Tú tienes la culpa.
La individualización es muy importante en la práctica de apuntar con el dedo, ya que se trata de perfilar un autor del daño o la acción considerada negativa, quien por su vez, si cae en la trampa, pedirá disculpas y la arrogancia del acusador quedará no sólo satisfecha, sino que se le otorga así la facultad de perdonar, como un dios.
Asumir el sentimiento de culpa es reconocer en el acusador la capacidad de determinar los cánones de comportamiento, que no considera que un error lo puede cometer cualquiera, aún el propio denunciante. Así, el sistema de dominación estimula el soplonaje y el papel de agentes que vigilan los comportamientos de los otros, en la casa, en el barrio, en el trabajo, en la organización. La represión se instala en todas las personas y una de las vías de expresión y expansión de dicha práctica es el pelambre.
El pelambre es juzgar a otros, comentar, opinar y criticar sus defectos o errores, lo que es muy importante para gente mediocre que necesita andar rebajando a los demás para mostrar cierta altura. El pelambre y el juzgamiento de otros cae dentro del terreno de la competencia, pues al opinar de lo malo del otro, estoy diciendo que yo no hago eso, hay una comparación maniquea de actitudes éticas o conductas asentadas en dos polos. Maniqueismo es justamente separar las cosas y actitudes en extremos opuestos, o lo uno o lo otro, o blanco o negro, o bueno o malo, o ganador o perdedor, o todo o nada. No hay espacio para posibilidades intermedias o combinadas, que en realidad son infinitas, pero ello no se permite en la sociedad de personas separadas y empujadas a competir en todos los terrenos, ya que el manejo de posibilidades puede llegar a distanciarse de los extremos impuestos escapando de la dominación sistémica.
La ruptura de las comunidades históricas lleva al señor patriarca a establecer modos específicos y disciplinados de comportamiento, llamado social. O sea, las comunidades de hombres y mujeres libres pasan a ser sociedades de personas con roles específicos, funciones determinadas, comportamientos disciplinados, y quien huye de eso es apuntado con el dedo.
Las primeras ideologías, los conjuntos organizados de ideas y principios religiosos instalados a partir de una representación abstracta del patriarca: los dioses, muestran que las diosas, representantes de la fertilidad, de la vida, del amor y aún de la muerte, son derrotadas y sometidas, aún cuando algunas siguen protegiendo a sus favoritos entrando en serias contradicciones con los dioses supremos, como enseña la mitología griega, hasta llegar a desaparecer ellas por completo.
La ideología religiosa instala en la cultura el más severo maniqueismo, lo bueno y lo malo llevado a extremos inauditos, como establecer espacios de vida posterior según se sigue o no se sigue el criterio establecido: el cielo para los buenos y mansos, el infierno para los malos y rebeldes.
El diablo en estas ideologías es un ángel que dejó la disciplina, la bondad y la mansedumbre optando por el camino de la maldad, se rebeló mediante una insurrección a la que invitó a otros ángeles que arrastró tras de si. En castigo fueron sancionados por el poder divino a vivir entre llamas, lugar a donde irán los que no sean buenos y mansos.
Es bastante evidente la representación alegórica de realidades históricas de rebeliones de esclavos y esclavas sometidos por la dominica potestas, la potestad de dominio del señorío. Los recursos primarios del poder para controlar esas fugas llevaron al fortalecimiento del sistema de valores y ética que orientase la conducta desde uno mismo para su adecuada relación con los demás. Había que meter en las mentes y corazones esos modelos de conducta a como diera lugar, aún con amenazas, amedrentamiento, juzgamientos, sanciones, castigos y demás. Los representantes religiosos, debidamente protegidos y alimentados por los señores, recorrían los campos y villas pregonando el fuego del infierno para los malos y rebeldes. Y para quienes a pesar de ello no se sometían, nace el Derecho, conjunto de normas emanadas del poder para obligar a respetar mediante la fuerza los comportamientos deseados por el patriarcado, al mismo tiempo que nace también el otro derecho, el sistema de normas derivadas de la costumbre de vivir juntos, que al resistir el poder patriarcal se presenta como un contrapoder que no batalla por dominar a otros, sino para acabar con toda dominación y regresar a la vida en comunidad.
Así se combina el palo con la zanahoria, siendo uno de los principales recursos que el malo o rebelde asumiera la culpa, con lo cual se entregaba aceptando los criterios maniqueistas del poder.
Los religiosos vinculaban el delito con el pecado. En realidad el delito no existe, sino que simplemente es una violación o irreverencia hacia las reglas del poder y hasta el día de hoy existen sociedades que castigan una conducta que no es sancionada en otras partes y viceversa. El delito es una figura jurídica elaborada en el antro de partidos políticos que es el poder legislativo de las sociedades, siendo la “sociedad” la estructura que permite el ejercicio de poder de unos sobre otros. No hay sociedad igualitaria o comunista, ya que sólo la comunidad, la “no sociedad”, la vida en común, permite la libertad y la igualdad de posibilidades.
En la Edad Media europea, china y japonesa, las fugas de siervos, marineros, objetores de conciencia, esclavos, prisioneros, secuestrados de otros territorios, mujeres y niños, etc. se manifestaban en la reconstrucción de los espacios libres de vida en bosques, montañas e islas. Eran los rebeldes, los bandidos, a los cuales se perseguía denodadamente por los ejércitos del poder y se anatemizaba desde los púlpitos. La masificación de esos espacios de vida en común que compartía la tierra y los alimentos, llevó a un nuevo endurecimiento de la acción ideológica religiosa, pasando a mayores, torturando y quemando en la hoguera a cuanto pecador conseguían atrapar las huestes del señorío.
Se instala la Inquisición. esa palabra significa investigación a fondo en busca de detalles probatorios. Los tribunales religiosos torturaban en busca de la confesión, es decir el reconocimiento de la culpa, que serviría como elemento de prueba. Introducían hierros candentes en el cuerpo o cortaban partes de las extremidades, no había medida, simplemente más y más hasta que la víctima se veía obligada a reconocer pacto con el diablo para que fuese suspendido el tormento. Con ello se daba satisfacción formal y se educaba a la población acerca de que en verdad los malos o rebeldes estaban poseídos por el demonio. No importaba si había culpa o no, pues nunca la ha habido, sino que fuese aceptada y declarada.
Para sacar lo malo del cuerpo, esto es, a Satanás, había que expiar el pecado, purificar, limpiar el cuerpo del mal. Expiar viene de pío, santo, puro, y se trata de retirar de ese cuerpo la mala semilla, igual que un infiltrado del sistema en una organización rebelde debe ser exfiltrado por sus jefes cuando puede ser descubierto.
Esa expiación se hacía mediante el fuego, de ahí la hoguera, donde la población veía aterrorizada como se retorcía el “culpable” emitiendo gritos desesperados entre las llamas. Así, por “reconocer” una culpa que no existe para poner fin a la tortura, él mismo se pone a disposición de ser expiado.
Tenemos ya a esta altura la acusación, la culpa, la confesión o reconocimiento de la culpa, el juzgamiento o juicio y la pena o sanción, que es el castigo que expía. Si junto al reconocimiento viene el arrepentimiento, es decir la disculpa, que pide que se le acepte el arrepentimiento y que a consecuencia se le retire la culpa, es posible el perdón.
Al solicitar perdón, se reconoce y legitima la culpa que no existe, el poder del acusador y se produce el sometimiento a sus designios. Ello es reforzado mediante lo que algunas organizaciones religiosas llaman el sacramento de la confesión, donde la víctima debe ir ante alguien y reconocer pecados asumiéndose como un pecador, es decir como quien constantemente es tentado y atraído por el mal. Con ello se produce una entrega, una subordinación o sometimiento al dios en la persona de su representante en la tierra, el cura que esconde la cara en el confesionario, así parece más que se habla hacia la divinidad. Hay un toque potente de manipulación subliminal.
Una vez presentada la culpa, hay un interrogatorio para inquerir detalles y verificar si hay noción de culpa real, reconocimiento y disculpa, con lo que se reproduce la condición del sometido a una voluntad externa, la voluntad de algún dios, que normalmente es presentado como el dios único, en tanto que los otros son puras herejías.
Luego viene la parte del castigo o expiación como condición para ser perdonado, que usualmente es un mecanismo para grabar y autosugestionar, por ejemplo rezar varias veces la oración de tal o cual santo o de tal o cual virgen. Una vez realizado ese rito de culpa y expiación, recién podrá venir a comulgar, es decir, compartir la cena del dios, de su hijo, su madre, su tío, en fin, alguien de la familia real.
De ahí salimos a apuntar a otros con el dedo, sacarles la piel a los vecinos y encontrar culpables de cuanta cosa nos sucede o pasa a nuestro derredor. Por ejemplo mientras lava se le rompe un plato, cuestión que le puede pasar a cualquiera, pero hay que ver la que se arma. Que fuiste tú, que no pones cuidado, que siempre, que hasta cuando, que ya me cansé, que por qué me metí contigo, y así. Pero si le pasa al acusador, ay! de quien diga algo, aunque se avergüenza y en realidad se siente “culpable”, pero como tiene la sartén por el mango, esto es el poder, se la traga y trata de pasar desapercibido,a para que no vaya a surgir alguien que le apunte con el dedo, listo y dispuesto para pasar a la ofensiva en defensa de su status si eso llega a ocurrir.
Distinto es el dolo o la intención de hacer daño, ya no son casualidades ni cosas que pasan, entramos de lleno al campo de las opciones racionales donde la meta a alcanzar es un sufrimiento o una afección en otra u otras personas. La plena racionalidad instrumental de ejercicio de poder divino es aquella que diseña el objetivo a alcanzar: el daño, y los pasos a seguir para alcanzarlo. Si el objetivo es conseguir alimento para los hijos, por ejemplo el famoso caso del ladrón de gallinas, que algunos jueces han liberado justamente porque no había la intención del daño a la persona ni a la propiedad, cuestión secundaria frente al hambre, claro, cuando hay un mínimo criterio en el juez.
La sociedad de personas divididas y en competencia eleva la culpa, el pecado, el delito, el reconocimiento de la culpa, el arrepentimiento, la expiación y el perdón, a su máxima expresión racional de ejercicio de poder, estableciendo mediante el uso de la fuerza un sistema de reglas obligatorias a todos los ciudadanos para alcanzar la homogeneidad y disciplina necesaria para la continuidad de la ganancia. Nada más y nada menos.
La casualidad y el error forman parte del proceso de formación y adaptación de los niños desde pequeños además de ser una constante en la vida juvenil y adulta, pero la bestia que le cae encima a culparlo hace difícil que se aprenda bien, pues se hiere el principio fundamental de la libertad y la creación. Los jueces y evaluadores de la conducta ajena andan por miles, todos se sienten inclinados a criticar la conducta ajena, a ser policías permanentes del comportamiento de los otros. El autoritarismo hace carne en cada uno y tal como nos controlan y obligan desde la jerarquía superior, nosotros vamos reproduciendo esa actitud y determinando la conducta de las categorías jerárquicas inferiores.
El superior jerárquico es intocable, el inferior está para que haga nuestra voluntad, se reproduce la conciencia de los dioses, los perfectos, y ello va modelando la psique del dominador y del dominado.
Hay que librarse de la culpa y del pecado, acusar a los acusadores, apuntarlos con el dedo, reivindicar la legitimidad del error y la casualidad, destacar que nadie es perfecto, que son categorías de poder que se instalan en nosotros para argumentar el poder social y justificar que siempre haya alguien por encima que vela por la ética del comportamiento. Si se incurre en error no podemos andar encima de la víctima acosándola para que “aprenda”, que preste más atención, que supere sus debilidades, que no vuelva a hacerlo. No hay mejor aprendizaje que el entorno afectivo que acoge y respeta a cada uno tal cual como somos. Si se rompe un plato o se cae la obra que estamos haciendo, lo más sano es asumirlo como un error de todos, aprender donde estuvo la falla, no en “quien”, ya que cualquiera podría haberlo hecho, que la persona no se sienta apuntada con el dedo, lo que la va a acomplejar o tener sentimiento de inferioridad o humillación, sentimientos que procura reproducir a toda costa el sistema. Si alguien dice “yo fui”, decirle que quien le está preguntando, que aquí no somos jueces ni fiscales de la libertad, sino que cada cosa que sucede es una escuela para todos.
Abandonemos la acusación, la evaluación, la crítica, la sanción y el perdón, pues nadie es dios de los otros, permitamos que cada uno pueda crecer y desplegarse en toda sus posibilidades, a sabiendas de que aquí, en las actividades comunitarias barriales, no andamos vigilándonos mutuamente.
Abrazos
Profesor J
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