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Los ancianos y el baúl de los recuerdos

28.12.09

Cuando el adulto asume el poder en casa, el abuelo y abuelita, los tatas, son enviados al rincón o al closet en la sociedad de personas divididas, lo que no ocurre en la vida en comunidad, donde los ancianos son los portadores del afecto y la experiencia acumulada, reconocidos como “autoridad” por eso mismo, no siendo imprescindible que ocupen cargos o posiciones formales, aunque muchas comunidades prefieren mil veces contar con su consejo de ancianos.

En la sociedad, que destruyó históricamente el predominio de la vida comunitaria, existen junto a las reglas las estructuras y funciones predeterminadas por el ejercicio del poder de unos sobre otros. El poder se divide en dos categorías, el poder-hacer, que es la potencia, y el poder-sobre, que es el dominio de unos sobre otros. El despliegue de la potencia desde abajo sólo es posible en la forma de vida comunitaria, en cambio el ejercicio del poder-sobre sólo puede efectuarse en la forma societaria en que vivimos. El desarrollo de la vida comunitaria desplegando su potencia asume dentro de la sociedad una forma de contrapoder que se expresa en el empoderamiento de la vida y el entorno, la autonomía de las formas de vida y de procurar la alimentación y energía necesaria para la vida en común. En esta sociedad en las ciudades ello es posible y así se está verificando, en los barrios, espacios terriotriales concretos donde la gente puede mirarse y tocarse.

En cada barrio existe un verdadero consejo de ancianos disgregado, separado y aislado por el micro poder de los adultos en cada casa. Los abuelos son efectivamente portadores de una enorme carga de afecto, sentimiento, espiritualidad y experiencias diversas, pero no pueden competir con el poder en el hogar, ya que sólo les queda la pensión, cuando la hay, bastante miserable por lo demás, mientras el resto de los adultos sale a obtener dinero en el circuito capitalista mercantil para traer alguna cosa que permita satisfacer algunas necesidades.

Un desafío para aquellos que aspiran a desarrollar la vida comunitaria en los barrios urbanos es sacar a los ancianos del armario y traerlos a compartir su bagaje cultural y sensitivo con el resto. Fuera del hogar ese anciano o anciana se encuentra desguarnecido, ya que la práctica los muestra sentados en las bancas de las plazas a veces conversando entre ellos y otras totalmente aislados, pero si uno observa sus ojos, verá como brillan ante el desarrollo de la vida en su entorno. Algunos alimentan palomas, otros cuidan perros o gatos, algunos las plantas y el jardín. Las abuelas muchas veces ayudan a los quehaceres domésticos, mientras el tata se sienta refunfuñando en su sillón favorito. Poco participan en los diálogos hogareños teniendo tanto para decir. Son muchas veces considerados anticuados poco aptos para la modernidad, que entienden muy poco siendo pasados a llevar por la vorágine de la tecnología, la comunicación y la velocidad.

A ellos parece bastarle que los niños coman y haya cierta paz en el hogar, sin embargo ya eso es mucho, pues son fundamentos básicos para un buen vivir, y no por eso deben ser menospreciados, pues se trata de aspiraciones elevadas que van más allá del utilitarismo y egoismo que impregna la vida actual.

Ellos valoran la vida por sobre todas las cosas, pues la han vivido, bien o mal, más mal que bien, y saben que tiene mucha riqueza, perdiendo importancia las cosas materiales para asumir una dimensión mayor los valores de respeto, consideración, comunicación, paz, amor, cariño, cuidado, valoración del otro. Muchos son llevados al conformismo, resignación y pasividad por la ideología religiosa, que les insiste en que dejar esta vida no es grave ya que les espera el paraíso. Sin embargo se aferran a la vida y se espejan fundamentalmente en los niños, no sólo en los nietos, porque ven en ellos la continuidad de la vida misma, saben que en ellos se prosigue la humanidad, tienen una visión más holística de las cosas.

Esa carga de cariño y experiencia no puede quedar encerrada, hay que sacarlos del closet y empapar con ello al conjunto de los niños del barrio. Ellos pueden contar historias a grupos de niños, explicar como se hace el curanto con chapalele, como se hacían las fiestas populares en el barrio o en otros barrios, son portadores de la identidad y tradiciones barriales o de otras partes, conocieron a González Videla y al Chicho, saben de artesanías y arte culinaria, recorrieron los clubes radicales y bailaron tango en los viejos cafés.

Hay que devolverlos a la vida barrial, que impongan su autoridad tradicional, que circulen el afecto, que muestren como han aprendido de la vida y trasmitan las ganas de vivir y hacer muchas cosas, que tal vez ellos no pudieron hacer, que enseñen como es posible rascarse con las propias uñas, que la autogestión es posible en todos los terrenos, que saben cultivar la tierra, que pueden hacer hornos de barro y empanadas caseras, así como tortillas de rescoldo y pan amasado, que conocen Chiloé y sus misterios, que saben de la historia mapuche y su dignidad de pueblo, que conocen las viejas oficinas salitreras y tradiciones mineras del norte o de Lota y Coronel, que bailaron el suyo y estuvieron en las fiestas de La Tirana, que anduvieron por San Felipe y Los Andes en las épocas donde florecían las artesanías, mermeladas y demás, que conocen las caletas de pescadores artesanales y han disfrutado del mejor pescado frito, que saben como cabalgan los baqueanos al pie de la cordillera, que han visto un puma y acompañado el vuelo de los cóndores, que han paseado en lancha en Valparaíso, que nunca han ido ni han querido ir a las playas de Reñaca, que como son los pijes y jaibones, el sabor que tiene el pulpo y la jaiba, que han probado carne de llama, que han recorrido las pampas del Tamarugal y de magallanes, que conocen el hielo y la nieve, que han recibido en el rostro el viento frío de la cordillera. Que expliquen que Chile no es una nación, sino una larga franja de naciones y culturas, identidades e historias.

O eso o también otras cosas, las que vayan saliendo ante los ojos asombrados de los niños que los escuchen y se estremezcan ante las historias que afloran de ese anciano al que veían solo y triste por ahí, que vean al ser humano pleno, lleno de alegría y capaz de trasmitirla, que perciban que hay un cambio de mirada y de rostro en ese viejo arrugado y desgastado que tienen al frente, sentado en una banca en el círculo vecinal, posiblemente tomando un mate amargo o una taza de té cargado que le podemos compartir, o tal vez varios ancianos que conseguimos rescatar de la banalidad de los clubes de tercera edad que ha establecido el sistema y que en este caso son atendidos por niños y jóvenes que han decidido hacerles un agazajo para mostrarles que los quieren junto a ellos, que sean los maestros de la escuela de la vida.

¿Mucho pedir?

O tal vez poco por lo que se merecen. Podemos hacer un catastro de los ancianos del barrio y organizar un día una once con ellos para empezar, intercalando un niño o niña entre cada uno, o como sea, es lo mismo. Podemos traer estudiantes y profesionales de la salud para evaluar con ellos el estado en que están y cuidarlos entre todos, mantener un diagnóstico de sus enfermedades y utilizar medicina casera, natural, mapuche o alternativa. Plantar con ellos un canelo donde se puedan juntar a conversar y recibir la influencia benéfica del árbol. Organizar talleres de electricidad, tornería, albañilería, carpintería, gasfitería y otros donde ellos puedan pasar técnicas a los jóvenes.

En fin. Imaginemos juntos.
Los ancianos y los niños al poder.

Abrazos
Profesor J
profesor_j@yahoo.com


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