Durante un largo período de tiempo en Perú después de la revolución cubana surgen y actúan dos importantes guerrillas, con las cuales se puede o no tener diferencias, pero el hecho es que pusieron en jaque las instituciones del poder, obligando al capital a recurrir al militarismo más golpista posible bajo la égida de Fujimori.
Eso es indiscutible y le cabe a Fujimori la dudosa honra de haber pasado a cuchillo no sólo grandes contingentes de combatientes, sino también de sectores populares, llenando las cárceles de guerrilleros, que dígase lo que se diga, contaban con gran simpatía de parte importante de la población. Fue una experiencia y la semilla está sembrada. Hoy las estructuras del poder con apoyo de ‘demócratas’, ‘socialdemócratas’ y revolucionarios arrepentidos, se encuentran desarrollando la vergonzosa Comisión de Verdad y Reconciliación, cuyas principales actividades hoy se centran en el ataque a la experiencia guerrillera y por el otro lado se persigue a Fujimori, Montesinos y amiguetes con la evidente intención de mostrar que la lucha se trataba de extremismos de lado y lado. Y la mayoría de los grupos de derechos humanos han entrado en ese infame juego.
Ya hemos dicho en análisis anteriores que las guerrillas en el continente, con errores o no, fueron expresión de la rebeldía de los pueblos, y por más que se hubieran equivocado o no en algunos o muchos aspectos de las formas de organización y de lucha, forman parte de nuestra historia y creemos que hay que reivindicarla plenamente rechazando en el caso del Perú a esta maloliente Comisión que se está dedicando a interrogatorios y ventilando publicamente a las guerrillas como males históricos.
Es demasiado óbvio que hoy no es época para las guerrillas en el Perú y bastante dogmáticos serán los compas que insistan en repetir metodologías que hoy no se corresponden con las nuevas dinámicas de lucha de la población. Pero de allí a transformar a los luchadores en chivos expiatorios, hay una enorme distancia que se parece a la cobardía y al oportunismo.
Las discusiones en torno a la lucha del Sutep han desnudado una serie de contradicciones que no pueden ser ocultadas. La insistencia de las viejas formaciones sindicalistas y de izquierda en repetir las metodologías del pasado, se encuentran tan desfasadas como la propia guerrilla. Se insiste en los viejos discursos dogmáticos del partido proletario, de la toma del poder y de la construcción del estado socialista, cuestiones que ya han sido dejadas de lado por la mayoría de los pueblos que hoy desarrollan la resistencia continental contra el capital.
Siendo el Sutep la base de sustentación de dos bloques de la misma raiz ideológica estalinista y la dirección de la CGTP de otra variante, también estalinista, llamada mariateguista, las discusiones casi son en familia, unos acusan a los otros de ser esto o lo otro, disputando espacios de poder de las estructuras de ‘dirección’ de los trabajadores.
Pero no es fácil esconder las nuevas dinámicas que se presentan en el pueblo peruano desde abajo, por ejemplo los cocaleros, que han dado una serie de luchas y ciertas izquierdas se distancian diciendo que detrás de ellos hay juegos de mafia y poder, lo que hay en todo lugar, pero que en este caso no explica el por que miles y miles de campesinos cocaleros se movilizaron y hasta marcharon hacia la capital exigiendo sus reivindicaciones al gobierno. Allí hay cuestiones más de fondo que demuestran que la insatisfacción popular está muy acentuada en las bases de la sociedad.
También en el caso de los campesinos que paralizaron el país sorprendiendo a todos por su capacidad de coordinar cortes simultaneos de carreteras en todo lo largo del país, lo que no sólo muestra una buena capacidad comunicacional, sino de combatividad y disposición de las bases a la lucha. Mucho se puede decir de las características clasistas de esos campesinos, que son pequeños propietarios, que reivindican el valor del arroz, etc, o sea que aparecen como lo más corporativo posible, pero en nada se diferencian de los maestros en cuanto carácter clasista de capas medias si lo vamos a analizar de ese punto de vista que reivindican el salario, por lo que si se utiliza ese argumento para discutir, queda invalidado, sobrando unicamente el carácter ideológico de las direcciones, en algo así como que los maestros estarían dirigidos por corrientes proletarias y los campesinos por corrientes pequeño burguesas, lo que aún siendo ideológico, no anula el carácter de clases de ambos sectores. Además que ambos levantaron pura y simplemente consignas economicistas, así que allí no habrían diferencias.
Y si no se trata de un carácter de clase ni de una ‘conducción ideológica’ lo que diferencia la lucha de maestros y campesinos, ¿dónde entonces está el quid del asunto? Aventuramos la hipótesis de que se trata de la disposición de los oprimidos, pobres y marginados por sacarse las trabas de encima.
Esa es una subjetividad que recorre el continente y no es exclusiva de Perú, y que se manifiesta a la menos señal, produciendo la impresión de que las ‘dirigencias’ están conteniendo el espíritu de lucha y potencial de rebeldía subyacente en la población. Es sólo prestar atención a lo que sucede. Las huelgas que proliferan a nivel continental envuelven a muchas más personas que las que se calcula o se espera. El recuento de las movilizaciones populares que se muestra en la página de Clajadep en casi todos los países del continente en este último período, lo demuestra de manera palpable. Hay que ser ciego, o un tanto oportunista, para no verlo.
Por ejemplo, en el propio Perú, que al igual que Argentina, el gobierno fue retirado por una gigantesca movilización nacional, pero en la hora de las elecciones las izquierdas consiguieron misérrimos resultados. O como cuando derrocaron a Collor en Brasil. En esos tres países parecía que las izquierdas eran poderosas, lo que no es más que confundir movilización popular con izquierda.
Distinto es que las izquierdas traten de obtener provecho de los movimientos y movilizaciones sociales, lo que las lleva a enormes esfuerzos discursivos y argumentativos junto a la formación de aparatos de control donde se espera incorporar algunos de esos movilizados para amarrarlos a las tácticas y estrategias elaboradas en los gabinetes, además de eternas discusiones de quien representa más fielmente a la línea proletaria. Marta Harnecker ha intentado por todos los medios divulgar la idea de la unificación de la izquierda política y la izquierda social, con lo que no hace más que reconocer que efectivamente existe un importante sector popular en el continente, que se manifiesta de múltiples maneras y que no está bajo la tutela de los partidos.
En el caso peruano, quizás la principal fuerza social sea la articulada en los frentes regionales, donde las personas votan a diferentes partidos, pero se ha ido valorizando la importancia de la unidad regional, lo que permite desarrollar una experiencia de encuentro e intercambio por la base sin necesidad de depender de las instrucciones bajadas de las estructuras centrales de comando partidario. Esas formas regionales de auto-organización fueron las principales armas populares para la derrota de Fujimori.
Quizás sean también para realizar lo mismo con Toledo o con quien sea. Desarrollar esa capacidad estratégica es más efectivo que decidir en cual de las vanguardias proletarias podrá entrar algún sector de la población.
Profesor J
Clajadep