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En toda revolución la clave es la autodeterminación social

09.07.10

Homar Garcés
Rebelión

Como lo señala Jhon Holloway (“Los nuevos movimientos sociales y la cuestión de poder”), en toda revolución socialista “la clave es la autodeterminación social. Pero la verdadera autodeterminación social implica una forma de organización social que no sea el Estado, una forma antagónica a la forma estatal, algún tipo de organización consejista. En otras palabras, el éxito de la revolución dependerá de la autodeterminación, y la autodeterminación va en contra del Estado”.
Esto supone avanzar -en todo momento- consciente y decididamente en la edificación de un nuevo modelo de desarrollo económico (si es que aún cabe hablar en tales términos de índole, indudablemente, capitalista), la implementación de una nueva estructura social, centrada ésta en la solidaridad, el bien común y el humanismo; la construcción de la nueva institucionalidad que se requiere emerja a la luz mediante el ejercicio de una auténtica democracia participativa; así como propiciar un nuevo sistema de relaciones internacionales, pluralista, solidario y respetuoso de la autodeterminación de los pueblos del mundo, de manera que las pretensiones hegemónicas actuales del imperialismo yanqui y de sus socios europeos sean abortadas y dejadas completamente en el pasado. Todo esto exige, por supuesto, la adquisición y el cultivo sistémico de un mayor nivel de compromiso y de debate crítico de parte de los sectores populares y los diversos movimientos revolucionarios.

Haría falta, entonces, activar un vasto y diversificado movimiento de movimientos lo suficientemente responsable, maduro y autónomo, capaz de darle respuesta efectiva a las distintas contradicciones que afloren dentro del mismo proceso revolucionario, a medida que éste avance y se profundice. No obstante, esto no impedirá que muchas de las tareas urgentes dirigidas a concretar el cambio estructural planteado por el proyecto revolucionario sean postergadas toda vez, producto, en una primera línea, de la falta de visión y de compromiso revolucionarios de parte de aquellos que tienen la grave responsabilidad de conducir dicho proyecto (en funciones políticas o de gobierno) y, en una segunda línea, a las razones de Estado que siempre se esgrimen, coincidiendo en ello, en espíritu y métodos, con lo que habitualmente hacen los gobiernos conservadores.

Esto último podría ocurrir de mantenerse la misma lógica de los sectores dominantes, ahora excluidos del ejercicio directo del poder, especialmente si los artífices de la revolución excluyen a las masas populares de la toma de decisiones.

Es sumamente importante e ineludible, entonces, que se ataquen a tiempo y sin descanso alguno los vicios, las corruptelas y las desviaciones del nuevo grupo dirigente o gobernante; advirtiendo, de paso, que los mayores enemigos del proceso revolucionario no se hallan en Washington ni en la acera de enfrente, sino en las mismas filas de la revolución, lo que sitúa a este grupo ante un dilema: o ataca a la dirigencia reformista que obstaculiza la revolución socialista, o claudica ante ella, asestándole así un golpe a las aspiraciones populares que la creía irreversible y posible.

De ahí que la participación popular sea un factor determinante a la hora de conjurar los planes desestabilizadores de los sectores contrarrevolucionarios, incluidos golpes de Estado e intervencionismo abierto del imperialismo. Ella podrá convertirse en la fuerza motora del proceso revolucionario que tenga lugar, impidiendo que éste naufrague en manos reformistas, posesionadas -en algún caso- de las estructuras de poder, incluidos los partidos políticos, los sindicatos y las organizaciones comunitarias, lo cual haría más dificultoso el tránsito hacia el socialismo al saturarse de intereses ajenos a su consecución y plantearse una vía capitalista poco diferenciada de las conocidas hasta ahora.

Es preciso entonces que la autodeterminación social se geste al margen del Estado y esté orientada siempre a la conquista de un espacio propio en donde se manifieste toda su potencialidad democratizadora y revolucionaria, asumiendo funciones de autogobierno, en el plano político, y de autogestión, en el plano económico, sin obviar lo referente a la preservación y la promoción de los valores culturales, lo cual reafirmará la identidad de cada pueblo, sirviendo asimismo de dique ante las pretensiones de los grupos hegemónicos mundiales de imponernos un pensamiento único, acorde a sus intereses comerciales.-


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