Lejos de contribuir a la alianza de la izquierda continental, el artículo de Sader publicado este miércoles 8 de julio en Rebelión, que a su vez lo ha tomado de La Jornada, mismo diario mexicano donde pocos días atrás había salido el artículo de Raul Zibechi abundando sobre el mismo tema, aunque con un enfoque distinto, lanza ácido y aceite hirviendo sobre las posibilidades de aproximación entre la izquierda de abajo y las autonomías sociales y comunitarias con los gobiernos progresistas del continente, lo cual vamos a tratar de entender en este análisis, ya que la prudencia indica que si hay un avance de la derecha, entonces no es el mejor momento para golpear a los aliados estratégicos, a menos, claro, que se confíe más en el control parcial de algunas instituciones, en especial el ejecutivo, que en la organización, conciencia y capacidad de movilización alcanzada por los de abajo.
No, Sader no quiere aproximación entre ambos, sino sometimiento. No quiere diálogo, sino subordinación. No quiere intercambio, sino autoritarismo. No quiere interacción, sino solamente dirección de arriba-abajo. Tal vez el autor se sienta preocupado por el fuerte avance de la derecha continental y el debilitamiento de algunos gobiernos progresistas, sin embargo no parece prudente arrojarse contra los destacamentos de la izquierda de abajo y menos aún contra los movimientos sociales y comunidades que despliegan iniciativas propias sin preguntar primero a los gobernantes, sino que la realidad actual amerita revisar los métodos de trabajo y buscar las maneras de interactuar con los sectores no gubernamentales, aquellos que no se subordinan a los gobiernos y que sin embargo están claramente decididos a plantar cara al avance de la derecha.
Veamos el artículo y reflexionemos por partes:
América Latina: profundización del antineoliberalismo o restauración conservadora
Emir Sader
La Jornada
Rebelión
América Latina se ha caracterizado en esta década por un viraje espectacular que la ha trasformado de territorio privilegiado de políticas neoliberales en el eslabón más frágil de la cadena neoliberal. Gobiernos que de distintas formas enfrentan los modelos neoliberales han proliferado, pudiendo llegar a 10. A pesar de que la revista británica The Economist anunció que con la crisis esos gobiernos no se extenderían más en el continente –porque la crisis impondría la agenda de la derecha, centrada en el ajuste fiscal y en el combate a la violencia–, desde entonces triunfó el gobierno de Mauricio Funes y del Frente Farabundo Martí en El Salvador.
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“Gobiernos que de distintas formas enfrentan los modelos neoliberales”. Aquí Sader idealiza, puesto que el propio gobierno Lula, que apoya decididamente, no se ha distanciado del modelo neoliberal, hecho que ha sido destacado aún por los propios gobiernos de USA y europeos y ya es de conocimiento común en el continente.
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A partir de la elección de Hugo Chávez, en 1998, la derecha ha intentado, de distintas maneras, recobrar fuerza, tumbar a esos gobiernos y recuperar la apropiación del Estado en sus manos:
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En todos los países aludidos, con excepción de Cuba, se ha accedido al gobierno y sólo en uno o dos casos a alguna otra de las instituciones estatales, con lo que se produce confusión haciendo creer a la gente que dirigiendo el estado se administra todo, lo que es muy delicado, pues hasta ahora cada gobierno ha tenido que enfrentar al legislativo, judicial, contralorías, provincias, prensa, iglesias, institutos armados, universidades y demás instituciones del poder, lo que si es realizado a expensas de la organización y movilización social resulta a la larga y a la corta en un debilitamiento progresivo de las bases de apoyo popular, que es lo que está sucediendo ahora. En el caso de Honduras salieron todos a la calle, incluso sectores que no habían adscrito al gobierno Zelaya y mantenían una distancia crítica. O sea que a la hora de la hora se cuenta con ellos, lo que lleva a preguntar si no es posible dialogar y contar con ellos desde antes.
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el golpe de 2002 en Venezuela, el intento de impeachment de Lula, en 2005, las sucesivas ofensivas de los grandes agricultores en Argentina, del separatismo en Bolivia. Actualmente el golpe en Honduras, la derrota electoral del gobierno en Argentina y la elección de Pepe Mujica como candidato del Frente Amplio en Uruguay son otras tantas de las últimas escaramuzas entre las dos fuerzas que ocupan el campo político en América Latina a lo largo de esta década.
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Este párrafo es poco feliz. En primer lugar Mujica ha sido, como Lula, un exponente del modelo neoliberal, y en segundo lugar, no es posible situar “las dos fuerzas” únicamente en el polo contradictorio de la derecha y los gobiernos progresistas, ya que si no se entiende que los sectores que han accedido a los gobiernos son parte del movimiento popular continental, caemos en un peligroso reduccionismo que fue el fundamento de la caida de Allende, que, a estas alturas, ya todos saben que el golpe no fue a causa de la llamada ultraizquierda, sino que estaba siendo preparado desde antes de asumir el gobierno popular, como fue demostrado con el asesinato del comandante en jefe del ejército antes de Allende ocupar el sillón presidencial.
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América Latina se debate entre profundizar las trasformaciones progresistas operadas por esos gobiernos o la restauración de la derecha. Donde se debilitan esos gobiernos, no gana ningún sector de izquierda, sino que se fortalece la derecha. Las primeras corrientes que fracasaron en la lucha antineoliberal fueron las provenientes de la llamada ultraizquierda, sean grupos políticos de corte doctrinario u organizaciones sociales que no han roto con la visión corporativa de la autonomía de los movimientos sociales.
Comentamos:
A confesión de parte, relevo de pruebas.
Aquí queda plasmada de cuerpo entero la concepción que cuestionamos. Si bien es necesario avanzar en las transformaciones progresistas, aunque sean pocas, no es posible que eso sea exclusiva tarea de los gobernantes, verdadera causa del debilitamiento señalado, ya que sin una activa participación popular en todos los terrenos, aún en aquellos llamados por Sader de “ultraizquierda”, la disputa quedará únicamente en quien lo hace mejor desde arriba transformando a la población en espectadores pasivos convocados de vez en cuando a votar o a salir a la calle, lo que obviamente desmoviliza y debilita a los sectores populares en su conjunto. Si hay críticas sociales al gobierno progresista, mal haría éste en atacarlas, pues justamente allí ha entrado la derecha, como sucedió en la alcaldía de Caracas, asunto que no toca este autor. Cuál ha sido la respuesta de Chávez: acentuar el poder popular, esto es, la participación activa de la población en tareas locales, con todas las limitaciones que aún tienen estos nuevos organismos sociales, pero ahí se muestra una orientación que debería recoger y estudiar Sader.
llamar visión corporativa a la autonomía de los movimientos sociales es taparse los ojos, pues si se refiere al caso de Ecuador, donde las organizaciones de las comunidades indígenas se separaron del gobierno Correa, fue justamente porque sancionó leyes de minería y pesca atentatorias contra los territorios originarios. Tal vez Sader sólo piensa en apoyo “ideológico” a los gobiernos afines, pues muy bien que debe haber apoyado la lucha de las comunidades autónomas indígenas amazónicas que fueron masacradas por Alán García y Yehude Simon, exactamente por el mismo motivo que las bases ecuatorianas se distanciaron del actual presidente, con la diferencia que el movimiento popular peruano ganó mucho en avance organizativo y de conciencia de cambio, no por la masacre, sino que desde antes ya venía un potente apoyo de diferentes sectores. Si gana un gobierno progresista en Perú habrá que permitir la entrada de las transnacionales a la selva amazónica como hace Correa? Según Sader la respuesta es afirmativa, pues la oposición del “corporativismo autónomo” de las comunidades y parte importante de la población debe ser barrido. Y si la derecha aprovecha eso, es culpa de la ultraizquierda.
La autonomía de los movimientos sociales existe, mal que le pese a Sader, sin embargo no resulta saludable intentar agredirla para hacerse imagen frente al empresariado, lo que ha funcionado en Brasil y este autor desea que el PT siga, pero sólo lo podrá conseguir si obtiene como resultado la continuación del inmovilismo del MST, a quienes se había prometido el asentamiento de miles de familias campesinas y sin embargo Lula priorizó por el desarrollo de la agroindustria dejando a los sin tierra en las peores condiciones, ya que tienen que estar explicando y convenciendo a sus bases de que Lula “aún es posible”, después de dos períodos de gobierno continuado sin la menor atención. Si el MST se radicaliza o si sus bases salen a la acción, no será responsabilidad de la “ultraizquierda”, sino de las propias debilidades del gobierno.
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El campo político ha quedado polarizado entonces entre esos gobiernos –más moderados o más radicales– y la derecha.
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La insistencia del autor en reducir la contradicción del continente a esa polarización, sin llevar en cuenta las dinámicas sociales, sino más bien aplastándolas, es la carta de garantía que se ofrece al empresariado brasileño de que el PT efectivamente cumple una función de control y sometimiento de las movilizaciones sociales, esto es, permite el continuismo capitalista.
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La elección de Mujica como candidato del Frente Amplio representa más claramente el intento de profundización de las trasformaciones antineoliberales. Su condición de favorito en las encuestas apunta en esa dirección.
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Ya hemos sostenido, como ha estado apareciendo claramente para todos, que Mujica solamente ha aplicado en Uruguay un programa neoliberal y, más aún, ha permitido la instalación de industrias contaminantes, como las pasteras, por lo que la profundización está siendo en sentido inverso al manifestado por Sader. También es favorito en las encuestas Piñera en Chile, lo que no significa nada.
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Por el contrario, la derrota del gobierno argentino representa el intento de frenarlas y de construir un recambio de derecha.
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Frenar las transformaciones antineoliberales !
Cuando el gobierno de los Kirchner ha pagado sagradamente la deuda, ha aumentado la miseria en los barrios marginales y la economía se basa en el modelo exportador de Soja. Es demasiado obvio que no ha sido sólo la ofensiva de la oligarquía de la tierra la que ha “debilitado” a ese gobierno, sino también la constante ofensiva gubernamental contra las organizaciones sociales que intentan consolidar posiciones desde abajo.
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El golpe de Honduras, conforme a su desenlace, puede terminar con un gobierno que daba pasos en la dirección antineoliberal o permitir que el retorno de Zelaya recobre con más fuerza esa dinámica. Lo mismo se puede decir de Brasil: las elecciones presidenciales de 2010 pueden hacer que el gobierno de Lula sea un largo paréntesis en la dominación de la derecha o la profundización de las transformaciones iniciadas, con la victoria de Dilma Rousseff, que crece rápidamente en las encuestas, apoyada en 80 por ciento del respaldo popular y solamente 6 por ciento de rechazo del gobierno de Lula.
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En este caso no toca las encuestas. Para Uruguay vale tocarlas, pues Mujica lleva ventaja, pero en Brasil no se puede, pues la ventaja abismante la lleva Serra, el líder opositor. Es muy cómodo y levemente confusionista aplicar diferentes medidas para los procesos. Eso no quiere decir que nuestro deseo es que pierda el PT, simplemente puede perder por sus propias debilidades y contradicciones, y no habrá ultraizquierda a quien acusar.
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Todo apunta hacia una gran victoria de Evo Morales y el MAS en las elecciones de diciembre de este año, garantizando la continuidad y la profundización del proceso de fundación del nuevo Estado boliviano.
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Lo más probable es que Evo gane nuevamente, aunque está perdiendo rápidamente base de apoyo en las ciudades, sin embargo es bastante difícil que gane los suficientes senadores para modificar la composición del senado que ha estado obstaculizando las medidas aprobadas en la cámara baja, donde el gobierno tiene mayoría. Las posturas triunfalistas no conducen a nada
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Los efectos de la crisis sobre los países del continente estrechan los márgenes de las políticas de conciliación de clases desarrollada por gobiernos como los de Argentina, Brasil, Uruguay, entre otros, obligándolos a definiciones entre seguir con las concesiones al gran empresariado –en particular al capital financiero– o la intensificación de las políticas sociales como eje obligado de un gobierno antineoliberal.
Comentamos:
Al menos hay un reconocimiento de la conciliación de clases y de las concesiones al empresariado, aunque Sader se refiere al “gran” empresariado y en particular al capital financiero, sin agregar que en especial se trata del capital internacional. Cuando dice “entre otros”, podría haber dicho simplemente los “gobiernos antineoliberales”, como los denominaba más arriba, pero su idea no es mostrar el conjunto, sino una especie de particularidad en algunos países, cuando en realidad se trata de todos ellos, ya que una característica de estos países ha sido la aplicación sostenida de las reglas del capitalismo, por lo que han debido lógicamente administrar la crisis, que es justamente lo que la derecha aspira que los debilite. Se equivoca rotundamente Sader al afirmar que la salida ante el avance de la derecha continental es intensificar las políticas sociales.
Ello por dos motivos:
En primer lugar, las condiciones económicas actuales no permiten a ningún gobierno “intensificar” políticas sociales, ya que ello requiere gastos y más bien la tendencia es a reducirlos debido a la crisis. Sin ninguna duda en Chile durante este año electoral va a aumentar el dispendio gubernamental hacia lo social, pero ello será a costa de un fuerte endeudamiento, lo que pagará la población a partir del año siguiente. Y tocamos el caso de Chile por ser practicamente el más estable económicamente del continente. Podemos imaginar lo que ello representa para países como Paraguay, Ecuador y centroamérica, por mostrar el otro extremo.
En segundo lugar nuevamente Sader escamotea al movimiento social. No será posible enfrentar el avance derechista y oligárquico solamente en base a medidas de gobierno y menos acusando al resto de la izquierda y a los movimientos autónomos de ponerse al lado de la derecha. Cuando la oligarquía boliviana salió a la calle en Cochabamba, junto a los gobiernistas del MAS enfrentándolos estaban también los autónomos de la federación de fabriles, regantes y otros. Solo la sumatoria de ambos consiguió contener el avance derechista en la región y evitar que Cochabamba se sumara a la Medialuna.
Seguimos:
Hay visiones que nunca han considerado a esos gobiernos como diferenciados de sus antecesores neoliberales, pero que en la práctica corren a saludar la posibilidad de su sustitución por la derecha. En ésas –que combinan catastrofismo y derrotismo– no habría ningún cambio significativo: una derecha sustituiría a la otra. Cambalache, ninguno es mejor, todo es igual. Las visiones que se limitan al plano de la crítica están al margen de los procesos reales de enfrentamiento al neoliberalismo en el continente.
El futuro de América Latina se decide entre la profundización de las trasformaciones apenas empezadas o procesos de restauración conservadora en que serán derrotados el campo popular y las izquierdas en su totalidad. El futuro sigue abierto, la disputa hegemónica frente al agotamiento del neoliberalismo y las alternativas, entre lo viejo que insiste en sobrevivir y lo nuevo que encuentra dificultades para nacer, es lo que marca el presente latinoamericano.
Comentamos:
Efectivamente hay grupos de la vieja izquierda que aún conservan la lectura religiosa del manifiesto comunista y critican todo lo que no es puro, pero son insignificantes y Sader lo sabe, por lo que esta frase expresa solamente el carácter ladino del autor, pues según él hay que plegarse a los gobierno donde está el polo contradictorio, acallando toda crítica proveniente de los movimientos sociales autónomos como el comentado en Ecuador. Sin embargo no es ahí que está la contradicción, sino entre los pueblos y la economía, entre los pueblos y las instituciones de poder. Por ello los gobernantes, si quieren, deben sentirse parte de ese pueblo y apoyarse en sus formas organizativas para enfrentar juntos el avance derechista.
Profesor J
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