Las artes, las ciencias, los pueblos originarios y los sótanos del mundo

Carta del Subcomandante Insurgente Galeano (ex Marcos) al escritor Juan Villoro Ruiz



EJÉRCITO ZAPATISTA DE LIBERACIÓN NACIONAL.

MÉXICO.

Febrero del 2016.

Para: Juan Villoro Ruiz:

Hermano:

Celebro que el resto de la familia bajo protesta esté bien, y agradecemos que hayas sido el mensajero para hacerles llegar nuestros saludos y los obsequios que les enviamos (aunque sigo pensando que corbatas y ceniceros o floreros hubieran sido una mejor opción).

En el momento de tratar de continuar estas letras, recordé tu texto “Conferencia sobre la lluvia” (editorial Almadía, 2013) escrito, creo, para teatro, y que leí imaginando, de seguro con torpeza, la escenografía y los gestos y movimientos de quien tuviera a cargo el monólogo, sintiendo la interpelación más que acusando recibo de ella. El inicio, por ejemplo, es una síntesis de mi vida: el lacónico “¡Perdí los papeles!” del primer renglón, bien da para una enciclopedia si lo anclo en los calendarios y geografías de este continuo caer y recaer que he sido.

Porque, invariablemente, después del saludo de apertura en una epístola, pierdo las ideas (“la tonelada” dicen los compas cuando se refieren al tono en una canción). Quiero decir, el objetivo concreto de la carta. Cierto que el dilucidar quién es el receptor podría ayudar, pero no pocas veces el destinatario es un oído hermano al que se quiere provocar no necesariamente una respuesta, pero siempre un pensamiento, una duda, un cuestionamiento, pero no que paralice, sino que motive más pensamientos, dudas, preguntas, etcéteras.

Entonces, tal vez como al bibliotecario-conferencista que protagoniza la obra, salen palabras que no se buscaron propositivamente, sino que ahí estaban, acechando, esperando un descuido, una grieta en lo cotidiano, para asaltar el papel, la pantalla, o esa hoja arrugada que ¿dónde-diablos-la dejé-ah-aquí-está-¿cuándo-escribí-yo-esta-idiotez-? Las palabras dejan entonces de ser escudo y barricada, lanza y espada, y se convierten, muy a nuestro pesar, en espejo frente al que uno se devela y desvela.

Claro, el bibliotecario puede acudir a sus pasillos flanqueados por estantes, con su orden alfabético y numérico, con sus calendarios y geografías dibujando un mapa de tesoros literarios; buscar entonces en la “O” de “olvido” y ver si ahí encuentra lo que perdió. Pero acá, en este continuo traslado, la idea de una biblioteca, así sea mínima y portátil, es una quimera. No creas, vi con esperanzas infundadas los libros electrónicos (en un “USB” -o “pendrive” o “memoria externa”- podría cargar si no la biblioteca de Borges, sí al menos una mínima: Cervantes, Neruda, Tomás Segovia, Le Carré, Conan Doyle, Miguel Hernández, Shakespeare, Rulfo, Joyce, Malú Huacuja, Eduardo Galeano, Alcira Élida Soust Scaffo, Alighieri, Eluard, León Portilla y el mago de la palabra: García Lorca, entre otros). Pero nada, si el bibliotecario pierde los papeles, yo los dispositivos usb, y a saber dónde andan.

Pero no creas, uno tiene sus fantasías vergonzantes. En los usb de libros electrónicos solía poner una miscelánea de autores, pensando en que los perdería y estarían juntos y, tal vez, no sé, después de todo la literatura es el género de lo imposible concretado en letras, podrían “comparticionarse” entre ell@s.

“La literatura es un lugar en el que llueve”, has hecho decir al conferencista en desgracia, obligado a desnudarse, sin el ropaje de sus apuntes, para mostrarse como es: vulnerable.

Entonces imagina un usb con ésos u otros artistas de la palabra. Imagina que empieza a llover. Imagina lo que hablan entre sí, mientras buscan que una gota no les arruine el código binario en el que viven y entonces empiecen los malos entendidos: 0-1-0-mancha-1-borrón-0-0-borrón-1 o lo que sea, y ya empieza el “¡cómo se atreve usted!” y vuelan de un lado a otro los “fuck you”, “que te doy una hostia”, “son pavadas”, “a la chingada”, “vous êtes fou”, “va’ fa’ ta culo”, mientras Alcira reparte su “Poesía en Armas” mimeografiada, algo que no creo que apacigüe los ánimos beligerantes. En fin, que todas las expectativas venturosas arruinadas… por la lluvia.

Claro que, mutatis mutando, en tus letras es un gato el exiguo auditorio del conferencista, y acá es un gato-perro con su lucezita que igual se desconciertan con lo que escribo, como si no fueran de por sí desconcertantes un gato-que-es-perro-que-es-gato-que-es-perro y una luz acurrucada en la sombra.

¿Divago? Es lo más seguro. Después de todo, esa compartición imposible dentro de un usb que confía en que la lluvia no le arruine el coloquio, no es más que una fantasía.

Pero si para el conferencista es la lluvia, para esta misiva el tema es… la tormenta.

Permíteme entonces que aproveche estas líneas para seguir nuestro intercambio de reflexiones sobre la crisis compleja que se avecina, según algunos, o que ya está, según otros.

Alguien ha dicho por ahí que nuestra visión (plasmada ahora en la tipografía del libro “El Pensamiento Crítico frente a la Hidra Capitalista. Participación de la Comisión Sexta del EZLN”), es apocalíptica y más cercana a Robert Kirkman y su “The Walking Dead” (el comic y la serie televisiva, inspirada o no, en él), que a Milton y Rose Friedman y su “Libertad de Elegir” (el libro y las políticas económicas que encuentran ahí su coartada). Que nos equivocamos por no ser ortodoxos, o que nos equivocamos por ser demasiado ortodoxos. Que no va a pasar nada, que al levantarse cada mañana estará lo necesario para el desayuno, que el perro del vecino seguirá ladrándole al camión de la basura, que al abrir el grifo del lavabo saldrá agua y no un sonido de ultratumba. Que somos sólo pajarracos de mal agüero que, además, no tenemos impacto mediático o académico (aunque cada vez más son lo mismo).

En fin, que la máquina funciona y cada quien está donde debe de estar. Las sacudidas son esporádicas y son sólo eso, sacudidas, y que las turbulencias son pasajeras y debidas a que alguien se resiste a estar donde debe estar. Como se descompone un reloj si un engranaje o resorte se salen de su lugar y el Estado es el “relojero” que elimina la pieza rota y la sustituye por otra.

¿El Apocalipsis (todo incluido)? ¿El diluvio universal? ¿La humanidad prisionera en el ferrocarril aparentemente eterno e inmortal de Snowpiercer (la película del surcoreano Bong Joon-ho, titulada “Rompenieves” en el dvd de “producción alternativa” que me llegó -y que ahora no encuentro-), y reproduciendo dentro de él la misma inhumanidad que, queriendo resolver el calentamiento global, indujo el enfriamiento del planeta?

Nada más alejado de nuestro pensamiento. Nosotras, nosotros, zapatistas, no creemos que el mundo se vaya a acabar. Sí pensamos que el que conocemos actualmente se va a colapsar, y que su implosión va a acarrear multitud de desgracias humanas y naturales.

Sobre si esa implosión ya está en marcha o está por definirse, su duración y término, se puede debatir, argumentar, cuestionar, afirmar o negar. Pero hasta donde sabemos, no hay quien se atreva a negarla. Todos allá arriba aceptan que la máquina está fallando, y ensayan una y mil soluciones, siempre dentro de la lógica de la máquina. Pero hay quien quiere romper con esa lógica y asevera: la humanidad es posible sin la máquina.

Sin embargo, como lo que somos, no nos preocupa tanto la tormenta. Después de todo, han sido siglos de tormenta para los pueblos originarios y los desposeídos de México y del mundo, y si algo se aprende abajo es a vivir en condiciones adversas. La vida entonces, y en contados casos la muerte, es una lucha continua, una batalla librada en todos los rincones de los calendarios y geografías. Y no hablo aquí de las mundiales, sino de las personales.

Como se puede concluir en una lectura atenta de nuestra palabra, el nuestro es un mensaje que va más allá de la tormenta y sus dolores.

Es nuestra creencia que la posibilidad de un mundo mejor (no perfecto ni acabado, dejemos eso para los dogmas religiosos y políticos) está fuera de la máquina y su posibilidad se sostiene en un trípode. O más bien en la interrelación entre tres columnas que han pervivido y perseverado, con sus altibajos, sus pequeñas victorias y sus grandes derrotas, a lo largo de la breve historia del mundo: las artes (exceptuando de estas últimas a la literatura), las ciencias y los pueblos originarios con los sótanos de la humanidad.

Tal vez te preguntes, un poco por curiosidad y otro mucho por la interpelación directa que te supone, el por qué pongo en un compartimento excluso a la literatura. Permíteme que lo diga más adelante.

Notarás que, abandonando a los clásicos, no he puesto a la política entre las vías de salvación. Conociéndonos un poco (con todo y que no aparezcamos ni en interiores de las páginas de los medios, hay bibliografía propia y abundante para quien tiene un interés honesto en saber de qué va el zapatismo), es claro que nos referimos a la política clásica, a la política “de arriba”.

Escucha, Juan, hermano, yo sé que eso da no para otra carta, sino para una biblioteca ya que en ésas estamos, así que permíteme que deje ese punto en el aire. No porque sea menos importante o trascendente en la tormenta, sino porque ya “agarré camino”, como dicen los compas, y si sigo cualquiera de las bifurcaciones con las que me tienta la palabra, corres el riesgo de que esta carta nunca te llegue, no por la lluvia, sino por inconclusa.

He puesto “las artes” porque son ellas (y no la política) quienes cavan en lo más profundo del ser humano y rescatan su esencia. Como si el mundo siguiera siendo el mismo, pero con ellas y por ellas pudiéramos encontrar la posibilidad humana entre tantos engranajes, tuercas y resortes rechinando con mal humor. A diferencia de la política, el arte entonces no trata de reajustar o arreglar la máquina. Hace, en cambio, algo más subversivo e inquietante: muestra la posibilidad de otro mundo.

Puse “las ciencias” (y me refiero aquí especialmente a las llamadas “ciencias formales” y a las “ciencias naturales”, considerando que las sociales aún tienen algunas cosas que definir -ojo: sin que esto implique una demanda y exigencia-) porque tienen la posibilidad de reconstruir sobre la catástrofe que ya “opera” en todo el territorio mundial. Y no hablo de “reconstruir” en el sentido de retomar lo caído y armarlo de nuevo, a imagen y semejanza de su versión antes de la desgracia. Hablo de “rehacer”, es decir, “hacer de nuevo”. Y los conocimientos científicos pueden entonces reorientar la desesperación y darle su sentido real, es decir, “dejar de esperar”. Y quien deja de esperar, podría empezar a actuar.

La política, la economía y la religión dividen, parcelan, parten. Las ciencias y las artes unen, hermanan, convierten las fronteras en ridículos puntos cartográficos. Pero, cierto, ni unas ni otras están exentas de la feroz división de clases y deben elegir: o contribuyen al mantenimiento y reproducción de la máquina, o contribuyen a mostrar su necesaria supresión.

Como si en lugar de re-etiquetar la máquina, embelleciéndola o afinándola, el arte y la ciencia plantaran, sobre la cromada superficie del sistema, un letrero lacónico y definitorio: “CADUCO”, “Tiempo Transcurrido”, “para continuar viviendo deposite otro mundo”.

Imagina (a tu generación algo le debe haber tocado de John Lennon, la mía es más de sones y huapangos), imagina que todo lo que se gasta en política (por ejemplo, en elecciones por votación y elecciones por guerra, tan antidemocráticas unas como las otras –“la política y la economía son la continuación de la guerra por otros medios”, debió haber dicho Clausewitz si hubiera partido de la ciencia social), se dedicara a las ciencias y las artes. Que en lugar de campañas electorales y militares hubiera laboratorios, centros de investigación y divulgación científica, conciertos, exposiciones, festivales, librerías, bibliotecas, teatros, cines, y campos y calles donde reinaran las ciencias y las artes, y no las máquinas.

Claro, nosotras, nosotros, zapatistas, estamos convencidos de que eso es posible sólo fuera de la máquina. Y que hay que destruirla. No reajustarla, no maquillarla, no hacerla “más humana”. No, destruirla. Si algo de sus restos sirve, que sea como muestra de que no hay que repetir la pesadilla. Como si sólo fuera un referente al que se mira por el “Espejo Retrovisor” mientras se deja atrás el camino.

Pero no dudamos que haya alguien que piense o crea que es factible dentro de ella, sin alterar su funcionamiento, cambiando de maquinista o viendo que los vagones más suntuosos redistribuyeran su riqueza para que algo (tampoco mucho, no hay que exagerar), les llegara a los vagones traseros. Claro, siempre recalcando que cada quien está donde debe de estar. Pero la candidez, hermano, suele ser uno de los ropajes de la perversidad.

Y he mencionado a los pueblos originarios y los sótanos mundiales, bueno, pues porque son quienes más oportunidad tienen de sobrevivir a la tormenta y los únicos con la capacidad para crear “otra cosa”. Alguien tiene que responder mañana a la pregunta “¿Hay alguien en la Tierra?”. Y aquí la palabra presenta, no sin coquetería provocadora, otra bifurcación que, en bien de esta misiva, evito con mi conocido recato.

He dicho antes, socarrón y pendenciero, que las artes, exceptuando a la literatura. Bueno, porque creo (y esto es individual) que a la literatura le tocaría crear los lazos entre esos 3 pies, y dar cuenta del proceso, afortunado o no, de su interrelación. Le toca ser “El Testigo”. Pero lo más seguro es que yo esté equivocado o sólo sea que, en este juego de cartas, he destapado la del “Joker” para preguntar “¿Por qué tan serios?”.

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¿Qué queremos? La clave para entender el mensaje subterráneo del zapatismo está en los pequeños relatos que, sobre la niña indígena autodenominada “Defensa Zapatista”, aparecen en el libro de “El Pensamiento Crítico frente a la Hidra Capitalista”.

Imaginar lo que, por necesario y urgente, parece imposible: una mujer que crezca sin miedo.

Claro que cada geografía y calendario agrega sus cadenas: indígena, migrante, trabajadora, huérfana, desplazada, ilegal, desaparecida, violentada sutil o explícitamente, violada, asesinada, condenada siempre a agregar pesos y condenas a su condición de mujer.

¿Qué mundo sería parido por una mujer que pudiera nacer y crecer sin el miedo a la violencia, al acoso, a la persecución, al desprecio, a la explotación?

¿No sería terrible y maravilloso ese mundo?

Así que si alguna vez me pidieran a mí, sombra fantasmal de nariz impertinente, que definiera el objetivo del zapatismo, diría: “hacer un mundo donde la mujer nazca y crezca sin miedo”.

Ojo: no estoy diciendo que en ese mundo ya no habría esas violencias acechándola (sobre todo porque igual se puede acabar varias veces el planeta, pero no lo peor de nuestra condición de varones).

Tampoco digo que no haya ya mujeres sin miedo. Que su empeño rebelde les haya conseguido esa victoria en la batalla cotidiana, y que sepan que ganan batallas. Pero no la guerra. No, hasta que cualquier mujer en cualquier rincón de las geografías y calendarios mundiales crezca sin miedo.

Hablo de la tendencia. ¿Podríamos afirmar que la mayoría de las mujeres nacen y crecen sin miedo? Creo que no, y probablemente me equivoque y es seguro que arribarán cifras, estadísticas y muestras de que estoy equivocado.

Pero, en nuestro limitado horizonte, percibimos el miedo, miedo porque pequeña, miedo porque grande, miedo porque delgada, miedo porque gorda, miedo porque bonita, miedo porque fea, miedo porque embarazada, miedo porque no embarazada, miedo porque niña, miedo porque joven, miedo porque madura, miedo porque anciana.

¿Vale la pena empeñar el paso, la vida y la muerte en tal quimera?

Nosotras, nosotros, zapatistas, decimos que sí, que vale la pena.

Y en ello ponemos la vida que, aunque es poco, es todo lo que tenemos.

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Sí, tienes razón en que no faltará quién nos tache de “ingenuos” (en el mejor de los casos, porque en todos los idiomas hay sinónimos más crudos). / Este procesador de textos, un software libre y de código abierto, me gusta porque cada que quiero escribir “caso” o “casos”, el corrector me propone “caos”. Creo que el software libre sabe más de tormentas devastadoras que yo/.

En fin, ¿en qué estaba? ¡Ah!, las palabras perdidas, su naufragio en papeles o bites, los pueblos originarios y los sótanos de la humanidad convertidos en arca de Noé, las ciencias y las artes como islas salvadoras, una niña sin miedo como brújula y puerto…

¿Eh? Sí, coincido contigo en que el resultado de todo eso tiene más de caos que de caso, pero ésta es sólo una carta que, como todas las cartas debieran, se convierte en un avioncito de papel con la intimidante insignia de “Fuerza Aérea Zapatista” dibujada en un costado, y allá va buscando a su destinatario. Porque a saber dónde andas Juan, hermano bajo protesta. Como decían las abuelas antes (no sé ahora), “ya sosiégate chamaco”, y ponte una chamarra o un abrazo porque hace frío y “el tema, ya lo sabes, es la lluvia”

Desde las montañas del Sureste Mexicano.

Subcomandante Insurgente Galeano.

México, febrero del 2016.