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Lo nuevo, lo verdaderamente nuevo

08.09.10

Por Sergio Rodríguez Lascano

La teoría materialista de que los hombres son producto de las circunstancias y de la educación y de que, por tanto, los hombres modificados son producto de circunstancias distintas y de una
educación modificada, olvida que son los hombres, precisamente, los que hacen que cambien las circunstancias y que el propio educador necesita ser educado
Carlos Marx, Once Tesis Sobre Feuerbach

México se aproxima a confrontaciones definitivas.
Las que hasta hace un tiempo eran consideradas
únicamente como tendencias hoy deben ser
comprendidas como realidades que deben ser
englobadas en un análisis de conjunto para
poder comprender la realidad que determina
nuestra acción.
En la vida diaria, hay momentos en que, para
los seres humanos, los tiempos se acortan o se
alargan, de acuerdo al proceso que acabamos de
señalar. Hoy, los tiempos se acortan y, muchas
veces, en unos días se logran cosas que no se habían
conquistado en años. Hoy, lo fundamental
es saber distinguir lo aparente de lo esencial, lo
superficial de lo fundamental.

Para la mayoría de los analistas políticos y
sociales, hoy lo predominante en México es la
existencia de un Estado fallido como consecuencia
de la acción del crimen organizado. Los
más osados señalan que éste último ha corroído
las entrañas del Estado. Otros van un poco
más lejos, pero se detienen inmediatamente al
ubicar que lo que se vive es una guerra contra
la población mexicana como tal y, también inmediatamente,
lamentan que eso vaya a romper
el dique de las instituciones.
La realidad es que vivimos bajo la peor
crisis del Estado mexicano y del sistema de
producción y reproducción del capital desde
la revolución de 1910. Pero esta crisis no es
resultado del crimen organizado; aun cuando
pudiéramos aceptar esto parcialmente, si entendemos
al Estado mexicano como parte de
este último.
No, esta crisis tiene varias aristas, pero todas
desembocan en una: la carencia total de legitimidad
del Estado, sus instituciones, su ideología, su
clase política y sus medios de comunicación ante
los ojos de la sociedad —en especial entre los de
abajo—. Es una crisis que recorre todo el aparato
de dominación y que permite que, donde antes
había consensos, hoy haya únicamente violencia;
que, donde antes había beneplácito, hoy haya
cólera; que, donde antes había consentimiento,
hoy únicamente haya coerción; que donde antes
había anuencias, hoy haya reticencias; que, donde
antes había aprobación, hoy solamente haya
encabronamiento. Esto nos habla de la actualidad
de la rebeldía.
El deber sagrado de quien analiza las cosas
desde los movimientos es verlas en su justa dimensión
y hacer de lado todo lo fenoménico y
aparente. No se trata de generar falsas ilusiones,
pero mucho menos de hablar de una sociedad
mexicana derrotada, sin que se nos diga realmente
en qué momento sucedió un fenómeno de
esa naturaleza.
Nuestra tesis de que el ciclo abierto por la
insurrección indígena zapatista de 1994 no se
ha cerrado es ahora limitada, en tanto que es
una constatación obvia. Lo nuevo, lo realmente
nuevo, es que, desde las entrañas de la sociedad,
se ha generado un proceso de insumisión
que hoy desafía al poder político. No se trata
de un movimiento que se lanza a las calles para
parar una guerra y en solidaridad con los pueblos
indios. De lo que se trata es de un proceso
de pérdida de miedo al poder político y económico
que permite una serie de acciones que no
sólo lo desafían sino que lo neutralizan; aunque
sea parcialmente.
Claro que vivimos una guerra contra la
población. El EZLN había insistido durante
varios años en ese hecho cuando la mayoría
de los intelectuales se preocupaban por los
procesos electorales o cuando buscaban atajos
en el proceso de toma de conciencia del abajo
mexicano y pensaban que todo dependía de que
ellos lanzaran un programa o de que llamaran a
la conformación de una constituyente.
Esa guerra lleva ya muchos años. Se inició,
en el caso de nuestro país, en 1982 con
la implementación de lo que fue el proyecto
neoliberal, a saber:
a) El desmantelamiento de lo que le daba legitimidad
al viejo régimen mexicano para lograr
un cambio de la forma estatal, al deslegitimar la
Constitución de 1917.
b) Una oleada de privatizaciones que puso
en venta de garaje la riqueza nacional; lo que
significó una traslación de plusvalía social del
Estado hacia unas cuantas manos, nacionales e
internacionales.
c) Una apertura comercial que borró las fronteras
frente a la potencia del norte y que borró
de un plumazo una serie de aspectos claves de la
soberanía nacional.
d) Una desregulación financiera que permitió
que el Estado perdiera cualquier tipo de control
sobre la moneda y los intercambios financieros.
e) La desregulación de la tierra y el territorio
al modificar el artículo 27 constitucional,
la cual puso en el mercado a la tierra, el agua,
el aire, y el genoma de las plantas y eliminó la
forma de organización tradicional del campesinado
mexicano: el ejido, que representaba un
refugio de los que vivían del campo frente al
mercado capitalista.
f) La desregulación del mundo del trabajo por
medio de la flexibilización laboral, la polivalencia,
los contratos de garantía, la reintroducción
de los viejos métodos de producción como el
trabajo a domicilio y el trabajo esclavo.
g) El despojo al pequeño y mediano ahorrador
por medio de las devaluaciones, la eliminación
de los tres ceros, la inflación galopante y la existencia
de tasas de interés que son una frontera
para el ahorro interno.
h) La modificación en la práctica del artículo
82 de la Constitución que rompe con la idea de
que el ejército se utiliza únicamente como mecanismo
para salvaguardar la soberanía nacional al
convertirlo en la herramienta para enfrentar los
problemas de seguridad pública.
i) La conversión de México –de todo el país,
de todos sus rincones— en un teatro de operaciones
en el que el ciudadano común y corriente
es visto como el enemigo a eliminar.
Esos y otros elementos son los datos duros
de una guerra anunciada por los zapatistas y
banalizada por la inmensa mayoría de los analistas,
tanto de derecha como de izquierda. Pero,
otra vez, la constatación de ese hecho es ya un
elemento pasado, rebasado por una realidad que
hoy se expresa en todos los rincones de lo que
es México.
Lo nuevo, otra vez, lo verdaderamente nuevo,
es cómo la gente se ha enfrentado a esa guerra y
qué conclusiones ha sacado, además de qué significa
esto desde una perspectiva nacional que
no es de tranquilidad —como producto del miedo—,
sino que ya viene siendo de confrontación
y organización a pesar de las salvajadas que
desde el poder se realizan.
Cuando allá arriba se discute el regreso del PRI
y los “formadores de opinión” elaboran sesudos
análisis sobre lo que está sucediendo; cuando
una buena parte del futuro de la dominación se
deposita en unos zapatos de fútbol; cuando el
Estado mexicano ha perdido importantes partes
del territorio nacional; cuando ya nadie habla
—en serio, quiero decir—de los tres Méxicos:
el productivo laboral del norte, el burocrático
del centro y el miserable y descontrolado
del sur, debido a que, con sus políticas o con
sus ausencias, la clase política mexicana ha
uniformado el territorio nacional para convertirlo,
en su conjunto, en zona de desastre; cuando se
le echa leña al fuego y se introduce a la Policía
Federal a la mina de Cananea…
Todo eso sucede cuando, abajo, crece y se
agolpa en el pecho la indignación frente a lo
que sucede; cuando esa indignación se convierte
en cólera porque no hay un solo indicio de que
algo se vaya a hacer para corregir la situación;
cuando esa cólera se convierte en conciencia de
que ya no es posible esperar a que alguien de
la clase política arregle el entuerto; cuando esa
conciencia permite la construcción de un “¡Ya
basta!” nacional, múltiple, diverso y, sobre todo,
plebeyo y radical.
Un flashback indispensable
Hoy, nadie quiere acordarse de quién fue el actor
central que provocó la caída del régimen de
partido de Estado y, por lo tanto, están incapacitados
para ver quién ha sido el actor central
que ha puesto en crisis, desde el inicio de su
existencia, al régimen de partidos de Estado que
vivimos ahora.
El régimen priísta no se cayó solo ni tampoco
a causa de las propuestas palaciegas que
desde el poder se levantaban. Si ese régimen
estaba basado en el control del Estado sobre la
sociedad, solamente un acontecimiento que lo
pusiera en cuestión, desde la sociedad, podría
provocar su caída, a saber: el levantamiento
armado del primero de enero de 1994 y sus
posteriores repercusiones.
Sí, es necesario volver a la raíz. El 1 de enero
de 1994 trastocó la relación mando-obediencia,
al hacer aparecer la rebeldía como forma de
expresión de la sociedad. Toda la argamasa de
la relación entre el Estado y la sociedad entró
en descomposición: crisis del corporativismo,
crisis de la relación de caudillaje en el campo,
crisis en las capas medias de la población, crisis
de la relación del poder con los artistas e, incluso,
crisis entre los encargados de elaborar los
análisis que glorificaban al Poder, por ejemplo el
grupo Nexos y el grupo Vuelta.
La repercusión de la insurrección fue de
tal envergadura que, incluso en el terreno de
las instituciones, se llevó a cabo una reforma
política que pretendía responder al Foro de la
Reforma del Estado que había convocado el zapatismo.
La derrota del PRI en las elecciones
del año 2000 estuvo enmarcada en esa reforma
política, pero lo más importante fue lo que
sucedió en la sociedad.
El corporativismo entró en crisis no sólo porque
salía caro para las reformas productivas, sino
también porque la gente tenía ahora un referente
político que era el zapatismo y lo que se había
generado atrás de él. Ejemplo de esto fueron las
dos consultas ciudadanas sobre los derechos indígenas,
acompañadas con la salida de las bases
de apoyo zapatistas. Ambos acontecimientos
9
permitieron la movilización de millones de
mexicanos que participaron emitiendo su opinión
(un millón 300 mil en la primera ocasión y
más de 3 millones en la siguiente), pero, además,
hubieron centenares de miles involucrados en la
organización de ambos eventos.
Todo esto generó una energía social que
evidenciaba que era posible pasar por encima
de los aparatos de control; que la gente podía
autoorganizarse y, de manera variada y sin que
nadie les impusiera nada, hacer su trabajo.
Esa energía social permitió que al discutir
organización la gente discutiera política. El
régimen, más allá de sus acciones represivas
por medio de los paramilitares, fue incapaz
de detener esa ola de espacios horizontales de
debate. Así se vivió una escuela de participación
ciudadana donde los sectores más pobres eran
los que jugaban el papel central.
Los zapatistas habían provocado una crisis
epocal en el régimen político, sin hacer o practicar
una política desde o para arriba. Lo habían
logrado mirando hacia los lados, donde estaban
sus iguales. De repente, era posible hacer política
sin necesidad de estar afiliado a un partido político
o a una institución del Estado. De repente,
las cámaras de diputados y senadores ya no eran
el espacio desde donde un grupo selecto hacía
política. De repente, desde los ejidos, las comunidades,
los barrios, las calles, la gente común
y corriente hacía política y, además, amenazaba
con que eso ya no tenía vuelta atrás.
La relación mando-obediencia que el PRI
había establecido y que le permitía contar con
un excedente social que ponía en acción durante
las campañas electorales había sido mellada,
neutralizada. Las viejas centrales obreras se
desfondaron (se dice que ahora la CTM no tiene
más de 800 mil afiliados). Las viejas organizaciones
campesinas fueron, por fin, vistas como
lo que eran: las que habían avalado poner a la
tierra en el mercado para su venta. El sistema de
partido de Estado estaba ya tocado de muerte a
raíz de la insurrección del 1 de enero.

No había nada que añorar. La represión
contra los mineros de Nueva Rosita, contra los
ferrocarrileros, maestros y médicos; la masacre
de Tlatelolco; la represión sangrienta de San
Cosme; los más de 500 detenidos-desaparecidos;
las masacres de Acteal, Aguas Blancas y El Bosque;
el sometimiento de la sociedad por medio
del corporativismo, el clientelismo, el caciquismo;
la existencia de un partido único que impidió
por décadas el “libre juego de los partidos” y
la existencia de la democracia representativa; la
corrupción que hizo del gobierno una fuente de
la acumulación de capital; la impunidad en el
ejercicio del poder que permitió la oligarquización
de la justicia; el desprecio ante todo tipo de
manifestación ciudadana autónoma, buscando
siempre criminalizar a las organizaciones sociales
y sus representantes; la destrucción de
aspectos centrales del tejido social y nacional;
los 66 millones de pobres; éstos fueron los
saldos del priísmo en el poder.

Y, ahora, cómo está siendo

Toda forma nueva de lucha, unida a
nuevos peligros y sacrificios ‘desorganiza’
inevitablemente a todas aquellas
organizaciones que no están preparadas
para esta nueva forma de lucha.
Lenin
Pero todos esos saldos fueron asumidos, heredados
con buena disposición por los gobiernos
panistas y por los gobiernos del PRD en los
estados. Los partidos se comenzaron a parecer
tanto entre ellos que lograr ubicar un mínimo
de diferencia se volvió una tarea herculana.
Ahora que se habla del regreso del PRI, algunos
quieren sacar conclusiones facilonas como que
“estamos viviendo una derrota de la sociedad”.
Incluso, se escriben libros que tienen como título
“La sociedad derrotada”. Las apariencias son el
espacio donde este análisis se mueve. La realidad
es más compleja y más rica.
Pase lo que pase en las elecciones de los
estados en julio del 2010, el sistema de partidos
de Estado que sustituyó al anterior, está muerto.
Por eso, el punto fundamental no es saber quién
va a ser el candidato minoritario más votado
sino cuál será la abstención y con qué ridículo
porcentaje se van a sentar a gobernar las diversas
fuerzas. Por eso, las campañas electorales, a
pesar de contar con todo el apoyo de los medios
de comunicación masiva, no logran prender en
la sociedad. La gente ya tiene tiempo que votó
con los pies al no ir a las urnas.
Lo que queda son gestos grandilocuentes,
aspavientos de malos actores. De la misma
manera que en 1994 la gente derrotó al sistema
de partido de Estado, hoy, la gente derrotó al
sistema de partidos de Estado. El Estado y sus
instituciones están en crisis desde hace ya varios
años. A diferencia de lo que muchos piensan, no
se trata de que vaya a regresar el que se suponía
que estaba ausente, el PRI; sino de que los que
nunca se han ido, desde 1994, van a volver a evidenciar
la crisis del Estado y sus instituciones.

Entonces, puede frotarse las manos todo lo
que quiera el señor Enrique Peña Nieto porque
piensa que el 2012 está a la vuelta de la esquina,
sin saber que lo que viene es lo mejor. Andrés
Manuel López Obrador escribe un libro sobre la
mafia que nos robó el país (sin decir una palabra
sobre qué hacer con ella) y pone la fecha del
2012 como su escenario, sin percatarse, a pesar
de darse una vuelta por el país —donde no ve
lo que debe ver y ve lo que le presentan como
realidad—, que el 2012 está muy lejano; que
primero hay que sortear lo que falta del 2010 y
el 2011. Marcelo Ebrard recorre el mundo y se
presenta frente a la socialdemocracia mundial
como la única opción, sin ser conciente de que,
en especial en la ciudad que dice gobernar, la
gente ya le dio la espalda. O los panistas, cuyo
mejor candidato según las encuestas es Santiago
Creel. Sí, el hombrecito que ha evidenciado
hasta la náusea su incapacidad y mediocridad,
para no hablar de los otros suspirantes, como el
inefable Javier Lozano.
Sin tener encuestas que nos ayuden, sin tener
asesores que nos lean el futuro, sin tener estilistas
que nos hagan más presentables, nosotros sí sabemos
lo que sigue: la agudización de la crisis del
sistema político y el incremento de la rebeldía.
Incluso los verdaderos dueños del poder tienen
que inventar una cosa llamada “Iniciativa
México” que busca exorcizar no sólo el 2010,
sino que evidencia que ya ni siquiera como mascarada
necesitan a la clase política. Ellos pueden
aparecer en cadena nacional, ellos pueden tener
su monigote como animador de las conciencias,
ellos cuentan ya con su fiesta: el mundial de
fútbol. Ellos buscan exorcizar el bicentenario o
el centenario mediante un reality show en el que,
como en los tiempos de reina por un día, se
busca encontrar al mexicano o grupo de mexicanos
que sean dignos de ser premiados. En lugar
de la bola, la lana.
El regreso del PRI es el eslogan de moda
de los analistas. Pero lo único realmente novedoso
es la situación por la que atraviesa la
organización y conciencia del pueblo mexicano.
En todos los rincones de lo que se llama
México, encontramos bolsas de rebeldía que se
expresan ante el reclamo de justicia, ya sea
porque sus hijos fueron asesinados en una
guardería, o porque uno de sus hijos fue baleado
por miembros del ejército bajo el pretexto
de que era narcotraficante.
No estamos hablando únicamente de la
conciencia de clase adquirida después de que
la empresa cierra la fuente de empleo; o de la
conciencia como producto de años de resistencia,
como el caso de los pueblos indios; tampoco
de esa conciencia economicista que siempre
voltea hacia el poder para demandarle algo, ésa
que algunos tontos confunden con conciencia
de clase; ni tampoco de la conciencia que se
adquiere como producto de la preparación intelectual.
Estamos hablando de otra conciencia:
la que nace de enfrentar un agravio, la que es
producto de una injusticia, entendida como
algo que se siente en la piel, algo que me sucedió
o le sucedió a mi familia o a un amigo o
a un compañero.
La conciencia como producto de una experiencia
terrible que marca el pensamiento y la
práctica de un hombre o una mujer en la vida
cotidiana. Esa conciencia no tiene tantas mediaciones
como las otras. Se expresa con la pérdida
del miedo frente al poder y sus instituciones. Se
expresa cuando se es capaz de mostrar el cuerpo
frente al Estado y sus instituciones y, sin temor
a las represalias, decirle al jefe del Estado y de
las fuerzas armadas: “Usted no es bienvenido.
Usted es un asesino”.
No es lo mismo cuando el líder del SME
dice que si falla equivocadamente la Suprema
Corte de Justicia se habrán cerrado los caminos
de la legalidad, que cuando un padre de familia
de Sonora dice que todas las vías institucionales
se han cerrado para ellos. O cuando una madre
de familia, Patricia Duarte Franco, le responde
al funcionario del Instituto Mexicano del Seguro
Social, quien pidiera sus datos para pasarle la
pensión vitalicia que Felipe Calderón ofreciera
en una reunión espuria con supuestos familiares,
lo siguiente: “Te recuerdo que yo no estuve en
la reunión en Los Pinos con el Presidente. No
quiero una pensión vitalicia. El IMSS pretende
pagarnos a nuestros hijos en mensualidades.

Yo tengo 32 años, no quiero pensión, ¡quiero
justicia! Los padres demandamos justicia para
nuestros hijos. Voy a continuar en la lucha, voy
a estar presionando por la memoria de mi hijo,
para que se haga justicia”.
El dirigente del SME busca presionar a
una institución pública, no tiene otro objetivo.
Los otros casos reflejan la dignidad de una
persona medida en función de su agravio. No
es una maniobra política ni una declaración
para la galería; es la evidencia de un estado de
ánimo, de una molestia que nace del estómago,
de alguien que realmente ha dejado de creer
en el Estado y que ahora lo convierte en su
peor enemigo. Justicia es lo que ellos piden.
Lo mismo que pidieron en Ciudad Juárez los
padres de los asesinados por el ejército; lo
mismo que piden los padres y los compañeros
de los muchachos asesinados en Monterrey
por el ejército; lo mismo que piden los padres
y compañeros de los jóvenes asesinados por el
ejército en Reynosa; lo mismo que piden los
familiares de miles de desaparecidos de esta
guerra en contra de la población; lo mismo que
piden los miles de muertos. Se habla de que el
75 por ciento de los más de 24 mil muertos que
van en el sexenio de Calderón, no tenían nada
que ver con el crimen organizado y que el 70 por
ciento de los detenidos —que son señalados por
unos testigos protegidos—, son inocentes.
Esa conciencia tiene la característica específica
de ser mucho más explosiva, porque no depende
de nadie en particular; ni de un partido, ni de
un sindicato, ni de un intelectual. Le pertenece
completamente al agraviado, a la agraviada.
Es mucho más fácil de extenderse, en tanto que
nace de las entrañas mismas del pueblo. Nadie
la exporta ni la introduce; la indignación se trasmite
por medio de la voz, de los mensajes de
celulares, de las redes sociales.
Podríamos hablar de una conciencia de vida
y de ubicación en la vida. Trabajadores que le
dejan al Estado la protección de sus hijos pequeños
y a los cuales éste les responde subcontratando
esos servicios a una serie de políticos y familiares
de políticos a quienes lo que menos les
importa es el bienestar de los niños.
Comparada con procesos anteriores, la
conciencia social es hoy mucho más extendida,
menos localizada, más nacional, aunque todavía
está dispersa.
Esa conciencia se expresa en la carencia
de confianza o de fe en las instituciones del
Estado mexicano y en el abandono de esa especie
de sumisión y/o indiferencia ante lo que pasa.
Representa una forma nueva de comprensión de
la realidad como producto de lo que me sucede
a mí o a mi amigo o compañera. Se trata de una
conciencia insumisa, colérica, que ha dejado de
tener la más mínima confianza en las instituciones.
Se trata de una conciencia diferente al economicismo
o a la conciencia reivindicativa.
Ellos y ellas, con su conciencia colérica, están
estableciendo el calendario que abajo se trabaja.
Ese calendario es diferente al que, desde el
poder, se nos quiere imponer. Los ritmos y los
tiempos de la confrontación están de nuestro lado,
nos pertenecen.
El carácter del movimiento que se está expresando
abajo es plural y diverso, ahí reside su
riqueza (lo que para algunos es su debilidad). Un
movimiento que no es de clase, desde el punto
de vista sociológico, pero que entendido desde
el punto de vista político sí lo es: es de las clases
de los de abajo, de los que no tienen nada más
que su fuerza de trabajo para vender. Un movimiento
que no es ideológicamente homogéneo,
pero que sí tiene una serie de ideas-fuerza muy
precisas y muy machacadas. Un movimiento
que no es políticamente correcto, pero que es
el único que todavía puede ofrecer una salida
civilizada a la barbarie a la que el “progreso”
neoliberal nos ha conducido. Un movimiento de
los débiles, chaparros y lentos.
No somos un sujeto de cromo, somos débiles,
lentos y bajos porque somos la gran mayoría de
la población. Un movimiento carente de estrategas
pero lleno de voluntad de lucha y de creatividad.
Un movimiento sin vanguardia, pero que actúa
como una vanguardia que ayuda a dinamizar
nuevos movimientos sociales. Un movimiento
sin un programa global, que es en sí mismo un
programa de lucha. Un movimiento que no busca
los reflectores, pero al cual inevitablemente
13
los reflectores girarán para iluminarlo. Un movimiento
sin jefes, ni caudillos, ni presidentes
legítimos. Un movimiento que solamente cuenta
con sus propias fuerzas y que hace de esa necesidad
su virtud. Un movimiento que no cuenta
con grandes interpretadores e intelectuales porque
la dialéctica de la historia, que los intelectuales oportunistas
intentan negar o alejar, sigue operando
eficazmente —incluso en ellos, contra su propia
voluntad— y los arroja al campo del poder.
Y el momento histórico de la irrupción autónoma
de los de abajo se va alejando progresivamente,
para ellos, hacia un futuro inalcanzable. Un
movimiento que sin ser político en sus orígenes
se ha convertido en lo más político que existe
hoy en nuestra nación.
Cúmulo de agravios
Todo proceso de rebeldía o rebelión se da por
fuera del Estado, lo cual no quiere decir que
muchas veces no sea producto de determinadas
acciones del Estado. La diferencia con
relación a los movimientos economicistas es
que su expresión se da por fuera de la estatalidad.
Viene desde abajo, como producto de un
cúmulo de agravios que se han cometido en
contra de las personas.
A partir de ese momento, una energía social
se pone en acción, busca sus equivalentes y se
lanza a la calle. Los de abajo: trabajadores, amas
de casa, jóvenes y demás, desplazan de la escena
a la clase política; se convierten en los actores
fundamentales y no permiten ya que sea el presidente,
o sus ministros, o sus partidos, los que
vuelvan a mandar al coro.
Es como sucedió en Sonora y Chihuahua.
En el primer estado, la muerte de 49 niños
como producto de un incendio de la guardería
ABC puso en el tapete de las discusiones
la irresponsabilidad del Estado al subarrendar
dichas guarderías y convertirlas en negocio de
una parte de la élite política. Por más esfuerzos
que han hecho Calderón y los partidos, los
padres y madres miembros del movimiento 5
de junio han tomado el control de las acciones.
A unos cuantos días de que el incendio hubiera
acontecido, miles de ciudadanos de Hermosillo,
Sonora, salieron a las calles a manifestar su
indignación frente a la irresponsabilidad del
gobierno federal y local. La manifestación se
convocó por medio de mensajes de celulares y
de las redes sociales. Todavía Calderón quiso
conmemorar el 5 de junio con un acto en Los
Pinos, invitando a algunos padres de familia.
Sin embargo, la mayoría se mantuvieron dentro
del movimiento 5 de junio y, hasta la fecha,
han dado muestras de dignidad al no aceptar ni
la versión de la Suprema Corte de Justicia de la
Nación, ni las indemnizaciones.
En el otro caso, el vil asesinato de 16 jóvenes
en la Colonia Villas de Salvárcar produjo una ola
de indignación cuando Felipe Calderón declaró,
desde el extranjero, que se trataba de narcos. Así
lo describimos en un número anterior de la revista:
“Asolada y desolada, Villas de Salvárcar
se convirtió pronto en el símbolo inequívoco de
la violencia estructural de un sistema que arrasa
con lo que se encuentra a su paso. Pero también,
la masacre de jóvenes se convirtió en símbolo
de la rabia e indignación de una sociedad que
ha tenido que soportar la violencia, el trabajo
precario y la exclusión en lo cotidiano…

“Las madres y familiares de los chicos asesinados
comenzaron con el grito, un grito que es
una continuación renovada de aquél lanzado por
los cientos de madres a las que les han asesinado
o desaparecido a una hija desde hace ya muchos
años y hasta el día de hoy, en esta ciudad fronteriza
donde se respira y se siente un peculiar olor a
miedo. Ni una más. Hoy se agrega, ‘ni uno menos’.
“Relatan los números fríos una historia que
desgarra: 60 por ciento de los cinco mil asesinatos
cometidos en los últimos años en Juárez,
corresponden a jóvenes menores de 20 años. Si
se cuentan a los que están en la franja de los 20
a los 30, el porcentaje sube casi al 80 por ciento.
No hay duda de que en Ciudad Juárez se asesina
principalmente a jóvenes. Así es…
“Pero otros coinciden en que sí hay una
guerra, una otra guerra: ‘contra los jóvenes,
contra las mujeres, contra los pobres’, dicen
integrantes del Comité Universitario de
Izquierda (CUI), de la UACJ. ‘Una guerra
contra la humanidad, contra toda la sociedad de
Ciudad Juárez’, señalan adherentes a La Otra
Campaña. ‘Hay una guerra contra los jóvenes,
y nosotros somos sobrevivientes de esa guerra
que no elegimos’, dicen chavos miembros
del Zyrko Nómada de Kombate. Y agregan:
‘Somos los afectados directos, nosotros, los
jóvenes, en esta guerra contra los pobres, que
lo que deja es desempleo, abandono’…” (Pablo
Rojas, “Juaritos: rebelarse contra la muerte”,
Rebeldía, No. 70).
El miedo que se vive en la ciudad más
violenta del mundo, aún más que Bagdad —por
el número de muertos diarios— no impidió el
proceso de organización de una respuesta social
autónoma e independiente. “Nos tienen miedo
porque no les tenemos miedo”, gritaban un grupo
de jóvenes en una manifestación frente a las
oficinas de la PGR. Nos tienen miedo porque no
les tenemos miedo, el asunto no podía ser formulado
de manera más correcta y exacta.
Igual ha sucedido en el caso de los
jóvenes asesinados en la carretera Reynosa-
La Ribereña. El ejército federal asesinó a
tres jóvenes: uno de 17, otro de 15 y uno de
13. Los soldados señalaron que los jóvenes
traían armas de alto calibre, sin embargo,
el menor venía con su uniforme de la
secundaria. Al respecto, Raymundo Ramos
Vázquez, presidente del Comité de Derechos
Humanos de Nuevo Laredo, Tamaulipas,
señaló que responsabilizar a los jóvenes de
un enfrentamiento es ya una situación mayor:
“La autoridad federal, tanto la Sedena como la
PGR, no gozan de ningún tipo de credibilidad
ni confianza entre la ciudadanía porque estos
abusos de disparar a matar cada vez son más
frecuentes e involucran a más civiles”.
“En Monterrey, el viernes 19 de marzo quedará
grabado en la mente de varias familias mexicanas”,
decían desde el ciberespacio cientos de
jóvenes que compartían su indignación. En
Facebook fue creado un perfil en el que se exige
justicia para los estudiantes que murieron: Javier
Francisco Arredondo Verdugo y Jorge Antonio
Mercado Alonso, después de que estuvieran en
medio de fuego cruzado por parte del Ejército y
presuntos delincuentes.
En esta red social, que hasta la noche del
domingo 20 de junio contaba con 519 miembros
y cuyo creador es aparentemente familiar de uno
de los estudiantes (Juan Arredondo), varias personas
no sólo exigen justicia sino que también
expresan su indignación ante las declaraciones
hechas por el procurador estatal, Alejandro
Garza y Garza, en las que se señalaba que los dos
alumnos de posgrado, con beca de excelencia,
eran narcotraficantes.

Con un moño negro con azul y la fecha
19-03, se distinguen la mayoría de los estudiantes
del Tec y compañeros de Arredondo Verdugo
y Mercado Alonso quienes comparten los recuerdos
que tuvieron con ellos, la frustración que
sienten y dan el pésame a la familia, entre
otros comentarios.
“¿Por qué el Procurador Alejandro Garza y
Garza aseguró que no eran estudiantes? ¿En qué
se basó para dar tal versión? ¿Dónde están las
identificaciones de Jorge y Javier? ¿Por qué el
ejército decomisó los videos de las cámaras de
seguridad del Tec? ¿Qué buscan ocultar? ¿Por
qué los estudiantes presentan golpes en el
rostro? Si fueron abatidos por el ejército con
disparos cometidos por error, entonces ¿por
qué después los golpearon buscando que dijeran
que eran sicarios, si eran estudiantes del
Tec? ¿Por qué primero disparan y después averiguan?”,
son algunos de los cuestionamientos
que hace el creador de este perfil, lo mismo que
sus participantes.
¿Dónde quedó ese norte industrioso y
productivo? En su proceso de reestructuración, el
Estado ha arrasado con todo, incluido el orgulloso
norte del país. Hoy viven en peligro y son asediados
por las fuerzas represivas. Esto ha generado un
nivel de descontento nunca antes visto en esta parte
de México.
Ahora es más fácil comprender el rencor de
los mineros de Cananea cuando les cierran su
fuente de trabajo; o la rabia de los familiares de
los mineros de Pasta de Conchos cuando igual se
manda a cerrar la mina, cuando se estaba a punto
de encontrar los primeros cuerpos de los mineros,
sepultados por la irresponsabilidad de Germán
Larrea, poseedor de una fortuna personal de 8 mil
589 millones de dólares. No es diferente lo que
viven las familias de los jóvenes asesinados de lo
que viven esos mineros y sus familias. El norte
está cruzado por una guerra global en contra de la
población, pero, otra vez, lo que es distinto esta
vez es que en medio de esa guerra hay procesos
de reorganización social totalmente novedosos.

En el centro del país se viven los procesos
de despojo que el gobierno de Marcelo Ebrard
ha realizado en contra de la población. Se han
llevado a cabo tanto en la construcción de la
línea 10 del metro, como en la construcción de
la súper vía, eso sí, con un discurso de izquierda
ya insostenible. Las inundaciones de Chalco
son una especie de futuro anterior para toda la
Ciudad de México. Nos anuncian un futuro que
ya nos alcanzó como producto de un diseño de
ciudad que ha fracasado de manera global. Y
ahí no es posible echarle la culpa a los viejos
gobiernos priístas en tanto que, desde el punto
de vista de las personas, siguen siendo las mismas
desde 1982 hasta la fecha.
En Chalco, también se dio un proceso de reorganización
social: “La mayoría de las labores
de rescate, rehabilitación, el aviso oportuno a los
vecinos de que estaba el problema, los primeros
en poner costales fue gente civil, colonos de aquí,
gente que vino a apoyar. No fue el ejército, no
fue la marina. La marina llegó tres o cuatro días
después a pararse por allá en otras colonias, con
anfibios y con lanchas. Nosotros vimos las
lanchas de motor que llevaban y toda su parafernalia
que cargan, sus anfibios estaban
parados a varios kilómetros más para allá, más
bien —es lo que comentábamos— haciendo
labores de intimidación, de tipo patrullaje, de
presencia militar y policíaca que detuviera alguna
posibilidad de organización masiva. Sí ha
habido organización, sí ha habido vecinos organizados,
pero temían una organización de las
treinta o veinte mil gentes que se inundaron, eso
para ellos era el coco.
“A nosotros nos tienen catalogados como
violentos, como gente irracional, gente peligrosa.
Y ha habido una respuesta, pero no
como ellos esperan: de manera violenta. Buscan
cualquier pretexto para atacar a la población,
amedrentarla. Desde antes que llegara
la Secretaría de Desarrollo Social (Sedesol),
la Conagua y la gente del estado de México,
lo primero que llegó fue el ejército, la policía
estatal y, posteriormente, la marina. En días
posteriores, incluso llegaron grupos de choque,
gente que sabemos que los trajeron de
otros municipios, sobre todo de la parte del
Valle de Toluca, que venían con playeras rojas
y estaban mezclados con la gente que hacía el
censo” (Gustavo Magallanes, et al, “La rebeldía
en Valle de Chalco”, Rebeldía, No. 70).

Cúmulo de agravios que ha logrado hacer
parejo el suelo. Cúmulo de agravios que
encuentra respuestas formidables si entendemos
las condiciones en las que se están dando.
Cúmulo de agravios cuando se despide a 44
mil trabajadores electricistas —aprovechando
una pugna irresponsable en su dirección— y no
se recontrata ni a 200. Cúmulo de agravios que
está permitiendo el surgimiento de un nuevo tipo
de rebeldía, a la cual no podemos ubicar por su
programa, dirección y resultados, sino por su
dinámica, sus hechos, su voluntad, su capacidad
para generar nuevas formas de interlocución.
Cúmulo de agravios que nos anuncia un
futuro que ya está aquí; que nos lleva a voltear,
no hacia arriba o hacia abajo, sino hacia los
lados para encontrar a nuestra compañera, a
nuestro compañero. Cúmulo de agravios que nos
permite ir ubicando el común sin perder nuestra
diversidad. Cúmulo de agravios que se resume en
una lucha, antigua y nueva, por la justicia.
Justicia para que no me quiten mi trabajo,
para que no maten a mis hijos, para que no se
inunde mi barrio, mi ciudad, mi país. Justicia
para que no se siga asesinado a mujeres, para
que los jóvenes no sean vistos como objetivos
militares, para que ya no haya miedo, para que
podamos pasear nuestro cuerpo, no frente a
las bayonetas, sino frente a los jardines y las
plazas. Justicia porque queremos —como decían
las trabajadoras migrantes de California—
“pan y rosas”.
Y el último dato revelador es que son las
mujeres las que están a la cabeza de estas luchas
y de este proceso de reorganización social.
Y cuando eso pasa, el mundo cambia, todo se
modifica, lo sólido se desvanece.
Hacia allá es a donde deben dirigirse los
esfuerzos de La Otra Campaña, del Nosotr@s,
que inevitablemente deberá ser estación de
paso. Hay todo un pueblo que hoy vive en el
descontento y la insumisión. Si alguien quiere
entretenerse con procesos electorales carentes
de interés o si alguien habla de insurrecciones
sin haber tocado, ni siquiera rosado, ese proceso
de insubordinación general, allá ellos. La
Otra debe pasar por encima de sus fronteras
organizativas y encontrarse con ese movimiento
incluso más plural y diverso que el
suyo. Esto es si quiere formar parte del proceso
general de rebeldía que se vivirá en un
tiempo. Ahí debe dar a conocer lo que aprendió
por sí misma:
a) La diversidad debe ser su objetivo. Cualquier
intento de hegemonizar está condenado
al fracaso.
b) Dirigirse hacia el pueblo de abajo en general,
no hacia una clase social en particular.
c) Ser incluyente y receptiva, donde el oído,
el saber escuchar, sea la clave.
d) Sus formas de lucha también deben ser
diversas y variadas, no caminamos hacia un
rumbo predeterminado: una huelga general
insurreccional o un paro cívico o una constituyente,
sino que eso se va calibrando conforme el
movimiento madure.
e) La organización debe ser su credo. No
somos nada si no estamos organizad@s. Eso no
quiere decir un modelo organizativo castrador,
sino organizados de manera diversa, plural, multicolor,
pero organizados.

Las organizaciones militantes, Nosotr@s,
debemos de dejar de perder el tiempo en actuaciones
estériles. A quienes no estén preparados
para comprender y participar en eso nuevo que
está surgiendo ya no será posible esperarlos.
Si alguien quiere seguir entreteniéndose en banalidades,
ése es su problema. El camino de la
menor resistencia no es el nuestro. Nosotr@s, la
inmensa mayoría, estamos listos. La militancia
y la formación política son nuestras herramientas.
Entendemos que nuestra misión no es hegemonizar
sino servir de puente, ventana y espejo
con relación al movimiento. Ser vigilantes de su
pluralidad y de su autonomía. Estar dispuestos a
llevar a la práctica lo que pensamos.
Nuestro anticapitalismo es radical. No pretende
luchar contra el neoliberalismo como coartada para
posponer la lucha contra las relaciones sociales
de producción capitalistas y la relación mandoobediencia
que de las anteriores se desprende.
No le tenemos miedo a las palabras expropiación
de los medios de producción y de reproducción de
la ideología dominante. Por la autoorganización y
autogobierno de la sociedad. Luchamos porque
el que mande lo haga obedeciendo, que rompa
con la lógica de toda la tradición política en la
que siempre se requiere de algún especialista
para gobernar. Estamos por convertir a toda la
clase política en sociedad y a toda la sociedad
en clase política.
Nosotr@s, l@s que no vamos a ser poder,
solamente recibiremos el premio de saber que
fuimos fermento y estar seguros de que cumplimos
con nuestro deber.
Conclusión:
si está entregando el país
y habla de soberanía
quién va a dudar que usted es
soberana porquería
no me gaste las palabras
no cambie el significado
mire que lo que yo quiero
lo tengo bastante claro
no me ensucie las palabras
no les quite su sabor
y límpiese bien la boca
si dice revolución.
Mario Benedetti, Las palabras
Aturdidos por el ruido que ellos mismos provocan,
la clase política y sus partidos no afinan el
oído. El ruido ensordecedor que ellos y su entorno
generan les impide escuchar cualquier cosa
que no se diga por ellos mismos o por su entorno.
Inventan encuestas y se las creen. Inventan
redes de más de dos millones de participantes yse las creen. Inventan entrevistas en noticieros,
revistas y periódicos, y se las creen. Incluso, ya
no se percatan de lo que pagan por ellas.
Viven en un mundo feliz, se lamentan por
lo del que llaman “Jefe” Diego y quieren
saber quiénes son los responsables y deciden
aumentar su seguridad. Se sorprenden frente a
la unanimidad que ha generado este caso, en el
que, en las redes sociales y en los periódicos,
la gente común y corriente pregunta dónde
puede depositar su cooperación para que no
lo suelten.
Es la gente bonita de la política. Los que
dicen que es una lástima que los demás no sean
como ellos e inmediatamente se arrepienten,
porque no se vayan a crear más competidores.
La pregunta a resolver es la que nadie se
plantea: ¿Habrá 2012? Entretenidos con ese
año axial, para ellos, no se preocupan por el
actual, ni por el que sigue. No se percatan de
la profunda cólera que hoy se manifiesta por
todos lados, incluso en los lugares más insospechados:
Sonora, Ciudad Juárez, Reynosa,
Monterrey, Michoacán, Coahuila, para no hablar
sino de algunos.
Cuando la relación mando-obediencia entra
en crisis, la gente accede al espacio de la rebeldía
y pierde, o controla, el miedo. Los agravios son
respondidos mostrando el cuerpo, arriesgándolo,
y ese cúmulo de agravios crece geométricamente,
se manifiesta porque el ejército federal asesinó o
baleó a mis hijos o porque el Instituto Mexicano
del Seguro Social subcontrató su responsabilidad
de cuidar a mis hijos y los entregó a empresas
patito, propiedad de familiares de políticos. O
porque en mi comunidad no estamos completos:
faltan nuestr@s pres@s y la vida no puede ser
igual; los necesitamos, los añoramos y queremos
que estén con nosotros y que no sigan presos
por el único delito de defender a un puñado de
vendedores de flores. O porque me quitaron
mi trabajo, se aprovecharon de que mis líderes
sindicales estaban entretenidos peleándose
entre sí para ver quién se quedaba con el
fondo de resistencia y las cuotas, y abrieron
un boquete para que el gobierno requisara los
centros de trabajo.
¿2012? Y ¿qué onda con el 2010 y el 2011?
Confían en que, entre las elecciones estatales
y el mundial del fútbol, la gente vuelva a
sus casas y se tranquilice. No entienden lo
profundo del cambio de conciencia y de
organización de esa gente que ya se decidió
y le dice sus verdades al ejército y al imbécil
que dice que lo encabeza.
Abajo no se habla del 2012, se comienza a
hablar del 2010 no como una fecha, sino como
un concepto. El 2010 como insumisión e insubordinación.
El 2010 como mecanismo para
tomar el control de mi destino. El 2010 como
herramienta para construir una nueva forma de
convivencia social basada en la autonomía.
El 2010 como pretexto para generar nuevas
relaciones sociales constituyentes, es decir,
decididas por mí y por mi comunidad. El 2010
como símbolo de nuestra rabia. El 2010 como
la creación de un “¡Ya basta!” social y nacional.
El 2010 como el año en que todo es posible,
incluso ganar.
Abajo sólo hay ruido cuando se voltea hacia
arriba; abajo hay murmullos difíciles de
captar si uno no vive ahí. Esos murmullos nos
anuncian algo: la buena nueva. Son voces pequeñas
que se dicen al que vive al lado, porque
es hacia los lados donde la mirada se afianza,
se vuelve colectiva al juntarse con muchas
otras miradas.
Es hacia los lados donde podemos
identificar a nuestro igual que, casi siempre,
es nuestro diferente. Esos murmullos no
son captados por los aparatos sofisticados
de comunicación o por los generadores de
opinión o por los intelectuales orgánicos del
poder. Cuando leen algo al respecto se burlan
y lo desprecian. Mejor así, aprovechemos
todo el tiempo en que no vamos a ser visibles.
Sigamos el diálogo de Nosotr@s. Que arriba
sigan en su mascarada, continúen con el volumen
a todo lo que da; que, como ya no se tiene jefe
de Estado, ahora se utilice al entrenador de la
selección para motivarnos a ser felices.
Abajo, las miradas se intercambian, los gestos
son cómplices y la pregunta es necia: ¿cuál es nuestro
calendario abajo y a la izquierda?


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