Autonomías y emancipaciones. Las periferias urbanas, ¿Contrapoderes de abajo? IV

20.Dic.10    Zapatismo

Autonomías y emancipaciones.
Raul Zibechi

En Venezuela existen más de seis mil comités de tierra urbana y dos mil
mesas técnicas de agua, donde millones de personas se hacen cargo de
sus vidas. Ambas organizaciones forman parte del proceso de las luchas
populares urbanas de las dos últimas décadas aunque cobran forma bajo
el gobierno de Hugo Chávez. En Caracas el 50% de la población vive en
asentamientos precarios sin posesión legal del suelo y con un pésimo ser-
vicio de agua potable (Antillano, 2005). Como en otras partes del conti-
nente, esos barrios surgieron en las décadas de 1950 y 1960 como resulta-
do de las desigualdades en la distribución de la renta petrolera.
En 1991 se formó la Asamblea de Barrios de Caracas que nació de la
mesa de pobladores del Primer Encuentro Internacional de Rehabilitación
de Barrios. La asamblea llegó a reunir a más de 200 barrios de la capital y
formuló algunas de las más importantes demandas que luego retomará el
gobierno bolivariano: cogestión del servicio de agua potable, regulariza-
ción de la tenencia de la tierra ocupada por los pobladores, y el autogobierno
local. Es el resultado de tres décadas de organización y movilización popu-
lar en los barrios periféricos.
La aparición de estos barrios fue fruto de intensas luchas contra el
desalojo y por las conquistas de los servicios básicos. En un segundo mo-
mento, en la década del 70 y en comienzos de los 80, se registra una
intensa actividad cultural orientada a la consolidación de la identidad de los
pobladores y a la construcción de nuevas subjetividades. La organización
de los barrios se diversifica en grupos eclesiales, teatro, alfabetización,
trabajo con niños, periódicos populares locales. Fue un proceso de acumu-
lación de fuerzas muy invisible pero muy poderoso (Antillano, 2006). Las
luchas se focalizan a menudo contra el aumento del pasaje del transporte
público y el estado de las calles. Un tercer período se precipita con las
reformas neoliberales que provocan la desinversión del Estado en vivien-
das y mejoras para los barrios, el empobrecimiento de la población, el
colapso y privatización de los servicios y «el debilitamiento y derrumbe de
las agencias intermediarias que habían funcionado a la vez de medio de
cooptación y mecanismo de redistribución (partidos políticos, juntas de
vecinos» (Antillano, 2005: 208).
Este proceso está en la raíz de la insurrección de 1989 conocida como
Caracazo. A partir de ese momento los sectores populares urbanos tomaron
la iniciativa que mantienen hasta el día de hoy. La intensa movilización popu-
lar de la década de 1990 provocó el colapso de los corruptos partidos tradi-
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LAS PERIFERIAS URBANAS, ¿CONTRAPODERES DE ABAJO?
cionales, hizo entrar en crisis el modelo de dominación y facilitó la conquista
del gobierno por una nueva camada de dirigentes entre ellos Hugo Chávez.
Estos sectores jugaron un papel decisivo en frenar y revertir el golpe de
Estado de abril de 2002 y en la derrota de la huelga petrolera lanzada por
las élites a fines de ese año. Sin dirección unificada y sin aparato coordi-
nador centralizado, al igual que sucedió en los momentos decisivos en todo
el continente, los pobres urbanos de los cerros de Caracas neutralizaron
las diversas ofensivas de la derecha y las clases dominantes que contaron
con el apoyo de amplios sectores de las clases medias.
La cuarta etapa, la actual, se abre en 2002 con el decreto que da inicio
a la regularización de la tenencia de la tierra y la rehabilitación de los
barrios que promueven la formación de los comités de tierras urbanas
(CTU). Este proceso está íntimamente relacionado con el carácter y el
espíritu del proceso bolivariano, claramente diferente de los que empren-
den otros gobiernos del continente. Los alrededor de mil CTU de Caracas
reúnen unas 200 familias cada uno y se articulan entre sí de forma infor-
mal e inestable.
Lo más relevante del decreto es que este proceso de reconocimiento
e inclusión de los barrios, lo hace descansar en la organización, participa-
ción y movilización de los mismos pobladores de los barrios, interpelando a
las propias comunidades como agentes de los procesos de transformación
que se delinean. Así, tanto los aspectos técnicos, políticos e incluso «judi-
ciales», son llevados adelante por una nueva forma de organización social
que el decreto presta piso legal: los comités de tierras urbanas. Se anticipa
así una modalidad que se hará común en otras políticas sociales de este
gobierno: la inclusión social a través de la movilización de los excluidos.
(Antillano, 2005: 210)
Algo similar sucede con las mesas técnicas de agua. Forman parte de
una «revolución del territorio» como apunta Antillano, dirigente social de
un barrio popular. Son organizaciones autónomas, elegidas por los vecinos
del barrio, flexibles ya que no se prescribe ningún esquema de organiza-
ción ni se hace necesaria la presencia de intermediarios y responden a las
necesidades inmediatas de la población. Tienden a convertirse en poderes
locales ya que la propiedad de la tierra no es familiar sino «de una asocia-
ción constituida por la totalidad de las familias del barrio, que entre otras
cosas se encargan de regular el uso del espacio (común y familiar), auto-
rizar las ventas o arrendamientos y velar por las normas de convivencia,
decidir sobre litigios y sobre acciones de incumbencia colectiva, etc.» (An-
tillano, 2005: 214). Esta descripción las aleja de organizaciones creadas y
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AUTONOMÍAS Y EMANCIPACIONES. AMÉRICA LATINA EN MOVIMIENTO
controladas por el Estado y las asemeja a lo que considero como «poderes
no estatales» (Zibechi, 2006b), aunque en este caso estas organizaciones
han sido creadas a instancias del gobierno boliviariano.
Los territorios de los pobres urbanos tienden a convertirse en espacios
integrales de vida. En los cerros de Caracas existen muchas organizacio-
nes (de salud, agua, tierra, cooperativas, de cultura y ahora también con-
sejos comunales). Además, los barrios son grandes fábricas o maquilas.
Como en otras partes del continente, no se trata de inventar algo nuevo
sino de depurar o mejorar lo que ya existe, ya sea en la relación siempre
compleja con el mercado o con el Estado. En los barrios caraqueños, las
fuerzas productivas ya están en el territorio; se trata de contribuir a que
superen la dependencia de los explotadores como han hecho en otros paí-
ses las fábricas recuperadas.
Antímano es una fábrica muy eficiente, es un barrio donde viven 150
mil habitantes, es una fábrica completa, donde una mopa de algodón
entra por un lado y sale una camisa por el otro, porque son muchas
‘maquilas’, hay señoras que tejen, otras cortan, otras más allá que co-
sen. Eso pasa en toda América Latina y en todo el tercer mundo. (…) Si
se sustituye el que terceros se queden con las ganancias, y la gente se
organiza para la producción en forma cooperativa, de otra manera, pero
en el mismo territorio, aprovechando la virtud del mismo territorio, el
barrio completo podría ser una fábrica. Es decir que hay que pensar el
asunto desde esa perspectiva, del aporte que puede hacer el territorio a
la producción. (Antillano, 2006)
***
En Bolivia se han registrado algunas experiencias notables en las perife-
rias urbanas que revelan la capacidad de los sectores populares indígenas
de construir una verdadera sociedad «otra». Una de ellas lo constituye la
ciudad de El Alto, que ha sido analizada en varios trabajos (Gómez, 2004;
Mamani, 2005; Zibechi, 2006b). Quisiera ahora abordar una de las expe-
riencias más notables de manejo territorial y comunitario del agua sobre la
base de modelos no estatales. Se trata de la zona sur de la ciudad de
Cochabamba donde más de cien comités de agua se encargan de resolver
lo que el Estado es incapaz de proveer.
Desde la implantación del modelo neoliberal en Bolivia, en 1985, el
cierre de las minas y la emigración a las ciudades modificaron el mapa del
país. La ciudad de Cochabamba (1.100.000 habitantes en 2001) fue uno
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LAS PERIFERIAS URBANAS, ¿CONTRAPODERES DE ABAJO?
de los destinos de una parte de esa población arrancada de sus comunida-
des y lugares de trabajo por el modelo inspirado en el Consenso de Was-
hington. La empresa estatal de agua, Semapa, apenas cubría con sus ser-
vicios al 50% de la población de la ciudad, quedando fuera vastas áreas
como la periferia sur. A comienzos de la década de 1990 grupos de veci-
nos se organizaron para conseguir el agua imprescindible para sus hoga-
res. Formaron asociaciones y cooperativas, excavaron pozos, tendieron la
red de agua, construyeron tanques elevados o compraron el agua en cis-
ternas y en ocasiones construyeron el alcantarillado. Todo ello sin ayuda
estatal.
Tal vez la primera organización vecinal para el agua potable nació en
marzo de 1990 en Villa Sebastián Pagador, la Asociación para la Adminis-
tración y Producción de Agua y Saneamiento (Asica-Sur, 2003). Durante
la década de 1990 surgieron en la zona sur de la ciudad unos 140 comités
de agua, integrados por un promedio de 300 a mil familias75. Debieron
sortear muchas dificultades, lucharon por rebajas en el precio de la electri-
cidad indispensable para extraer el agua de sus pozos. Muchas veces los
pozos se secaron y en otras obtenían agua de baja calidad que no servía
para uso doméstico. Cada cierto tiempo los comités deben abrir nuevos
pozos y si no encuentran agua deben comprarla y trasladarla hasta el
barrio. Algunos comités han comprado camiones cisternas con los que
hacen varios viajes diarios.
Estos comités de agua urbanos jugaron un papel relevante en la Gue-
rra del Agua de abril de 2000, cuando el Estado cedió el control de la
empresa Semapa a una multinacional que amenazaba con expropiar el
agua que con tanto sacrificio habían conseguido los vecinos. Junto a los
campesinos regantes consiguieron revertir la privatización del agua y abrie-
ron un ciclo de protesta que derribó el modelo neoliberal y llevó al gobierno
a Evo Morales. Luego de expulsar a la empresa multinacional se abrió la
posibilidad de que la población eligiera representantes para controlar a la
empresa estatal, y comenzó un nuevo período en el que se realizan más
obras a favor de los barrios periféricos.
En agosto de 2004 los comités de agua crearon la Asociación de Sis-
temas Comunitarios de Agua en el Sur (ASICA-SUR) y eligieron su pri-
mera directiva. En esta etapa están discutiendo cómo se van a relacionar
con la empresa estatal, ya que tienen claro que no es ninguna garantía de
que preste un servicio eficiente y temen perder su autonomía. Está plan-
7 5 Entrevista personal a Alan Grandidyer, presidente de ASICA-SUR, junio de 2005.
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AUTONOMÍAS Y EMANCIPACIONES. AMÉRICA LATINA EN MOVIMIENTO
teada la necesidad de co-gestionar el servicio de agua con Semapa, pero
quieren hacerlo sin perder la organización comunitaria que es la garantía
de que podrán seguir controlando el suministro:
Hoy estamos ante otra encrucijada. ¿Qué será de nuestros
comités cuando Semapa reciba la concesión sobre nuestros
distritos? ¿Nuestra organización habrá terminado? ¿Podremos
influir en las decisiones de Semapa a partir de ese momento?
¿Nos convertiremos en usuarios individuales y anónimos de la
empresa municipal? ¿O podremos conservar nuestras orga-
nizaciones, nuestra capacidad de decisión y de gestión que
hemos demostrado durante años? (Asica-Sur, 2003: 1)
Parece evidente que la Guerra del Agua y una década larga de auto-
nomía no fueron en vano. Los vecinos conquistaron su autonomía y no
quieren perderla. Por eso la propuesta es que Semapa les provea al agua
«al por mayor» y los comités la sigan distribuyendo a los vecinos para no
perder el control de la gestión del servicio. El modelo de agua sobre la
base de pozos demostró ser una verdadera alternativa al control estatal
centralizado y jerárquico, pero encontró sus límites ya que la gran cantidad
de pozos perforados estaba dañando la capa freática de todo el valle, los
pozos se secaban o perdían calidad de agua. Optaron entonces por el
servicio de la empresa estatal, pero sin perder su autonomía. La experien-
cia de los comités de agua de Cochabamba es un paso importante a la
hora de buscar formas alternativas de gestionar los bienes comunes.
Entre los múltiples debates realizados por los comités de agua destaca
el relacionado con la propiedad, que de alguna manera es un balance de su
experiencia con la empresa estatal. A la hora de definir el tipo de propie-
dad de los comités de agua, rechazan tanto el concepto de «propiedad
privada individual» como de «propiedad pública estatal».
Lo que estamos queriendo defender en nuestros barrios es un tipo de
propiedad que, en cierto sentido es privada (porque no depende del Estado
sino de la ciudadanía directamente), pero que al mismo tiempo es pública
(no pertenece a un individuo, sino a toda la comunidad). Por eso se la
llama propiedad colectiva o comunitaria. La razón principal para la exis-
tencia de este tipo de propiedad no es tampoco el tema económico, sino la
satisfacción de una necesidad social, la administración de un bien público,
como es el agua, que no debe considerarse nunca un bien privado ni objeto
del comercio. Tanto Semapa como los comités de agua de nuestros ba-
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LAS PERIFERIAS URBANAS, ¿CONTRAPODERES DE ABAJO?
rrios deben entenderse desde el concepto de ‘propiedad pública comunal’.
(Asica-Sur, 2003: 5)
Este concepto es muy similar al de «privado-social» que formuló Aníbal
Quijano para describir las formas predominantes en el mundo popular ur-
bano de América Latina. Sostiene que estas organizaciones solidarias,
colectivas y democráticas son «una de las más extendidas formas de la
organización cotidiana y de la experiencia vital de vastas poblaciones de
América Latina» que resisten al capitalismo (Quijano, 1988: 26). Conside-
ra que estas formas de experiencia social ancladas en el privado-social no
son coyunturales ni transitorias sino prácticas consolidadas en particular
en las barriadas pobres. Estas organizaciones que funcionan sobre la base
de la reciprocidad, la igualdad y la solidaridad «no son en el mundo urbano
islas en el mar dominado por el capital. Son parte de ese mar que, a su
turno, modulan y controlan la lógica del capital». La articulación de estas
islas del privado-social «no se constituye como un poder estatal, sino como
un poder en la sociedad», y forman parte de una sociedad otra, diferente
(Quijano, 1988: 27-28).
***
Uruguay pasa por ser el país más integrado del continente, donde el Esta-
do benefactor alcanzó mayor desarrollo y resultó menos erosionado que
en otros países. El principal movimiento sigue siendo el sindical, y la hege-
monía de la izquierda política (Frente Amplio) se ha consolidando en la
sociedad urbana desde la década de 1990 de modo macizo y compacto.
En suma, Uruguay no es el mejor escenario para el nacimiento de prácti-
cas sociales autónomas.
Sin embargo, en el pico de la crisis económica y social de 2002 de
modo espontáneo nacieron en las periferias de Montevideo decenas de
huertas familiares y colectivas en las que trabajaron miles de vecinos
pobres golpeados por la desocupación. Unos 200 mil habitantes de la
capital uruguaya y de su área metropolitana (1.500.000 personas) viven
en asentamientos irregulares, cuyas viviendas fueron auto construidas
por las familias y los barrios se erigieron sobre la base del trabajo colec-
tivo. La desocupación rozó el 20% durante el pico de la crisis (julio-
diciembre de 2001), pero el 80% de los sectores populares no tenían
empleo estable y naufragaban entre la desocupación, el cuentapropismo
y formas diversas de informalidad. Las huertas fueron un modo de afrontar
la crisis de alimentación que atravesaban los más pobres aunque una
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AUTONOMÍAS Y EMANCIPACIONES. AMÉRICA LATINA EN MOVIMIENTO
parte de ellas se mantiene pese al sostenido crecimiento económico que
se registra desde 2004.
Durante varios años funcionaron más de 200 huertas «familiares co-
lectivas» y comunitarias en plena zona urbana. Las primeras son huertas
instaladas en terrenos de casas particulares y cultivadas por las familias
pero con el apoyo de los vecinos de la zona que tienen sus propias huertas;
las comunitarias están en espacios públicos ocupados por los vecinos. En
ambos casos, se registran formas de organización estables en torno a la
huerta que es el eje aglutinador de colectivos barriales que debieron pelear
su autonomía respecto de los partidos políticos, los sindicatos y el munici-
pio. Los grupos iniciales atravesaron en los dos primeros años diversas
situaciones críticas y de crecimiento, que en muchos casos los llevaron a
consolidar lazos que ellos mismos definen como «comunitarios». La pro-
fundidad de los cambios registrados en relativamente poco tiempo, lo mues-
tra la evaluación hecha por las mujeres de la Huerta Comunitaria Amane-
cer, en el popular barrio de Sayago:
Al principio teníamos una ficha donde cada uno anotaba las
horas trabajadas. Al llegar la cosecha recibía según lo traba-
jado. Para nuestra sorpresa, en una reunión se propone no
anotar más las horas. Esto nos alegró muchísimo pues el gru-
po comenzaba a tener una conciencia comunitaria. Así lo
hacemos hasta hoy. Al terminar las horas de trabajo cada
integrante retira lo necesario para alimentar a su familia.
(Oholeguy, 2004: 49)
Tres meses después, el colectivo de «huerteros» (unos 40, la inmensa
mayoría mujeres y jóvenes) consiguió autoabastecerse y decidió dejar de
recibir los alimentos que les donaba el municipio, indicando que preferían
que fueran distribuidos en comedores populares o a otros grupos que los
necesitaran.
En otra zona de la periferia de Montevideo, en el barrio Villa García,
unas 20 huertas familiares colectivas comenzaron a trabajar en red. Al
comienzo fueron experiencias aisladas que se coordinaron hasta crear un
colectivo estable que realiza jornadas semanales, todos los sábados, rotando
por todas las huertas de la red. Sin crear una estructura organizativa, los
«huerteros» crearon una suerte de «coordinación móvil en red» para apo-
yarse en el intercambio de semillas, conocimientos y técnicas de cultivo.
Además, ensayaron un sistema de reciprocidad apoyando el trabajo de
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LAS PERIFERIAS URBANAS, ¿CONTRAPODERES DE ABAJO?
cada huerta, y luego buscando formas de comercialización. Las jornadas
de los sábados se dividían en tres momentos: aprendizaje colectivo a través
del trabajo en la huerta, compartir una olla común con productos cosecha-
dos por ellos y una reunión de evaluación y planificación. Los logros son
notables: consolidación de grupos de trabajo, capacidad para mantener las
ollas colectivas sobre la base de la producción de las huertas, dependiendo
cada vez menos de los alimentos donados por el estado, creación de un
invernáculo y un banco de semillas para suministrar insumos a todas las
huertas de la zona, edición de un boletín mensual del grupo y la coordinación
con las demás iniciativas de Montevideo, que cuajó en el primer Encuentro
de Agricultores Urbanos en octubre de 2003,para lo que contaron con el
apoyo de la Facultad de Agronomía y del municipio (Contreras, 2004).
Se coordinaron también «huerteros» de diversas zonas, formaron ta-
lleres (de poda, apicultura, cría de aves de corral) y en ocasiones realiza-
ron ferias para comercializar la cosecha y vender conservas y dulces pro-
ducidos por las familias. En algunos barrios incluso participaron en las
ferias de los clubes de trueque. Unos 70 vecinos ocuparon un predio de 19
hectáreas perteneciente a un banco privado donde aún se mantienen cul-
tivando. Los pasos dados por los colectivos de «huerteros» (nombre con el
que instituyeron una nueva identidad), desde la soledad urbana y la angus-
tia por la supervivencia, muestran la capacidad de los sectores populares
para superar la dependencia del estado y del sistema de partidos. Los
encuentros insisten en la necesidad de «organizarse en una red lo más
horizontal posible, abierta, sin dirigentes esquematizados o encerrados en
una especie de burbuja, gente en contacto con gente» (Contreras, 2004).
Con la llegada al gobierno del Frente Amplio en marzo de 2005 y la
puesta en marcha de política sociales focalizadas para atender la pobreza,
muchas huertas se disolvieron. Pero aún existe una Mesa de Agricultores
Urbanos que reúne a un colectivo importante de «huerteros». Y surgen
nuevos grupos que ensayan otras formas de producción. Más allá del de-
clive puntual de esta experiencia, muestra que incluso en una ciudad «mo-
derna» e «integrada» como Montevideo es posible producir de forma au-
tónoma y establecer redes de vida paralelas a las del mercado.
***
Finalmente, las periferias de las ciudades argentinas han sido escenario
del nacimiento de uno de los más formidables y multifacéticos movimien-
tos sociales. La última crisis social y financiera que precipitó la insurrec-
237
AUTONOMÍAS Y EMANCIPACIONES. AMÉRICA LATINA EN MOVIMIENTO
ción del 19 y 20 de diciembre de 2001, hizo visible gran cantidad de inicia-
tivas de base de todo tipo, de modo muy particular aquellas que nacieron
para la supervivencia y se fueron convirtiendo en alternativas al modo de
dominación. Unas 200 fábricas recuperadas por sus trabajadores y pues-
tas a producir bajo nuevos criterios, cientos de emprendimientos socio-
productivos de asambleas barriales y de grupos de desocupados (piqueteros)
son una de las manifestaciones de la capacidad de hacer de esta sociedad
en movimiento.
Cada uno de los sectores mencionados ha desarrollado formas pro-
pias de acción. Las fábricas recuperadas muestran que para producir no
hacen falta patrones ni capataces, ya que los obreros fueron capaces de
poner en marcha las fábricas y modificaron la organización del trabajo
sin especialistas sino a partir de sus propios saberes. En unos cuantos
casos las fábricas han tejido sólidas relaciones con la comunidad y el ba-
rrio en que están insertas, y han podido establecer relaciones con otras
fábricas y con organizaciones sociales y culturales. En varias fábricas se
abrieron talleres culturales, radios comunitarias y espacios de debates e
intercambios, y a veces consiguieron formar redes de distribución al mar-
gen del mercado.
Los piqueteros, pese al reflujo y desorganización de una parte consi-
derable del movimiento, han sido capaces de importantes realizaciones.
Muchos grupos de las más diversas orientaciones han construido puestos
de salud, comedores populares y para niños en sus barrios abandonados
por el estado. Muchas huertas comunitarias y panaderías construidas por
piqueteros alimentan las ollas de esos colectivos y los grupos más autóno-
mos han creado además talleres de carpintería, herrería y espacios de
formación sobre la base de la educación popular.
Las asambleas barriales se convirtieron en centros culturales y socia-
les donde realizan una gran variedad de actividades, incluyendo produc-
ción de alimentos envasados, artículos de limpieza y reparación de
computadoras, entre otras. Talleres literarios, proyecciones de cine, deba-
tes culturales o políticos, son parte de las actividades que se encuentran a
lo largo y ancho de una gran ciudad como Buenos Aires. Muchas asam-
bleas y grupos piqueteros participan en ferias donde llevan sus productos
o lo hacen a través de redes de distribución. Los tres actores señalados
están tomando en sus manos la producción y re-producción de sus vidas.
La ofensiva del movimiento popular entre 1997 y 2002 no sólo permi-
tió crear miles de espacios de producción; en torno a ellos, se va generan-
do una «nueva economía» o, mejor, relaciones sociales no capitalistas en-
238
LAS PERIFERIAS URBANAS, ¿CONTRAPODERES DE ABAJO?
tre productores y consumidores. De esa manera, muchos emprendimien-
tos productivos de los movimientos sociales argentinos ponen en cuestión
la relación trabajo-capital. Al hacerlo, al ir más allá de esa relación, ponen
en cuestión también las categorías acuñadas por la economía política, que
nació y se desarrolló como forma de teorización de la relación trabajo-
capital. En muchos de estos emprendimientos el trabajo alienado o enaje-
nado no es ya la forma dominante, y en algunos otros la producción de
mercancías para el mercado, la producción de valor de cambio, está su-
bordinada a la producción de valor de uso. Digamos que en algunos em-
prendimientos el trabajo útil o concreto es la forma dominante del trabajo
colectivo. Esto supone, por un lado, que en esos espacios el trabajo se
desaliena de diversas formas: ya sea por la rotación en cada tarea o por-
que quienes producen dominan el conjunto del proceso de trabajo. De
modo que la división del trabajo es superada a través de la rotación, o de la
apropiación consciente de todo el proceso por el colectivo. En este caso
podríamos hablar de «productores libres» más que de trabajadores apén-
dices de las máquinas, alienados en el proceso de producción de mercan-
cías que no controlan.
Por otro lado, en ocasiones se llega a producir por fuera del mercado,
y por lo tanto se producen no-mercancías, aunque este segundo proceso
presenta muchas más dificultades para poder sostenerse en el tiempo.
¿Qué dificultades y constricciones enfrentan? ¿Cómo hacer sostenibles
estos procesos que parten de la autonomía pero deben también ir más
allá?
Quisiera ingresar en este debate a partir de una experiencia que suce-
de en Buenos Aires, aunque existen muchas otras. Una de ellas está en el
barrio de Barracas, donde un colectivo de jóvenes viene produciendo su
vida desde hace unos tres años aunque trabajan juntos desde hace casi
una década. Se trata de un grupo de jóvenes que formaron un grupo cultural
a fines de la década de 1990 y luego, en medio de la gran agitación que
siguió a las jornadas de diciembre de 2001, ocuparon el local de un banco del
que luego fueron desalojados. Hoy tienen dos espacios ocupados ilegalmen-
te: en uno funciona una editorial y cine para los niños y adultos del barrio, y
en el otro una biblioteca popular con 200 socios, y una panadería en la que
trabajan 12 personas (más o menos mitad varones y mitad mujeres).
La experiencia de la panadería es notable. Durante un par de años
funcionaban sobre la base de grupos de dos personas que elaboraban el
pan y otros productos que cocinaban en un horno eléctrico y el mismo
grupo salía a venderlo al barrio, teniendo con el tiempo una «clientela» fija
239
AUTONOMÍAS Y EMANCIPACIONES. AMÉRICA LATINA EN MOVIMIENTO
en una escuela de bellas artes. En determinado momento decidieron pasar
de lo que denominan como «gestión individual» a formar una cooperativa.
Evaluaron que la gestión individual era «injusta» porque el grupo que tra-
bajaba los lunes, por ejemplo, vendía mucho menos que el que lo hacía los
viernes.
Ahora tienen básicamente dos «equipos»: los que se dedican a la coci-
na y los que venden. El dinero lo reparten de forma igualitaria entre todos,
y reciben algo así como el doble que lo percibirían en un plan social del
gobierno. Aunque hay preferencias en cuanto al trabajo a realizar, también
rotan. Una de las discusiones principales es ¿cómo evaluar las diferentes
tareas? Me interesa destacar que los doce miembros del equipo (la mayoría
no han tenido «empleos» formales) se conocen desde hace años, han lucha-
do juntos y una parte viven en la misma vivienda ocupada. Pero, ¿cómo
evaluar el tiempo de cocina y el tiempo de venta? ¿Cuál es la equivalencia?
La respuesta es que no hay equivalencia, porque no hay trabajo abstracto
y, como veremos, porque tampoco existe la categoría de mercancía. Vea-
mos algunos debates que suscita este tipo de experiencias.
Aunque venden lo que fabrican, no producen mercancías. De hecho
no salen a vender al «mercado», ya que han consolidado una red de com-
pradores fijos (el 80% de los que les compran son siempre los mismos).
Con ellos han establecido relaciones de confianza, al punto que el centro
de estudios donde «venden» se está implicando en la defensa del espacio
ocupado y empiezan a participar en algunas actividades sociales que rea-
lizan con el barrio. Eso nos da una segunda pista: la «dualidad» de la mer-
cancía, portadora de valor de uso y valor de cambio, ha sido –o mejor, está
siendo– deconstruida a favor del valor de uso, o sea de productos que son
no-mercancías. No puede, en rigor, hablarse de trabajo abstracto sino de
trabajo útil o concreto. Por eso no puede haber equivalente entre el trabajo
de cocinar y el de vender, porque no existe un trabajo igual, abstracto, men-
surable por el tiempo de trabajo socialmente necesario. Por más que haya
dinero como forma de intercambio, esto no me parece determinante.
Véase que tampoco hay una jerarquía entre producción y circulación,
entre trabajo productivo e improductivo. En este punto, la venta tiene in-
cluso algunas ventajas sobre la producción. Ella es la que permite tejer
relaciones sociales con el barrio que son, en los hechos, las que aseguran
la supervivencia del emprendimiento. Me interesa destacar que en estos
emprendimientos la economía política no funciona, y que es necesario in-
ventar algo nuevo, teorizar a partir de relaciones sociales concretas entre
personas.
240
LAS PERIFERIAS URBANAS, ¿CONTRAPODERES DE ABAJO?
Ahora bien, ¿cómo le llamamos a este trabajo no alienado, que pro-
duce no-mercancías y en el que resulta tan «productiva» la producción
como la comercialización? De paso, ¿qué es producir? En este caso, es
producir relaciones sociales no-capitalistas, o sea no-capitalismo. A mi
modo de ver, esta experiencia muy concreta, muy pequeña, muy micro si
se quiere, no es nada excepcional en Buenos Aires y en otras ciudades
del continente.
La apropiación de los medios de producción y la desalienación del
proceso de producción son dos pasos que han sido dados por unas cuantas
fábricas recuperadas y por muchos emprendimientos productivos (más lo
primero que lo segundo). Son pasos muy valiosos por cierto, pero son aún
insuficientes. Representan avances dentro de los muros de las fábricas y
los talleres, pasos necesarios e imprescindibles. El siguiente paso es pro-
ducir no-mercancías como hacen los jóvenes de la panadería de Barra-
cas. Con ello entramos en el terreno del intercambio.
Marx señala que «los trabajos privados no alcanzan realidad como
partes del trabajo social en su conjunto, sino por medio de las relaciones
que el intercambio establece entre los productos del trabajo y, a través de
los mismos, entre los productores»; «es sólo en su intercambio donde los
productos del trabajo adquieren una objetividad de valor, socialmente uni-
forme, separada de su objetividad de uso, sensorialmente diversa» (Marx,
1975: 89). En suma, los productores se relacionan entre sí en el mercado,
pero no directamente sino como propietarios y vendedores de mercancías,
se enfrentan a través de cosas.
Por este motivo traje la cuestión de la panadería social de Barracas,
pero con escasas diferencias podríamos hablar de los comedores popula-
res de Lima o de multitud de iniciativas productivas populares a lo ancho y
largo del continente. Allí no hay producción para un mercado, o bien no es
a través del mercado como se relacionan los productores y compradores.
Sin embargo, esto no fue siempre así, y conseguir deconstruir los produc-
tos –de mercancías a no-mercancías– fue un largo proceso de más de
tres años. En un principio, los productos de la panadería eran llevados al
mercado «a ver qué pasaba». Algunos se vendían y otros no. La relación
con los compradores era una relación mediada por el precio del pan (si era
más barato y de mejor calidad, lo vendían más fácilmente). Los compra-
dores no eran siempre los mismos sino los que aparecían en el momento y
tenían la posibilidad de comprar. En suma, era una relación típica de mer-
cado, impersonal, fortuita. Con el tiempo, productores-vendedores y com-
pradores se fueron conociendo y fueron estableciendo relaciones de con-
241
AUTONOMÍAS Y EMANCIPACIONES. AMÉRICA LATINA EN MOVIMIENTO
fianza. O sea, la relación entre cosas (pan y compradores con dinero) fue
pasando a ser relación entre personas, o sea relaciones sociales no
mediatizadas por cosas. Ahora conocen a los que compran, y de hecho
producen las cosas que ellos necesitan o desean.
Muchos compradores han establecido relaciones directas con la pa-
nadería, incluso visitan el centro social donde funciona. Ya no son vende-
dores de panes y compradores sino Pedro y Juana que venden, Eloísa y
Felipe que compran. De esa manera descifran el «jeroglífico social» que
para Marx es «todo producto del trabajo» (Marx, 1975: 91). Descifrar ese
jeroglífico a través de la práctica social supone que algo esencial del capi-
talismo ha dejado de funcionar. El tiempo de trabajo socialmente necesa-
rio para la producción del pan ha dejado de ser la llave maestra, y el precio
al que lo venden no está ajustado a aquel, sencillamente porque no existe
una «medida» semejante, o ha dejado de funcionar como tal. «En las rela-
ciones de intercambio entre sus productos, fortuitas y siempre fluctuantes,
el tiempo de trabajo socialmente necesario para la producción de los mis-
mos se impone de modo irresistible como ley natural reguladora» (Marx,
1975: 92). Las relaciones de intercambio han dejado de ser fortuitas y
fluctuantes porque el mercado ya no es impersonal, como todo mercado
capitalista; y el tiempo socialmente necesario varía y depende de quienes
estén haciendo el trabajo, si son más varones o más chicas, si están muy
cansados por otras tareas o si se les da por jugar mientras trabajan o
escuchar música o discutir. Y muchas veces les da por hacer pan para
regalar, porque así funcionan. Vendedores y compradores no se relacio-
nan en tanto «poseedores de mercancías» sino desde otro lugar, en el que
la solidaridad entre náufragos juega un papel primordial.
Lo anterior no se deriva mecánicamente de la propiedad del medio de
producción ni siquiera de la desalienación del proceso de trabajo, sino de
algo mucho más profundo: no tienen vocación de acumulación, no se sien-
ten poseedores de mercancías. La función social está por encima de la
posesión de una mercancía; y la función social es la que les permite produ-
cir valores de uso concretos que los van a consumir personas concretas.
Quisiera recordar que Marx en El Capital, cuando abordó estos te-
mas áridos puso como ejemplo el del más célebre náufrago de la literatura,
el Robinson de Daniel Defoe. En la isla solitaria, Robinson hace cosas,
digamos trabaja para sobrevivir, pero por su condición de náufrago solita-
rio «las cosas que configuran su riqueza, creada por él, son sencillas y
transparentes», de modo que no hay el menor fetichismo en su vida. Marx
pensaba que en una asociación de hombre libres, de productores libres,
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LAS PERIFERIAS URBANAS, ¿CONTRAPODERES DE ABAJO?
«todas las determinaciones del trabajo de Robinson se reiteran aquí, sólo
que de manera social, en vez de individual» (Marx, 1975: 94-96).
Quienes llevan adelante estos emprendimientos en los cuales se esta-
blecen relaciones no-capitalistas para producir no-mercancías, son náu-
fragos de este sistema que los margina. Diría más: sólo los náufragos,
aquellos que tienen una débil relación con el capital, y por lo tanto con el
trabajo abstracto, pueden emprender tareas de este tipo. Pero a diferencia
de Robinson, nuestros compañeros de las iniciativas populares no son víc-
timas pasivas de un naufragio sino que lo provocaron, lo vienen provocan-
do por lo menos desde los años 60, desde que luchas como el Cordobazo
(1969) pusieron en cuestión el trabajo alienado, a través del sabotaje, la
resistencia sorda y subterránea, y en ocasiones la revuelta abierta y lumi-
nosa. Podemos decir, sin exagerar mucho, que fue la generación de los
60-70 la que empezó a hundir el barco de la relación capital-trabajo; y que
sus hijos, los náufragos de hoy, son los que están empezando a construir un
mundo nuevo, sobre la base de relaciones no-capitalistas, sobre los restos
del naufragio.
***
A lo largo de este breve recorrido por algunas de las más notables expe-
riencias de los movimientos urbanos, en lo que hemos denominado la se-
gunda etapa que nace con las protestas nacionales chilenas bajo Pinochet,
aparecen cinco características que quisiera sintetizar:
– los actores no son ya migrantes del campo sino personas que nacieron
en la ciudad y que tienen una larga experiencia de vida urbana. Los
barrios construidos en la primera etapa ya son insuficientes para al-
bergarlos y tienden a ocupar nuevos espacios, aunque cada vez es
más evidente que quedan muy pocos terrenos «libres».
– los barrios-islas tienden a convertirse en archipiélagos o grandes man-
chas urbanas (como los conos de Lima). En todo caso, se trata de
territorios consolidados donde el estado tiene grandes dificultades para
ingresar y debe hacerlo de la mano de sus aparatos represivos, como
sucede en Santiago o en Rio de Janeiro, ya que las posibilidades de
control han mermado por la autoafirmación de los sectores populares.
– la tendencia a la producción y reproducción de sus vidas por y entre
los sectores populares, crece y se convierte en la forma de relación
dominante en esos territorios. Aunque las relaciones no capitalistas
aún no son hegemónicas, van abriéndose paso lentamente, con avan-
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AUTONOMÍAS Y EMANCIPACIONES. AMÉRICA LATINA EN MOVIMIENTO



ces y retrocesos. El control territorial facilita la creación y el manteni-
miento de esas relaciones, y la desconexión de los ciclos del capital
hace necesario que los sectores populares las profundicen para poder
sobrevivir.
desde 1989 vivimos un período de ofensiva de los sectores populares
urbanos, que adquiere las más diversas formas. Las insurrecciones
urbanas son la forma más visible de esa ofensiva, que pasa también
por una sorda y subterránea sociabilidad que está empezando a cubrir
todas las áreas, desde la salud y la educación hasta la producción
material. El fenómeno del narcotráfico, que se expandió en los territo-
rios de la pobreza urbana en este período, debe verse inserto en esta
tendencia de largo plazo de contraofensiva popular.
estamos ante dos mundos. Incluso el Estado bolivariano está forzado
a negociar de igual a igual con los sectores populares urbanos. Ellos
son los que pueden dar o no estabilidad a los procesos en curso. Se ha
hecho indispensable contar con ellos para garantizar la continuidad del
modelo de acumulación que día a día es presionado («modulado y
controlado» como señala Quijano) por los de abajo agrupados en las
periferias urbanas. Este mundo otro no puede ser representado en el
mundo formal, no sólo es diferente sino también externo al mundo
estatal-capitalista.
uno de los debates que atraviesan y dividen al mundo popular es qué
relaciones mantener con el estado (gobierno, municipios) y con el
sistema de partidos. En este punto existen dos posiciones. Quienes
sostienen que debe mantenerse algún tipo de relación porque hay que
aprovechar todos los espacios para fortalecer el proyecto y el mundo
de los de abajo, y quienes se inclinan por trabajar de forma autónoma
sin ninguna relación con el estado, los de arriba, el capital.
Muchos colectivos se han dividido a raíz de estas posiciones en pugna.
Una diferencia importante respecto al primer período, es que este debate
no es patrimonio exclusivo de dirigentes o de intelectuales externos a los
movimientos sino que involucra a muchos activistas. Y que no es un deba-
te de carácter ideológico sino que las posiciones en juego, las más de las
veces, se relacionan con la experiencia de las organizaciones y movimien-
tos. Creo que participar en instancias estatales debilita a los movimientos,
desvía fuerzas de la tarea principal que es fortalecer lo «nuestro». En ese
sentido comparto las posiciones zapatistas. Pero existen muchos movi-
mientos combativos, consecuentes y que luchan por un verdadero cambio
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LAS PERIFERIAS URBANAS, ¿CONTRAPODERES DE ABAJO?
social, que mantienen relaciones con el estado y aún así siguen siendo
autónomos. Es el caso del MST de Brasil. Estas diferencias en el seno de
los movimientos no se resolverán en el corto plazo y habrá que ver la
mejor forma de procesarlas con el menor daño posible para las organiza-
ciones del abajo.
5) ¿Qué poderes en las periferias?
Me gustaría comprender los movimientos urbanos populares desde una
perspectiva de larga duración y desde una mirada que pueda captar los
procesos subterráneos o invisibles. O sea, ser capaces de reconstruir el
recorrido de los sectores populares en los últimos 50-100 años, y poder
hacerlo de modo de rastrear cuál es su «proyecto histórico». Los cortes
temporales son decisivos porque son los que permiten develar la agenda
que subyace debajo y detrás de las acciones visibles, de las grandes
luchas y las masivas movilizaciones, y permiten encadenar varios ciclos
de lucha que, en apariencia, no tendrían ninguna relación. Comparar la
situación de los sectores populares urbanos en 1900, o en 1950, con la de
2000, es lo que nos puede permitir deducir el camino que están transitan-
do. Cambios lentos exigen ser comprendidos en tiempos largos.
Los dominados no actúan de modo simétrico a los dominadores, y por
eso no formulan racionalmente un proyecto para luego intentar hacerlo
realidad. Como los pobladores chilenos a la hora de construir su campa-
mento –no dibujan planos sino que al habitar generan el espacio habitado–
, los sectores populares de nuestro continente van creando su proyecto
histórico a medida que lo van recorriendo-viviendo. No hay un plan previo
y quien no comprenda esto no puede comprender mucho de la realidad de
nuestros pueblos. Quiero proponer entonces, no a modo de teorización
acabada sino apenas como propuesta para el debate, un conjunto de con-
clusiones del recorrido que hice en este ensayo.
1) Un siglo atrás las ciudades eran el espacio de las clases dominantes y
de los sectores medios con los que mantenían una relación, armoniosa o
no. Hoy esos sectores han sido desplazados o están cercados por los sec-
tores populares. Dicho de otro modo, los de abajo están cercando los es-
pacios físicos y simbólicos donde las clases dominantes habían establecido
su poder. La pobreza es una cuestión de poder. Desde este punto de vista,
los pobres de nuestro continente se afincaron en las ciudades, sin perder
sus vínculos con las zonas rurales, y están en mejores condiciones para
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AUTONOMÍAS Y EMANCIPACIONES. AMÉRICA LATINA EN MOVIMIENTO
arrinconar a las clases dominantes. Estas han debido emigrar hacia otros
espacios, atrincherarse en ellos porque –literalmente– temen a los pobres.
Están rodeadas.
Mi hipótesis es que en el último medio siglo las periferias urbanas de
las grandes ciudades han ido formando un mundo propio, transitando un
largo camino: de la apropiación de la tierra y el espacio a la creación de
territorios; de la creación de nuevas subjetividades a la constitución de
sujetos políticos nuevos y diferentes respecto a la vieja clase obrera indus-
trial sindicalizada; de la desocupación a la creación de nuevos oficios para
dar paso a economías contestatarias. Este largo proceso no ha sido, a mi
modo de ver, reflexionado en toda su complejidad y aún no hemos descu-
bierto todas sus potencialidades.
2) El telón de fondo de este proceso de los sectores populares, es la ex-
pansión de una lógica familiar-comunitaria centrada en el papel de la mu-
jer-madre en torno a la que se modela un mundo de relaciones otras:
afectivas, de cuidados mutuos, de contención, inclusivas. Estas formas de
vivir y de hacer, han salido de los ámbitos «privados» en los que se habían
refugiado para sobrevivir y, de la mano de la crisis sistémica que se ha
hecho evidente luego de la revolución mundial de 1968, se vienen expan-
diendo hacia los espacios públicos y colectivos.
La expansión de la mujer-madre es evidente en todos los movimientos
sociales actuales. En algunos, el 70% de sus miembros son mujeres que
van con sus hijos, como sucede entre los grupos piqueteros en Argentina.
Esto tiene consecuencias que van mucho más allá de lo cuantitativo. Con
ellas, irrumpe otra racionalidad, otra cultura, una episteme relacional, como
señala Alejandro Moreno (Moreno, 2006). Esto se vincula con otra idea
de movimiento, pero también de vida. Es esta una cosmovisión en la que
las relaciones (y no las cosas) juegan un papel central, que incluye otra
forma de conocer, de vivir, de sentir. La fuerza motriz principal de este
mundo otro nace de los afectos: el amor, la amistad, la fraternidad. Sobre
esa base se viene creando un sistema de relaciones económicas paralelo y
externo a la economía capitalista de mercado.
3) En los espacios y tiempos de esta sociedad diferente vive un mundo
otro: femenino, de valores de uso, comunitario, autocentrado, espontáneo
en el sentido profundo del término, o sea natural y autodirigido. Este mun-
do está siendo capaz de producir y re-producir la vida de las personas que
participan en él mientras se autoproduce circularmente (por autopoiesis) y
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LAS PERIFERIAS URBANAS, ¿CONTRAPODERES DE ABAJO?
no tiene fines externos. No nace ni crece por oposición al mundo estatal-
masculino, de valores de cambio, polarizador, asentado en instituciones
(partidos, asociaciones) que se regulan según relaciones binarias mando-
obediencia, causa-efecto (planificación). Nace y crece por sus propias
dinámicas internas, pero si no consigue sobrevivir, expandirse y desplazar
al mundo estatal-masculino, la supervivencia de la humanidad estará en
peligro.
Por femenino y masculino o patriarcal, entiendo dos modos opuestos y
complementarios, dos cosmovisiones o civilizaciones si se prefiere. Con el
advenimiento del capitalismo, una cultura patriarcal, logocéntrica,
newtoniana-cartesiana se convirtió en hegemónica, asentada entre otros
en el principio del tercero excluido, una racionalidad de exclusión que su-
pone una violencia inaudita contra las personas y la vida. Es esta una
cultura de muerte, colonial, depredadora, donde el sujeto somete al objeto.
Entre los pueblos indios de América, entre los pueblos de Oriente y entre
los sectores populares existe otra cosmovisión que podemos llamar feme-
nina o matrística: holista, relacional, asentada en la complementariedad de
los opuestos y en la reciprocidad (Medina, 2006). Creo que esta es la
cultura de vida, emancipatoria, donde no hay relación sujeto-objeto sino
pluralidad de sujetos. No es simplemente una cuestión de géneros. Como
imagen, tal vez la más adecuada sea el yin y el yang del taoísmo o cha-
cha y warmi de los aymaras. En esta cosmovisión, el cambio no consiste
en la aniquilación de un enemigo (revolución y dictadura del proletariado)
sino en el pachakutik, el vuelco cósmico, el mundo puesto al revés.
4) ¿Poder popular? ¿Contrapoderes de abajo? Es un tema abierto. La
cuestión del poder está en el centro de muchos debates actuales entre
movimientos sociales y políticos, desde la irrupción del zapatismo. En este
punto, considero que el mismo concepto de poder debe ser revisado. Suelo
hablar de «poderes no estatales», pero aún así me parece insuficiente. Las
Juntas de Buen Gobierno en los municipios autónomos zapatistas, ejercen
el poder de forma rotatoria de modo que en un tiempo todos los habitantes
de una zona han aprendido a gobernar. Pero, ¿puede hablarse de poder
cuando lo ejerce la comunidad?
Lo cierto es que entre nosotros viven dos mundos. Uno de ellos está
hoy fuera de control, ya que ha hecho de la dominación y la destrucción su
alimento principal. El otro mundo es la única chance que tenemos de se-
guir siendo seres humanos y de conservar la naturaleza y los bienes comu-
nes para beneficio de todos y todas. Pero la lógica de vida de este mundo
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AUTONOMÍAS Y EMANCIPACIONES. AMÉRICA LATINA EN MOVIMIENTO
otro no es simétrica a la del mundo hegemónico. De modo que no puede
crecer destruyendo y aniquilando al mundo de la opresión, sino a su
modo: por expansión, dilatación, difusión, contagio, disipación, irradia-
ción, resonancia. O sea, de modo natural. Este es el modo en que viene
creciendo el no-capitalismo en las periferias urbanas desde hace por lo
menos medio siglo.
Quiero decir que el triunfo de este mundo otro no es posible imponerlo,
como ha hecho el capital. Podemos, sí, insuflarle vida, contribuir a expan-
dirlo, ayudarlo a vivir y a elevarse. El movimiento existe, no podemos
inventarlo ni dirigirlo. A lo sumo, podemos formar parte de él, moviéndo-
nos también, mejorando el arte de mover-nos. No es poco, sobre todo
porque esa capacidad de mover-nos es la única que puede salvar-nos.