Elementos de economía alternativa periurbana


I Congreso Estatal de Agricultura Ecológica Urbana y Periurbana.
Elx, 6 y 7 de mayo de 2011.
CANALES CORTOS DE COMERCIALIZACION COMO ELEMENTO
DINAMIZADOR DE LAS AGRICULTURAS ECOLÓGICAS URBANA Y
PERIURBANA
1
Sesión de trabajo IV: “La agroecología en casa del urbanita, cómo y por qué.”
Autor: López García, D.*
* Técnico e investigador en Agroecología. Miembro de Ecologistas en Acción.
daniel.lopez.ga@gmail.com
c/ Ramón y Cajal, 16; 10440 Aldeanueva de la Vera, Cáceres
Tlf: 927 572 146 / 665 847 138
RESÚMEN DEL ARTÍCULO:
En las últimas décadas, la actividad agraria ha ido desapareciendo de los cascos urbanos. Con el
modelo de crecimiento difuso de las ciudades (Naredo, 2006), la conversión de la tierra en
mercancía y la globalización de los mercados agroalimentarios han expulsado la actividad agraria
también de las áreas periurbanas hasta convertirla en una actividad marginal y con dificultades
crecientes.
Sin embargo, en los últimos años asistimos en las ciudades postindustriales a un revitalizamiento de
la actividad agraria en las zonas urbanas y periurbanas debido al auge del consumo ecológico; de la
demanda por parte de las poblaciones urbanas de un mayor contacto con la naturaleza y del
reverdecimiento de las ciudades; y de la expansión de los Canales Cortos de Comercialización
(CCC) de alimentos ecológicos, como forma de conexión entre la ciudad y el medio rural
circundante, y como alianza entre consumidores y campesinos.
En el presente artículo pretendemos describir someramente la evolución de los CCC en el Estado
Español, para centrarnos en el impacto que este movimiento social está teniendo en la dinamización
de las agriculturas urbanas y periurbanas, mediante la descripción y el análisis de diversos
proyectos que se están desarrollando en este sentido en torno a diversas ciudades españolas.
PALABRAS CLAVE:
Agroecología, Soberanía Alimentaria, Desarrollo Rural Agroecológico, consumo ecológico.
El crecimiento de las ciudades expulsa la actividad agraria
Las mayores ciudades han crecido históricamente en lugares de fácil abastecimiento de alimentos, a
menudo cercanas a vegas fértiles y altamente productivas. Hasta hace muy pocas décadas, los
productos agroalimentarios de consumo diario (hortaliza fresca, leche, etc.) se producían en las
propias ciudades o en los territorios inmediatamente cercanos. Aún hoy, al menos un tercio de los
alimentos consumidos en las ciudades de todo el mundo se producen en esas mismas áreas urbanas
o en las zonas periurbanas anejas, y al menos un 7,5% de los alimentos en el mundo están
producidos por campesinos urbanos (Grupo ETC, 2009). En este dentido, el desarrollo de las
ciudades ha venido acompañado de políticas y leyes que protegían los espacios de producción
agraria internos a las ciudades, especialmente en tiempos de crisis y hambrunas (Morán Alonso,
2009).
1 Ponencia presentada con ocasión del “I Congreso Estatal de Agricultura Ecológica Urbana”, organizado en Elx por
el Ajuntament d’Elx, la UMH y la SEAE los días 6 y 7 de mayo de 2011. Sesión de trabajo IV.
Canales Cortos de Comercialización como elemento dinamizador de las agriculturas ecológicas urbana y periurbana 1
López García, DanielI Congreso Estatal de Agricultura Ecológica Urbana y Periurbana.
Elx, 6 y 7 de mayo de 2011.
Sin embargo, el petróleo barato (Fernández Durán, 2008; 2011) ha permitido a lo largo del siglo
XX un paulatino desacoplamiento espacial entre producción y consumo agroalimentarios, que ha
hecho retroceder las producciones agrarias urbana y periurbana frente a otros usos del suelo más
rentables, especialmente aquellos relacionados con el despliegue de las conurbaciones y las
infrastructuras necesarias para su mantenimiento. El modelo urbanizador surgido del petróleo barato
y las facilidades para el transporte motorizado, la conurbación difusa (Naredo, 2010), ha expandido
la ciudad mucho más allá de la ciudad compacta tradicional. Así, entre 1987 y 2005 la superficie
urbanizada ha crecido un 50% en el Estado Español, mientras que en el mismo período las grandes
ciudades tan solo han crecido un 3% (Prieto et al., 2010). En algunos espacios el crecimiento ha
sido mucho mayor, como en la Comunidad de Madrid, donde la superficie artificial se multiplicó
por 6 entre 1956 y 2005 (Naredo, 2010). Este crecimiento se ha desarrollado especialmente sobre
los suelos más fértiles, las vegas de los ríos (Ver figuras 1, 2 y 3), ya que la suavidad del relieve
facilita la construcción urbanística y de infraestructuras de todo tipo: de transporte, de
almacenamiento de agua, polígonos industriales, empresariales y comerciales, etc. Este tsunami
urbanizador (Fernández Durán, 2006) supone una impresionante pérdida de riqueza productiva
agraria que, bajo el cemento, no se recuperará; y ha trasladado una superficie muy importante de
regadíos a tierras más altas y menos productivas, especialmente en el arco mediterráneo (Prieto et
al., Idem). La parcelación del territorio circundante a las ciudades ligada a la construcción de
infraestructuras ha dificultado, a su vez, la practica agraria, haciendola prácticamente inviable en el
caso de la ganadería extensiva.
El modelo de conurbación difusa ha catapultado núcleos residenciales salpicados al pie de las
infraestructuras de transporte en búsqueda de suelo barato, lo cual ha expandido las dinámicas
económicas urbanas en un radio mucho mayor que el territorio físico que ha sido realmente
artificializado. Esta expansión del mercado del suelo se ha desarrollado en detrimento de las
dinámicas productivas agrarias, en lo que se ha llamado proceso de contraurbanización (Camarero,
1993). Gómez Mendoza (1987) describe tres procesos principales que se dan en estos espacios en
relación con la expansión urbana: Relocalización periférica de las actividades económicas, tanto
industriales como de servicios, y subsiguiente abandono de la agricultura como actividad
económica principal; modificaciones dentro del sector inmobiliario y elevación del precio de la
vivienda o el suelo hasta hacerlo inaccesible a las rentas agrarias; pérdida de peso de la actividad
agropecuaria en la economía local, con la consiguiente pérdida de peso en las políticas locales. Esta
dinámica de desagrarización del medio rural (Gómez Benito, 2002), y especialmente de las zonas
más cercanas a las ciudades, ha venido acompañada de una extensificación productiva, en la que la
escasez de mano de obra en las áreas periurbanas ha obligado a la adopción de cultivos fácilmente
mecanizables y con menor valor añadido (Mata Olmo y Rodríguez Chumillas, 1987; González de
Molina y Guzmán Casado, 2006), generando importantes pérdidas netas de Valor Añadido Bruto
(VAB) por unidad de superficie.
La globalización agroalimentaria, muy marcada en el territorio español a partir de la entrada en la
Comisión Económica Europea, ha transformado de forma muy sensible las modalidades de
producción y distribución. Se han generado importantes procesos de concentración de la
producciones, especialmente aquellas de mayor VAB, en determinadas zonas -el arco mediterráneo
y los valles del Ebro y Guadalquivir- en las que ha sido posible generar las infraestructuras
logísticas y de servicios a la producción necesarias para la conexión con las redes globales de
distribución. Este proceso ha dejado fuera de juego a las producciones de las áreas periurbanas,
cuyos tejidos asociativos y logísticos se encontraban ya sensiblemente debilitados (Gómez Benito,
Idem.), y que han sido dejadas del necesario apoyo por parte de las administraciones. La
concentración de la distribución agroalimentaria en las Grandes Superficies, sobre todo a partir de
los años ‘90, no ha hecho sino profundizar en este proceso, que sitúa a las agriculturas periurbanas,
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López García, DanielI Congreso Estatal de Agricultura Ecológica Urbana y Periurbana.
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paradójicamente, en una situación periférica respecto a los principales espacios de consumo: las
ciudades.
En definitiva, la pinza establecida entre la desagrarización del medio rural y la posición periférica
respecto a los mercados establece una situación de marginalidad de las producciones agrarias
periurbanas. Esta situación se suma a la secular crisis de rentabilidad del sector agrario en general
-caída de precios en orígen y alza de precios de los insumos- que se viene sufriendo de forma
ininterrumpida desde los años ‘70. El resultado ha sido el estancamiento del sector en un bucle de
retroalimentación negativa, en el que las producciones agrarias periurbanas se ven cada vez más
dificultadas.
En este contexto, el surgimiento de la agricultura ecológica supone un balón de oxígeno para
algunas explotaciones agrarias. En un primer momento (años ‘80) para explotaciones pioneras de
neorrurales y agricultores/as altamente sensibilizados con las problemáticas socioecológicas de la
producción industrial. A partir de los ‘90, las subvenciones incorporan grandes superficies de
cultivos extensivos -pastos, olivo y cereal principalmente-; a la par que algunas explotaciones
profesionales, más grandes, inician la conversión (EPDAP, 2007) al descubrir un nuevo mercado,
sobre todo de exportación, para quellos cultivos de mayor valor añadido -hortaliza, fruta y
subtropicales, especialmente, además del aceite de oliva. Esta dinámica creciente se puede enmarcar
dentro de un cambio de modelo agrario acontecido en la UE y en otros territorios del norte global, a
partir de la década de los ‘90, basado en la reducción de costes, la introducción de actividades
complementarias, la búsqueda de mercados alternativos con reducción de intermediarios, la
transformación en finca de los productos agrarios en búsqueda de un mayor valor añadido, y la
adopción de formas de manejo más sostenible, especialmente la agricultura ecológica. Este proceso
ha sido denominado por Ploeg (2010) como recampesinización, y a pesar de no ser mayoritario
incluye a un número importante de explotaciones y supone una estrategia en expansión de
resistencia frente a la globalización agroalimentaria.
La aparición de importantes escándalos alimentarios -vacas locas, pollos contaminados con
dioxinas, gripe aviar, etc.- genera una mayor conciencia en el consumo hacia la búsqueda de
productos saludables en un mercado a menudo confuso y generador de poca confianza,
especialmente frente a la expansión de la Gran Distribución Comercial (GDC). Por ello, en el
Estado Español surgen en los ‘80 los primeros Grupos de Consumo de Alimentos Ecológicos (“El
Brot” en Reus, en 1985) y asociaciones de productores y consumidores (“Umbela” en la provincia
de Granada, en los ‘80). En los años ‘90 el consumo asociativo de alimentos ecológicos se expande,
especialmente en las principales zonas metropolitanas, a partir de la iniciativa individual de
experiencias productivas pioneras que no pudieron o no quisieron optar por el mercado de
exportación, y especialmente a partir de la distribución de frutas y hortalizas frescas. En la primera
década de este siglo se vive una verdadera explosión de iniciativas autoorganizadas de consumo
ecológico en las ciudades, que podemos denominar un movimiento social agroecológico, altamente
politizado, y que supera en sus principios la demanda de alimentación saludable, para plantear una
crítica de raíz a la expresión territorial del capitalismo globalizado y al sistema agroalimentario que
lleva asociado (López García y Badal Pijuán, 2006). Este incipiente movimiento se alimenta en los
últimos años con las propuestas de la Soberanía Alimentaria, llegadas desde el Sur Global de la
mano de La Vía Campesina
2
, y se estructura en tejidos territoriales de diversa naturaleza,
construyendo alianzas entre campo y ciudad en base a un pacto social por la agricultura,
especialmente la agricultura ecológica y los canales alternativos de distribución (López García,
2009).
2 Coordinación de ámbito mundial que aglutina organizaciones campesinas e indígenas. Más información en: viacampesina.org>.
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López García, DanielI Congreso Estatal de Agricultura Ecológica Urbana y Periurbana.
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En la actualidad, los Canales Cortos de Comercialización (CCC) para los alimentos ecológicos son
una realidad en rápido crecimiento en el Estado Español y en general a lo largo y ancho del planeta.
Sus formas se han multiplicado y diversificado, hasta suponer una alternativa importante para
cientos de experiencias productivas; y su importancia está siendo recogida por las administraciones,
que se están viendo forzadas a reconocer su importancia y los beneficios sociales que reportan. Pero
más allá de su importancia económica, su carácter de movimiento social está generando una
politización de la producción y el consumo, que sitúa el sistema agroalimentario en un lugar
importante de los debates sociales. En las siguientes líneas pretendemos describir las formas que
adoptan estos CCC en el Estado Español, y especialmente la influencia que están teniendo sobre las
formas de agricultura urbana y periurbana y sus maltrechas estructuras sociales y ecológicas.
Los CCC: Alianzas entre campo y ciudad más allá del mercado.
Por Canales Cortos de Comercialización entendemos aquellas formas de circulación
agroalimentaria en las que solo se dan uno o ningún intermediario entre producción y consumo. Sin
embargo este es un término confuso, ya que el denominado canal moderno de distribución (GDC)
en algunos casos cumple con esta definición, y no es el tipo de experiencias al que nos queremos
referir. Por ello para afinar más el concepto debemos hablar de espacios comerciales en los que
producción y consumo mantienen un alto poder de decisión en cuanto a qué y cómo se produce, y
en cuanto a la definición del valor de aquello que se produce. El tipo de experiencias que
agrupamos dentro de esta categoría suele compartir además una base territorial común entre
producción y consumo que permite una relación directa entre ambos extremos de la cadena
agroalimentaria, por lo que se suele hablar de mercados locales como un concepto ligado al de
CCC. Algunas de las modalidades de las que hablaremos a continuación son fórmulas tradicionales
de distribución de la producción agraria que han sido retomadas en el proceso de recampesinización
del que venimos hablando, como la venta en finca o los mercadillos de productores. Además de
éstas, han surgido formas novedosas de comercialización ligadas a la producción ecológica, tales
como los Grupos de Consumo (GGCC) de alimentos ecológicos, los sistemas de suscrpción en base
a la distribución periódica de lotes de productos de composición preestablecida, la venta por
internet, o la distribución directa por parte de los productores a comedores de instituciones públicas
(Consumo Social).
El CERDD (2010) distingue tres grandes grupos de CCC: Canales Cortos propiamente dichos que
llegan al consumidor final de forma individual o de forma colectiva, y la venta directa (Ver Figura
4). En el primer grupo, CCC-Colectivo, podemos incluir las cooperativas de consumo con tienda y
el Consumo Social. Dentro del grupo CCC-individual incluimos las tiendas de proximidad, la venta
por internet a través de intermediarios y la venta a Restaurantes o en los establecimientos de
hostelería. Y dentro de la venta directa incluímos los mercados de productores, las ferias, los
sistemas de suscripción por medio de cestas fijas, los GGCC y la venta en finca.
Las primeras experiencias de consumo asociativo de alimentos ecológicos surgen como respuesta a
la industrialización agraria y a sus impactos negativos sobre la producción y el consumo, así como
sobre el medio ambiente. En los años ‘60 surgen en Japón las primeras iniciativas masivas, donde
han experimentado un crecimiento importante y reunen en la actualidad a más de un millón de
familias consumidoras agrupadas en torno a núcleos de contrato entre producción y consumo, los
denominados Teikei. De Japón saltan a Europa, y de ahí a EEUU, donde a partir de los ‘70 se
desarrollan profusamente en base al modelo denominado Community Supported Agriculture (CSA),
que agrupa en la actualidad a unas 390.000 familias en torno a unos 4.000 grupos de CSA (Barnett,
2010). En Europa, el modelo más desarrollado es el francés, en el que las experiencias de
Association pour le Maintien d’une Agriculture Paisanne (AMAP) han crecido desde 2001 hasta
alcanzar 1200 unidades que agrupan a unas 50.000 familias (MIRAMAP, 2011), si bien están muy
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desarrolladas en otros países como Italia, Reino Unido, Alemania, Dinamarca o Austria.
Todas estas experiencias se agrupan en la Red Internacional URGENCI, que promociona los
llamados Acuerdos Locales y Solidarios entre Producción y Consumo (ALSPC), estructurados en
base a una carta de compromiso anual entre una explotación y un número definido de familias
consumidoras para la producción y distribuciónde alimentos ecológicos (López García, 2011b).
Pero además, en las últimas décadas se han desarrollado gran cantidad de experiencias de CCC de
todo tipo, como los cientos de Farmers’ Markets en EEUU -60 mercados semanales tan sólo en la
ciudad de Nueva York (Cardwell, 2011)-en los que los productores comercializan directamente sus
productos; o los proyectos de Consumo Social en Italia, a través de los cuales se sirven cerca de
1.400.000 menús diarios con alimentos ecológicos y locales en comedores dependientes de
administraciones públicas.
En el Estado Español, a partir de los grupos pioneros iniciales nacen a finales de los ’80
Ecoconsum (Coordinadora catalana de consumidores/as responsables de productos ecobiológicos)
3
,
y a principios de los ’90 surge en Andalucía el embrión de lo que hoy es la Federación Andaluza de
Consumidores y Productores Ecológicos (FACPE)
4
. A partir de entonces se multiplican por todo el
territorio estatal las experiencias de consumo asociativo de alimentos ecológicos, que hoy son
centenares y que agrupan a miles de personas, en las ciudades y en muchas zonas rurales, adoptando
muy diversos modelos. Desde las grandes cooperativas de consumidores y productores de
Andalucía, Euskadi, Murcia o Albacete, que cuentan con tienda de horario comercial y cientos de
referencias de oferta a sus socios/as; al firmamento de pequeños grupos de consumo de Catalunya o
Madrid, las diferentes experiencias se van adaptando a cada situación concreta. Algunas
experiencias con fórmulas más alejadas de las relaciones mercantiles, como aquellas surgidas en
torno a la iniciativa Bajo el Asfalto está la Huerta (BAH!), que no asignan precio a los alimentos
que producen, y que se basan en la propiedad colectiva (producción-consumo) de los medios de
producción y de la propia producción (López García y López López, 2003). Y otras con fórmulas
más convencionales, que buscan llegar a un público más amplio por medio de una mayor
comodidad para el gran público y de la profesionalización de la gestión.
En los últimos años, las formas de CCC se han diversificado de una forma importante, tanto en las
modalidades de los grupos y cooperativas de consumidores, como en otros formatos. De entre estas
últimas podemos destacar el denominado Consumo Social (Comedores escolares, residencias
públicas, hospitales, etc.) que se ha ido desarrollando poco a poco de forma voluntarista por parte
de asociaciones de productores y AMPAs en distintos territorios (Andalucía, Catalunya, Galiza,
Euskadi) y que en determinados territorios donde ha encontrado apoyo de las administraciones se ha
disparado, como en Euskadi y especialmente en Andalucía, donde el programa “Alimentos
Ecológicos para Consumo Social en Andalucía” incorporó a más de 100 centros públicos -colegios,
guarderías, residencias geriátricas y dos hospitales- y más de 10.000 comensales diarios entre 2005
y 2008 (EPDAP, 2007b). A su vez, se han extendido de una forma importante los mercados
periódicos de alimentos ecológicos, especialmente en zonas rurales densamente pobladas y con
tradición al respecto (Euskadi y Catalunya, especialmente) y en ciudades medianas y grandes con
importantes anillos de agricultura periurbana (Málaga, corona metropolitana de Madrid, etc.). Estas
iniciativas se han emprendido en un primer momento por parte de los propios productores, y más
recientemente por parte de administraciones públicas que ven en estos eventos una forma de
dinamización turística e incluso de revitalización comercial de los centros históricos de las ciudades
(Mauleón, 2010).
Las distintas formas de CCC se complementan entre sí (Ver Cuadro 1), y han tenido una evolución
3 http://www.ecoconsum.org.
4 http://www.facpe.org.
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coherente al respecto (Fadón y López, 2011). Las primeras experiencias en el Estado español surgen
como GGCC, pero la dispersión de los consumidores y el escaso volúmen distribuído encarecen en
gran medida el producto por costes de transporte, y a menudo no alcanzan a absorver una parte
relevante de las producciones de cada explotación implicada. Por ello ha sido importante crear
canales alternativos de mayor volúmen de distribución como el Consumo Social; complementar el
descenso en el volumen de pedidos en el verano mediante los mercadillos de productores y las
Bioferias o la elaboración de conservas en el caso del producto vegetal fresco; y en general buscar
mercados complementarios para sacar más producto y especialmente para darle visibilidad (López
García, 2007; 2008). En cualquier caso, los CCC suponen una base de estabilidad para productores
que se ven obligados a comercializar parte de su producción en canales convencionales o largos
(Blanc, 2009).
En efecto, las diversas modalidades de CCC van más allá de un simple interés por alimentos
saludables por parte del consumo, para establecer relaciones de confianza cara-a-cara basadas en la
“observación personal y las redes sociales en la vecindad directa” (Renting et al., 2003), en
respuesta a una desconfianza generalizada frente a la globalización agroalimentaria y los
organismos de control ambiental y sanitario al respecto. Esta desconfianza llega hasta el
cuestionamiento de los propios sistemas públicos de certificación, para establecer sistemas
alrternativos y participativos de garantía (Cuellar y Torremocha, 2009); e incluso frente a la
convencionalización de la agricultura orgánica (López García y López López, 2003; Fonte, 2008).
Esta construcción de relaciones de confianza requiere por parte de los productores de un importante
esfuerzo en la difusión, sensibilización del consumo y construcción de redes con el consumo y entre
productores. Por ello, a menudo los productores implicados en CCC suponen un importante
elemento de dinamización de los tejidos sociales urbanos y periurbanos (Schäfer, 2006).
El establecimiento de estas nuevas redes sociales de confianza entre producción -medio rural- y
consumo -medio urbano, al menos en un primer momento del desarrollo de los CCC- revierte en
formas de compromiso, a veces contractuales como en los Teikei, CSA o AMAP. Este compromiso
se traduce en formas de funcionamiento ampliamente positivas para ambas partes de la cadena, y
que establecen una clara diferencia con las formas de circulación económica en el mercado
capitalista global: estabilidad; negociación de precios; cooperación entre producción y consumo e
incluso variadas formas de co-gestión de la finca; preferencia por las producciones más cercanas
por encima de los menores precios; etc. Muchos productores ecológicos manifiestan a su vez su
satisfacción al conocer a las personas que se alimentan con su cosecha, y a que sus productos de
calidad sean consumidos en el propio territorio (López García, 2008). El interés renovado por las
producciones agrarias locales, supone a su vez un cambio importante en uno de los priincipales
problemas para la renovación de la población activa agraria: la escasa valoración social de la
actividad (López García, 2011a), a la vez que puede suponer un freno importante frente a la pérdida
de biodiversidad agraria. La simple reducción de intermediarios reduce costes y aumenta de manera
muy sensible el valor añadido percibido por el productor (López García, 2011a), a la vez que reduce
los precios finales del alimento ecológico y los impactos ambientales relativos a transporte y a los
envases y embalajes que la distribución convencional utiliza como gancho.
Los CCC rompen la sensación por parte del consumidor de exclusividad de los alimentos
ecológicos, en cuanto a accesibilidad y a precios (Moschitz, 2008), al hacerlos más accesibles al
gran público. Y al menos en CSA, AMAP y otros proyectos se contempla la flexibilidad de cuantía
en los pagos para rentas bajas. A su vez, muchos modelos de GGCC han intervenido en la
regularización de la situación legal de la fuerza de trabajo por cuenta ajena en las explotaciones,
extremo que queda regulado por estatutos en algunas asociaciones de productores orientadas a
CCC, como Païs Alp (Provenza, Francia). Pero en general, como ya se ha comentado, lo más
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relevante es su capacidad para devolver a los dos extremos de la cadena -producción y consumo- el
poder de decidir sobre como quieren que sea el modelo agroalimentario. En su desarrollo expresan,
por tanto, su deseo de justicia social y ecológica plasmado en estas nuevas formas organizativas de
la cadena agroalimentaria.
Las producciones urbanas y periurbanas están en mejor disposición para la construcción de estas
redes que aquellas más alejadas de los espacios metropolitanos, ya que la menor distancia facilita
esta relación directa. A su vez, las relaciones de proximidad en las cadenas locales sirven de
vehículo a las demandas sociales de equilibrio territorial y ambiental frente a la globalización,
especialmente entre los habitantes urbanos, en un compromiso por apoyar y fortalecer los paisajes,
las culturas y las economías locales sostenibles (Renting et al., 2003; Ploeg y Renting, 2004) de los
territorios circundantes a las áreas metropolitanas. Especialmente en las zonas urbanas y
periurbanas donde, como ya se ha comentado, la dinámica de la economía globalizada presiona en
mayor medida sobre el tejido agrario.
La importancia económica relativa de los CCC es pequeña respecto al volúmen total del mercado de
alimentos ecológicos. ORA (2008) calcula un 24% en Francia, un 23% en Alemania, un 20% en
Italia y tan sólo un 5% en España; y el OCDA (2007) calcula entre un 20 y un 30% para España.
Sin embargo, más allá de las cifras, los CCC en España están abriendo el consumo interno -sabemos
que cerca del 80% de la producción espñola se exporta y que el consumo interno no alcanza el 0,5%
del consumo alimentario total (MARM, 2010)- frente a la inactividad de una administración incapaz
de zafarse de la presión del sector convencional y de la industria agroquímica. Y sobre todo están
suponiendo la repolitización de la alimentación como una actividad social que incumbe al conjunto
de la sociedad, y no un negocio.
Los CCC como Movimiento Social Agroecológico y por la Soberanía Alimentaria en lo local
El sector agrario en general se encuentra en las economías postindustriales, como la nuestra, sumido
en una profunda crisis que se expresa, básicamente, en la vertiginosa disminución de los activos
agrarios. En 2010 desaparecieron en España 100 explotaciones agrarias cada mes, y la población
activa agraria ha pasado de representar el 25% del total en 1975 al 4% actual. Las estructuras
profesionales de comercialización, como las cooperativas, se encuentran a su vez en una grave crisis
frente a las transformaciones del mercado agroalimentario global y a la desmovilización general del
sector (Gómez Benito, 2002). Esto ha hecho que algunas organizaciones profesionales agrarias
(OPAs), las más sensibilizadas frente a su frágil posición en este proceso, hayan buscado apoyos en
la sociedad civil rural y especialmente en las ciudades, construyendo alianzas “por un mundo rural
vivo”, como la Plataforma Rural
5
. Y que surjan en diversos territorios numerosas estructuras
profesionales sectoriales de productores ecológicos para defender el sector, frente a la escasa
decisión de las OPAs respecto a su promoción, especialmente en el País Vasco, Navarra y
Catalunya.
Dentro de la producción ecológica, en los últimos años se han desarrollado también diversas
estructuras para la comercialización, en algunos casos en estructuras mixtas producción-consumo,
como ya se ha comentado; y cada vez más exclusivamente desde la producción. El mercado interior
español de alimentos ecológicos se revela como muy diferente que el de los alimentos
convencionales, y por ello requiere de nuevas formas organizativas y logísticas. Estas nuevas
estructuras deben atender al escaso volúmen de distribución y a la gran dispersión de los puntos de
distribución; y especialmente a las particularidades de un producto respecto al que hay un fuerte
desconocimiento por parte de detallistas y consumo final (OCDA, 2007; MARM, 2010). A veces se
están construyendo desde dentro de ciertas OPAs (Nekasarea en Euskadi; ARAE en Castilla y León;
5 http://www.nodo50.org/plataformarural
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Ecomediterránia en el Pais Valenciá, etc.) y otras veces fuera de ellas (Daiquí en Galicia; Pueblos
Blancos, Cobiosur y otras en Andalucía; Xarxeta de Pagessos en Catalunya; y tantas otras); pero
todas están buscando el apoyo de organizaciones sociales urbanas, y especialmente del tejido de los
CCC como una vía importante de comercialización del producto. Como ya hemos comentado, los
CCC perimiten retener una mayor proporción de valor añadido en la producción a la vez que
ofrecen precios justos al consumo final; pero sobre todo ofrecen estabilidad, compromiso, confianza
y valoración del producto agrario y de quien lo produce, más allá del precio y de la calidad
nutricional u organoléptica.
Las estrategias que se están desarrollando desde la producción tienen en muchos casos ciertos
puntos en común al adaptarse al mercado interior, y rompen con la estructura tradicional de la gran
cooperativa de comercialización de uno o pocos productos orientada a la gran distribución y que
comercializa grandes volúmenes de producto primario, obteniendo márgenes comerciales reducidos
por cada unidad de producto. Por contra, estas nuevas estructuras buscan una gran diversificación
en puntos y formatos de comercialización; diversificación del catálogo de productos; producciones
orientadas a demandas determinadas (los CCC); reducción en infraestructuras y costes fijos
-almacenes, labores comerciales, etc.- y publicidad, a raíz de una orientación hacia la demanda;
implicación de los propios productores en las labores comerciales y logísticas; y flexibilidad en las
producciones y en las formas de distribución. Estos modelos responden, por tanto, al modelo de
recampesinización del que ya hablamos, en el que se recuperan algunos rasgos de las formas
económicas campesinas -flexibilidad, diversidad de oferta, multiactividad y maximización en el
empleo de la fuerza de trabajo propia (González de Molina y Sevilla Guzmán, 1993)- para
rentabilizar las producciones en un mercado global que expulsa a las pequeñas iniciativas.
En efecto, los CCC requieren de una oferta variada desde un solo punto de distribución, de cara a
rentabilizar los pequeños volúmenes demandados para cada producto; y a su vez requieren un fuerte
compromiso y una estabilidad por parte de la producción, para construir relaciones de confianza que
a menudo se transforman en reciprocidad. Un ejemplo interesante al respecto es lo que hemos
denominado modelo archipiélago de distribución (Fadón y López, 2011), en el que diversas
explotaciones con producciones complementarias distribuyen conjuntamente intercambiando
producto: cada productor mantiene de forma individual sus propios puntos de distribución y en ellos
distribuye sus productos y los de sus socios, sin cargarlos con sobreprecio. Así, cada nodo presenta
una oferta más variada y alcanza una mayor diversidad de mercados sin necesidad de inversiones
conjuntas en logística, y alcanzando una gran flexibilidad (López García 2007, 2008; Fadón y
López, 2011). Ejemplos de estructuras de este tipo, orientadas en su mayor parte a los CCC, los
encontramos en la extinta Red de Ecoproductores Andaluces, ARAE, Xarxeta de Pagessos y
Nekasarea, por ejemplo. Otras estructuras afrontan la diversidad de productos ofrecidos y formas de
comercialización desde estructuras unitarias como las cooperativas de comercialización adaptadas
al mercado interior de los CCC; pero que mantienen la posibilidad de dirigirse a clientes de mayor
volúmen en canales de comercialización convencionales (exportación, gran distribución, etc).
Las estructuras adaptadas a los CCC están surgiendo principalmente en áreas metropolitanas o de
fuerte densidad de población; o se dirigen a ellas, ya que es allí donde se encuentra el consumo en
los CCC para la agricultura ecológica. Sin duda, la diversidad de puntos y formatos de venta solo es
viable si se da cierta concentración en el destino, y eso ocurre en las zonas más densamente
pobladas. La eficiencia en el funcionamiento de las complejas redes de distribución que se
establecen requiere del apoyo en estructuras en las que la producción y el consumo se organizan
cada una por su lado, y más tarde se combinan. La estrategia de reducción de costes en logística
revierte a menudo en cierta precariedad, que se suple con un grado de voluntarismo importante por
parte de ambas partes, y especialmente del consumo, en la flexibilidad de horarios de entrega, la
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búsqueda de espacios para almacén y distribución en las ciudades, la buena voluntad frente a los
constantes errores que se producen, etc. Y para mantener este voluntarismo, es necesario mucho
más que alimentos de calidad: se necesita creer en un proyecto de sociedad compartido entre
producción y consumo para gestionar el territorio que rodea -y sostiene- las ciudades y la
alimentación.
En este sentido, como ya se ha comentado se viene desarrollando desde los años ‘90 un movimiento
social agroecológico de fuerte carácter urbano, desde el cual se organiza la resistencia frente a la
expresión territorial del capitalismo global, a través de un cambio en el modelo agroalimentario.
Desde estas praxis urbanas se construyen los GGCC en las ciudades y los huertos urbanos, y estas
experiencias se han ido coordinando a nivel territorial para construir el extremo del consumo en los
CCC, haciendo asi operativas las incipientes redes logísticas por medio de estructuras de
coordinación. En esta línea comenzaron a trabajar las estructuras más grandes, como la FACPE o
Ecoconsum a nivel regional; y en los últimos años se desarrollan otros modelos más ideologizados
que operan en diversas áreas metropolitanas para coordinar producción y consumo, como La
Repera en Barcelona o La Rehuerta en Madrid, a partir de encuentros anuales que se traducen en
trabajo cotidiano en comisiones de zona, juntando ambas partes, para dinamizar y ampliar los CCC.
La existencia de estas estructuras está permitiendo una verdadera explosión de los CCC en estas
áreas, al brindar asesoramiento y contactos con las redes de producción y logísticas a los nuevos
GGCC; dinamizar la creación de otras accciones más complejas -como mercadillos de productores
o el consumo social; y realizar una importante labor de difusión y sensibilización para el consumo
responsable y solidario. Por otro lado, están permitiendo un estrecho contacto entre producción y
consumo, incorporando contenidos agrarios y rurales a la agenda política de los movimientos
sociales urbanos a través de la presencia de los productores, con lo que se fortalece de una forma
importante las luchas de los débiles tejidos sociales de las áreas periurbanas circundantes.
Desde el movimiento global por la Soberanía Alimentaria ha aparecido otro proceso que atraviesa
esta situación, fortaleciendo el tipo de iniciativas del que hablamos. Desde La Vía Campesina se
lanza en 2007 en Mali, en el encuentro Nyéléni, una propuesta para construir foros locales por la
Soberanía Alimentaria en todo el planeta. En el Estado Español se recoge esta propuesta en 2008
por parte de Plataforma Rural y otras organizaciones, y a partir de ahí se crean diversas plataformas
locales por la Soberanía Alimentaria, donde una gran diversidad de grupos y personas trabajan en
cada territorio en diversos temas relacionados con el sistema agroalimentario, entre ellos la
promoción y fortalecimiento de los CCC. Estas nuevas estructuras, más apoyadas por
organizaciones sociales, aportan estabilidad y contenidos de carácter más político; y están
permitiendo avanzar hacia la construcción de un movimiento social de escala estatal y coordinado a
escala continental
6
, a partir de plataformas locales que agrupan gentes de campo y de ciudad
-producción y consumo- en la construcción de un territorio y de un sistema agroalimentario más
equilibrado, justo y sostenible.
Los CCC como herramienta frente a la desestructuración de las agriculturas urbana y
periurbana.
El despliegue de los CCC en el Estado Español arrastra diversos limitantes que ya hemos estado
comentando, de entre los cuales poodríamos resaltar las débiles redes logísticas existentes; el escaso
volúmen distribuído y la dispersión de los puntos de reparto; el escaso conocimiento del producto
ecológico por el consumidor; la necesidad de una mayor sensibilización del consumidor frente a las
peculiaridades de los CCC respecto a la Gran Distribucion Comercial; la escasa formación del
6 En agosto de 2011 se celebrará en Austria el primer Foro Europeo por la Soberanía Alimentaria “Nyéléni Europa”,
en el que se darán encuentro diversas plataformas estatales que trabajan al respecto, convocadas por la Coordinadora
Europea “La Vía Campesina” y otras organizaciones.
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López García, DanielI Congreso Estatal de Agricultura Ecológica Urbana y Periurbana.
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productor y su baja disposición para asumir tareas de distribución y comercialización; y la falta de
espacios de encuentro y coordinación entre producción y consumo
7
. Sin embargo, en las Áreas
periurbanas nos encontramos con un nuevo rango de problemáticas en la parte de la producción,
ligados a la marginalidad de la actividad agraria en estos territorios, que ya se ha comentado. Estos
problemas específicos de los CCC en áreas periurbanas se pueden resumir en problemas de acceso a
la tierra y al agua; contaminación de suelos y agua; desestructuración del tejido productivo agrario
(asociaciones, cooperativas, etc.); y degradación de las infraestructuras agrarias (caminos, acequias,
etc.).
Estas problemáticas están siendo integradas, como ya se ha comentado, dentro de la agenda de los
movimientos sociales urbanos, que más allá del ecologismo pasan a considerar la cuestión agraria
como bien de interés social, desde una visión agroecológica y de Soberanía Alimentaria. En este
sentido, es fácil encontrar en los espacios donde toman cuerpo las experiencias de CCC -locales de
los grupos de consumo, mercadillos de productores- propaganda y convocatorias de movilizaciones
alrededor de problemáticas ambientales locales de las áreas periurbanas, como la urbanización
descontrolada; la contaminación; o la construcción de infraestructuras de transporte, agua y energía.
Además, es fácil encontrar en la dinamización de estas movilizaciones a los propios agricultores
ecológicos y a otras personas implicadas en los CCC desde el consumo. En las próximas líneas
vamos a describir además, de forma muy somera, algunas iniciativas en las que la construcción de
los CCC se ha dado expresamente ligada a movimientos cívicos en defensa del territorio y el paisaje
agrario periurbano, ya que la sociedad civil local comprendió que los CCC eran una forma
interesante de revitalizar espacios que habían quedado fuera de lugar en el despliegue de la
conurbación difusa. Y la única forma de generar dinámicas de desarrollo local alternativas a la
urbanización, desde la óptica de la sostenibilidad y la justicia social para el mantenimiento de las
zonas de agricultura periurbana.
Probablemente el conflicto social más importante acaecido en el Estado español en este sentido es
el de la Huerta Sur de Valencia, y en concreto en el barrio de La Punta, desde mediados de los ‘90.
Este barrio de huertos históricos, integrado en el término municipal de la ciudad de Valencia, fue
arrasado en gran parte para la construcción de infraestructuras logísticas y de transporte, necesarias
para conectar el espacio metropolitano valenciano con la economía global. Este proceso se ha ido
extendiendo a otras zonas alrededor de la ciudad, y ha ido generando un creciente movimiento
contestatario, en el que la agricultura es más que el paisaje y la identidad cultural históricas del
pueblo valenciano. La huerta es garantía de futuro para la ciudad y una vía imprescindible para su
desarrollo sostenible, y cada fanega cementada supone fertilidad y riqueza perdidas para siempre.
Por ello, desde los ‘90, las personas implicadas en la defensa de L’Horta comenzaron a dinamizar
experiencias de CCC en los terrenos que iban a ser urbanizados, como forma de conectar a los
habitantes urbanos con la problemática de las huertas históricas. Esta línea sigue, hasta el punto de
que hoy la página web de inicio del colectivo Per L’horta -el más visible en la defensa de la huerta
valenciana- muestra un sistema de compra on-line de productos de la zona.
Otro ejemplo interesante es el de Bajo el Asfalto está la Huerta (BAH!) en el Area Metropolitana de
Madrid
8
. En el año 2000 un grupo de 150 jóvenes okupaba unas tierras abandonadas de titularidad
pública, pertenecientes a un Parque Regional y destinadas para “agricultura sostenible”, para
denunciar el abandono de la finca por parte de la administración y las múltiples agresiones
7 He llegado a estas conclusiones al participar como parte del equipo coordinador en los procesos de La Rehuerta
(Iniciativa por la Soberanía Alimentaria de Madrid, 2008-2010) y en el Seminario Internacional de Experiencias en
Canales Cortos de Comercialización para la Agricultura Ecológica (Ecologistas en Acción, Córdoba, 2010); como
técnico en el proyecto Ecomercio Extremadura (Proyecto Ecos del Tajo- Red Calea, Extremadura, 2009-2011); y
tras participar en diversos debates centrados en los CCC en el Estado Español a lo largo de más de una década.
8 Describimos en detalle la experiencia de Bajo el Asfalto está la Huerta en López García y López López (2003).
Canales Cortos de Comercialización como elemento dinamizador de las agriculturas ecológicas urbana y periurbana 10
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ambientales que estaba sufriendo dicho Parque Regional relacionadas con el crecimiento
urbanístico y las infraestructuras de transporte relacionadas. El grupo presentó un proyecto al
gobierno regional para poner en producción la finca y sin esperar respuesta comenzó a desarrollarlo.
El proyecto incluía la creación de grupos de consumo que, de manera asamblearia, gestionarían la
finca en base a la posesión colectiva de los medios de producción y del producto, en un modelo de
relaciones entre producción y consumo mediante el cual el consumo se hace responsable de la
producción agraria, y también del territorio que la soporta. La producción tuvo que llevarse al valle
del río Tajuña al ser dificultada por la administración con todo tipo de medios. Sin embargo la
experiencia siguió adelante, y más tarde el modelo de relación producción-consumo se replicaría en
una docena de nuevas experiencias, en la Comunidad de Madrid y en otros territorios del Estado
Español.
El último ejemplo es el de una experiencia de Sevilla. A mediados de la pasada década, con la
fiebre inmobiliaria surge un proyecto para urbanizar una importante zona de huertas históricas
dentro del término municipal de la ciudad, en torno al Arroyo Tamarguillo. El proyecto encuentra
como oposición una movilización importante, y de ésta salen diversas iniciativas para iniciar
cultivos en la zona, y más tarde para crear GGCC con algunos productores de la zona. De entre
éstas, se da una relacionada con el colectivo El Ecolocal, en la cual se comienza a recibir alimentos
de la finca de una familia de agricultores convencionales de la zona, que poco a poco van
abandonando otros canales de venta y adoptando prácticas de manejo ecológico a sugerencia de los
consumidores. Esta dinámica ha seguido hasta la incorporación de algunas personas
“consumidoras”, habitantes urbanos, a la actividad productiva en la finca. A la vez que nuevas
iniciativas productivas se van instalando en la zona, con lógicas similares.
Como vemos los CCC y la producción ecológica, una vez convertidos en movimiento social,
pueden ser una poderosa herramienta para el fortalecimiento y la revitalización de la agricultura en
las áreas periurbanas. Este proceso está sucediendo, como ya se ha comentado, en diversos estados
con situaciones similares a la española. Es un proceso iniciado “desde abajo y a la izquierda”, pero
que también está siendo comprendido por determinadas administraciones, quizá presionadas por la
sociedad civil, que están fomentando los CCC como forma de preservar la agricultura periurbana
(Reino Unido, Italia, Dinamarca, etc.). Incluso como forma de preservar los recursos naturales,
como en el caso Nueva York, donde se ha emprendido un importante proyecto de promoción de la
agricultura ecológica ligada a CCC en las áreas de cabecera de los embalses de los que se abastece
la conurbación
9
.
Conclusiones: los CCC como práctica de resistencia frente al despliegue territorial de la
civilización urbano-industrial.
La actividad agraria pone en cuestión el despliegue de la civilización urbano-industrial,
especialmente en sociedades terciarizadas o postindustriales, como la nuestra. La agricultura no
tiene cabida en espacios periurbanos, donde la lógica especulativa convierte la tierra en mercancía,
asignándole un valor de mercado muy por encima de su valor de uso y lejos del alcance de las
rentas agrarias. Sin embargo, en las últimas décadas se ha desarrollado en las sociedades
postindustriales un movimiento social que, desde una visión ecológica y social, entiende el
mantenimiento de las agriculturas urbana y periurbana como una necesidad del conjunto de la
sociedad, si la producción agraria se realiza desde criterios de sostenibilidad, como la producción
ecológica.
Esto ha hecho que se inicien gran cantidad de pequeñas iniciativas que tienden puentes entre campo
y ciudad, conectando grupos de productores y consumidores en novedosas formas sociales que
9 Más información disponible en:
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están devolviendo la rentabilidad a la agricultura periurbana. Pero sobre todo están abriendo un
espacio social donde la producción agraria sostenible cercana a las ciudades recupera su valor
social, y a partir del cual es posible defender la actividad del avance de la ciudad. Más allá de la
búsqueda de precios justos para el consumo y la producción, las experiencias que hemos comentado
constituyen un movimiento social que cuestiona la expresión territorial del capitalismo global, y que
construye alternativas a la misma a partir de formas de relación económica basadas en la solidaridad
y el bien común entre producción y consumo. Proyectos que construyen una relación entre las
personas desde la lógica de la vida, al igual que la relación con el territorio circundante a las
ciudades.
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