Los chalecos amarillos franceses, sin líderes, sin organización y sin identidad ideológica, tienen la pureza de una destilación.
Macron terminó el año 2018 pintado de amarillo. Surgido desde las profundidades sociales del país, la revuelta de los chalecos amarillos trastornó en apenas un mes su mandato, al tiempo que inauguró en Europa una forma de acción social inédita. Los protagonistas son actores sociales que hasta ahora no habían provocado grandes terremotos. Los chalecos amarillos se desplegaron en todo el territorio, trasladaron la confrontación a la capital, concretamente a los barrios ricos, introdujeron la variable ecológica en el debate, llevaron a lo más alto la denuncia de la desigualdad fiscal y social, impugnaron los excesos de la riqueza y el liberalismo y obligaron al gobierno a retroceder. Todo en un tiempo breve, intenso, imprevisto, mágico a veces. Un tiempo que dejó afuera a los partidos políticos y los sindicatos.