La dictadura que azota la patria de Bolívar no se preocupa a estas alturas por las apariencias democráticas. Desde sus inicios Chávez y sus más cercanos seguidores afirmaban que su revolución era para siempre, y hasta hoy sostienen que no entregarán el poder. Ese poder sabroso y apetecible que disfruta la cúpula militar y su cohorte de colaboradores civiles ha logrado en estas dos décadas centralizarse y crecer. Por error de cálculo se les escapó de las manos la Asamblea Nacional en el 2015, en unos comicios apegados a las leyes, pero el poder supo manipular las mismas para anularla por medio del poder judicial y luego sustituirla por el parapeto jurídico de la Asamblea Nacional Constituyente.
Después de la derrota electoral del 2015 se “reajustó” al poder electoral de manera de no perder ninguna elección de allí en adelante. La Asamblea Nacional Constituyente, como suprapoder, sacó del camino a la Fiscal General de la República que se rebeló contra el rompimiento del hilo constitucional promovido por el TSJ y designó a Tarek William Saab, chupamedias convertido en instrumento incondicional de la dictadura.