LA RECREACIÓN DEL LAZO SOCIAL: LA REVOLUCIÓN DE NUESTROS DÍAS
Raul Zibechi
Abordar la cuestión del lazo social representa un retorno a las preocupa-
ciones de los primeros socialistas, para quienes el eje de los cambios gira
en torno a la creación de nuevas relaciones sociales y no lo hacen depen-
der de los vínculos entre los movimientos y los Estados. Supone, además,
poner en el centro la cuestión de la emancipación, que forma parte insepa-
rable del cambio centrado en los vínculos sociales.
En segundo lugar, hablar de los logros y las dificultades, de las poten-
cias y los límites que encuentran los movimientos, supone transitar por una
mirada interior. Implica rastrear en el seno de los movimientos en el cómo
se van construyendo las relaciones entre sus miembros y entre ellos y el
medio circundante. Que los movimientos reproduzcan en su interior las
relaciones capitalistas, ya sea porque opten por formas organizativas o de
vida cotidiana de tipo taylorista –asentadas en la división entre el trabajo
intelectual y manual o entre los que dan órdenes y los que obedecen–, o
que, por el contrario, vayan más allá buscando formas no capitalistas de
relacionamiento, tiene a mi modo de ver una importancia estratégica. Al
hacerlo, como sostengo que lo hacen buena parte de los actuales movi-
mientos, no sólo nos están mostrando que el socialismo u otro tipo de
sociedad más humana es posible, sino que en los hechos está comenzando
a construirse.
I. Potencialidades y logros
En otro momento he señalado hasta siete características comunes entre
los movimientos latinoamericanos actuales: el arraigo territorial en espa-
cios conquistados a través de largas luchas; la autonomía de Estados,
partidos, iglesias y sindicatos; la afirmación de la identidad y de la dife-
*
Ponencia presentada al seminario «De la exclusión al vínculo», organizado por el Insti-
tuto Goethe, Buenos Aires, 14-16 de junio de 2005.
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AUTONOMÍAS Y EMANCIPACIONES. AMÉRICA LATINA EN MOVIMIENTO
rencia; la capacidad de tomar en sus manos la educación y de formar
sus propios intelectuales; el papel destacado de las mujeres –y por lo tanto
de la familia– que son a menudo el sostén de los movimientos; una rela-
ción no jerárquica con la naturaleza y formas no tayloristas de división
del trabajo en sus organizaciones; y el tránsito de formas de acción instru-
mentales hacia las autoafirmativas (Zibechi, 2003b).
De todas ellas, las nuevas territorialidades creadas por los movimien-
tos son el rasgo diferenciador más importante (respecto de los viejos mo-
vimientos y de los actuales movimientos del primer mundo) y lo que les
está dando la posibilidad de revertir la derrota estratégica del movimiento
obrero, infligida por el neoliberalismo. Estos territorios son los espacios en
los que se construye colectivamente una nueva organización de la socie-
dad. Los territorios de los movimientos, que existieron primero en las áreas
rurales (campesinos e indios) y desde hace unos años están naciendo tam-
bién en algunas grandes ciudades (Buenos Aires, Caracas, El Alto…), son
los espacios en los que los excluidos aseguran su diaria supervivencia.
Esto quiere decir que ahora los movimientos están empezando a tomar
en sus manos la vida cotidiana de las personas que los integran. En las
áreas urbanas mencionadas, se produjo un viraje importante: ya no sólo
sobreviven de los «restos» o «desperdicios» de la sociedad de consumo
sino que comienzan a producir sus alimentos y otros productos que ven-
den o intercambian. Han pasado a ser productores, lo que representa uno
de los mayores logros de los movimientos en las últimas décadas, por lo
que supone en términos de autonomía y autoestima. Este paso fue el re-
sultado de su desarrollo «natural»4 y no de una planificación previa hecha
por sus dirigentes.
En segundo lugar, los movimientos que han lanzado desafíos más se-
rios al sistema (indios comuneros, campesinos, sin tierra, sin techo y
piqueteros, pero también movimientos no territorializados de mujeres y
jóvenes), adoptan formas organizativas a partir de la familia o, mejor, uni-
dades familiares que no son familias nucleares sino formas de relaciones
estables del tipo de familias extensas, complejas o de nuevo tipo5. En ellas
el papel de las mujeres es a menudo central, pero no siempre como espejo
4
5
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Utilizo el término «natural» para evitar el vocablo «espontáneo», que es utilizado como
adjetivo para evaluar críticamente las acciones o movimientos que no cuentan con
planificación y dirección.
Immanuel Wallerstein sostiene que las unidades domésticas son el pilar institucional
menos estudiado de nuestras sociedades. Sin embargo les concede una importancia simi-
lar a la que tienen los Estados, las empresas o las clases sociales.
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del papel dominante del varón, sino en el marco de nuevas relaciones con
los hijos y otras familias. Entre los sin tierra, los núcleos básicos los com-
ponen grupos de familias que conviven bajo las mismas lonas o son veci-
nas en los campamentos; entre los sin techo pueden ser agrupamientos de
familias según los espacios ocupados; y entre los Piqueteros aparecen
formas de familias extensas en las que la continuidad del núcleo gira en
torno a la mujer.
El papel de la familia en estos movimientos encarna nuevas relaciones
sociales que abarcan cuatro aspectos: la relación público-privado, las nue-
vas formas que adquieren las nuevas familias, la creación de un espacio
doméstico que no es ni público ni privado sino algo nuevo que abarca a
ambos, y la producción y re-producción de la vida. En la base de estos
procesos está el quiebre del patriarcado, que algunos fenómenos sociales
propiciados por el neoliberalismo hacen más visible, pero que es bastante
anterior. El patriarcado como relación social entró en crisis hacia los años
60 y tiene múltiples manifestaciones que van desde la familia hasta la
fábrica, pasando por la escuela, el cuartel y las demás instituciones disci-
plinarias. En el futuro el capitalismo tendrá grandes dificultades para so-
brevivir si no consigue reconducir la crisis del patriarcado hacia nuevas
formas de control y sometimiento.
En quinto lugar, el papel de la familia parece responder a una feminiza-
ción de los movimientos y de las luchas sociales, que forma parte, claro
está, de una feminización de la sociedad en su conjunto. Por feminización
debemos entender tanto un nuevo protagonismo de las mujeres como, en
un sentido más amplio, un nuevo equilibrio femenino-masculino que atra-
viesa a ambos sexos y a todos los espacios de la sociedad (Capra, 1992).
Este conjunto de cambios que resumimos en el papel destacado de la
familia en los movimientos antisistémicos, va de la mano con una reconfi-
guración de los espacios en los que se hace política y, por lo tanto, de las
formas que adopta, los canales a través de los cuales se transmite y hasta
de la relación medios-fines que se busca. En los sectores populares indíge-
nas urbanos de Bolivia, «la política no se define tanto en las calles con en
el ámbito más íntimo de los mercados y las unidades domésticas, espacios
del protagonismo femenino por excelencia» (Rivera, 1996: 132). La forma
como el protagonismo femenino y de las unidades domésticas6 está modi-
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Por unidad doméstica Wallerstein entiende «una unidad que reúne en un fondo común los
ingresos de sus miembros para asegurar su mantenimiento y reproducción», en «Las
unidades domésticas como instituciones de la economía-mundo» (Wallerstein, 2004: 235).
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AUTONOMÍAS Y EMANCIPACIONES. AMÉRICA LATINA EN MOVIMIENTO
ficando las formas de hacer política y el cambio social, es un terreno abierto
a la investigación.
De esas maneras, los movimientos están empezando a convertir sus
espacios en alternativas al sistema dominante, por dos motivos: los con-
vierten en espacios simultáneos de supervivencia y de acción sociopolítica
(como hemos visto), y construyen en ellos relaciones sociales no capitalis-
tas. La forma como cuidan la salud, como se autoeducan, como producen
sus alimentos y como los distribuyen, no es mera reproducción del patrón
capitalista sino que –en una parte considerable de esos emprendimientos–
vemos una tensión para ir más allá, poniendo en cuestión en cada uno de
esos aspectos las formas de hacer heredadas.
¿Cómo fue posible crear «islas» no capitalistas? Fue posible gracias
a la lucha de los movimientos, que han abierto espacios-brechas en el
sistema de dominación, espacios físicos y simbólicos de resistencia que
se convierten en espacios de supervivencia, y para sobrevivir comien-
zan a producir y reproducir sus vidas en forma diferente a como lo hace
el capitalismo:
– La educación tiende a ser autoeducación; el espacio educativo no es
sólo el aula sino toda la comunidad; los que enseñan no son sólo los
maestros sino todos los integrantes de la comunidad, los propios niños
muestran su capacidad de aprender-enseñar; el movimiento todo es
un espacio autoeducativo.
– En la producción, se busca el autoabastecimiento y la diversificación
para depender menos del mercado; se busca producir sin agrotóxicos
o productos contaminantes; buscan comercializar fuera de las garras
del mercado monopolizado; intentan que todos los productores domi-
nen todos los saberes de la producción; la división técnica del trabajo
no genera jerarquías sociales, de género o etáreas y se trabaja por
descongelar la división entre trabajo intelectual y trabajo manual; y
entre quienes dan órdenes y quienes las obedecen.
– En la salud, se buscan alternativas a la medicalización de la salud a
través de la recuperación de saberes perdidos por el dominio de los
monopolios farmacéuticos; se apela a las plantas medicinales y a me-
dicinas alternativas; se busca que el médico no se convierta en un
poder separado sobre la comunidad; se trabaja para eliminar la figura
del paciente-dependiente-pasivo; se intenta que la comunidad y cada
uno de sus miembros se re-apropien de los saberes expropiados por el
saber médico, el Estado y el capital.
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Las descripciones anteriores representan apenas tendencias, búsque-
das, intentos en medio de la lucha social de resistencia. No son lugares de
llegada sino flujos, movimientos. Porque, ¿qué es un movimiento sino eso,
mover-se? «Todo movimiento social se configura a partir de aquellos que
rompen la inercia social y se mueven, es decir, cambian de lugar, recha-
zan el lugar al que históricamente estaban asignados dentro de una deter-
minada organización social, y buscan ampliar los espacios de expresión»
(Porto Gonçalves, 2001: 81).
Estamos ante un conjunto de actividades que se asientan en lazos
sociales de nuevo tipo, que se registran de forma muy desigual en los
diferentes movimientos. Pero es, sin embargo, una especie de barómetro
para visualizar el grado de anticapitalismo de un movimiento. Quiero decir
que el anticapitalismo ya no proviene sólo del lugar que se ocupa en la
sociedad (obrero, campesino, indio), ni del programa que se enarbola, de
las declaraciones o de la intensidad de las movilizaciones, sino también,
no de forma exclusiva, también de este tipo de prácticas, del carácter
de los lazos sociales que se crean.
A ese conjunto de logros de los movimientos, debería sumarse el he-
cho de no haber «caído» en la articulación. No son pocos –dirigentes
políticos, académicos– los que sostienen que el movimiento social sufre
fragmentación y dispersión. Ambos hechos son observados como pro-
blemas a superar a través de la centralización y la unificación.
Sin embargo, una y otra vez movimientos no articulados y no unifica-
dos están siendo capaces de hacer muchas cosas: derriban gobiernos,
liberan amplias zonas y regiones de la presencia estatal, crean formas de
vida diferentes a las hegemónicas y dan batallas cotidianas muy importan-
tes para la supervivencia de los oprimidos. Postulo que el cambio so-
cial, la creación-recreación del lazo social, no necesita ni articula-
ción-centralización ni unificación. Más aún, el cambio social emanci-
patorio va a contrapelo del tipo de articulación que se propone desde el
Estado-academia-partidos.
Una primera cuestión gira en torno al significado de dispersión o
fragmentación. ¿Desde dónde estamos mirando cuando lo decimos? Se
trata de miradas exteriores, lejanas y, sobre todo, desde arriba. Decir
que un movimiento, un sujeto social o una sociedad está fragmentada,
¿no implica mirarla desde una lógica estadocéntrica, que presupone la
unidad-homogeneidad de lo social y por lo tanto de los sujetos? Más aún,
se considera que ser sujeto supone cierto grado de por lo menos no-
fragmentación. Se supone que el Estado-partido-academia sabe ya para
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AUTONOMÍAS Y EMANCIPACIONES. AMÉRICA LATINA EN MOVIMIENTO
qué existen los sujetos y hasta son capaces de definir cuándo existen y
cuándo no.
En segundo lugar, quienes proponen la articulación de los movimientos
–que en general son quienes sostienen la centralidad de la política estatal–
dejan de lado la necesidad de hacer un balance de los últimos 100 años de
movimiento obrero y socialista. Ese balance puede resumirse así: «Una
transición controlada y organizada tiende a implicar cierta conti-
nuidad de explotación» (Wallerstein, 1998:186). Una vez más: no es
una teoría, sino apenas una lectura de 100 años de socialismo.
Sin embargo, desde la izquierda y desde la academia se asegura que
sin articulación no hay la menor posibilidad de triunfo, o que los triunfos
son efímeros, y que el movimiento desarticulado o fragmentado marcha
hacia la derrota segura. Este tipo de argumentos nos remite nuevamente
al necesario balance del siglo XX. ¿Acaso no fue la unificación y la centra-
lización de los movimientos del pasado lo que le permitió al Estado y al
capital neutralizarlos o domesticarlos? Por otro lado, ¿cómo se explican
las rebeliones populares de América Latina, por lo menos desde el Caracazo
de 1989, que cosecharon victorias importantísimas, sin que estuvieran con-
vocadas por articulaciones o estructuras formales y establecidas?
Sin embargo, las articulaciones-coordinaciones existen en los hechos.
Todos los movimientos tienden a vincularse de forma más o menos esta-
ble, más o menos explícita, con grupos y colectivos afines. Y existen más
allá de la voluntad de los militantes, existen en la vida cotidiana, en la
realidad diaria de los pueblos. Creo que es posible distinguir, a grandes
rasgos, dos tipos de coordinaciones:
Una es la articulación externa, o hacia fuera, que nace de necesida-
des externas al movimiento. Pero no se trata sólo, ni principalmente, de
que los objetivos de la articulación sean externos, sino sobre todo de algo
mucho más sutil, a menudo inspirado o justificado en esos objetivos. Se
trata de construir algo diferente en lugar de lo que hay. Lo que existe
siempre es algún grado de organización en la base de la sociedad y
cierta confluencia de esas múltiples organizaciones. Lo que defino como
articulación externa se relaciona con la ‘incompletud’ que partidos y
académicos consideran que tiene el movimiento social. O sea, que lo
que el movimiento desde la base ha creado debe ser completado con
algo superior, ya sea una articulación unificada y centralizada o una red
de redes. Los términos poco importan. Finalmente, esa otra organiza-
ción se impone sobre la ya existente, la somete o tiende a desorganizarla
y neutralizarla en aras de la eficiencia. La articulación externa siempre
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busca vincular al movimiento con el Estado o con los partidos, y en ella el
movimiento pierde su autonomía. Daniel Bensaid, invocando a Laclau y
Zizek, asegura que «la lucha política no se disuelve en el movimiento so-
cial» (Bensaid, 2005).
Si reflexionamos seriamente sobre la rebelión del 19 y 20 de diciembre
de 2001, sobre el levantamiento popular de abril de 2003 que frenó y revir-
tió el golpe de Estado contra Hugo Chávez, o los levantamientos populares
en Bolivia en 2003 y el reciente de 2005, podríamos preguntarnos ¿cómo
se articularon/coordinaron estos levantamientos? Con un mínimo de hon-
radez intelectual, deberíamos respondernos: no sabemos. Instalarnos en
ese no saber puede ser mucho más productivo que sacar de la galera
respuestas prefabricadas extraídas de los saberes acumulados por la aca-
demia y los partidos.
Por otro lado, existen formas de articulación/coordinación internas,
formas de autoarticulación formadas naturalmente por los movimientos
para cumplir determinados objetivos casi siempre puntuales que, una vez
realizados, dejan de funcionar o dan paso a otras formas de coordinación.
Por lo que conocemos, pueden ser formales y permanentes o bien difusas
e impermanentes. Unas no son superiores a las otras. No es mejor un
movimiento articulado permanentemente que uno que no lo está, y vice-
versa. No hay un grado superior. Sobre el levantamiento de octubre de
2003, Silvia Rivera destacó el papel jugado por las mujeres que pusieron,
que fueron capaces de «organizar minuciosamente la rabia cotidiana, al
convertir en asunto público el tema privado del consumo, al hacer de sus
artes chismográficas un juego de rumores ‘desestabilizadores’ de la estra-
tegia represiva», con lo que derrotaron moralmente al ejército (2004). Añade
que mientras el levantamiento fue protagonizado por mujeres y jóvenes
indios, a la hora del debate sobre soluciones reaparecen «sólo voces mas-
culinas, occidentales e ilustradas». Sin embargo, esa «democracia de las y
los de abajo» que organizó la insurrección, «se sumerge de nuevo en el
manqhapacha (espacio-tiempo interior), retorna a los lenguajes del sím-
bolo y a los idiomas ancestrales» (2004).
Postulo que sólo prestando atención a lo no visible y a los fugaces
momentos insurreccionales –en los que lo inviable queda a la vista por un
instante, como cuando el relámpago ilumina la noche– podemos intentar
comprender el mundo de los de abajo que en la cotidianeidad resulta impo-
sible re-conocer. Por otro lado, me parece que hemos dedicado muy poca
atención a comprender los casos «no normales», los que desafían los saberes
instituidos, como si fueran casos exóticos, pero si observamos nuestra
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AUTONOMÍAS Y EMANCIPACIONES. AMÉRICA LATINA EN MOVIMIENTO
realidad latinoamericana veremos que son mucho más frecuentes que los
que se pueden considerar «normales».
Tanto los partidos de izquierda como los académicos interesados en el
movimiento social, siguen sosteniendo una supuesta centralidad de la polí-
tica, como si los movimientos no fueran políticos y como si la inexistencia
de «un plan detallado» (como señala el historiador de los grupos subalter-
nos Ranahit Guha) y por lo tanto de una dirección, convirtieran a los movi-
mientos en no políticos. ¿Por qué despreciamos las «artes chismográficas»
y los «espacio-tiempos interiores» de las mujeres y los jóvenes y les con-
cedemos un estatuto político menor en relación con los espacio-tiempos
de la política profesional? ¿No será hora de cambiar la forma de mirar y
enfocar toda la atención a esas invisibilidades que escapan a la concep-
tualización académica pero que están mostrando sus potencialidades a la
hora de cambiar el mundo?
II. Dificultades y límites
Cuando hablamos de las dificultades o los límites que encuentran los
movimientos, a menudo pensamos en la necesidad de superar límites
externos: el Estado, el capital, la realización de alianzas para superar el
aislamiento, el problema de la relación de fuerzas, la fragmentación y
dispersión de las luchas, etcétera. Sin embargo, el concepto mismo de
límites implica el convencimiento de que los límites son prioritariamente
internos.
El principal debate sobre los límites aparece vinculado a la expansión,
a cómo hacer para que una experiencia por muy interesante que sea, no
quede atrapada en el localismo y sea capaz de multiplicarse, arrastrando o
motivando a muchos más en otros sitios a hacer algo similar y contribuir a
cambiar efectivamente el mundo, o por lo menos algo más que la realidad
inmediata y local. O bien, como parte de la misma lógica, que no sea
cooptada por el mercado o el Estado.
¿Cuáles son las principales dificultades por las que atraviesan los mo-
vimientos? Voy a concentrarme sólo en algunas de ellas, sabiendo que no
son las únicas:
–Excesiva visibilidad. Existe una creencia que dice que cuanto más
visible sea un movimiento, cuanto más incrustado esté en la «realidad»
formando parte de la agenda política, más eficientes serán sus acciones
porque llegarán a amplios sectores. Sin embargo, esto los hace dependien-
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LA RECREACIÓN DEL LAZO SOCIAL: LA REVOLUCIÓN DE NUESTROS DÍAS
tes de la agenda (espacio-tiempos) del sistema. Y son más vulnerables,
sobre todo cuando nacen, en los primeros años de su desarrollo cuando
son más débiles y tienen menos defensas. Por eso el zapatismo necesitó
10 años para salir a la luz.
Por otro lado, la excesiva visibilidad tiende a que los movimientos se
vean con los ojos del amo: este fue siempre uno de los problemas de los
dominados. La falta de autonomía –en tanto que cosmovisión– aparece
estrechamente ligada a esta cuestión, en el sentido de incapacidad para
fijar las prioridades y depender de la agenda establecida.
–Intensificación-expansión. Otra afirmación de sentido común dice: La
forma de generalizar un movimiento, de extender su influencia, es a
través de la coordinación-articulación (o sea a través de la organi-
zación) y de la formulación de demandas comunes a través de un
programa. Entre ambas se garantiza la movilización más amplia po-
sible. Sin embargo, a la luz de las principales luchas sociales de los últimos
15 años (Caracazo, etc.) podemos decir que no sabemos cómo se pro-
duce y se generaliza un movimiento.
Me parece necesario que los movimientos expandan su acción para
cambiar la relación de fuerzas, pero la realidad indica que lo realmente
produce cambios es la intensificación de las experiencias, su profundiza-
ción. Y que esa intensificación puede (nunca es seguro) resonar en otros y
expandirse. Pero no es suficiente con querer expandir un movimiento para
que esto suceda. Por más que se planifique, por más riguroso que sea el
análisis para promover acciones, en el terreno de lo social la relación cau-
sa-efecto no está funcionando, y deberíamos pensar seriamente qué es lo
que está fallando.
«Organizar la rebeldía» es una contradicción. Organizar quiere decir
poner orden, disciplinar, instituir. Todo ello va a contramano de la rebeldía
y cuando ésta se deja ordenar deja de ser rebeldía. Este es uno de los
problemas más graves de los movimientos antisistémicos, que muchos
estudiosos lo formulan diciendo que cuanto más organizado está un movi-
miento menos capacidad de movilización tiene, y viceversa, la mejor y
más abarcante organización a menudo no consigue generar movilización.
Aunque no sepamos cómo se resuelve este dilema, deberíamos hacer dos
consideraciones: no negarlo es básico; segundo, ampliar el concepto de
organización, de modo de considerar por tal no sólo lo ordenado, discipli-
nado e instituido. Hoy sabemos que el caos es también una forma de
organización.
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AUTONOMÍAS Y EMANCIPACIONES. AMÉRICA LATINA EN MOVIMIENTO
–Por último, quiero decir que la inexistencia de articulación es tam-
bién un problema. Si bien las relaciones sociales no capitalistas no se
crean a partir de una articulación, ésta es necesaria para defender-prote-
ger lo creado. Quiero interpretar las articulaciones como esas formas que
tenemos de proteger una planta que está naciendo. O sea, proteger no es
crear, no es la articulación la que crea el mundo nuevo, sino la que lo
ayuda a sobrevivir hasta que pueda nacer.
El problema, como todos sabemos, es que las articulaciones que cono-
cimos (partidos comunistas, Estados en manos del partido, etc.) no sólo no
han protegido el mundo nuevo sino que o bien le impidieron nacer, lo abor-
taron, o bien fueron sus sepultureros. Ese es a mi modo de ver el drama
del siglo XX, que puede resumirse en la experiencia soviética o en la china.
Entonces el debate sobre la articulación debería centrarse en:
– ¿Cómo evitar la centralización y la unificación?
– ¿Cómo evitar convertir las articulaciones o coordinaciones o redes
difusas o informales en aparatos con vida propia?
– ¿Cómo potenciar el mundo nuevo que nace en los movimientos?
Estos problemas no tienen respuestas sencillas. Hay sin embargo ex-
periencias suficientes como para avanzar algunas cuestiones. En el grado
actual de desarrollo del movimiento social, lo que me parece realmente
decisivo, lo que sería un gran paso adelante porque es en el terreno en el
que tenemos menos experiencias, es que se puedan crean relaciones so-
ciales verdaderamente alternativas, se llamen como se llamen, escuelas o
panaderías, espacios de salud o radios libres, en los que las relaciones no
sean capitalistas. Ahí es donde históricamente hemos fallado.
En segundo lugar, me parece necesario crear espacios temporales y
horizontales de intercambio e interconocimiento de las experiencias al-
ternativas. Es importante la circulación (prefiero este término al de comu-
nicación) de las experiencias al interior del movimiento, para consumo de
sus miembros.
En vez de focalizar nuestra mirada y nuestra actividad hacia el Esta-
do, los partidos, el capital, la agenda política, etcétera, debemos estar
con las experiencias donde se crea-recrea el vínculo social. Ese tiene
que ser el centro de nuestras preocupaciones, de nuestros desvelos y
nuestros análisis. Mirar hacia adentro, crecer hacia adentro, crear el
mundo nuevo (aspectos del mundo-otro-nuevo), esa es la clave de nues-
tras luchas. Resistir, luchar, es hoy básicamente crear ese mundo, crear
esos vínculos.
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LA RECREACIÓN DEL LAZO SOCIAL: LA REVOLUCIÓN DE NUESTROS DÍAS
Sobre la articulación, tal vez sea útil retomar las reflexiones de un
encuentro-debate-libro entre el Colectivo Situaciones y el MTD-Solano
donde aparece la idea de una red difusa.
La red difusa habla de muchos tipos de encuentros, de mu-
chas redes explícitas parciales, acotadas, superpuestas, de
diferentes modos de articulación, de coordinación; en fin, que
tantas redes como devenires puedan abrir la experiencia en
cuestión. En este sentido, nos resulta fundamental no quedar
atrapados en una sola red principal, que tienda a organizar y
jerarquizar la multiplicidad a que toda experiencia nos abre.
(…) Cuando una de estas redes estructuradas reclama ser
«la» red estratégica, la que pretende organizar a todas las
demás, comienza un proceso de centralización y jerarquía
que cierra las redes y situaciones que no se le subordinan
(MTD de Solano y Colectivo Situaciones: 2002: 220-222).
III. Revolución y cambio social
Parece ser útil y hasta necesario manejarnos con alguna hipótesis sobre el
cambio social, que no pretenda configurar una teoría social acabada sino
apenas suposiciones, incluso creencias, acerca de cómo cambia el mundo.
Diría más, se trata de intuiciones. Pero con la particularidad de que ellas
nacen y se alimentan de la acción social y de la reflexión junto a quienes
no están pidiendo permiso para cambiar el mundo. Hipótesis entonces que
apenas pretenden dar cuenta de algunas experiencias que, por su riqueza,
intensidad, potencia, son capaces de expandirse generando resonancias
afectivas, actuando por simpatía más que por acumulación.
Los cambios los producen los movimientos pero no porque cambien
solamente la relación de fuerzas en la sociedad –que la cambian de he-
cho– sino porque en ellos nacen-crecen-germinan formas de lazo social
que son la argamasa del mundo nuevo. No ya el mundo nuevo, sino semi-
llas-gérmenes-brotes de ese mundo. Ni más ni menos.
A propósito de la Comuna de París, Marx reflexionó sobre el cambio
social y la revolución: «La clase obrera no dispone de utopías prefabrica-
das que introducir por decreto del pueblo. Los obreros saben que para
conseguir su propia emancipación, y con ella esa forma superior de
vida hacia la que tiende irresistiblemente la sociedad actual por su propio
desarrollo económico (…) No tienen que realizar ningunos ideales,
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AUTONOMÍAS Y EMANCIPACIONES. AMÉRICA LATINA EN MOVIMIENTO
sino simplemente dar suelta a los elementos de la nueva socie-
dad que la vieja sociedad burguesa agonizante lleva en su seno».
(Marx. 1980).
Dar suelta, en el original inglés set free = libertar o liberar. La
hipótesis de Marx sobre la revolución –que algunos elevaron a la catego-
ría de «teoría revolucionaria»– consiste en que la revolución es un parto,
un acto de fuerza similar al de parir = lo que se pare son «los elementos de
la nueva sociedad» que ya existen en la sociedad burguesa. Visualizar la
revolución como parto, como un dar suelta, liberar, significa dos cosas: que
en el seno de la sociedad burguesa ya existen relaciones sociales que
niegan el capitalismo y que se encuentran en el mundo de los trabajadores,
y en segundo lugar, que la revolución no crea el mundo nuevo, sino que lo
hace nacer.
En suma, Marx nunca creyó que el Estado pudiera crear ese mundo
nuevo, sino a lo sumo que la maquinaria estatal destruida y reconfigurada
por los trabajadores pudiera ser usada como una especie de fórceps, una
ayuda para parir el mundo nuevo, las nuevas relaciones sociales que exis-
ten en el mundo de los de abajo. Hasta aquí Marx.
Esta idea de que el mundo nuevo no se construye desde el Estado, ha
sido formulada de otro modo por los zapatistas al señalar que su objetivo
es cambiar el mundo y no tomar el poder. Postulo que esta es una idea-
fuerza que nace de una práctica social, no es el fruto de razonamientos
abstractos teóricos. De hecho, esa propuesta zapatista se está extendien-
do de modo acelerado entre los más diversos movimientos, sobre todo
aquellos que actúan y piensan por sí mismos, con autonomía del Estado y
de los partidos. El coordinador del MST, Joao Pedro Stédile, dijo en el
reciente Foro de Porto Alegre: «La cuestión del poder no se resuelve
tomando el palacio de gobierno –que es lo más fácil y se ha hecho
muchas veces– sino transformando las relaciones sociales». Pongo
como ejemplo al MST porque se trata de una fuerza social que tiene enor-
mes diferencias con el zapatismo, pero algo en común: están cambiando el
mundo desde abajo, y ese es el punto de referencia esencial.