Valparadesastre
Por Jaimer Yovanovic (Profesor J)
En el exilio me preguntaban si soy chileno y respondía que no, que estoy chileno, tengo carné y pasaporte del estado de Chile, pero nací en Valparaíso y mi identidad es porteña, de modo que soy porteño y estoy chileno. El tema de la identidad es un tejido abrupto de hechos, relaciones, geografía, subjetividades y besos. Es como el cóndor en la cordillera, como para no imaginarlo en otro hábitat, es como que la cordillera extiende sus ojos y captura sus presas para reintegrarlas a su seno a través del cordillecóndor. Al parecer la cordillera extiende sus cóndores como tentáculos y abraza al resto del mundo, lo que hace perder la distancia y el perfil entre los submundos animal, vegetal, aéreo, acuático y la tierra-piedra, lo que los mapuche, changos y chonos entendían tal cual, sólo que ellos no retiraban de aquella esencia simbiótica a lo humano, como nosotros, transplantes, hijos y nietos de trasplantes, que hablamos del «medio ambiente», como que fuese el entorno que nos rodea, en una mirada divínica, mesiánica y demiúrguica que observa el reino desde la atalaya del espejo de los dioses inventados por nosotros mismos.
Así, es necesario observar como poco a poco vamos quebrando el cascarón colonial, tras cada desastre y tragedia. En cada una de ellas saltan miles de pedazos de la prisión conceptual, de la camisa de fuerza cultural y la esencia-instinto se abre paso re-encontrando los factores en forma de rayos de luz que circulan raudos golpeándonos en schock como la caricia-golpe de la madre de los cachorros que impide a las crías dispersarse más allá de su vista, oído, gusto, tacto y olfato a punta de manotazos. La madre tierra extiende sus cóndores, que en este caso son Fénix que de las cenizas intentan rearmar el ser, volver a la síntesis animal-vegetal-aérea-acuática-tierra/piedra y mujer/madre/hijos y un gitano Rodríguez renaciendo desde debajo del puente y un marino constitucionalista torturado por sus propios hermanos y los aromos y eucaliptus que modelaron mi vista-olfato-etcétera junto a los gatos, perros, caballos, palomas, cuncunas, burros, conejos, pulgas, y otros bichos que me picaban, mordían, acariciaban modelando mi cuerpo como otro bicho. Soy porteño, somos porteños a punta de pescado, mariscos y cargas de barcos y el motemey, pelao al medio y calentiteeee y el afilador de cuchillos y tijeras y el loro que sacaba la suerte al ritmo del organillo y el volantín que se me escapaba hacia el infinito y el trompo que hoy fabrica el papá de Anton rescatando los instrumentos del modelaje lúdico de los niños y niñas.
Y de pronto viene el temporal y la llovizna, el terremoto de miles de muertos de 1906, cuyos cuerpos anónimos pobres fueron amontonados en el cerro Merced en tanto los cuerpos ricos identificados tenían su tumba marcada por la propiedad privada del nicho mortuorio, y el incendio que según las simpáticas autoridades de turno fue causado por dos pajaritos romanceando en un cable eléctrico. Oh! paradojas del destino cruel, demagogias de los propietarios y los sirvientes de los propietarios que pisotean el común.
Valparadesastre, vuelo como cóndor de tus cerros y me levanto nuevamente como Fénix de tus cenizas, cada vez más claros todos de nuestro ser y nuestro destino de recuperar la identidad profunda que nos cala a los porteños que respetamos el instinto y seguimos el ritmo de los latidos de los corazones de los vivos y los muertos.
Que se levanten los miles de anónimos del cerro Merced y los miles de muertos en el mar y en el infinito, tanto los recuperados por la madre tierra como los asesinados por el uniforme, que ojala se saque cada uno sus propios uniformes ideológicos y partidarios para rasgar entre todos las camisas de fuerza y volver a abrazarnos en el declive o la loma del cerro encumbrando volantines de amor y de huertas y de puños cerrados golpeando las distancias que nos separan, derribando los muros de la lógica instrumental, mirando a los niños que dejan las pistolas de juguete para acariciar las hojas del almácigo y descubrir que son ellos mismos que crecen extendiendo sus alas de cóndor-fénix.