LAS PERIFERIAS URBANAS, ¿CONTRAPODERES DE ABAJO?
Raul Zibechi
Cuando el proletariado se mostraba rebelde y actuaba por
su cuenta, se le describía como un monstruo, una hidra
policéfala.
PETER LINEBAUGH y MARCUS REDIKER
La hidra de la revolución
Si a comienzos del siglo XXI algún fantasma capaz de atemorizar a las
élites está recorriendo América Latina, es seguro que se hospeda en las
periferias de las grandes ciudades. Del corazón de las barriadas pobres
han surgido en las dos últimas décadas los principales desafíos al siste-
ma dominante: desde el Caracazo de 1989 hasta la comuna de Oaxaca
en 2006. Prueba de ello son los levantamientos populares de Asunción
en marzo de 1999, Quito en febrero de 1997 y enero de 2000, Lima y
Cochabamba en abril de 2000, Buenos Aires en diciembre de 2001,
Arequipa en junio de 2002, Caracas en abril de 2002, La Paz en febrero
de 2003 y El Alto en octubre de 2003, por mencionar sólo los casos más
relevantes.
En las páginas que siguen pretendo hacer un breve y selectivo recorri-
do por algunos movimientos urbanos a lo largo del último medio siglo, con
la esperanza de comprender los itinerarios de larga duración y las agendas
ocultas de los sectores populares urbanos. Ellas no son formuladas de
modo explícito o racional por los pobres de las ciudades, en clave de estra-
tegias y tácticas o de programas políticos o reivindicativos, sino que, como
suele suceder en la historia de los oprimidos, el andar hace camino. Esta
convicción me sugiere que sólo a posteriori puede reconstruirse la cohe-
rencia de un recorrido que siempre suele rebasar o enmendar las intencio-
nes iniciales de los sujetos. Previamente repaso las nuevas estrategias que
está formulando la derecha imperial para abordar los desafíos que supo-
nen las periferias de las grandes ciudades y pongo en cuestión, también de
modo sucinto, un conjunto de tesis que cuestionan la posibilidad de que los
marginados sean sujetos políticos.
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AUTONOMÍAS Y EMANCIPACIONES. AMÉRICA LATINA EN MOVIMIENTO
Militarización y estado de excepción
El control de los pobres urbanos es el objetivo más importante que se han
trazado tanto los gobiernos como los organismos financieros globales y las
fuerzas armadas de los países más importantes. Se estima que mil millo-
nes de personas viven en las barriadas periféricas de las ciudades del
tercer mundo y que los pobres de las grandes ciudades del mundo trepan
a dos mil millones, un tercio de la humanidad. Esas cifras se duplicarán en
los próximos 15 a 20 años, ya que el crecimiento de la población mundial
se producirá íntegramente en las ciudades y un 95% se registrará en los
suburbios de las ciudades del sur (Davis, 2006b). La situación es más
grave aún de lo que muestran los números: la urbanización, como señala
Mike Davis, se ha desconectado y autonomizado de la industrialización y
aún del crecimiento económico, lo que implica una «desconexión estructu-
ral y permanente de muchos habitantes de la ciudad respecto de la econo-
mía formal» (2006b), mientras los modos actuales de acumulación siguen
expulsando personas del campo.
Muchas grandes ciudades latinoamericanas parecen por momentos al
borde de la explosión social y varias de ellas han venido estallando en las dos
últimas décadas por los motivos más diversos. El temor de los poderosos
parece apuntar en una doble dirección: aplazar o hacer inviable el estallido o
la insurrección y, por otro lado, evitar que se consoliden esos «agujeros ne-
gros» fuera del control estatal donde los de abajo «ensayan» sus desafíos
que pronto se convierten en rebeliones como señala James Scott (2000).
Por eso, en todo el continente los planes sociales han puesto en la mira
a las poblaciones de las periferias urbanas, donde buscan instrumentar
nuevas formas de control y disciplinamiento a través de subsidios y un
conocimiento más fino de esas realidades. Por otro lado, las publicaciones
dedicadas al pensamiento estratégico y militar, así como los análisis de los
organismos financieros, dedican en los últimos años amplios espacios a
abordar los desafíos que presentan las maras y las pandillas, y a debatir los
nuevos problemas que plantea la guerra urbana60. Los conceptos de «gue-
60
180
Véase a modo de ejemplo: Steven Boraz y Thomas Bruneau, «La Mara Salvatrucha y la
Seguridad en América Central», Military Review, noviembre-diciembre de 2006; Federico
Brevé, «Las Maras: Desafío Regional», Military Review, marzo-abril 2007; Peter W.
Chiarelli, «Lograr la paz: el requisito de las operaciones de espectro total», Military
Review, noviembre-diciembre de 2005; Ross A. Brown, «La evaluación de un comandan-
te: Bagdad del Sur», Military Review, mayo-junio de 2007; C G Blanco, «Mara Salvatrucha
13», Instituto Nueva Mayoría, 5 de agosto de 2005; Miguel Díaz, «La otra guerra que
LAS PERIFERIAS URBANAS, ¿CONTRAPODERES DE ABAJO?
rra asimétrica» y de «guerra de cuarta generación» son respuestas a pro-
blemas idénticos a los que plantean las periferias urbanas del tercer mun-
do. Los estrategas ven con claridad el nacimiento de un tipo de guerra
diferente, en el que la superioridad militar no juega un papel decisivo. Des-
de este punto de vista, los planes sociales y la militarización de las perife-
rias pobres son dos caras de una misma política ya que buscan controlar a
las poblaciones que están fuera del alcance de los estados61.
El Estado ha perdido el monopolio de la guerra y las élites sienten que
los «peligros» se multiplican. «En casi todos los lugares, el estado está
perdiendo», asegura William Lind, director del Centro para el Conserva-
durismo Cultural de la Fundación del Congreso Libre (Lind, 2005). Pese a
ser partidario de abandonar Irak lo antes posible, Lind defiende la «guerra
total» que supone enfrentar a los enemigos en todos los terrenos: econó-
micos, culturales, sociales, políticos, comunicacionales y también milita-
res. Un buen ejemplo de esta guerra de espectro total es que los peligros
para la hegemonía estadounidense anidan en todos los aspectos de la vida
cotidiana o, si se prefiere, en la vida a secas. A modo de ejemplo, conside-
ra que «en la guerra de cuarta generación, la invasión mediante la inmigra-
ción puede ser tan peligrosa como la invasión que emplea un ejército de
Estado» (Lind, 2005). Los nuevos problemas que nacen a raíz de la «crisis
universal de legitimidad del estado» ponen en el centro a los «enemigos no
estatales». Esto lo lleva a concluir con una doble advertencia a los mandos
militares: ninguna fuerza armada ha logrado éxito ante un enemigo no
estatal; pero el problema de fondo, es que las fuerzas armadas de un
estado fueron diseñadas para luchar contra las fuerzas armadas de otro
estado. Esta paradoja está en el núcleo del nuevo pensamiento militar, que
debe ser reformulado completamente para asumir desafíos que antes co-
rrespondían a las áreas «civiles» del aparato estatal. La militarización de
la sociedad para recuperar el control de las periferias urbanas no es sufi-
ciente, como lo revela la experiencia militar reciente en el tercer mundo.
Los mandos militares que se desempeñan en Irak parecen tener clara
conciencia de los problemas que deben enfrentar. El general de división
Peter W. Chiarelli sobre la base de su reciente experiencia en Bagdad,
pero sobre todo en el suburbio de Ciudad Sadr, sostiene:
Washington no está ganando», Instituto Nueva Mayoría, 16 de marzo de 2007; Banco
Interamericano de Desarrollo, Seminario «La faceta ignorada de la violencia juvenil:
estudios comparativos sobre maras y pandillas».
6 1 He abordado los planes sociales como forma de control y disciplinamiento de los pobres
en: Zibechi, 2006a.
181
AUTONOMÍAS Y EMANCIPACIONES. AMÉRICA LATINA EN MOVIMIENTO
«La conducción de la guerra en la forma que estamos acos-
tumbrados, ha cambiado. La progresión demográfica en las
grandes áreas urbanas, junto con la inhabilidad del gobierno
local de mantenerse al paso con los servicios básicos, crea
las condiciones ideales para que los ideólogos fundamentalistas
saquen provecho de los elementos marginados de la pobla-
ción. Emplear nuestra fuerza económica con un instrumento
de poder nacional equilibra el proceso de logar el éxito soste-
nible a largo plazo» (Military Review, 2005: 15).
La seguridad es el objetivo a largo plazo, pero no se consigue con
acciones militares. «Las operaciones de combate proporcionarían las vic-
torias posibles a corto plazo (…) pero a la larga, sería el comienzo del fin.
En el mejor de los casos, causaríamos la expansión de la insurgencia»
(Military Review, 2005: 15). De ahí concluye que las dos líneas de acción
tradicionales, como las operaciones de combate y el adiestramiento de
fuerzas de seguridad locales, son insuficientes. Se propone asumir tres
líneas de acción «no tradicionales», o sea aquellas que antes correspon-
dían al gobierno y a la sociedad civil: dotar a la población de servicios
esenciales, construir una forma de gobierno legítimo y potenciar el «plu-
ralismo económico». Con las obras de infraestructura buscan mejorar la
situación de la población más pobre y a la vez crear fuentes de empleo
que sirvan para enviarles señales visibles de progreso. En segundo lugar,
crear un régimen «democrático» es considerado un punto esencial para
legitimar todo el proceso. Para los mandos de Estados Unidos en Irak, el
«punto de penetración» de sus tropas fueron las elecciones del 30 de
enero de 2005. En el pensamiento estratégico la democracia queda re-
ducida a la emisión del voto, que no sólo no es contradictorio sino funcio-
nal a un estado de excepción permanente (Agamben, 2003). Por último,
mediante la expansión de la lógica del mercado, que busca «aburguesar
los centros de las ciudades y crear concentraciones de empresas» que se
conviertan en un sector dinámico que impulse al resto de la sociedad, se
intenta reducir la capacidad de reclutamiento de los insurgentes (Military
Review, 2005: 12).
Véase cómo la «democracia», la expansión de los servicios y la eco-
nomía de mercado son mecanismos que se ponen al servicio del objetivo
esencial: fortalecer el poder y la dominación. Este conjunto de mecanis-
mos es lo que hoy las fuerzas armadas de la principal potencial global
consideran como la forma de obtener «seguridad verdadera a largo pla-
182
LAS PERIFERIAS URBANAS, ¿CONTRAPODERES DE ABAJO?
zo». En adelante, la población pobre de las periferias urbanas será, en la
jerga militar, «el centro de gravedad estratégico y operacional». En las
circunstancias de países con estados débiles y altas concentraciones de
pobres urbanos, los mecanismos biopolíticos se inscriben como parte del
proceso de militarización de la sociedad. En tanto, las fuerzas armadas
son las que ocupan durante un tiempo el lugar del soberano, reconstruyen
el estado y ponen en marcha –de modo absolutamente vertical y autorita-
rio– los mecanismos biopolíticos que aseguran la continuidad de la domi-
nación. Los mecanismos de control disciplinarios y los biopolíticos apare-
cen entrelazados y, en casos extremos como Irak, las favelas de Rio de
Janeiro o las barriadas de Puerto Príncipe en Haití, forman parte esencial
de los planes militares.
La política de Estados Unidos después de los atentados del 11 de se-
tiembre de 2001 se ajusta al concepto de «estado de excepción permanen-
te» que establece Agamben, aunque se trata de la consolidación de una
tendencia que ya se venía imponiendo de modo consistente. Se aplica de
modo indistinto en situaciones y por razones muy diversas, desde proble-
mas políticos internos hasta amenazas exteriores, desde una emergencia
económica hasta un desastre natural. En efecto, el estado de excepción se
aplicó en situaciones como la crisis económico-financiera argentina que
eclosionó en diciembre de 2001 en un amplio movimiento social; para en-
frentar los efectos del huracán Katrina en Nueva Orleáns; para contener
la rebelión de los inmigrantes pobres de las periferias de las ciudades fran-
cesas. Lo común, más allá de circunstancias y países, es que en todos los
casos se aplica para contener a los pobres de las ciudades: negros,
inmigrantes, desocupados. Para Agamben, el totalitarismo puede ser defi-
nido como «la instauración, a través del estado de excepción, de una gue-
rra civil legal, que permite la eliminación física no sólo de los adversa-
rios políticos sino de categorías enteras de ciudadanos que por cual-
quier razón resultan no integrables en el sistema político» (Agamben, 2003:
25). Esas categorías son, principalmente, los habitantes de los barrios po-
pulares, aquellos sectores que quedaron desconectados de la economía
formal, de modo permanente y estructural.
Walter Benjamin en su octava tesis «Sobre el concepto de historia»,
asegura que «la tradición de los oprimidos nos enseña que el estado de
excepción en el que vivimos es la regla». Luego de reconocer que la afir-
mación se sustenta en la realidad de la vida cotidiana de los de abajo, se
impone abordar la segunda parte de la misma tesis, que sostiene que «de-
bemos llegar a un concepto de historia que se corresponda con esta situa-
183
AUTONOMÍAS Y EMANCIPACIONES. AMÉRICA LATINA EN MOVIMIENTO
ción». Para ello no parece suficiente cuestionar la idea occidental de pro-
greso. El nudo del problema está en el llamado estado de derecho que se
basa en la violencia («violencia mítica» dice Benjamin) como creadora del
derecho y como garantía de su conservación. Si efectivamente «el derecho
es el sometimiento al poder de una parte de la vida» (Mate, 2006: 147), esa
porción de vida es la que corresponde a una parte de la sociedad que vive
en un espacio sin ley.
Este dominio de la vida por la violencia es lo que Agamben registra en
el campo de concentración, el espacio donde se materializa el estado de
excepción convertido en el modo de gobierno dominante en la política
actual (Agamben, 1998). Pero la nuda vida a la que ha sido reducida la
vida humana en el campo (o en la periferia urbana) supone un desafío
para las formas de hacer política, y de cambiar el mundo, hegemónicas
desde la revolución francesa en occidente. Dicho en términos de Agamben,
«desde los campos de concentración no hay retorno posible a la política
clásica», en la medida en que ya no hay distinción posible entre «ciudad y
casa», entre «nuestro cuerpo biológico y nuestro cuerpo político» (Agamben,
1998: 238).
¿No hay salida? ¿El estado totalitario llegó para quedarse y no nos
queda otra opción que convertirnos, en la medida que desafiemos el orden
imperial, en objetos condenados a habitar campos como Guantánamo?
Agamben asegura que el éxodo no es opción practicable, en gran medida
porque, por lo menos en el primer mundo, no hay un afuera al que emigrar
ya que el estado-capital ha colonizado todos los poros de la vida. Lo que es
seguro es que no puede encontrarse alternativa fuera o lejos de los espa-
cios en los que impera el estado de excepción, de los campos-periferias en
los que se vive con un dólar al día, porque es allí donde se manifiesta en
toda su crudeza la verdadera «estructura originaria de la estatalidad»
(Agamben, 1998: 22).
El retorno de las clases peligrosas
En el trasfondo de esta situación está la crisis del liberalismo y la crisis de
los estados-nación. El punto de quiebre fue la revolución mundial de 1968
que mostró a las clases dirigentes que no podían mantener en pie el Estado
benefactor (y era imposible extenderlo a todo el mundo) sin afectar el
proceso de acumulación de capital. La fórmula del Estado liberal (sufragio
universal más estado del bienestar) «funcionó maravillosamente» como
medio para «contrarrestar las aspiraciones democráticas» y «contener a
184
LAS PERIFERIAS URBANAS, ¿CONTRAPODERES DE ABAJO?
las clases peligrosas» (Wallerstein, 2004: 424)62. En los países centrales,
este sistema podía mantenerse sobre la base de la explotación del Sur
asentada en el racismo. Pero la revolución de 1968 convenció a las clases
dominantes que debían dar un golpe de timón, y así lo hicieron. Estamos
ante un cambio sistémico de larga duración. En adelante, «los países del
Sur no pueden esperar un desarrollo económico sustancial» pero la pre-
sión democratizadora –o sea «una actitud igualitaria y antiautoritaria»–
sigue creciendo. El resultado, una vez abandonado el estado benefactor
que integró a los de abajo y les dio esperanzas de un mundo mejor, es que
«las clases peligrosas vuelven a serlo» (Wallerstein, 2004: 424).
En el lugar del Estado benefactor y de la sociedad industrial se instala
un caos multiforme y multicausal. Wallerstein enfatiza cinco aspectos que
lo potencian: el debilitamiento de los Estados, la escalada de guerras y
conflictos violentos ante la ineficacia del sistema interestatal, el ascenso
de multitud de grupos defensivos, el aumento de crisis locales, nacionales
y regionales, y la proliferación de nuevas enfermedades (Wallerstsein, 2004:
425-427). Las periferias urbanas representan una de las fracturas más
importantes en un sistema que tiende al caos. Allí es donde los Estados
tienen menor presencia, donde los conflictos y la violencia que acompa-
ñan la desintegración de la sociedad son parte de la cotidianeidad, donde
los grupos tienen mayor presencia al punto que en ocasiones consiguen
el control de las barriadas y, finalmente, es en esos espacios donde las
enfermedades crecen de modo exponencial. Dicho en los términos de
Wallerstein, en los suburbios confluyen algunas de las más importantes
fracturas que atraviesan al capitalismo: de raza, clase, etnicidad y género.
Son los territorios de la desposesión casi absoluta. Y de la esperanza, diga-
mos con Mike Davis.
Pero hay un aspecto tan importante como la crisis de los Estados que,
aunque no es mencionado por los estrategas de los Estados Unidos, pare-
ce estar jugando un papel relevante. Wallerstein detecta ocho grandes
diferencias entre la anterior fase de expansión capitalista, que sitúa entre
1945 y 1967/73, y la actual que supone se extenderá hasta 2025 aproxima-
damente. Sin entrar en detalles, esas diferencias son: la existencia de un
mundo bipolar (sostiene que la «entente» USA-URSS conformaba un mundo
unipolar); no habrá inversiones en el Sur; fuerte presión inmigratoria hacia
el Norte; crisis de las capas medias en el Norte; límites ecológicos al
6 2 Un análisis más detallado se puede encontrar en: Immanuel Wallerstein Después del
liberalismo, Siglo XXI, México, 1996.
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AUTONOMÍAS Y EMANCIPACIONES. AMÉRICA LATINA EN MOVIMIENTO
crecimiento económico, desruralización y urbanización; capas medias y
pobres tienden a unirse en el Sur; y ascenso de la democratización y decli-
ve del liberalismo (Wallerstein, 2004: 418-424). La crisis de las clases
medias y su posible unidad con los pobres harían insostenible el sistema y
terminarían por horadar su legitimidad, sostiene este análisis.
Es cierto que en el período de prosperidad «las capas medias se con-
virtieron en un pilar importante para la estabilidad de los sistemas políticos
y constituyeron de hecho un pilar muy robusto (Wallerstein, 2004: 420).
Hoy, incluso en el Norte, las nuevas formas de acumulación se apoyan en
procesos productivos que disminuyen considerablemente el porcentaje de
capas medias y se reducen los presupuestos estatales. Estas decisiones
han sido tomadas por el capital como forma de relanzar el proceso de
acumulación dañado por la oleada de militancia obrera de los 60. Pero
ahora se le añaden otros problemas, como la existencia de varios polos de
crecimiento enfrentados. La ardua competencia entre capitalismos con-
lleva una potente lucha por desprenderse de todos los gastos que sean
posibles, lo que debilita estructuralmente a las capas medias.
En paralelo, el debilitamiento de las capas medias es un factor que
agudiza la crisis de legitimidad de los Estados. La apropiación de plusvalor
«tiene lugar de forma que no son dos, sino tres, los participantes en el
proceso de explotación», ya que existe un «nivel intermedio que participa
en la explotación del estrato más bajo pero también es explotado por el
más alto» (Wallerstein, 2004: 293). En la misma fábrica, es decir en el
núcleo de la producción capitalista, prolifera una amplia capa de personas
que responden a esa característica: capataces y sus ayudantes, controla-
dores, supervisores, administrativos. Incluso en los países del tercer mun-
do esa capa llegó a representar entre el 15 y el 20% del total de trabajado-
res fabriles63. Se trata de una cuestión política de primer orden:
Este formato en tres estratos tiene un efecto esencialmente
estabilizador, mientras que un formato en dos estratos sería
esencialmente desintegrador. No quiero decir con esto que
siempre existan tres estratos; lo que digo es que los que se
hallan en el estrato superior siempre tratan de asegurar la
existencia de tres estratos a fin de preservar mejor sus privi-
63
186
Creo haber demostrado que la derrota de la clase obrera uruguaya estuvo ligada, entre
otras, a la capacidad de los capitalistas de aislarlos al cederle poder a las capas medias
(Zibechi, 2006c).
LAS PERIFERIAS URBANAS, ¿CONTRAPODERES DE ABAJO?
legios, mientras que los que se hallan en el estrato inferior,
por el contrario, tratan de reducirlos a dos, para desmantelar
más fácilmente esos privilegios. Este combate sobre la exis-
tencia de un tercio intermedio es continuo, tanto en términos
políticos como de conceptos ideológicos básicos (pluralistas
contra maniqueos), y es la cuestión clave en torno a la que se
centra la lucha de clases. (Wallerstein, 2004: 293)
Este modelo trimodal puede aplicarse al planeta (centro, semi-perife-
ria, periferia) y también a las ciudades (barrios para ricos, para capas
medias y barriadas). El problema que enfrenta la dominación en muchos
países latinoamericanos es que las capas medias son clases en decaden-
cia, igual que la clase obrera industrial, mientras los pobres de las barria-
das, los llamados marginados o excluidos, son clases en ascenso. Por
eso generan tanto temor, y por la misma razón hay tantos proyectos
focalizados destinados a controlarlos: planes militares y planes sociales.
Muchas sociedades del continente tienden a la polarización, sobre todo en
momentos de agudas crisis. Cuando eso sucede, o por lo menos cuando
esa es la percepción generalizada, como sucedió en Argentina en 2001 y
en Bolivia en 2003, a las élites les resulta indispensable ceder para no
perder sus privilegios.
***
Las periferias urbanas concentran los sectores sociales que se han desco-
nectado de la economía formal y se convirtieron en territorios fuera de
control de los poderosos. Las élites intentan resolver esta «anomalía» a
través de una creciente militarización de esos espacios, y de modo simul-
táneo aplican modos biopolíticos de gobernar multitudes para obtener se-
guridad a largo plazo.
La peculiaridad latinoamericana es que las técnicas biopolíticas están
siendo implementadas por los gobiernos progresistas a través de los pla-
nes sociales, pero también desembarcan en la punta de los fusiles de fuer-
zas militares que actúan como ejércitos de ocupación, aun en sus propios
países. En Brasil, por poner apenas un ejemplo, se aplican ambas de modo
simultáneo: el pan Hambre Cero es compatible con la militarización de las
favelas. Las izquierdas latinoamericanas consideran a las periferias po-
bres como reductos de delincuencia, narcotráfico y violencia, espacios
donde reina el caos y algo así como la ley de la selva. La desconfianza
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AUTONOMÍAS Y EMANCIPACIONES. AMÉRICA LATINA EN MOVIMIENTO
ocupa el lugar de la comprensión. En este punto no hay la menor diferen-
cia entre derecha e izquierda.
Mike Davis ha conseguido echar una mirada diferente hacia las peri-
ferias urbanas y sintetiza los desafíos que presentan en una acertada fra-
se: «Los suburbios de las ciudades del tercer mundo son el nuevo escena-
rio geopolítico decisivo» (2007). Este trabajo pretende responder breve-
mente, para el caso de América Latina, cómo y porqué estas periferias se
han convertido en esos «escenarios decisivos». Más aún: en los espacios
desde los que las clases subalternas han lanzado los más formidables de-
safíos al sistema capitalista, hasta convertirse en algo así como
contrapoderes populares de abajo.
1) ¿Pueden los marginados ser sujetos?
Las ciencias sociales y buena parte del pensamiento crítico no parecen es-
tar acertando a la hora de comprender la realidad de las periferias urbanas
de América Latina. Las categorías clasistas, la confianza ciega en las fuer-
zas del progreso, la aplicación de conceptos acuñados para otras realidades,
han distorsionado la lectura de esos espacios donde los sectores populares
oscilan entre la rebelión, la dependencia de caudillos y la búsqueda de pre-
bendas del Estado. Se insiste en considerar las barriadas como una suerte
de anomalía, casi siempre un problema y pocas veces como espacios con
potenciales emancipatorios. Veremos brevemente algunas de estas ideas.
Federico Engels en su polémica con Proudhon, reflejada en El pro-
blema de la vivienda, hace hincapié en que la propiedad –de la tierra o de
la vivienda– es una rémora del pasado que impide al proletariado luchar
por un mundo nuevo. Marx y Engels creían que el completo despojo es lo
que permite a los proletarios luchar por un mundo nuevo, razón por la que
ambos creyeron que el campesinado nunca sería una clase revolucionaria.
Por el contrario, Proudhon sostenía que el hombre del paleolítico, que tiene
su caverna, y el indio, que posee su propio hogar, estaban en mejores
condiciones que los obreros modernos que habían quedado «prácticamen-
te en el aire». La respuesta de Engels desnuda las dificultades del marxis-
mo, ligadas a una concepción lineal de la historia, por lo que vale citarla
pese a su extensión:
Para crear la clase revolucionaria moderna del proletariado
era absolutamente necesario que fuese cortado el cordón
umbilical que ligaba al obrero del pasado con la tierra. El
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LAS PERIFERIAS URBANAS, ¿CONTRAPODERES DE ABAJO?
tejedor a mano, que poseía, además de su telar, una casita, un
pequeño huerto y una parcela, seguía siendo a pesar de toda
la miseria y de toda la opresión política, un hombre tranquilo
y satisfecho, ‘devoto y respetuoso’, que se quitaba el som-
brero ante los ricos, los curas y los funcionarios del Estado y
que estaba imbuido de un profundo espítiru de esclavo. Es
precisamente la gran industria moderna la que ha hecho del
trabajador encadenado a la tierra un proletario proscrito, ab-
solutamente desposeído y liberado de todas las cadenas tra-
dicionales. La expulsión del obrero de toda casa y hogar (…)
fue la condición primerísima de su emancipación espiritual.
El proletariado de 1872 se halla a un nivel infinitamente
más elevado que el de 1772, que poseía ‘casa y hogar’. ¿Acaso
el troglodita con su caverna, el australiano con su cabaña de
adobe y el indio con su hogar propio pueden realizar alguna
vez una Comuna de París? (Engels, 1976: 30-31)
Por cierto, Proudhon sostenía la idea de que a través de la propiedad
los trabajadores mejorarían su situación en la sociedad, cuestión que Engels
critica acertadamente. Pero tampoco es cierto que la propiedad sea, en
abstracto, un freno para constituirse en sujeto. Las luchas sociales latinoa-
mericanas muestran todo lo contrario. Ha sido precisamente el haber
mantenido o re-creado espacios bajo su control y posesión lo que ha per-
mitido a los sectores populares resistir los embates del sistema. La con-
quista de la tierra, la vivienda, las fábricas, han sido el camino adoptado
para potenciar sus luchas. En paralelo, desde esos territorios conquistados
los pobres han lanzado formidables desafíos a los Estados y las élites. Ni
Engels ni los demás marxistas han considerado que el capitalismo, lejos de
ser un progreso, fue una paso atrás significativo en la vida de los pobres de
la tierra. No valoran, en particular, la pérdida de autonomía que representó
la liquidación de sus huertos, sus viviendas y sus formas de producción,
que les brindaban un paraguas protector ante la desnudez en que los deja
el capitalismo.
Los movimientos campesinos e indígenas se hicieron fuertes en la
defensa de sus tierras y en la recuperación de las tierras arrebatadas por
los latifundistas. El movimiento de campesinos sin tierra de Brasil ha con-
quistado en 27 años más de 22 millones de hectáreas, una superficie supe-
rior a la de varios países europeos. Y desde esas tierras, distribuidas en
unos cinco mil asentamientos, siguen luchando por la reforma agraria sin
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AUTONOMÍAS Y EMANCIPACIONES. AMÉRICA LATINA EN MOVIMIENTO
esperar a conquistar el poder estatal. En América Latina los pobres están
haciendo una reforma agraria desde abajo. Los indígenas están recuperan-
do sus territorios ancestrales y desde ellos resisten a las multinacionales; en
esos territorios ensayan formas de vida diferentes a las hegemónicas. Como
veremos más adelante, caminos muy similares son los que están empren-
diendo los pobres urbanos, con muchas más dificultades por cierto.
En el terreno del marxismo, el urbanista francés Henri Lefebvre se
aparta del economicismo y aborda la cuestión urbana con un espíritu abierto,
partiendo de que la acumulación de capital tiene una impronta geográfica
ya que sobrevive ocupando y produciendo espacio. Reconoce que la «pro-
ducción de espacio» choca con la propiedad privada del suelo urbano.
Relata con acierto la experiencia europea, en la que las clases en el poder
se sirven del espacio como un instrumento de dominación con el objetivo
de «dispersar a la clase obrera, repartirla en los lugares asignados para
ella –organizar los diversos flujos, subordinándolos a las reglas institucio-
nales–, subordinar consecuentemente el espacio al poder», con el objetivo
de conservar las relaciones de producción capitalistas» (1976: 140).
Se pregunta si será posible arrebatarle a las clases dominantes el ins-
trumento del espacio. Duda, porque la experiencia de la clase obrera eu-
ropea no ha dado lugar a la creación de espacios fuera del control de las
clases dominantes. Añade que la posibilidad de hacerlo debe darse en
función de «realidades nuevas y no en función de los problemas de la
producción industrial planteados hace ya más de un siglo» (1976: 141).
Percibe claramente los límites de la teoría clásica en la que se inscribe.
Tiene una visión de la realidad que lo lleva a considerar que la clase obrera
queda constreñida en los espacios y flujos del capital y de la división del
trabajo diseñada por aquel. Es consciente que «la producción industrial y
el capitalismo se han apropiado de las urbes». Da un paso más: se muestra
convencido de que la empresa ya no es el centro de acumulación de capi-
tal sino que toda la sociedad, incluyendo «el tejido intersticial urbano»,
participa en la producción. Pero su pensamiento tiene un límite estrecha-
mente vinculado a las luchas sociales. Su conclusión es transparente: «En
1968, la clase obrera francesa llegó casi hasta sus extremas posibilidades
objetivas y subjetivas» (1976: 157).
Ese es el punto que una sensibilidad fina como la de Lefebvre no podía
dejar pasar: que el espacio es producto de las luchas sociales. Pero no
pudo ver que los de abajo son capaces de crear sus propios espacios y
convertirlos en territorios. Por lo menos en América Latina. En su polémi-
ca con la desconsideración del papel que juega el espacio en la lucha de
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LAS PERIFERIAS URBANAS, ¿CONTRAPODERES DE ABAJO?
clases que observa en el Manifiesto Comunista, el geógrafo David Harvey
afirma que la burguesía ha triunfado frente a los modos de producción ante-
riores «movilizando el dominio sobre el espacio como fuerza productora
peculiar en sí misma». De ahí concluye que la clase obrera debe aprender a
neutralizar la capacidad de la burguesía de dominar y producir el espacio. Y
que mientras la clase obrera «no aprenda a enfrentarse a esa capacidad
burguesa de dominar el espacio y producirlo, de dar forma a una nueva
geografía de la producción y de las relaciones sociales, siempre jugará
desde una posición de debilidad más que de fuerza» (Harvey, 2003: 65).
Sin embargo esa experiencia no es posible encontrarla hoy en el pri-
mer mundo. Quizá tenga razón Agamben, quien muestra su pesimismo a
la hora de encontrar alternativas a la expansión del totalitarismo y cree
que la principal dificultad es que «una forma de vida verdaderamente he-
terogénea no existe, al menos en los países de capitalismo avanzado»
(Agamben, 1998: 20). En este sentido el propio Lefebvre asegura que
después de la Segunda Guerra Mundial desaparecieron en Europa tanto
las supervivencias de la antigua sociedad como los restos de producción
artesanal y campesina. En su lugar la «sociedad burocrática de consumo
dirigido» está siendo capaz de imponer no sólo la división y la composición
de lo cotidiano sino incluso su programación, ya que ha impuesto una
«cotidianeidad programada en un marco urbano adaptado a ese fin» (1972:
85). Una vida homogénea en una sociedad subordinada al capital, que está
ocupando todos los intersticios de la vida, impide la creación de territorios
y la expansión de flujos fuera de su control.
El sociólogo Loïc Wacquant es uno de los más destacados estudiosos
actuales de la pobreza urbana en los países centrales y toma partido por
los «parias urbanos». Denuncia la criminalización de la pobreza, la
estigmatización de los guettos y el «Estado penal», y sostiene que la única
forma de responder al «desafío que la marginalidad avanzada plantea a las
sociedades democráticas» consiste en reconstruir el Estado del Bienestar
(2007a: 186). Reconoce que en el período actual del capitalismo una parte
de los trabajadores se han convertido en superfluos y no van a encontrar
trabajo, a lo que debe sumarse la creciente precarización del empleo.
Observa con preocupación los cambios urbanos: hemos pasado, dice, de
una situación en que la pobreza (aunque utiliza el término marginalidad)
era «residual» y se la podía absorber en los períodos de expansión del
mercado, a otra en la que «parece haberse desacoplado de las fluctuacio-
nes cíclicas de la economía nacional» (2007a: 173). Es esta una conclu-
sión en la que coinciden muchos analistas.
191
AUTONOMÍAS Y EMANCIPACIONES. AMÉRICA LATINA EN MOVIMIENTO
Encuentra seis diferencias entre el «nuevo régimen de marginalidad»
y la que se registraba durante el período fordista que caducó hacia los
años 60-70. Las dos más importantes, desde nuestra perspectiva latinoa-
mericana, se relacionan con que el trabajo asalariado se ha convertido en
fuente de fragmentación y precariedad social en vez de promover la ho-
mogeneidad, la solidaridad y la seguridad como sucedió durante el Estado
del Bienestar (2007b: 271). La segunda es la que hemos comentado líneas
arriba: la desconexión de la pobreza de las fluctuaciones cíclicas de la
economía. Sin embargo, encuentra una diferencia adicional con base en
sus estudios empíricos. En la ciudad de Chicago, en la que vivió varios
años, «el 80% de los habitantes del guetto daba muestras de un deterioro
de su situación financiera luego de cuatro años de crecimiento eco-
nómico sostenido bajo el mandato de Ronald Reagan» (2007b: 274). El
crecimiento económico y la creación de empleo no sólo no resuelven el
problema de la pobreza urbana sino que la agravan. El «desarrollo» eco-
nómico que podemos esperar en América Latina en este período del capi-
talismo concentra riqueza y pobreza en polos opuestos, y no puede dejar
de hacerlo.
A lo largo de su trabajo Wacquant destaca los problemas de violencia
y tráfico de drogas que aquejan a las periferias, un enfoque presente en
todos los estudios que conocemos, al punto que considera que para mu-
chos académicos los guettos son «una amenazante hidra urbana personifi-
cada en el pandillero desafiante y agresivo» (2007b: 36). A mi modo acier-
ta al considerar que los guettos del primer mundo, en particular los de
Estados Unidos, pasaron de los disturbios raciales de los 60 a los «distur-
bios silenciosos» o «lentos» de la actualidad. Este enfoque supone un serio
intento por desprenderse de prejuicios y lugares comunes para intentar
comprender las lógicas que llevan a los jóvenes, negros, pobres, a situacio-
nes de violencia y de tráfico de drogas. Parte de que hoy la pobreza negra
urbana es más intensa y concentrada que la de los 60, y que las diferen-
cias entre ricos y pobres se acentuaron para señalar:
Los levantamientos raciales abiertos que desgarraron las
comunidades afroamericanas de las ciudades del norte en
desafiante rebelión contra la autoridad blanca dieron paso al
‘disturbio lento’ del delito de negros contra negros, el recha-
zo masivo de la escuela, el tráfico de drogas y la decadencia
social interna. En los noticieros de la noche, las escenas de
policías blancos que desatan la violencia del Estado contra
192
LAS PERIFERIAS URBANAS, ¿CONTRAPODERES DE ABAJO?
manifestantes negros pacíficos que demandan el mero reco-
nocimiento de sus derechos constitucionales elementales han
sido reemplazadas por informes sobre disparos desde autos
en marcha, personas sin techo y embarazos adolescentes.
(2007b: 35-36)
Interesante porque no deja de captar, en esas imágenes que hablan de
autodestrucción, una actitud de desafío al orden establecido, diferente por
cierto a la de los años 60, pero no por ello menos importante. Sin embargo,
aun los análisis comprometidos con los pobres emitidos en el primer mun-
do, no pueden dejar de considerar los suburbios como un problema, defini-
dos siempre de modo negativo como los «suburbios de la desesperación»
o como el «museo de los horrores»64. Cuando no son estigmatizados se los
considera «los sobrevivientes de un inmenso desastre colectivo» (Bourdieu,
1999: 11). Nunca sujetos, si acaso objetos del trabajo de campo de los
investigadores que son los encargados, como señala Bourdieu, de dar for-
ma a un discurso que el «precario» por sí solo no podría nunca elaborar
porque «no ha accedido aún al estatuto de ‘clase objeto’» y está obligado
a «formar su subjetividad a partir de la su objetivación por parte de los
demás» (Wacquant, 2007b: 285).
En la misma orientación que Bourdieu y Wacquant, Castells enfatiza
el papel del Estado como generador de la marginalidad urbana. «El mundo
de la marginalidad, es de hecho, construido por el Estado, en un proceso
de integración social y movilización política, a cambio de bienes y servicios
que solamente él puede procurar» (1986: 266). En su amplio análisis sobre
las barriadas de las ciudades latinoamericanas, sobre el que volveremos
más adelante, sostiene que la relación entre el Estado y los pobladores se
organiza en torno a la distribución de servicios como forma de control
político, lo que lo lleva a afirmar que se trata de una relación populista.
Desconsidera el papel de sujetos que puedan jugar los habitantes de las
barriadas, y asegura que la tendencia más frecuente, en América Latina,
es que los movimientos de los asentamientos de ocupantes ilegales son
«un instrumento de integración social y de subordinación al orden político
existente en vez de un agente de cambio social» (1986: 274). Según
Castells, su situación material y social les impide superar la dependencia
del sistema político.
6 4 Respectivamente: Susan Eckstein citada por Waicquant (2007b: 282) y: Fernández
Durán (1996: 148).
193
AUTONOMÍAS Y EMANCIPACIONES. AMÉRICA LATINA EN MOVIMIENTO
Desde otro lugar teórico, Antonio Negri coincide en afirmar que los
jóvenes rebeldes de las periferias no son sujetos en la medida que «saben
lo que no quieren pero no saben lo que quieren» (2006: 2). Asegura que los
jóvenes de las periferias urbanas tienen una identidad «completamente
negativa» y sólo tienen en común el campo de concentración en que vi-
ven. Coincide con los análisis reseñados en que por sí solos no pueden
salir de su situación y estima que la única esperanza son las nuevas
gobernabilidades que encarnan Lula en Brasil y Kirchner en Argentina, en
la medida que negocian con los movimientos sociales procesos de
«radicalización democrática» (2006: 2). Sin embargo, los jóvenes de las
favelas no sienten, bajo el gobierno Lula, que estén participando en el
diseño de la política de su país pero sí sufren el rigor de la represión coti-
diana en sus barrios.
***
Los defensores de la (mal) llamada «teoría de la marginalidad» construida
en los años 60 en América Latina, no tuvieron en esos años la posibilidad
de asistir al protagonismo político-social de los pobladores que se registró
a partir de los años 80, en gran medida a raíz de los cambios operados por
la globalización. Quizá por eso no consideraron que los pobres urbanos
pudieran ser sujetos sociales y políticos. Sin embargo, creo que han acer-
tado en un aspecto esencial: es el capitalismo dependiente el que crea un
«polo marginal» en la sociedad, lo que supone romper con los análisis
eurocéntricos al enfatizar en las diferencias y particularidades presentes
en el continente latinoamericano (Quijano, 1977). Este enfoque sistémico
de la «marginalidad» –que no rehúye el cuestionamiento del vocablo– ofrece
una herramienta valiosa al poner en el centro el problema político y social
que representa el imperialismo, cuestión que muchos intelectuales euro-
peos y estadounidenses parecen no poder ver. Por otro lado, es interesan-
te rescatar las reflexiones en torno a las diferencias que existen entre los
conceptos de «marginalidad» y de «ejército industrial de reserva», ya que
tres décadas después de esos debates esas diferencias parecen haberse
acentuado hasta extremos insospechados, por lo que algunos conceptos
tradicionales parecen haber dejado de ser útiles65.
65
194
Véase la Introducción en el texto citado de Quijano y José Nun, «Sobrepoblación relati-
va, ejército industrial de reserva y masa marginal» en: Revista Latinoamericana de
Sociología, julio de 1969.
LAS PERIFERIAS URBANAS, ¿CONTRAPODERES DE ABAJO?
No quisiera terminar este breve e incompleto repaso sin mencionar
dos análisis publicados en el mismo período que los señalados. Larissa
Lomnitz hace hincapié en los vínculos entre los pobres en una barriada de
Ciudad de México, en un trabajo que busca comprender la realidad «des-
de abajo» y por lo tanto «desde adentro» (1975). El segundo es la mirada
del peruano José Matos Mar sobre el «desborde desde abajo» de los sec-
tores populares afincados en las barriadas limeñas que han sido capaces
de cambiar la cara del Perú (1989-2004).
El trabajo de Lomnitz representa una inflexión en los estudios sobre
pobreza y marginalidad urbanas (Svampa, 2004). La autora concluye que
las redes sociales de intercambio recíproco son «el elemento de estructura
social más significativo de la barriada» (Lomnitz, 1975: 219), y las que
permiten a los marginados migrar desde el campo, asentarse en la ciudad,
moverse, conseguir un techo y sobrevivir. El énfasis en las redes, las rela-
ciones y vínculos familiares y de compadrazgo, la solidaridad y la recipro-
cidad, dibujan un mundo en el que la confianza es la clave en las relaciones
sociales, a tal punto que en un mundo sin Estado ni partidos ni asociacio-
nes, «la red de intercambio recíproco constituye la comunidad efectiva del
marginado urbano» (1975: 223). Este minucioso trabajo tuvo, entre tantas
otras, la virtud de poner en el centro los recursos internos del mundo «mar-
ginal», las potencias que anidan en su seno como secreto de su supervi-
vencia, de su existencia, de su diario vivir.
Creo que Matos Mar va un paso más allá y pone en el centro al mismo
sector «marginal» pero ahora en su calidad de sujeto político y social en un
momento en el que era inocultable su capacidad de «desbordar» el orden
establecido. Sostiene que existen «dos Perú», dos sociedades paralelas: la
oficial y la marginada. El primero está integrado por el Estado, los parti-
dos, las empresas, las fuerzas armadas, los sindicatos, y tiene una cultura
extranjera. El segundo es plural y multiforme, tiene su propia economía (a
la que denomina «economía contestataria» y no informal), su propia justi-
cia y autoridades, su religión y su cultura, y tiene un corazón comunitario
andino (2004: 47). Un proceso que comenzó con la invasión de tierras y
predios urbanos en la década de 1950, desembocó en un desborde y ex-
pansión constante del «otro» Perú, el sumergido, el Perú andino reinventado
en las ciudades, sobre todo en Lima.
Según Matos Mar, la confrontación es inevitable, pero no del modo
tradicional consistente en el choque frontal entre opuestos sino a través de
«una labor de zapa de millones de participantes en la ‘otra sociedad’», a
través del «desarrollo espontáneo de los sectores populares, que intenta
195
AUTONOMÍAS Y EMANCIPACIONES. AMÉRICA LATINA EN MOVIMIENTO
con fuerza de masas imponer sus propias condiciones» (2004: 101). Por
momentos parece dibujar una situación en la que la otra sociedad se impone
de un modo capilar, pero en otras describe un proceso en el que «las masas
generan bolsones semiautónomos de poder, basados en patrones asimétricos
de reciprocidad rural adaptados a la situación urbana. Prescinden del Esta-
do y se oponen a él» (2004: 105). A la hora de evaluar el camino seguido por
el «desborde» en las dos ultimas décadas, Matos Mar sostiene que «el estilo
contestatario impuesto por estas masas en desborde desde la década de
1950 avanzó y sigue avanzado en su conquista y posesión de nuevos territo-
rios físicos, culturales, sociales, económicos y políticos, otrora reservados a
los sectores opulentos altos y medios, especialmente urbanos» (2004: 130).
El concepto de «desborde» se despliega así como una manera diferente
de describir el cambio social en curso, que desafía los conceptos de inte-
gración, de reforma y de revolución, para operar como una suerte de man-
cha andina que envuelve, en el espacio físico pero también en el cultural y
económico, en lo social y lo político, al mundo institucional cada vez más
aislado, resquebrajado e incapaz de gobernar ese mundo «otro».
Las rebeliones urbanas que se produjeron con posterioridad a la difu-
sión de estos trabajos, permiten alumbrar una situación más abarcante
pero a la vez más compleja que la que se venía prefigurando desde los
años 50. Para una aproximación a estas realidades, parece más adecuado
tomar en consideración períodos largos, ya que los tiempos cortos pautados
por flujos y reflujos de organización y movilización no facilitan descifrar
los procesos que conforman el telón de fondo de esos movimientos. Pero
encarar los tiempos largos supone una dificultad adicional: no hay progra-
mas y objetivos establecidos, ni recorridos a transitar, apenas descifrar por
los resultados obtenidos los caminos que está transitando una sociedad o
un sector social. Sólo podemos atar cabos, tratar de observar los grandes
trazos cuando éstos existen o cuando somos capaces de atisbarlos. Aun-
que el tiempo largo permite aproximaciones más profundas, no deja de
representar un terreno enigmático, cuya dilucidación no depende de hallar
documentos o de hilvanar análisis lógicos.
2) Movimientos sociales o sociedades en movimiento
El concepto de movimiento social parece un obstáculo adicional para afi-
nar la comprensión de la realidad de las barriadas. A la hora de analizar los
movimientos sociales se suele enfatizar en sus aspectos formales, desde
las formas organizativas hasta los ciclos de movilización, desde la identi-
196
LAS PERIFERIAS URBANAS, ¿CONTRAPODERES DE ABAJO?
dad hasta los marcos culturales. Y así se los suele clasificar según los
objetivos que persiguen, la pertenencia estructural de sus integrantes, las
características de la movilización, el momento y los motivos por los cuales
irrumpen. A esta altura hay bibliotecas enteras sobre el asunto. Pero hay
poco, muy poco, trabajo sobre el terreno latinoamericano sobre bases pro-
pias y, por lo tanto, diferentes. En la ardua tarea de descolonización del
pensamiento crítico, el debate sobre las teorías de los movimientos socia-
les resulta de primera importancia.
Uno de los más completos y abarcativos análisis sobre los movimientos
bolivianos, coordinado por Álvaro García Linera, se basa de forma acrítica
en los paradigmas europeos y norteamericanos. Los diversos movimientos
bolivianos son definidos como «un tipo de acción colectiva que
intencionalmente busca modificar los sistemas sociales establecidos o de-
fender algún interés material, para lo cual se organizan y cooperan con el
propósito de desplegar acciones públicas en función de esas metas o reivin-
dicaciones» (2004: 21). Considera que los movimientos tienen, todos ellos,
más allá de tiempos y lugares, tres componentes: una estructura de moviliza-
ción o sistema de toma de decisiones, una identidad colectiva o registros cultu-
rales, y repertorios de movilización o métodos de lucha. Con ese marco ana-
lítico apenas se pueden abordar algunos pocos movimientos: los
institucionalizados, los que tienen una estructura visible y separada de la
cotidianeidad, los que eligen dirigentes y se dotan de un programa definido
y en función de sus objetivos establecen formas de acción.
Pero el grueso de los movimientos no funciona de esa manera. En las
periferias urbanas, las mujeres pobres no se suelen dotar de las formas
que reviste un movimiento social según esta teorización, y sin embargo
juegan un papel importante como factor de cambio social. Más aún, los
movimientos de mujeres que conocemos en el mundo tienen una forma
capilar, no estable ni institucionalizada de acción, más allá de un pequeño
núcleo de mujeres organizadas de modo estable. Pero no por eso deja de
ser un gran movimiento, que ha cambiado el mundo desde la raíz. Algunos
recientes trabajos en América Latina apuntan en otra dirección a la hora
de conceptualizar los movimientos. El propio García Linera es uno de ellos.
En su trabajo citado abre pistas en otra dirección al abordar la organiza-
ción campesina del Altiplano aymara:
En sentido estricto, la Csutcb es un tipo de movimiento social
que pone en movimiento no sólo una parte de la sociedad, sino
una sociedad distinta, eso es, un conjunto de relaciones sociales,
197
AUTONOMÍAS Y EMANCIPACIONES. AMÉRICA LATINA EN MOVIMIENTO
de formas de trabajo no capitalistas y de modos de organización,
significación, representación y autoridad políticas tradicionales
diferentes a la de la sociedad dominante. De ahí que sea perti-
nente la propuesta hecha por Luis Tapia de hablar en estos
casos de un movimiento societal». (2004: 130)
El concepto de «movimiento societal» busca dar cuenta de las pecu-
liaridades latinoamericanas conformadas por relaciones sociales diferen-
tes que existen, se reproducen y crecen al lado de las dominantes. Y que
no son, por lo tanto, «resabios» del pasado. De ese modo se busca «nom-
brar y pensar el movimiento de una sociedad o sistema de relaciones so-
ciales en su conjunto» y además pretende dar cuenta del «movimiento de
una parte de la sociedad en el seno de la otra» (Tapia, 2002: 60-61). Este
análisis parte de la realidad de la existencia de «varias sociedades» en la
sociedad, o sea, por lo menos dos conjuntos de relaciones sociales
mínimamente articulados. En otros trabajos he defendido una propuesta
similar al concebir a estos movimientos como «sociedades en movimien-
to» (Zibechi, 2003a). La novedad que iluminan las luchas sociales de los
últimos 15-20 años es que el conjunto de relaciones sociales territorializadas
existentes en zonas rurales (indígenas pero también ‘sin tierra’) comien-
zan a hacerse visibles en algunas ciudades como Caracas, Buenos Aires,
Oaxaca, siendo quizá El Alto en Bolivia la expresión más acabada de esa
tendencia66.
El aspecto central de este debate es si efectivamente existe un siste-
ma de relaciones sociales que se expresan o condensan en un territorio.
Eso supone ingresar al análisis de los movimientos desde otro lugar: no ya
las formas de organización y los repertorios de la movilización sino las
relaciones sociales y los territorios, o sea los flujos y las circulaciones y no
las estructuras. En este tipo de análisis aparecerán nuevos conceptos como
autonomía, cultura y comunidad, entre los más destacados. Carlos Walter
Porto Gonçalves, quien realizó durante años un trabajo con los seringueiros
en Brasil junto a Chico Mendes, sostiene precisamente este punto. «Hay
una batalla de descolonización del pensamiento a la que la recuperación
del concepto de territorio tal vez pueda contribuir» (2006: 161).
En efecto, los movimientos latinoamericanos como los indígenas, los
sin tierra y los campesinos, y crecientemente los urbanos son movimientos
66
198
Al análisis de las «comunidades» urbanas alteñas dediqué la investigación-libro Dispersar
el poder. Los movimientos como poderes antiestatales.
LAS PERIFERIAS URBANAS, ¿CONTRAPODERES DE ABAJO?
territorializados. Pero los territorios están vinculados a sujetos que los ins-
tituyen, los marcan, los señalan sobre la base de las relaciones sociales
que portan (Porto, 2001). Esto quiere decir, volviendo a Lefebvre, que la
producción de espacio es la producción de espacio diferencial: quien sea
capaz de producir espacio, encarna relaciones sociales diferenciadas que
necesitan arraigar en territorios que serán necesariamente diferentes. Esto
no se reduce a la posesión (o propiedad) de la tierra, sino a la organización,
por parte de un sector social, de un territorio que tendrá características
diferentes por las relaciones sociales que encarna ese sujeto. Si no fuera
así, si ese sujeto no encarnara relaciones sociales diferentes, contradicto-
rias con la sociedad hegemónica, no tendría necesidad de crear nuevas
territorialidades.
Lugar y espacio han sido conceptos privilegiados en las teorías y aná-
lisis sobre los movimientos sociales. En América Latina, incluso en sus
ciudades, es hora de hablar de territorios. En un excelente trabajo, Porto
Gonçalves señala que los «nuevos sujetos se insinúan instituyendo nuevas
territorialidades» (2001: 208). Llega a esa conclusión luego de seguir el
itinerario de un movimiento concreto como los seringueiros, que antes de
constituirse como movimiento debieron modificar su entorno inmediato,
concluyendo que su fuerza «emanaba de su espacio-doméstico-y-de-pro-
ducción» (2001: 203). Fue ese deslizamiento del lugar heredado, o cons-
truido anteriormente, lo que les permite formarse como movimiento.
Las clases no son cosas sino relaciones humanas, como señala E. P.
Thompson (1989). Pero esas relaciones no vienen dadas, se construyen
en la disputa, la confrontación. Esta construcción de la clase como rela-
ción incluye los espacios. «Las clases sociales se constituyen en las y por
las luchas que los protagonistas traban en situaciones concretas, y que
con-forman los lugares que, de este modo, no sólo ocupan sino constitu-
yen.» De ese modo, «el movimiento social es, rigurosamente, cambio de
lugar social», punto en el que confluyen la sociología y la geografía (Porto,
2001: 197-198). Sobre la base de este razonamiento-experiencia concreta,
podemos llegar con Porto Gonçalves a una definición provisoria de movi-
miento social completamente diferente a la legada por la sociología, cen-
trada siempre en los aspectos organizativos, en la estructura y en las opor-
tunidades políticas:
«Todo movimiento social se configura a partir de aquellos
que rompen la inercia y se mueven, es decir, cambian de
lugar, rechazan el lugar al que históricamente estaban asig-
199
AUTONOMÍAS Y EMANCIPACIONES. AMÉRICA LATINA EN MOVIMIENTO
nados dentro de una determinada organización social, y bus-
can ampliar los espacios de expresión que, como ya nos alertó
Michel Foucault, tienen fuertes implicaciones de orden políti-
co». (2001: 81)
Esta imagen potente destaca el carácter de movimiento como mover-
se, como capacidad de fluir, desplazamiento, circulación. De modo que un
movimiento siempre está desplazando espacios e identidades heredadas
(Espinosa, 1999). Cuando ese movimiento-desplazamiento arraiga en un
territorio, o los sujetos que emprenden ese mover-se están arraigados en
un espacio físico, pasan a constituir territorios que se caracterizan por la
diferencia con los territorios del capital y el Estado. Esto supone que la
tierra-espacio deja de ser considerada como un medio de producción
para pasar a ser una creación político-cultural. El territorio es entonces
el espacio donde se despliegan relaciones sociales diferentes a las capi-
talistas hegemónicas, aquellos lugares en donde los colectivos pueden
practicar modos de vida diferenciados. Este es un o de los principales
aportes de los movimientos indios de nuestro continente a la lucha por la
emancipación.
Al respecto, como señala Díaz Polanco, los movimientos indios al in-
troducir conceptos como territorio, autonomía, autodeterminación y
autogobierno, que pertenecen a una misma problemática, están produ-
ciendo una revolución teórica y política (1997). Las comunidades indias
que luchan por la tierra desde hace siglos, en determinado momento
comenzaron a expandir el autogobierno local-comunal a espacios más
amplios como parte de su construcción como sujetos nacionales y como
pueblos. Este proceso tuvo un momento de inflexión en el Primer Encuen-
tro Continental de Pueblos Indios, en 1990, del que emanó la Declaración
de Quito.
Hasta ese momento el único territorio existente formaba parte del
Estado, en la realidad material pero también en la simbólica. O sea, la idea
de territorio no podía desprenderse de la de Estado-nación. Para Weber,
«el Estado es aquella comunidad humana que en el interior de un determi-
nado territorio –el concepto del «territorio» es esencial en esta definición–
reclama para sí (con éxito) el monopolio de la coacción física legítima»
(2002:1056). Con la emergencia del movimiento indio en las dos últimas
décadas, hacia mediados o fines de los 80, el concepto de territorio se
modifica, lo modifican los indios con sus luchas. La Declaración de Quito
hace hincapié en que «el derecho al territorio es una demanda fundamen-
200
LAS PERIFERIAS URBANAS, ¿CONTRAPODERES DE ABAJO?
tal de los pueblos indígenas», y concluye que «sin autogobierno indio y sin
control de nuestros territorios, no puede existir autonomía» (Declaración
de Quito, 1990: 107).
Esta verdadera revolución teórica y política conlleva la lucha por una
nueva y sobre todo diferente distribución del poder. Cómo se produjo el
tránsito de tierra a territorio, de lucha por derechos a lucha por la autono-
mía y el autogobierno, o sea cómo fue el tránsito de la resistencia a la
dominación a la afirmación de la diferencia, tiene especial importancia
para las comunidades urbanas que a caballo entre los dos siglos comenza-
ron a arraigarse en los espacios urbanos autoconstruidos.