Chile: violencia y periferia urbana
La primera mitad de los años 80 mostró a la clase dominante chilena donde apretaba el zapato: en los barrios populares periféricos de las ciudades. Justamente donde se había acumulado un capital social de organización y conciencia por fuera de las dinámicas tradicionales de la izquierda, la que se había desarrollado sobre la base de la vinculación al estado de bienestar y frente popular mediante sus instrumentos institucionales como sindicatos y partidos. Las nuevas dinámicas urbanas de finales de los sesenta y comienzos de los 70 provenían fundamentalmente de sectores no integrados al modelo de la época, pobladores sin casa y trabajadores de industrias pequeñas y medianas que fueron conformando cordones horizontales de vinculación entre si al mismo tiempo que se producía una distancia con el sindicalismo clásico de los partidos instalados en la gran industria, cuyos patrones donaban terrenos y construían casas para “sus” obreros. En esos sectores populares que no se contentaron con ser espectadores del reparto del botín, se desarrollaron los más importantes procesos de acumulación de fuerzas sociales durante el gobierno de Allende, cuya alianza de partidos intentaba introducir esas nuevas dinámicas protagonistas desde abajo en la camisa de fuerzas de la alianza de clases desarrollista, bonapartista y reformista. También allí se escenificaron las principales acciones de resistencia contra el golpe militar que estaba programado desde antes de asumir Allende el sillón presidencial. La Legua, Lo Hermida, La Bandera, La Victoria y tantos otros.
Allí se evidenciaban a comienzos de los 80 dos formas de organización que escapaban a todas las reglas y auguraban un proceso creciente de incorporación masiva de la población: las colonias urbanas y las barricadas de protesta. Las primeras eran formas de organización horizontal que desarrollaban las más variadas actividades, desde juegos con niños a talleres para adultos, desde ollas comunes y comedores populares hasta formas de trueque y economía alternativa. Las segundas fueron el gran actor político antidictatorial que crecía y crecía convirtiendo cada protesta en un fenómeno que duplicaba y triplicaba la anterior. Esos dos factores auguraban las posibilidades de una salida por abajo a la dictadura, lo que llevó a los militares, empresarios y partidos aún de izquierda, a procurar la salida por arriba.
La dictadura militar implantaba el modelo neoliberal a sangre y fuego, despidiendo funcionarios públicos, cerrando empresas, devolviendo fundos, etc. a sabiendas que se trataba de construir un gigantesco espacio de población marginada que ya nunca más tendría acceso a un trabajo remunerado, o sea, no podría ya más integrarse de forma subordinada a algún modelo político y por tanto tampoco partidario, no por razones políticas, sino por las nuevas condiciones de la composición orgánica del capital, no por otro motivo los chicago boys, discípulos aventajados de la Universidad Católica y de Milton Friedmann, estudiaban quemándose las pestañas como sacar el máximo de ganancia de la circulación mercantil en las condiciones de un proceso soprendente de maquinización, robotización y cibernética ligado a la elaboración de mercancías que debían venderse en grandes cantidades en un mercado “libre” con la expansión de la ideología consumista que pudiera dar cuenta de esa avalancha de nuevos productos.
El cambio brusco de la composición orgánica del capital.
Marx explicó en los Grundisses, especialmente en el Fragmento de las Máquinas, que esa época sobrevendría, ya que la máquina iría sustituyendo al trabajo. Ahí desarrolla la Ley de la Tendencia Decreciente de la Tasa de Ganancia. Entiende por ley una tendencia verificable, una reiteración de un proceso, una constante.
La composición orgánica del capital es el capital variable y el capital constante, siendo el primero el que incorpora nuevo valor a la mercancía y el segundo, dividido en dos, representa el capital fijo, inamovible, como la maquinaria o la infraestructura, y el capital circulante, como la materia prima, el combustible y la energía, que va y viene una y otra vez. El capital constante, como lo dice la palabra, se mantiene igual como valor en la mercancía, no acrecienta, no incorpora nuevas horas de trabajo, sino que simplemente porta el trabajo histórico acumulado, esto es, el trabajo muerto.
El capital variable como creador de nuevo valor, tiene una parte que no se paga y de allí viene la plusvalía, el valor (medido en tiempo de trabajo) no retribuido, esto es, un tiempo de trabajo que el propietario no reconoce y del cual extrae la ganancia, que divide en dos, una parte para acrecertar el capital constante (más maquinarias, galpones y etcétera) y otra para su lucro personal. Se entiende que el salario proviene de una parte del nuevo valor, es decir de la parte del tiempo de trabajo en que se paga la mercancía “fuerza de trabajo”, siendo el valor de esa mercancía, el valor de los productos que requiere para su reproducción.
La máquina requiere menos mano de obra, por lo que cada mercancía contiene menos porcentaje de nuevo valor. La plusvalía presente en cada mercancía se reduce a la mínima expresión, por lo que cae la tasa de ganancia. Y si en una mercancía hay una baja tasa de ganancia, hay que vender mayores cantidades para aumentar la “masa” de ganancia. Se requiere entonces generar mecanismos de expansión mercantil y de aumento del consumismo para absorver esa expansión. El valor dinero se acrecienta idelógica y culturalmente, ya que se requiere circulante para consumir.
Si cae la proporción de nuevo valor en cada mercancía, es decir del capital variable que lo genera, entonces aumenta la proporción del capital constante circulante, la materia prima, el combustible, el agua y la energía, lo que lleva a la industria a concentrar ingentes esfuerzos en el área extractiva, como minerales y celulosa, en el área combustible, como el petróleo y el gas, en el agua (una minera de mediano porte consume alrededor de 30 millones de litros diarios del preciado líquido), en la energía, por ejemplo en Chile no hace falta más electricidad para alimentar las ciudades, bastando apagar las luces ostentosas, por lo que las decenas de megaproyectos de centrales eléctricas y nucleares están destinadas a alimentar la gran minería y otras grandes esferas industriales destructoras de la naturaleza solamente para vender artículos innecesarios en el mercado, como uno o dos celulares por persona o más anualmente y un automóvil por propietario o más por año, por señalar sólo algunos rubros.
Cualquiera industria que se monte, debe seguir esta línea de comportamiento: elevada tecnificación y precariedad del trabajo, poca mano de obra mal remunerada, ya que la gigantesca cesantía desvaloriza el costo de la mercancía “fuerza de trabajo”, según la ley de la oferta y la demanda, que tiende a equilibrar ambos factores. Y si se pretende nivelar o compensar mediante la intervención del estado, sobreviene el fracaso, pues no depende de medidas políticas, sino del propio mercado.
Algunos sectores de izquierda imaginan que aún es posible regular la interacción de la mano de obra con las fuentes de trabajo, haciendo tabla rasa de la experiencia soviética, que se desmoronó precisamente por ello, o de la experiencia china, que lo ha evitado aumentando de forma extraordinaria la superexplotación de la mano de obra y el extractivismo de minerales, carbón y energía, lo que le llevará en plazos breves a fuertes contradicciones internas que sólo podran contenerse vía represión.
El caso de Bolivia es dramático, ya que hubo que llegar al gasolinazo para nivelar el mercado interno, lo que causó una potente movilización popular que lo evitó y el gobierno hubo de negociar con los guaranís para que las empresas entreguen poderosas sumas de dinero a cambio de dejarlas extraer hidrocarburos del suelo ancestral. ¿Se habrá quebrado la resistencia indígena en este caso? Habrá que estudiar y acompañar el modelo, pues se supone que los gobiernos progresistas están para expresar y satisfacer los anhelos sociales, no para subordinar las dinámicas sociales al modelo extractivista. ¿O si? La izquierda sacando las castañas capitalistas del fuego con la mano del gatopardo.
En Chile hay un sector de la izquierda revolucionaria que se rindió al modelo, criticando al reformismo o a veces participando junto a esos sectores según la necesidad. Un sector de los colectivos miristas junto al Frente Rodríguez, parte de la vieja guardia de los intentos de organizar el PT y grupos trosquistas, se han arrogado la vieja tradición de reordenar una parte ínfima del sindicalismo para intentar reinstaurar un referente asentado en el control de una parte del aparataje sindical dirigido con la misma modalidad burocrática y autoritaria que el reformismo en sus sindicatos y desde allí estira líneas de conducción hacia organizaciones barriales tratando de atraerlas al viejo modelo estatista. Veamos la factibilidad de esa propuesta:
La nueva estructura y dinámicas urbanas.
El miedo a los actores barriales, que demostraron su capacidad de ofrecer alternativas desde abajo, idependientemente de que algunos de ellos supieron sacar provecho de la vuelta a la “democracia” organizando ONGs, incorporándose a los partidos de la Concertación, etc. llevó a las negociaciones que culminaron con los gobiernos civiles y el travestismo político de una pléyade de ex revolucionarios, entre ellos una camada de miristas que fraccionaron la organización para justificar su ingreso a las filas institucionales. Misión cumplida informó más de uno.
Pero el miedo quedó y se comenzó a discutir en las más altas esferas el modelo brasileño de control de las periferias. Ese modelo, que tiene su punta de lanza en Río de Janeiro, se basa en el aislamiento y fraccionamiento de los barrios llamados marginales, n este caso las favelas, la introducción en masa de las más variadas drogas, la formación y choques entre ellos de bandas de narcotraficantes, el hacinamiento de la población, el miedo a los tiros sueltos, la aparición de “dirigentes” que imploran al poder el uso de la milicia y finalmente la militariazación de los barrios, transformándolos en verdaderas cárceles de donde entrar y salir poco a poco se convierte en un martirio. Veamos:
Pinochet tenía un huevito, ése se lo comió y así por delante: Pinochet hizo dividir las comunas del gran Santiago, no así la de Valparaíso, cosas del oficio, fraccionando los barrios para mejor control de población. Al mismo tiempo abrió las fronteras para permitir el acceso de contenedores cargados y chorreando drogas por todos lados. Encomendó a los miles de agentes ya casi sin empleo por el aniquilamiento que se había hecho de los llamados grupos insurgentes y la domesticación de los que serían la izquierda del modelo civil, de formar y/o infiltrar bandas de narcos por todos lados, obviamente dentro de las zonas en que se establecería la gran prisión miliarizada.
La Concertación continuó la obra en dos grandes direcciones, por una parte la campaña propagandística “contra” el narcotráfico, acrecentando la aparición en la TV de las zonas rojas donde se allana, persigue, secuestra, mata, detiene y toda la colección de dinámicas represivas contrainsurgentes a la población con el pretexto de la lucha contra la delincuencia, y por la otra instalando el Transantiago como mecanismo de fracturar el tránsito y el acceso desde las zonas demarcadas hacia el centro de la ciudad y hacia otros barrios. Al mismo tiempo se lanza con furia la operación limpieza del centro atacando a los vendedores ambulante y abriendo ferias de las pulgas en los barrios como caramelo distractivo y autorizando la más descarada prostitución en áreas centrales como al lado de la plaza Victoria en Valparaíso y en San Antonio con Santo Domingo en Santiago así como en los alrededores de Bandera con Mapocho. Hay más, ya lo sé, como sé que miles de chiquillas de los barrios encuentran allí una salida para llevar algo a la olla. Un casual orificio en el muro sólido del régimen. Más intencional no podía ser. Se espera que la degradación del cuerpo se continúe con la degradación del espíritu.
Por eso queda doblemente delicado para la iglesia cristiana católica que aparezca tanto cura metiendo la mano y otras partes del cuerpo en la carne viva de esos mismos feligreses de barrios populares que buscan consuelo a tanta miseria y tener que aguantarse el hedonismo parroquial. Para sacarse el pillo y desviar la atención aprovechan de rendir pleitesía al modelo ordenando al cura de La Legua que pida la militarización de las escuelas del barrio, justo en la época en que es más peligroso entrar a una iglesia que pasearse entre las balas. El poder no encontraba donde dar más saltos de alegría por el regalo en bandeja que le hace la santa madre iglesia, lo que ha dejado a la jueza de Karadima con los dientes apretados de rabia, pues cómo acusar a quienes están firmemente al lado de la ley y el orden pidiendo nada más y nada menos que lo que siempre pide la intendenta de Concepción, esto es, las legiones romanas en las calles.
Veamos un poco más adentrando el filo del bisturí:
La precariedad del trabajo ha constituido una gigantesca capa marginal que ya no tiene manera de “integrarse”, aunque el estado entregue una y otra dádiva, por lo que la necesidad de parar la olla se expresa en el mercado negro, el hurto, el pirateo, la prostitución, el narcotráfico y cuanta otra modalidad existe. Lo importante es que sigan sintiendo la necesidad de “consumir”, de comprar, de adquirir, de tener, y lo único que permite eso es el poderoso Don Dinero, el money, la guita. La fuerza ideológica y cultural del dinero en esta época consumista de millones de mercancías implorando por ser compradas para acumular más ganancia y seguir compitiendo, es un notable obstáculo para la solidaridad y la asociatividad mínima. Muchos activistas estimulan esa necesidad monetaria incentivando el ir detrás de ello, presionar por el trabajo, el salario, en fin, que no decimos que no hay que hacerlo, pero es importante saber que se consolida el valor otorgado al circulante y a la posibilidad de estirar la mano para obtener tajada, La honestidad no es un valor familiar, sino social, que al no existir en ninguna parte, no hay el referente para un aprendizaje masivo, por lo que el consumismo y el valor dinero nos ganan el quien vive.
Así las cosas, no hay estado socialista que nos salve, menos si vemos que en Cuba avanza la modificación que estimula el comercio interno ante la presión de la población, si en Venezuela el discurso, la mano dura y el dinero del comandante no alcanzan a contener el crecimiento de la oposición de derecha y sectores alternativos entre estudiantes, trabajadores, comunas, etc. Si en Ecuador Correa se echa encima a las comunidades y en Bolivia Morales consigue el éxito empresarial de convencer a una comunidad de aceptar dinero para extraer hidrocarburos de la madre tierra.
Ya dentro de poco tendremos a algunos barrios debidamente aislados y encerrados igualito que en Ciudad Juárez, donde el modelo brasileño de contención contrainsurgente de las favelas se impuso con notable éxito y ahí tenemos la situación de guerra donde ya se ha descubierto que han habido altos mandos envueltos en vínculos con los narcos.
De poco va a servir que dirigentes de trabajadores bancarios y de lancheros de Valparaíso se unifiquen con sectores sindicalistas estalinistas para atraer sectores de población a un nuevo referente cuya única diferencia con los anteriores que desarrollaban alianza de clases, es que ellos no lo harán, son más consecuentes, pero que no dan cuenta de las nuevas condiciones, se han quedado pegados a la vieja lucha por el poder.
Esos millones de parias de las periferias de las ciudades ya no aceptan conducción de partidos ni de sindicatos, cuya única oferta es un futuro probable de algo que se demostró que no funciona, aunque los buenos tomen las riendas.
Las únicas organizaciones que tienen futuro son aquellas que reconocen la territorialidad y la cotidianeidad de las formas de organización entre vecinos, ya que es urgente abrir válvulas y vías de escape al encierro de las prisiones barriales, no aquellas generadas por el sistema para que las chiqullas caigan en las garras de inescrupulosos mercanchifles de la carne ni las otras infiltradas donde circula la droga y el contrato verbal que permitirá circular dinero a cambio de meter droga a los demás. La violencia derivada de la acción institucional de meter la droga y hacer pelear a las bandas para poder allanar, detener y controlar manu militari, se va a seguir extendiendo, pues su misión es evitar que nuevamente resurjan esas colonias urbanas que reorganicen la vida y la olla de otras maneras.
Por qué La Legua?
Sabido es que en San Joaquín, donde está la Legua, fueron los más importantes enfrentamientos de resistencia contra el golpe. Esa espina no se la sacarán jamás los milicos de la garganta y hasta el día de hoy están con sangre en el ojo. Sin embargo hoy día La Legua es uno de los más ricos territorios de autoorganización a pesar de las sucesivas tentativas del Partido Comunista por ponerse a la cabeza de esas dinámica a través de su figura del vocalista de la Legua York, que no alcanzó a ser votado para consejal ante la sorpresa e indignación de los dirigentes que tuvieron que mover piezas y peones para tratar de aumentar la guata del chancho.
Ahí se encuentran varias agrupaciones independientes que han organizado el carnaval y los tinkus, abriéndose camino la reflexión acerca de una mayor participación y protagonismo de la población en éstas y otras actividades. Se trata de una escuela diferente a la de los partidos, sin orgánicas, sin colectivos para infiltrar, que hacen de lo cultural la forma de expresión vecinal. Sin temor a equivocarnos, pensamos que es una de las formas barriales más consecuentes que se ha alcanzado, sin desconocer que hay en casi todos los barrios populares innumerables iniciativas que descubren sus propias modalidades de organizarse para sobrevivir, la mayoría de ellas peligrosamente próximas a las viejas prácticas aunque las critican, con una manada de militantes de partidos encima de ellos tironeándolos para acá y para allá, evitando su crecimiento y expansión con el equivocado concepto de que para crecerse deben filiarse a su orgánica específica, con lo que se transforman en un obstáculo si no consideran la autonomía y las iniciativas de la población, la juventud, los vecinos y vecinas.
Para ventilar, entrar aire fresco y encontrar salidas a esa realidad barrial, es necesario dejar de aspirar a ser como la pequeña burguesía del centro de las ciudades, que sostienen el modelo con sus cuerpos y el debate ideológico interno entre derecha, centro e izquierda de quien lo hará mejor, que tienen trabajo, sustentan la moral sistémica, participan en las elecciones y en fin miran la TV donde están los malos de los barrios perseguidos por los policías buenos justificados por la Dra. Polo y la inundación de series y películas de juicios y detectives en Estados Unidos, donde a veces aparecen corruptos que son seriamente sancionados por el poder, fantasía pura.
Es necesario mirar hacia las villas, poblados y regiones campesinas inmediatamente próximas a las ciudades. Allí, entre los temporeros y temporeras, entre la gente sencilla, están los aliados naturales de los pobres de las periferias. Con ellos puede desarrollarse una economía alternativa basada en el desarrollo de emprendimientos productivos autosustentables, el trueque, el comprando juntos, la energía alternativa, trueque de servicios, salud comunitaria, etc. en fin, volver la mirada a la madre tierra y estrechar lazos con las comunidades originarias, cosa que viene expandiéndose aceleradamente en todo el continente.
No hay que cerrar los ojos. La iglesia católica ya ha asumido la violencia contra la población aceptando las mentiras del gobierno. Comienza ahora una nueva fase de expansión del militarismo en los barrios. Muchas discusiones se van a dar en múltiples colectivos y experiencias. No importa cuáles son sus diferencias con otros grupos, lo que importa es que analicen las nuevas condiciones de la acción política y social en Chile, sin forzar el voluntarismo.
Abrazos
Jaime Yovanovic (Profesor J)
profesor_j@yahoo.com