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Criticar la teoría crítica desde la práctica.

20.12.09

Antes se decía que sin teoría revolucionaria no hay práctica revolucionaria, sin embargo hoy parece prudente insistir en que sin práctica no hay teoría posible.

Los filósofos eran contemplativos, no obstante Marx los criticó diciendo que el rol de la filosofía había sido diagnosticar, opinar y criticar, a lo que había que incorporar el transformar.

Que las ideas estén primero y orienten las prácticas subordinándolas al estado de la lógica y la acumulación de información previa, paradigmas, etc. fue el eje de la filosofía clásica alemana, ya que su intención era llegar a acuerdos entre la burguesía de Renania con la oligarquía de los diferentes feudos que constituían los territorios que luego se unificarían para formar el estado alemán. Esos acuerdos debían ser de teorías sin práctica, pues los señores feudales se cerraban sin permitir que el mensaje de libertad llegase a sus siervos. Los señores burgueses debían primero convencer la voluntad de los feudales, mostrarles los beneficios del acuerdo, argumentarles, para que abriesen las jaulas y dejasen salir el chorro de la mano de obra barata que comprarían a precio de huevo a cambio de producir ganancia.

Distinto fue el trabajo efectuado por la burguesía francesa, que no necesitó convencer a los oligarcas, sino acumular fuerzas desde abajo aprovechando la enorme red de economía alternativa que construían pacientemente. La economía global de la Edad Media europea se caracterizaba por un flujo primario de mercancías entre los feudos y las colonias. Los señores feudales traían gigantescas riquezas desde nuestras tierras colonizadas, que debían pasar por los puertos y ciudades portuarias antes de dirigirse a los castillos, atravesando la cada vez más concurrida red de caminos que transformaba el panorama en una verdadera tela de araña con cientos de miles de hormigas que portaban productos de acá para allá. En esa red caían las hormigas. En los cruces de caminos se instalaban los artesanos a capturar clientes ofreciendo cortar el cabello, alojar viajeros, arreglar herraduras y espadas, componer sillas de montar de cuero o zapatos de viaje, cocinar y alimentar hambrientos, cortar, tejer y remendar trajes, perfumerías, prostíbulos y cuando comercio o servicio podía haber. Millares de siervos y campesinos empobrecidos se iban de las tierras feudales a instalarse en esos puntos desarrollándose con fuerza las villas, que luego pasarían a llamarse burgos: Edimburgo, Estraburgo, Luxemburgo y cientos de otros burgos donde sus habitantes pasaron a llamarse burgueses. El problema fue la llegada de tanto artesano, que obligaba a repartirse la clientela, aún a costa de duelos que debían dirimirse en la madrugada del día siguiente en las afueras del burgos, entre docenas de talabarteros o herreros, por ejemplo, así que se formaron los gremios, que agrupaban a los artesanos generando una legislación que no permitía la llegada de otros competidores, así que cada uno sólo podía tener dos empleados: un ayudante y un aprendiz. Sin embargo estos artesanos descubrieron que podían producir más y más para hacer circular más y más sus productos, de modo que los gremios quedaron chicos y no consiguieron contener la expansión necesaria. Había que traspasarlos. Para no ser descubiertos por la ley de gremios y la milicia armada que cuidaba de su implementación, comenzaron a formar talleres clandestinos en las afueras de los burgos. De ese modo, cuando llegaba otro artesano a instalarse en la ciudad o un siervo de la gleba buscando ser tomado como ayudante o aprendiz, se le cerraban las puertas y se le abría la puertecilla de la oportunidad que podía encontrar en aquellos talleres fuera de los muros citadinos: “Conozco un lugar donde podrás encontrar espacio” y lo enviaban al capataz que administraba con mano de hierro el taller propiedad del mismo que daba la información. Ahí exactamente, fuera de los muros de las ciudades, en el más puro underground, en la más refinada clandestinidad, ilegalidad, irreverencia, resistencia y contrapoder, se va conformando el sistema de la compraventa de la fuerza de trabajo y la producción de plusvalía, nuevas ciudades y villas iban naciendo y grandes periferias se encargaban de rodear las existentes.

Ese nuevo sistema de relaciones de producción se expandía cambiándolo todo, como gusanos en la leche haciendo yogurt o gusanos de basura excretando compostaje, oxidando todo el engranaje que sostenía el modo feudal de producción. Para nada querían convencer a la oligarquía, simplemente la pasaban a llevar amarrando más y más gente al nuevo yugo. Inglaterra, España, Francia, Portugal, Países Bajos, Italia, en todas partes se cocían habas. Los católicos defendían a los señores feudales y la servidumbre de la tierra, los protestantes y masones a los nuevos valores burgueses, en especial la ética del trabajo asalariado. Los prestamistas y usureros no cabían en ninguna de esas dos escalas de valores y fueron odiados y vituperiados por los anteriores, es allí que puede expresarse y expandirse la ideología religiosa del judaismo.

En Inglaterra la burguesía organizó un ejército, que dirigido por Oliver Cronwell se levantó en todas partes para organizar la guerra popular y prolongada, bah, perdón, digo la guerra burguesa aquella. Sin embargo no consiguieron derrotar a la oligarquía y debieron conciliar a mitad de camino repartiéndose los cargos del nuevo tipo de estado: este para ti, este otro para mí, aquel de allá para ti y ese del otro lado para mí. La oligarquía se hizo cargo del ejecutivo, manteniendo la monarquía hasta hoy, la burguesía aceptó el predominio en la cámara baja en tanto los señores que tenía el título nobilicio de Lord se hacían cargo del senado llamada Cámara de los Lores. El problema surge cuando llegan al reparto del poder judicial. La burguesía plantea que los jueces se subordinen a la ley emanada del legislativo, ya que ahí podían determinar las reglas del juego, pero los lores preferían el derecho común, o sea, el derecho emanado de la costumbre, lo que les convenía, pues la costumbre predominante era el sometimiento a la tierra y no la libertad de acción para ir a vender la fuerza de trabajo. La burguesía, consciente de su poder y del crecimiento arrollador que venía efectuando por todas partes el nuevo sistema de relaciones sociales de producción que representaban, al final aceptó el derecho común, el common law con lo que a la larga salieron ganando pues el nuevo modelo económico se extendía sin cortapisa.

En Francia no fue así, muy por el contrario, ya que la burguesía, limitada por la participación en el aparato del poder solamente en el llamado Tercer Estado, siendo los otros dos votos de estamentos los del clero y la nobleza, prefirió aplicar la irreverencia, resistencia, contrapoder y el otro derecho en el terreno práctico. La Rebelión de las Tejas fue el primer gran antecedente. El ejército invadió la ciudad donde la burguesía había convocado a la asamblea alternativa de constitución del poder sobre la base del voto por cabeza y no por estamentos. Los ciudadanos asambleistas se subieron a los techos de las casas y desde allí arrojaron una lluvia de tejas sobre los soldados a caballo, quienes al final se apoderaron de la ciudad retomando el control en nombre del rey y los estamentos.

La siguiente asamblea se efectuó en la región francesa de Vizille, alrededor de un año antes del asalto a la Bastilla, específicamente en la hacienda de los hermanos Perrier, lugar a donde llegaron cientos y cientos de señores burgueses, médicos, abogados, masones, clérigos protestantes y aún jueces. Artesanos y obreros dependientes de los talleres clandestinos que poco a poco salían a la luz, fueron llevados en masa. Ante tamaña multitud, el ejército real no se atrevió a impedir la asamblea. Los acuerdos fueron el fin de los estamentos, el voto por cabeza, el no pago de impuestos y medidas similares que comenzaron a ser copiados en otras regiones. El país comenzó a vivir el doble poder, por una parte la oligarquía feudal y el estado monárquico, y por la otra la burguesía organizando y poniendo en ejecución sus instrumentos alternativos y paralelos de contrapoder desde las localidades.

Así la burguesía francesa comienza con una hegemonía económica, desarrolla progresivamente sobre ello una nueva representación ideológica y cultural, culminando con la estructura concreta del otro poder, otra institucionalidad, productora a su vez de sus propias normas jurídicas, con lo que estamos en presencia de dos derechos, el derecho del poder y el derecho del otro poder, del poder paralelo o contrapoder.

Los teóricos aprendieron observando aquello. No fueron sus ideas las que orientaron los procesos. Rousseau contempla, opina y sintetiza las movilizaciones callejeras de los sans culottes, no las propone. Voltaire desarrolla las ideas del voto por cabeza. Montesquieu, miembro de la oligarquía, aprende de la conciliación inglesa e intenta salvar el cuello de los reyes franceses proponiendo que el nuevo modelo copie el inglés, mantenga un ejecutivo con las viejas prerrogativas de los reyes y una cámara alta con capacidad de veto. No consiguió salvar la vida de los monarcas, que fueron guillotinados por el nuevo poder de la otra economía, por el poder social de la propiedad burguesa que se extendía por abajo apoderándose de una región tras la otra.

Así las cosas, se explica que Hegel quiera conciliar con los católicos alemanes hablando del Gran Espíritu, que se pareciera algo al dios de esa religión, y de la evolución historicista y dialéctica de las cosas, para que los oligarcas entiendan que hay que evolucionar, progresar y avanzar. Las huestes protestantes de Lutero avanzaban a paso de carga sobre el control ideológico católico de los feudos. Ya que no podían avanzar por abajo, por las relaciones económicas concretas, no les quedó otra alternativa que avanzar en el terreno de las ideas, proponiendo esto y lo otro, conciliando acá y allá, todo sea por ganar terreno.

Ya en Inglaterra, el pastor de almas Thomas Moro, para ayudar a este propósito de levantar propuestas de futuro que le ganaran la clientela a los católicos, baja el cielo a la tierra, lo llama Utopía y lo pone ya no como resultado del buen comportamiento de las almas, sino como un objetivo a alcanzar por la organización racional y finalística de la sociedad. La lucha frontal de la burguesía contra el feudalismo por arrebatarle los siervos y ponerlos a trabajar en sus talleres, en muchas oportunidades debió recurrir a esos mecanismos conciliatorios del diálogo de ideas y argumentos, buscando generar espacios de predominio del pensar por sobre el sentir, sufrir, gozar, etc.

Después de hegel tenemos a Kant, que intenta convencer incautos de que las ideas son como las órdenes de los dioses, o sea, basta pensarlas para que sirvan de faro para la búsqueda del destino. El dudo luego existo de Descartes, no sólo es la santificación del sujeto individual por sobre el sujeto Nosotros, sino que se confunde la comprobación de la existencia con la creación de ella: dudo, luego pienso, y si pienso, ergo (por lo tanto), existo. En esa racionalidad de comprobación, esto es, de autoconciencia de la existencia del ser, se instala la carga de la prueba del existir. La planta no puede hacer eso. Nosotros si. Entonces somos superiores, nos sometemos con gusto a las jerarquías de la llamada creación. En eso somos parecidos a las imágenes que hacemos de los dioses, queremos ser como ellos, tergiversando de manera malabarista que los dioses son nuestra producción subjetiva y no al contrario. La propia mente hace un referente al cual parecerse. ¿Seguimos a nuestro espejo o la imagen del espejo nos sigue? ¿A qué se refería exactamente Oscar Wilde con su Retrato de Dorian Gray?

Este filósofo alemán Emmanuel Kant no sólo aspira a inducir en nosotros que nuestras ideas son como las de los dioses, sino que dice que nada podemos conocer, esto es, nada viene de afuera, la observación sólo permite comprobar hipótesis, todo es preconcebido, todo está dado, el conocimiento de la esencia de las cosas está previamente instalado en nuestra mente. Desarrolla los conceptos llamados de agnosticismo, no a la gnosis -el conocimiento-, no a la episteme -lo conocido- y de apriorismo -todo está dado previamente en nuestras mentes-, así llega a diseñar la idea de la teoría pura de los valores, que hace las delicias de la ideología religiosa, ya que los valores tienen existencia previa, son puros y orientan la conducta de los hombres. Para este autor la práctica es solamente la puesta en acción de nuestra dependencia a los valores y principios previamente establecidos. Estamos sometidos de modo normativo a sistemas de reglas preconcebidos.

Sobre la base de estos criterios es que los llamados críticos elaboran su observación y cuestionamiento de la realidad, distinguen los aspectos negativos y positivos y algunos organizan caminos a seguir para cambiarlos. Marx siempre fue enemigo de la crítica sin transformación, por lo que es raro que algunos hablen de teoría crítica como estricto elemento de análisis para asumir una postura desde la cual interpretar y cambiar el mundo. Marx convocó a desarrollar la crítica propia y la acción propia. “Los obreros no necesitan un programa acabado” fue su frase genial al estudiar la comuna de París, dejando sin empleo a los encargados de definir programas para sumar voluntades o cohesionar la lucha social.

La filosofía es criticar y transformar, no criticar para ver si alguien toma esa crítica y se suma ideológicamente a nuestra propuesta, pues así la llevamos para que otras personas la conozcan, la hagan suya y la sigan como guía para la acción. En ese caso ya no hay más crítica, sino incorporación a una teoría crítica ya estructurada. Quien se suma a una teoría crítica no hace crítica, sino que reproduce y aplica la crítica de otros, lo que en realidad es lo menos crítico que se puede encontrar.

Es triste ver a jóvenes buscando en un libro tras otro el camino de su crítica, descubrir por donde puede orientar sus pasos y su vida para el cambio. El inmovilismo social que ello genera es funcional y beneficioso al sistema de dominación. Lo mismo sucede con quien se entusiasma con un autor, un teórico, un partido, un intelectual colectivo, una secta, un dirigente y así, pues cae en la misma dependencia de las religiones, llenas de pastores de ovejas y pescadores con redes detrás de incautos. La verdad y el camino no está fuera de nosotros, sino que son producciones subjetivas de la vida del ser, por lo que el mundo de la vida, lo que se vive, es lo que genera subjetividad, esto es, producción de sujeto, miradas y opiniones sobre el mundo y sobre si mismo, pero ese sujeto ha sido individual y es hora que retome su práctica comunitaria para abordar el mundo del día a día de los barrios con una acción en conjunto que no sea el eco de la teoría de otros, sino la construcción de una mirada propia en común, como los mapuche que tienen su cosmovisión y resulta simpático ver como diversas ideologías intentan dar cátedra sobre lo que deben o no deben hacer las comunidades.

Las universidades piden profesores con programas que incluyan autores críticos y estimulan la lectura de los clásicos de la rebeldía para que los estudiantes no produzcan crítica propia, sino que se subordinen a alguna de las teorías críticas ya existentes, lo que va dando como resultado la proliferación de grupos y colectivos enfrentados los unos con los otros ante la atenta mirada observadora de las instituciones que ya saben perfectamente que esos jóvenes se han incorporado a algunas de las propuestas conocidas, lo que es un alivio.

Así las críticas quedan dentro de lo manejable y no hay riesgo de rupturas epistemológicas. Sin embargo la organización autónoma barrial en comunidades que producen su propia mirada sobre el mundo y sobre si mismos es una ruptura de la secuencia de continuidad del saber-poder. Ser capaces de participar junto a esas prácticas de cambio de las formas de vida local y de producción de nuevas ideas derivadas de allí, es estar presentes en la producción de variadas formas críticas que representan situaciones concretas, realidades específicas que no necesitan incorporarse a conceptos únicos y homogeneizantes, sino crear los propios, que expresan la libertad de pensamiento y acción de “sujetos Nosotros” que desarrollan nuevas formas de entender y actuar las más diferentes formas del saber y del vivir. La producción de alimentos y de nuevas relaciones entre vecinos genera por su vez nuevas maneras democráticas directas de organizar la vida del día a día. Hay por lo tanto allí también una propuesta práctica de hacer política desde abajo cambiando las formas de actuar lo público en la forma de comunidades autoorganizadas y autogestionadas, lo que habla de una nueva economía que se afirma en la forma de redes horizontales de intercambio.

Ese conjunto de reflexiones sobre la acción diaria constituye el mejor contenido crítico para discutir los sentidos que se presentan en las trasmisiones de ideas preconcebidas en las aulas secundarias y universitarias.


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