Por Elaine Tavares
El socialismo aun está muy distante de los gobiernos de América Latina, por lo menos es lo que han dicho algunos de los teóricos e investigadores que estuvieran en las Jornadas Bolivarianas de 2010, cuyo tema fue justamente éste.
En el análisis de uno de los creadores del término “Socialismo del Siglo XXI”, este es una forma de gobierno que no ha encontrado acogida en la vida de los países que están en la punta de lanza de los cambios estructurales. Según Heinz Dieterich, los gobiernos como los de Venezuela, Bolivia y Ecuador, además de los avances en los procesos de transformación aún no han creado mecanismos de consolidación de lo que define como el socialismo.
“Es cierto que la discusión acerca del socialismo del siglo XXI empezó en Venezuela, hubo un gran debate pero no ha redundado en profundidad. Eso significa que allí no hay avances en la consciencia anticapitalista”.
Heinz también aclaró que en Venezuela, bajo el mando de Chávez, de hecho el gobierno avanzó en los mecanismos de la democracia, garantizando más poder para el pueblo, como en el caso del ejercicio del referendo.
“Hay elecciones limpias, hay mucha participación popular, pero la economía sigue siendo la del mercado. No hay, por lo tanto, socialismo, la empresa privada sigue siendo fundamental, los medios de comunicación son privados”.
Heinz dice que Venezuela sigue los preceptos del llamado nacional/desarrollismo, exactamente como lo hicieran Getúlio Vargas, en Brasil, Domingo Perón, en Argentina, Lázaro Cárdenas, en México, Salvador Allende, en Chile y hasta el mismo Bolívar, después de la independencia.
“Ellos seguían el modelo de la Gran Bretaña, de un capitalismo protegido por el Estado. Y para los ingleses fue muy bueno, les ha dado mucho poder. Ellos tenían el discurso del libre comercio, pero eso era para los otros, no para ellos”.
El teórico alemán insiste que ese es el modelo también seguido por Brasil, Argentina, y otros llamados “progresistas”.
“Lula y los demás están inmersos en un modelo que fue extraordinario, y ese era también el debate entre los independentistas. Bolívar quería el sistema inglés y sus enemigos querían el libre comercio, eran los neoliberales en aquel entonces. Fueran los vencedores”.
Según Heinz, los gobiernos latinoamericanos que, en el curso de la historia, se decidieron por un nacionalismo/desarrollista fueron los que más se acercaron al pueblo, los que avanzaron, y eso explica las dictaduras.
Hoy se puede ver una nueva fase de desarrollo en América Latina que, sin lugar a dudas, empieza con Hugo Chávez, en Venezuela y después continúa en Bolivia y Ecuador. Es un desarrollo endógeno, una propuesta de valorización de las cosas nacionales, de inversiones en el mercado interno, seguido de transformaciones estructurales importantes en la salud, educación, en la organización popular comunitaria, en el propio poder.
“La oligarquía no podía combatir a Chávez acusándole de desarrollista, no tendría eco, entonces se aprovechó del hecho de que el presidente empezó a hablar del socialismo. Acusar a Chávez de socialista les asustaría a los conservadores. Pero no hay socialismo en Venezuela. Lo que si hay, es un nacional desarrollismo, que tiene sus avances es muy cierto, pero no es socialismo”.
¿Que es el socialismo?
La idea del socialismo es eminentemente europea y aparece, según Engels, por el siglo XV, tras las propuestas del las revueltas campesinas de Inglaterra y de Alemana (como Thomas Münzer, por ejemplo). La sistematización del concepto, en su versión utópica, aparece en los siglos XVI y XVII, como un sistema ideal para organizar la sociedad consolidada en la igualdad entre las personas, en la distribución de las riquezas y en la buena vida para todos. En el siglo XVIII, teóricos como Morely y Mably proponían una manera espartana de vivir, que garantizaba la libertad y la igualdad, pero quitaba el gozo de vivir. Un poco más tarde llegaran los llamados “utopistas” como Saint-Simon, Fourier y Owen, que planteaban la abolición de las clases y vida plena para todos.
Según Engels, el problema con los utopistas es que no proponían los cambios desde una clase especifica, como el proletariado. Ellos reconocían la sociedad burguesa, del capitalismo emergente, como una cosa mala, injusta, pero creían que no todo salía bien porque aún no había nacido el “hombre genial”, gobernado únicamente por la razón. Con la llegada de ese hombre todo podría cambiar y seria instaurado el “Estado de la razón”. Sus límites, enfatiza Engels, estaban determinados por la aun incipiente producción capitalista. Creían ellos que bastaba difundir la idea de que el socialismo era la expresión de la verdad, de la razón y de la justicia para que este se concretara.
Más tarde, Marx va a proponer lo que llamó el socialismo científico, calcado en la razón, es verdad, pero con historicidad, ya basado en el análisis de un capitalismo real, desarrollado, que había incorporado la gran industria y que mostraba los males de la división de clase. Observando las multitudes explotadas y sin nada que vivían en el siglo XIX, las huelgas que crecían entre los trabajadores, las luchas obreras, Marx comprendió que el socialismo no era algo nacido solo en el campo de la razón, sino producto necesario de las luchas entre las clases formadas históricamente en el modo de producción capitalista. Basado en este criterio pensó que había que constituir un sistema para explicar esa sociedad capitalista y entonces, sí, desde esta materialidad, plantear un nuevo modo de organizar la vida. Marx discrepaba de los utopistas que únicamente criticaban el mundo burgués, sin, todavía explicarlo, para que, entendido, pudiese ser superado.
Así, en el desvelamiento del sistema de dominación capitalista, Marx muestra que el socialismo es una forma de vida que solamente puede ser planteada y construida por la clase dominada, que era en aquellos días el proletariado. De esa forma, la sociedad socialista seria entonces aquella que aboliría la propiedad privada, terminaría con la explotación, reconocería el carácter social de la producción, socializaría los medios de producción, extinguiría las clases. En la vida real, como lo esclarece Engels, sería una manera de organizar la vida en la cual, a través de un sistema de producción social, seria asegurado a todos los miembros de la sociedad, una existencia que, además de satisfacer sus necesidades materiales, aseguraría el libre y completo desarrollo de sus capacidades físicas e intelectuales.
El socialismo del siglo XXI
La idea del socialismo del siglo XXI empezó a caminar por América Latina desde la reflexión del profesor de la UNAM, Heinz Dieterich. Según él, los nuevos tiempos demandan reformular el concepto.
“Con Marx aparece el socialismo científico, basado en el materialismo dialéctico, que en última instancia significa que todo está en movimiento. Materialismo significa que tú reconoces un mundo fuera de ti, objetivo, independiente del observador, y dialéctico se refiere al movimiento. Lo único que existe en el universo es la materia, ella tiene extensión física e ahí nace el espacio, tiene corporalidad y está en constante movimiento, lo que significa cambio. Por eso es ridícula la idea de Francis Fukuyama, porque es contraria al axioma del cosmos. Conocer ese movimiento presupone que podemos prever los desastres económicos, así como podemos prever los huracanes. ¡Eso es ciencia!”.
El teórico alemán radicado en el México recordó que Lenin intentó implementar el socialismo, experimentar en la práctica, pero las condiciones no lo permitirán, apareciendo entonces el bolchevismo, la economía planificada. Eso ha colapsado y hoy ahí está otra concepción del socialismo, que llama de l siglo XXI.
“Es una democracia participativa, con economía planificada en el valor del trabajo y no en el valor de mercado. Son cosas muy diferentes. Por ejemplo, en ninguna constitución del mundo es el pueblo quién decide si el país se va a la guerra. La decisión está en la mano de una pequeña elite. En esa democracia burguesa, el dinero tiene una influencia tremenda. Ejemplo: la tasa de millonarios en los Estados Unidos es el 1% de la población, pero en el Congreso es de 60% a 90%, o sea, es una plutocracia. Mandan los ricos, que son la minoría”.
A causa de ello, un sistema de voto secreto y universal por si solo no significa democracia.
El socialismo del siglo XXI plantea otra forma de organizar la vida, democratizando no solo la política – con otras formas de participación popular y no solamente la elección ritual – sino también la economía, la cultura y el poder militar. “El presupuesto debería ser decidido por la población, otras cuestiones de la economía también. Con la televisión y la Internet se podría informar y formar ciudadanos”.
Esa minoría que hoy manda en el mundo pretende seguir apostando a la economía de mercado, creyendo que el mercado tiene mas eficiencia para coordinar el proceso, que esa es una área compleja y no puede quedarse en las manos de un partido o de las gentes. En eso no se puede creer más.
“Hay que clarificar esa mentira. En la Unión Soviética el socialismo no ha naufragado por cuenta de la planificación. Toda la economía es planificada, incluso la del mercado. Hasta en el neolítico 10 personas tenían que planificar como cazar un animal. En el capitalismo también se planea. Pero tanto en el socialismo soviético como en el capitalismo era y es una minoría la que hace eso. No había consulta al pueblo. En el socialismo del siglo XXI tiene que existir esa participación, esa planificación tiene de ser democrática”.
Heinz también avanza en la proposición de otra medida del trabajo. Hoy, el valor del mercado es una expresión de poder, el aumento de sueldo solamente viene si existe un sindicato fuerte, luchas descomunales, competencias. Los empresarios tienen el poder, dirigen y controlan la economía. En el socialismo se puede tener otra medida de valor, la cantidad de energía, la cantidad de información o valor del trabajo.
“En el socialismo del pasado la propiedad privada era considerada algo muy malo, había que acabar con ella. Los socialdemócratas hallaron una manera de mantenerla. Decían: ellas siguen privadas pero pagan impuestos que serán distribuidos para toda la gente. No ha sido cierto. En el socialismo del siglo XXI, no importa quien tiene los medios si quitamos a los empresarios la facultad de explotar al trabajador. Cada trabajador tiene derecho al valor total de su trabajo. Si uno trabaja 40 horas, recibe productos y servicios iguales a las de 40 horas. Lo que no puede haber es la permisión para enriquecerse”.
En el socialismo del siglo XXI, dice Heinz, tampoco puede haber un partido único, porque se trata de llevar al pueblo más democracia. Hoy la conformación de clases es diferente a la del tiempo de Marx. “En esa fase de transición es necesario organizar las fuerzas en un centro común, un centro de gravitación común, pero no único, como es el Frente Amplio, en Uruguay. No es un partido único. No queremos monopolios ni en los partidos ni en la economía”.
En América Latina
Ese espacio geográfico que hoy nominamos “Américas” fue reconocido por los europeos en los estertores del siglo XV, cuando por aquellas tierras ya empezaba a declinar la llamada Edad Media. Los miles de reinos que luchaban entre si se iban juntando, preanunciando lo mas tarde serian las naciones. Era un tiempo de cambios y las tierras encontradas en el camino a las Indias habrían de acelerar estos cambios, financiando, incluso, la revolución industrial inglesa que fue el detonador de la consolidación del modo capitalista de producción. Pero el desconocimiento de los europeos nunca ha significado que por acá, las gentes que habitaban ese territorio fuesen pueblos sin historia, como llegó a decir Marx.
Grandes civilizaciones habían florecido, muchas de ellas hasta más avanzadas en la organización de la vida que la Europa de aquello entonces. Aún así, los conquistadores no estaban dispuestos a cualquier “encuentro de culturas” y toda esa historia de las gentes originarias fue descartada como “barbarie”, “salvajismo”, “ignorancia”. Los que invadirán las tierras de Abya Yala solo querían saquear las riquezas y nunca han reconocido como iguales a los pueblos autóctonos. Cuando el sistema colonial se instaló, implantó igualmente el modo de vida de Europa, aplastando la cosmovisión autóctona, destruyendo los pueblos, sometiendo a los sobrevivientes.
Ese dominio se ha consolidado, pero hubo muchas luchas. Desde la invasión innumerables pueblos se han rebelado, en la resistencia, en la tentativa de recuperar sus territorios, su modo de vida. Ellos acabaron vencidos, pero cuando toda la gente pensaba que estaban derrotados, ellos iban constituyendo, en el silencio de la opresión, sus estrategias de sobre-vivencia. Y, cuando nadie lo esperaba, en el contexto de lo que los entreguistas y Europa llamaron la “celebración de los 500 años”, surge, de las profundidades de esa Abya Yala, el grito de las gentes originarias. “Nada hay que celebrar si no la llegada de un nuevo ciclo. El pachakuti esperado”, decían las gentes autóctonas.
Según Pablo Dávalos, profesor de la Universidad Católica de Ecuador y asesor en la CONAIE (Confederación Nacional de los Indígenas de Ecuador), los años 90 traen demandas de los pueblos originarios que no son incorporadas por la izquierda y por eso hay una cierta desconfianza con relación al llamado “socialismo del siglo XXI”, porque nadie ha visto contempladas esas reivindicaciones que extrapolan las ya conocidas luchas contra la destrucción de su gente y de su cultura.
“La propuesta de plurinacionalidad, por ejemplo, pasó incólume en los programas de la izquierda. Y esa propuesta es la que convierte el indio en un sujeto político que disputa en el neoliberalismo”.
Los pueblos originarios sobrepasan la etapa reivindicativa, ahora están planteando nuevas formas de organizar la vida, que nacen desde su ancestralidad. Y ahí hay que puntualizar muy bien: no es un retorno al pasado, pero es retomar del pasado, elementos que, dialécticamente, pueden ser incorporados a la vida actual, tales como la solidaridad, la cooperación, la distribución colectiva de riquezas (elementos que, en verdad, se encuentran con la idea del socialismo).
“El sistema político desconoce al indio como un sujeto y para la izquierda el indio se ha convertido en campesino. No hay una discusión seria acerca de lo que significa territorio. La derecha habla de modernización en el campo, la izquierda habla de reforma agraria. Los indígenas hablan de territorio, que es mucho más que simplemente tener tierra para plantar, es espacio de vivencia, de representación cultural y religiosa”.
Pablo Dávalos habla de una ontología política del movimiento indígena que actúa en la radicalidad, opuesta al ser moderno, que propone la alteridad, o sea, la capacidad de las personas de vivir juntas, respetando, de verdad, el otro.
“En la sociedad burguesa, e incluso en la izquierda, no se concibe al indio con vida y deseos propios. Parece que siempre hay que tener una mano controlando. Pero la historia está ahí para probar que los grandes movimientos políticos de los años 90 y esta primera década del tercer milenio tiene una asignatura indígena. La izquierda no lo ve, porque los indios no están en sus manuales de desarrollo”.
Esa declaración aporta otro nudo, que en esta parte del planeta, hay que desatar. Con una población indígena bastante significativa, la América Latina está proponiendo otras formas de organización de la vida que no aparecen en los textos de los grandes pensadores socialistas. Porque, al final, pocos han tenido en cuenta esas propuestas teóricas que nacen de la vivencia originaria. Incluso en las experiencias transformadoras como la de Venezuela, Bolivia y un poco de Ecuador, poco espacio se ha dado a la cosmovisión de los pueblos autóctonos. “En nuestra Constitución (de Ecuador) logramos muchas victorias, como establecer los derechos de la naturaleza y colocar nuestro concepto político de organización que es el Sumak Kawsai, pero, en realidad, no es de hecho comprendido. Basta ver cómo el gobierno de Rafael Correa está tratando la cuestión del agua hoy, sin respetar la decisión de los pueblos originarios”, dice Pablo.
Es importante tener en cuenta que entre las comunidades originarias que florecen en la región que va desde Venezuela hasta la Patagonia, siguiendo la columna vertebral latinoamericana, que son los Andes, las palabras que designan la organización de la vida son otras. No se habla de socialismo o desarrollo (palabras y conceptos nacidos en Europa). Se habla de “sumak kawsai”, que en la lengua quechua significa “régimen de buen vivir” y expresa una propuesta compleja de organización.
“Y, en el fondo de todo eso está la capacidad del hombre de vivir en armonía con la naturaleza. Eso es una manera de vivir que se confronta directamente con el sistema capitalista. Y es la manera originaria, consubstanciada en el sumak kawsai, originaria de Abya Yala . “¿Y los marxistas, las gentes de la izquierda, pueden entender eso?, ¿pueden respetar esa forma de mirar el mundo?, ¿pueden incluir ese modo de ser en sus manuales?
Pablo dice que en el sistema capitalista, y en la era moderna, de concepción europea, la idea de progreso está vinculada a la noción de “ir adelante”, ya que el tiempo se expresa de forma lineal: pasado (ayer), presente (hoy) y futuro (mañana). Así, las gentes, para creer que son modernas, necesitan avanzar al futuro. Ya en la comprensión del tiempo de los originarios el tiempo se curva. La misma palabra que designa pasado es utilizada para decir futuro, la vida se expresa en ciclos. También en la cosmovisión de gran parte de los pueblos andinos no existe la posibilidad de la acumulación, tanto que si alguien tiene algún lucro, se siente obligado a destruir ese lucro, haciendo una gran fiesta colectiva. Todo lo que sobra precisa ser compartido comunitariamente.
Y, en el fondo de todo eso está la capacidad del hombre de vivir en armonía con la naturaleza. Eso es una manera de vivir que se confronta directamente con el sistema capitalista. Y es la manera originaria, consubstanciada en el sumak kawsai, originaria de Abya Yala . “¿Y los marxistas, las gentes de la izquierda, pueden entender eso?, ¿pueden respetar esa forma de mirar el mundo?, ¿pueden incluir ese modo de ser en sus manuales?
El pachakuti
Para los incas, cuando llegaron acá los conquistadores, se inauguró el ciclo del pachakuti, que significa “el mundo al revés, el mundo en el caos”. Hoy, con las transformaciones que toman forma en América Latina, los levantamientos de los pueblos originarios y la percepción de que la preservación de la naturaleza es también una cuestión de sobrevivencia de la especie, se está viviendo el inicio de un nuevo pachacuti, “el mundo al revés”, de nuevo, pero de esa vez con las gentes organizando la vida. Y no solamente los indígenas, sino también los empobrecidos de todos los colores. Es la idea del tiempo que se curva, otro empezar, la salida de un tiempo de caos al tiempo de armonía. Debido a esa creencia, las comunidades fortalecen las luchas en defensa de la Pacha Mama, que es, en última instancia, la defensa de la vida misma.
“Y es el socialismo es el que ordena y define las reivindicaciones de la mayoría, como ya decía José Carlos Mariategui, esta es la hora de incorporar aquello que es esencial para las gentes originarias como el establecimiento del Estado Plurinacional, estatuto jurídico que reconoce a las comunidades tradicionales originarias como sujeto histórico y político real”
En lo que toca al mundo no-indio, los intelectuales de izquierda tendrían que enfrentar ellos mismos un “pachakuti”, un desordenamiento mental que fuese capaz de comprender esa forma de mirar el mundo. Cuando acá llegaran los invasores, con sed de oro, hasta había un motivo para no respetar las culturas locales. Pero hoy, y desde la izquierda, eso no puede pasar. Y es el socialismo es el que ordena y define las reivindicaciones de la mayoría, como ya decía José Carlos Mariategui, esta es la hora de incorporar aquello que es esencial para las gentes originarias como el establecimiento del Estado Plurinacional, estatuto jurídico que reconoce a las comunidades tradicionales originarias como sujeto histórico y político real. Eso implica, un cambio radical de perspectiva, principalmente en un país como Brasil, donde las comunidades autóctonas fueran prácticamente aniquiladas, las que sobreviven viven tuteladas por el Estado como si fueran incapaces de organizar sus vidas de forma autónoma.
Al final, lo que quedó de los debates de cuatro días en Florianópolis, Brasil, fue ese desafío. La capacidad de la izquierda revolucionaria de Abya Yala de develar las fuerzas y los sujetos que actúan en el mundo de hoy, y la necesidad de definir el concepto de socialismo, pero no con las facetas alegres de la pos-modernidad que usa lo multicultural como aceptación acrítica de lo que ahí está, sino con el colorido de la “wiphala”, la bandera del movimiento originario, incorporando en eso concepto las demandas de estos pueblos que no quieren ser vistos más como “actores sociales”, de los que habla el texto escrito por otra persona, sino como “autores sociales” de su propia historia, escribiendo ellos mismos su propia historia. De esta forma, quizá, en este espacio geográfico se pueda constituir, con el aporte de todos los que aquí viven, sueñan y luchan por cambios, el socialismo indo-americano, como quería Mariátegui, o, en fin, el sumak kawsai (el buen vivir).
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Elaine Tavares es periodista. Blog da Elaine: www.eteia.blogspot.com