se lo cree haber expulsado.
Trotsky mismo, partícipe de ese imaginario, a la hora de la división del partido socialdemócrata ruso, en 1903, queda del lado de Martov y Vera Zasulich, no por las posiciones políticas de Ilich, sino sólo por no entender el ataque que Lenin encabeza contra gentes que a él le caen tan bien.
En la película Cazadores de Utopías uno de los entrevistados cuenta que soportó las sesiones de tortura sin delatar a ninguno de sus compañeros, no por su sólida creencia en el futuro socialista de la humanidad, sino para que sus amigos-compañeros no pasen por el infierno que él estaba pasando. La picana suspende, algo así dice, cualquier convicción ideológica, hace cesar la dimensión simbólica del lazo que sutura a un colectivo, y pone en juego la realidad afectiva.
¿Qué queremos decir con esto? La frontera, la separación, sin puente posible, entre afecto y política fue, a no dudarlo, un deber ser de la militancia leninista-guevarista. Pero si vamos a las realidades efectivas, y no a lo que las encubre como imaginario, vemos que ambas cuestiones se encuentran, cuando se juega una política verdadera, no entrelazadas, pero sí tensionadas.
02. Pero esto no es nada nuevo, puesto que cualquiera que participe o haya participado alguna vez de una experiencia militante puede dar cuenta de que afecto y política son dimensiones inextrincables. Las experiencias políticas suelen ser fuente de una afectividad intensa. Y rara vez están ausentes de cualquier proceso de politización. Por otro lado, todo militante puede dar cuenta también de la problematicidad de esta coexistencia. Con frecuencia, las consecuencias políticas de los afectos y las consecuencias afectivas de la política han tenido resultados fuertemente despotenciadores. Pensar la complejidad de este vínculo, sus múltiples composiciones -tanto las potentes como las impotentes- se vuelve entonces un problema de primer orden para todos aquellos todavía afectados por la apuesta por la construcción de otras formas de vida.
03. Si existe, como dijimos, una tradición militante fuertemente activa hasta fines de los 70, basada en la radical separación de la esfera afectiva y la esfera política, es lógico que, después de que ese imaginario se haya roto, las astillas que lo componían se vuelquen por el sesgo de entremezclar aquello que se pretendía mantener distante. Los grupos afectivos, la imbricación, reflexiva y práctica, de la relación entre afectividad vincular y política emancipatoria no es otra osa que un efecto reactivo del desfondamiento de las prácticas emancipatorias guevaristas-leninistas.
Pasamos del deber ser de la supuesta disciplina de hierro a la laxitud afectiva total. De la organicidad cerrada que intentaba carcomer la individualidad a la errancia de personas que buscan sentirse menos solas. De la agregación política con capacidad proyectual, al vínculo político como manual de autoayuda.
Pero ese devenir laxo de las prácticas es reactivo porque toma el imaginario de hierro desfondado como el núcleo central de las políticas guevaristas-leninistas. Es decir, no intenta recuperar la singularidad evaporada para rastrear sus formas actuales, sino que, al confundir el deber ser de las prácticas políticas con sus realidades efectivas pretéritas, lo anula como posible herencia.
No se trata, igualmente, de volver a la disciplina de hierro. No se trata de reconstruir el hombre nuevo guevarista. No hay, en la historia, superación de los contrarios, sino escisiones trágicas. Diferencia entre padres e hijos, rupturas en la genealogía. Se trata sí de estar a la altura, lo que quiere decir torcer esa tradición, de aquella poderosa antropología.
04. Tenemos que hacer pensables la tensión entre ambos términos, volver a hacer chirriar problemáticamente sus intersecciones.
05. El “afectivismo” constituye una posición reactiva a los intentos de escisión de afecto y política. Pero implica, a la vez, un uso político del afecto. Una ideologización -no afectiva ella misma- de los afectos. El afectivismo se emplaza en la negación de la ambivalencia pulsional: es una ideología de la primacía de los afectos “buenos”.
06. Pensar los afectos bajo la lógica de lo pulsional tiene dos implicancias: en primer lugar, todo afecto aparecerá desplazado, por lo tanto no puede operar de por sí como brújula para la interpretación de ninguna situación; por otro lado, en todo afecto existe una ineliminable dimensión ambivalente. Las a menudo violentas reversiones del amor en odio frecuentes en la vida amorosa pueden servir aquí de referencia. Sin embargo, conviene no pasar por alto una diferencia radical: a diferencia de lo que puede suceder en un colectivo, no hay segregación posible entre dos, sino disolución de la experiencia común.
07. Hay en el afectivismo un intento de constitución de un “cuerpo pleno”: lo colectivo intenta emplazarse como el ámbito de “lo propio”, un lugar de intimidad y resonancia afectiva. La vía del comunitarismo es la vía del identitarismo. Al intentar componer una totalidad homogénea (tanto más si los núcleos ideológico/identitarios de un grupo exigen a todos sus integrantes una supuesta “valoración de la diferencia”) siempre termina planteándose el problema de la segregación. Para que un “nosotros” pueda pensarse como comunidad, como identidad homogénea, es necesario excluir a “aquellos que están entre nosotros, pero no son como nosotros”. El afectivismo hace de una lógica de placer/displacer el criterio discriminante de aquellos sobre los cuales hacer recaer los procedimientos de segregación.
08. Esta primacía de la lógica del placer/displacer se articula con otro elemento central del afectivismo: la demanda de confort dirigida a lo colectivo. El estar en el espacio colectivo debe constituir, de acuerdo con la ideología afectivista, un bienestar. De este modo queda renegado el hecho de que la elección del bienestar/placer es a la vez la elección del malestar/displacer. La verdadera elección es entre el par placer/displacer y el par angustia/acto. Se trata de la apuesta por el salto al vacío (de allí que el acto implique angustia) vs. la apuesta por la autoconservación.
09. Necesariamente, entonces, la primacía ideologizada de lo afectivo desemboca en un repliegue. Pero la política es una experiencia expansiva. Con el afuera, en principio, no me une ningún vínculo afectivo. Hay que querer ir más allá de los afectos para que haya política. Salir a la intemperie. Ir más allá del amor, hacia los lazos por-venir. El afectivismo es entonces una destitución de la dialéctica entre desterritorialización política y reterritorialización afectiva.
10. El vínculo afecto-política se hace siempre sobre la primacía de un término sobre el otro. Cuando se plantea que la apuesta política consiste en “preferir lo que podría haber a lo que hay” esto tiene también consecuencias afectivas. Se trata de apostar por el afecto que podría haber.
11. Es de este modo que, bajo primacía de la política, hay un dinamismo afectivo singular. Se constata la emergencia de una nueva forma de amistad: la amistad política. Amistad-en-exterioridad, relación afectiva en la intemperie, que no exige a lo colectivo que se constituya como terreno hospitalario de lo propio sino como dinámica expansiva de experimentación de nuevas configuraciones sociales y formas de vida. Y así como el dinamismo afectivo que es efecto de la apuesta política deriva en una nueva forma de amistad también produce una nueva forma de enemistad: no ya la enemistad sostenida en el rasgo diferencial -supuestamente sustancial- sino la enemistad subjetiva, posicional, allí donde tanto la composición de lazo como la elusión del conflicto resultan imposibles. Esta dinámica de enemistad es políticamente preciso circunscribirla lo más posible, dándose el tiempo y los procedimientos necesarios. Que no haya condiciones de composición no necesariamente implica que las haya de enfrentamiento.
colectivo de pensamiento en construcción
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rosario, marzo del 2009