La era del desarrollo industrial capitalista ha consagrado la megápolis como el elemento vertebrador alrededor del cual se articulan las sociedades modernas. En aras de una ciega noción de progreso millones de personas fueron y son forzadas en todo el planeta a abandonar sus economías de subsistencia y a emprender el gran éxodo rural hacia la urbe. El derrumbe de las sociedades campesinas, fenómeno ya avanzado en el norte rico hacia los años 50 del pasado siglo, vació el campo para que las grandes ciudades experimentaran un crecimiento inédito.1
Mientras el poder económico y político se reconcentraba entorno a ellas, las conurbaciones urbanas se consolidaron como los centros de producción y consumo de masas, como los motores del siempre sacralizado crecimiento económico. Las ciudades se convirtieron en potentísimos polos de atracción que engullen todos los recursos disponibles para insertarlos en los mercados globales, haciendo así posible la articulación de la “nueva” Economía Mundo2. La renovada agresividad desarrollista de las últimas décadas no ha hecho más que confirmar el papel que la ciudad – monstruo juega en relación al resto del territorio, dentro y fuera de las Naciones – Estado. El medio rural ha sido arrasado social y ecológicamente por el modelo urbanizador capitalista. El campo ha sido definitivamente condenado a la subordinación, a la servidumbre. Se ha convertido en mero soporte de la civilización urbana y de sus infraestructuras; en mero proveedor de recursos, servicios y mano de obra. Mientras tanto, las brutales consecuencias de este nefasto modelo de organización territorial se agudizan día a día en términos de inequidad e injusticia social, alienación, aislamiento, pérdida de diversidad cultural y biológica, alarmante deterioro ambiental, precariedad, pobreza,…
Pero los movimientos sociales de nuestra historia reciente han sido de origen urbano y también en la urbe y en sus miserias internas se han centrado históricamente sus luchas. En el estado español, además, los sectores contestatarios que siguieron activos después de la transición, no dieron continuidad a la tradición naturista - ecológica de carácter libertario que había arraigado con fuerza en las ciudades y los campos de la España anterior a la Guerra Civil. Tampoco tuvieron demasiada influencia los planteamientos y las propuestas de tendencias de corte ecológico radical que surgieron en el extrangero a partir de los 60. Excepciones como la aportación de los neorurales confirmarían esta regla que no empezó a romperse tímidamente hasta hace una década, con la consolidación de realidades como los comedores populares veganos que proliferan en los centros sociales okupados urbanos, entre otros sitios.
Sin embargo, el área periurbana que rodea las grandes ciudades ha sido siempre un espacio especialmente interesante y productivo, tanto a nivel discursivo como práctico. Esta tierra de nadie, frontera entre lo rural -o lo que queda de él- y lo urbano, es la zona de conflicto: un territorio esquilmado, sujeto a fuertes tensiones, que parece abandonarse a sí mismo mientras espera ser engullido por la frontera de expansión de la implacable continuidad urbana. Allí, a espaldas de grandes ciudades como Madrid, Sevilla o Barcelona, entre marjales y escombreras, junto a las vías del tren y los aeropuertos y en las riberas de lo que antaño fueron saludables ríos, empezaron a proliferar desde finales de los 60 los huertos metropolitanos en precario. Este fenómeno ha sobrevivido hasta nuestros días a pesar de las condiciones adversas y del amenazador y constante avance del asfalto y las grúas. Sus protagonistas han sido siempre población marginal, parados y jubilados que encuentran en este cortijo del pobre la posibilidad de cultivar unas pocas hortalizas como complemento a su precaria subsistencia.
Paradójicamente, mientras la necesidad y el sentido común lleva a estos particulares hortelanos a ocupar y a roturar solaresabandonados y en desuso, los agricultores de la vega tradicional son forzados a abandonar las tierras más aptas para la agricultura, los antiguos graneros de las ciudades, paraagricultores de la vega tradicional son forzados a abandonar las tierras más aptas para la agricultura -los antiguos graneros de las ciudades- para dejar paso al insaciable crecimiento urbano. Sirva de ejemplo la inminente desaparición del espacio agrario del Delta del Llobregat, en Barcelona, o la de l’Horta de Valencia, entre tantos otros.
Y llegó el relevo a esas pioneras ocupaciones de periurbanas. Desde mediados de los 90 algunos grupos minoritarios y de origen diverso empezaron a desarrollar experiencias con una marcada vocación de transformación de lo social desde los planteamientos de la agroecología y partiendo de un acercamiento a la realidad y las problemáticas del medio rural. Son proyectos que “buscan crear cultura autogestionaria tratando que las comunidades locales se autorganicen para cubrir sus necesidades bajo intereses no mercantiles sino humanos y ecológicos”3. Aunque muchas de estas experiencias se ubican en la franja periurbana, otras también se están desarrollando en el “interior” de las ciudades y en el ámbito rural propiamente dicho. Todas ellas constituyen el llamado espacio rurbano, en relación al énfasis que ponen en el cuestionamiento de los roles hoy día atribuidos al campo y a la ciudad. Además, los distintos grupos implicados en estas experiencias suelen participar activamente en “otras” luchas -que resultan no serlo tanto-, y mantienen una estrecha vinculación con los movimientos sociales de la ciudad, especialmente los de carácter antagonista.
La “alternativa rurbana” es uno de los motores del aún incipiente movimiento agroecológico en el estado español y está integrada por distintas tipologías de proyectos. Un bloque bastante homogéneo lo conforman las casas y centros sociales okupados rurbanos, especialmente numerosos en el Área Metropolitana de Barcelona. Otro grupo importante está formado por todos los tipos de cooperativas de consumidores y productores ecológicos que ponen especial énfasis en el aspecto social; como el BAH en Madrid, La Kosturica en Barcelona o el grupo Arrels en Valencia. Luego están las numerosas y variadas experiencias de huertas urbanas autogestionadas, casi siempre encaminadas al autoconsumo y a la dinamización de los barrios. También hay que incluir aquí ciertos proyectos estrictamente pedagógicos y otros de carácter divulgativo entre los cuales destacan publicaciones como el mismo Pimiento Verde o La Llamada del Cuerno, fanzine estacional de contrainformación rural.
En estos últimos años también están surgiendo iniciativas desde la sociedad civil asentada en el campo que ponen en evidencia que esa voluntad de acercamiento, de cooperación y de apoyo mutuo, es recíproca y muy prometedora. He aquí otro rasgo característico del movimiento agroecológico: la diversidad de gentes provenientes de ámbitos también muy diversos que agrupa. Desde grupos de campesinas, a activistas extranjeras, pasando por estudiantes universitarios, militantes veteranas, “ONGeras”, amas de casa, jubilados y funcionarias.
Fruto de la cooperación y del acercamiento entre las grupos de los distintos ámbitos citados y, sobretodo, entre la gente del campo y la de la ciudad, en los últimos años están apareciendo distintas iniciativas que tratan de crear espacios de coordinación y trabajo que superen impedimentos como la dispersión territorial de los colectivos, y que consigan sumar fuerzas y materializar algún tipo de acción política conjunta. Es en este contexto que, en el ámbito catalán, empezó a caminar en Noviembre de 2002 la Xarxa Agroecològica Catalana y, más recientemente, la Plataforma Transgènics Fora; esta última específicamente dedicada a coordinar la acción directa y la difusión de la problemática de la agricultura transgénica en Catalunya. Aunque seguramente es pronto para hacer balance o para pronosticar la incidencia y la relevancia que estos intentos de coordinación pueden tener a medio – largo plazo, es indudable que la aparición de iniciativas de esta índole constituye un hecho nuevo en España, con enormes potencialidades y mucho camino por recorrer.
Notas
1 Desde entonces, el ritmo de crecimiento de las urbes no ha parado de aumentar: “Cada semana los centros urbanos crecen en más de 1 millón de personas”. Signos Vitales 98/99; World Watch Institute 1999.
2 Fernández Durán, R ; La explosión del desorden; Fundamentos, Madrid, 1993.
3 Bajo el Asfalto está la Huerta!; “Ocupaciones de tierras periurbanas”; Ekintza Zuzena, 2000.