Congreso de los Pueblos: la Colombia de abajo y a la izquierda

20.Nov.10    Análisis y Noticias

Por Raúl Zibechi

Los importantes acontecimientos sucedidos en octubre en el escenario
político sudamericano, las dos vueltas de las elecciones brasileñas y
la muerte del ex presidente Néstor Kirchner, además de las
repercusiones de los sucesos de Ecuador del 30 de septiembre, opacaron
uno de los más importantes hechos que involucra a los movimientos
sociales: la realización de la primera sesión del Congreso de los
Pueblos, en Bogotá, Colombia, entre el 8 y el 12 de octubre.

Algunas cifras sirven para dar cuenta de la importancia del suceso.
Hasta la Universidad Nacional, sede del congreso, llegaron 17 mil
integrantes de 212 organizaciones, 8 mil de Bogotá y alrededores y
otros 9 mil del resto del país. El primer día de debates estuvo
organizado en torno a sectores sociales y se formaron 34 comisiones.
El segundo se trabajó por regiones y se formaron 56 comisiones. El
tercer día se debatió en dos grandes grupos alrededor de estrategia,
movilización y protección, y se realizó luego una plenaria. El 12 de
octubre, finalizando el congreso, una enorme marcha llegó hasta la
plaza Bolívar, la misma que fue escenario de las primeras acciones
contra la dominación española hace 200 años.

“Yo diría que es una coordinación desde abajo”, señala una integrante
de Hijos (Hijos e Hijas por la Memoria y contra la Impunidad),
recordando que se trata de un largo proceso nacido con la movilización
del pueblo nasa del Cauca, que realizó su primera reunión
multitudinaria en octubre de 2004 hacia Cali. En esa fecha se realizó
el Primer Congreso Indígena y Popular, que no fue un campeonato de
oratoria sino, como dicen los nasa, el inicio del largo proceso de
“caminar la palabra”. De algún modo, el Congreso de los Pueblos fue
posible gracias a la determinación nasa, algo que fue visible en la
Universidad Nacional, recinto protegido por cientos de integrantes de
la guardia indígena.

Indígenas, afrodescendientes, campesinos, mujeres y jóvenes ?además de
cientos de niños y niñas que hicieron su propio congresito?
abandonaron “la costumbre inveterada de la representación del pueblo y
de la delegación de su voluntad en partidos o vanguardias
autoproclamadas”, según la lectura del economista y militante Héctor
León Moncayo en el periódico Desde Abajo. También acudieron colectivos
de desplazados ?4 millones como consecuencia de la guerra?, de
desempleados y sin techo, junto a colectivos de gays, lesbianas y
transexuales.

El gran ausente fue el movimiento sindical, que sigue anclado en la
cultura de la representación y la demanda al Estado. Por el contrario,
el Congreso de los Pueblos se construyó con base en mandatos
levantados desde las bases. “Ninguno hablaba como líder ni como
individuo. Hablaban como región, como organización, como campesinos o
como jóvenes”, dice la integrante de Hijos. Las delegaciones tenían
responsables para las diferentes comisiones del enorme campamento que
se montó en la Universidad Nacional: aseo, alojamiento, comida,
logística, comunicaciones, entre otras. La convivencia hizo del
congreso algo diferente a los clásicos encuentros de las izquierdas y
las organizaciones institucionalizadas.

El encuentro fue, de algún modo, una suerte de balance del “camino
escogido desde los años 90, el de la representación, el electoral, que
dio como su principal fruto la formación del Polo Democrático
Alternativo”, apunta León Moncayo. No se quedó en los debates. Apuntó
más allá de la denuncia y el pliego a los gobernantes y proclamó su
deseo de comenzar a construir un mundo nuevo, algo que los
participantes denominaron “legislar desde abajo”.
En las comisiones se trabajó con base en tres preguntas: cuáles son los problemas, qué vamos a hacer con ellos y cómo lo vamos a hacer. Una nueva cultura
política en construcción que no demanda sino construye, no delega sino
articula, como sucede en las comunidades indígenas del mundo todo.

El congreso se realizó en un momento político decisivo para el país.
El presidente Juan Manuel Santos está comenzando a implementar su
política de “unidad nacional” que busca superar la polarización
interna y el aislamiento internacional heredados de la gestión de
Uribe, mientras se mantiene la misma política económica y la agenda
neoliberal. Uno de los propósitos centrales para sostener la
gobernabilidad del modelo consiste en superar el estilo terrateniente
de hacer política integrando al conjunto de la burguesía al nuevo
gobierno y, sobre todo, en institucionalizar a las organizaciones y
movimientos sociales por medio de una estrategia de cooptación. El
vicepresidente de Santos, el ex izquierdista y ex miembro de la Unión
Popular Angelino Garzón, es una pieza clave. El Congreso de los
Pueblos salió al cruce de esta nueva estrategia de los de arriba al
comenzar a revertir la dispersión del abajo.

Los próximos 20 y 21 de noviembre se reunirán representantes de las
212 organizaciones que acudieron al congreso para diseñar planes de
trabajo con base en las relatorías de las comisiones. A mediados de
2011 se comenzarán a realizar encuentros regionales y temáticos para
expandir y profundizar el proceso iniciado. Un proceso que nació en
cientos de asambleas y redes barriales y regionales retorna abajo para
unir y enraizar la “autonomía popular” y la “deliberación y acción
conjunta en todos los rincones del país”, para “hacer de nuevo a
Colombia”, como reza la declaración final.

En el calor de las cocinas y en las fiestas nocturnas comenzó a
hacerse realidad el objetivo de este congreso: “Que el país de abajo
legisle. Que los pueblos manden. Que la gente ordene el territorio, la
economía y la forma de gobernarse. Que camine la palabra”. “No
esperamos gran cosa de los congresistas y gobernantes”, puede leerse
en la declaración Palabra del Congreso de los Pueblos. Seis años
después de aquella colorida y tumultuosa marcha hacia Cali, la palabra
indígena está tejiendo corazones con otras palabras en lo que
probablemente sea el comienzo de otra historia de los de abajo en
Colombia.