Los Kichwas amazónicos protegen sus territorios gobernándose a sí mismos


Por José Gualinga
El gobierno de Tayjasaruta, que significa “Pueblo Originario Kichwa de Sarayaku”, está constituido en cinco comunidades: Shiwacocha, Cali Cali, Chontayaku, Sarayakillo y Centro. Cada comunidad tiene una autoridad, los kuracas, con su bastón de mando, y constituyen el consejo de gobierno. Somos una institución consolidada pero en crecimiento. Tenemos un equipo de apoyo y un consejo de ancianos que está integrado dentro. También hay comisiones responsables de salud, educación, jóvenes. El consejo de gobierno se reúne cada viernes, y el congreso, la máxima autoridad, se celebra cada dos años. La asamblea, dependiendo las circunstancias, es convocada, en casos de urgencia, de amenazas a nuestro territorio.
Sarayaku consiste en varias conformaciones de familias, de ayllus, entre el pensamiento de los hijos del jaguar, del puma, ligado a toda una vida con la selva. Están ahí los seres como la masanga, el sacharuna, y todo es parte de este pueblo.
La defensa del territorio surge por la dignidad. Sarayaku no acepta que su autoridad sea dominada, ni ser privada de su libertad. Es nuestra tierra, nuestro territorio, y queremos aquí nuestra organización, nuestro sistema de vida. No aceptamos que los espacios tan vivientes puedan ser destruidos. Son conceptos muy básicos, filosóficos, que mantenemos. No aceptamos la intromisión de otros agentes que quieren dominar y destruir la naturaleza y nuestra identidad. Nuestras formas de vivir son humanas y lógicas. Y si eso no está en ti, por qué aceptar que nos vengan a decir “tienen que vivir de esta forma”. Éste ha sido nuestro principio de resistencia.
Son siglos. No el mismo nivel que ahora estamos, las condiciones no eran iguales, pero nuestros ancestros siempre resistieron. Hace 90 años un cuartel militar fue incendiado aquí por los kuracas. Estaban abusando de la sociedad, de las mujeres. Intentaron prohibir las relaciones que se mantenían entonces con Perú, por la cuestión de las banderas. Cuando un sarayaku llevaba un sombrero peruano, los ecuatorianos no estaban de acuerdo y ése era el conflicto.
Hace 30 años se organizó un sistema nuevo, tipo sindicalista. El Centro ALAMA Sarayaku (CAS) llevó el proceso de defensa territorial, aunque como siempre en desiguales condiciones, porque jurídicamente el Estado tenía todo sometido y la personería legal y jurídica no permitía los alcances que este pueblo demandaba. Tuvimos que usar nuestro derecho propio a la defensa, movilizaciones y presiones. En 1989 es primera vez que se expulsa una petrolera americana de este territorio y se firman los Acuerdos de Sarayaku.
El Estado debía titular, reconocer estos territorios legalmente, pues había una ley de colonización y reforma agraria que declaraba las tierras baldías, no estaba habitada y tenía que ser colonizada. Los acuerdos abolían esa ley de colonización, y exigían los títulos como territorios, no reservas ni parques naturales. El acuerdo fue firmado, y muy conocido. Después, el gobierno nunca lo aceptó, porque decía que fue firmado a base de presión.
En 1992, a través de la Organización de los Pueblos Indígenas de Pastaza, en ese tiempo muy reconocida por su capacidad de organización, desde aquí y otros pueblos se planea una marcha que en mayo logra llegar hasta Quito y obtiene los títulos de propiedad colectiva, no solamente para los pueblos kichwas, sino para varias nacionalidades y pueblos que estuvimos bajo esta ley de colonización y reforma agraria. No logramos el reconocimiento del subsuelo, porque según el Estado es propiedad suya. En 1996 otorga nuevas concesiones petroleras a la compañía argentina CGC, inconsultamente. A finales de 2002 ésta logra ingresar. Tras una serie de conflictos, Sarayaku expulsa a la compañía, y en 2004 se reforma el estatuto y se organiza un nuevo sistema de gobierno.
Formamos un sistema mixto, entre el occidental y el propio. El consejo de gobierno, constituido por varios pueblos, es presidido por el Tayjasaruta, donde se llega a los acuerdos de manera consultiva y participativa. Por debajo de su autoridad están la tenencia política (el representante del gobierno) y el sistema de jurisdicción de asuntos parroquiales. Pero la autoridad es el Tayjasaruta. Hemos equilibrado un funcionamiento, tanto el Estado como Sarayaku. Conociendo la historia de otros pueblos, la dominación la imponen las autoridades de tenencia de política, que se sobreponen a la autoridad indígena. Aquí es distinto, somos nosotros las autoridades, tomamos las decisiones y ellos tiene que acatarlas, así sean representantes del gobierno.
Nuestro territorio reconocido es de 240 mil hectáreas de territorio primario; casi el 95 por ciento es selva. Usufructuamos una parte para vivir, cazar, pescar. Al sur está otro pueblo, el shuar. Ellos tienen igual. Hay un lindero simbólico, hasta dónde es nuestro, para cultivos, todo eso. De ahí para allá ellos tienen su usufructo de vida. Nosotros, está normado, no podemos pasar allá para cazar, ni ellos acá.
En el conflicto sobre la extracción de recursos como el petróleo siempre hemos mantenido nuestra oposición por los impactos sociales, ambientales y económicos que ha causado a los pueblos indígenas y nacionalidades. Con proyectos sin consulta, han sometido a los pueblos violando sus derechos, aprovechando su desconocimiento de las normas jurídicas. El Estado nunca trata de dialogar. Aquí no aceptamos este sometimiento. Ofrecen dinero a cambio de las tierras, a cambio de la vida. No aceptamos porque significaría destruir nuestra historia, nuestra vida y dignidad. CGC ingresó de manera inconsulta y tuvimos que expulsarla. El gobierno la indemnizó con 20 millones de dólares y el bloque petrolero 23 ya no existe. En sentido contrario, el actual presidente amplió el bloque 10, igual de manera inconsulta, a los pueblos de Canelos, Pacayacu y Sarayaku, y también de los shuar. Todos, en Pastaza.
Rafael Correa hace esta ampliación con una nueva estrategia, y convoca a otra ronda de licitación petrolera que afecta a los pueblos de nacionalidad sapara, shuar y sarayaku. Esa ronda ha sido convocada de manera ilegal, sin consulta. Éstos son territorios indígenas. Pero resulta que hay un montón de créditos que el gobierno ha recibido del gobierno chino, a cambio de explotación de recursos naturales, y eso afecta nuestro territorio.
“Los ancianos cuentanque el pueblo de Sarayakudesciende de los pumas yde los árboles. Nuestrosantepasados, que setransformaban en pumas,eran los Tayak, sabios de laselva, quienes desdeYakumaman (los grandesríos Amazonas y Marañón)surcaron por las vertientesde los ríos Pastaza, Napo yBobonaza, bautizando loslugares que recorrían. Unofue Sarayaku. Lo llamaronRío de Maíz, porque en susvisiones mediante el ritualde la Ayawaska, los Tayakvieron que río arriba en labocana del actualSarayakillu descendíanmazorcas de maíz”.
El pueblo del medio díaASOCIACIÓN ATAYAK
A raíz del conflicto con CGC presentamos una demanda ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) por violación a los derechos de Sarayaku. El proceso sigue. En la audiencia final presentamos alegatos, testimonios. Ahora esperamos que la Corte adopte su fallo, y dé una sentencia que permita la justicia, más que todo sobre la consulta previa y el libre consentimiento. Si la Corte adopta una sentencia favorable, todas las concesiones ilegales del gobierno y la ampliación del bloque 10 serían inconstitucionales.
Otros problema importante es el retiro de los explosivos, a unos 20 kilómetros de aquí, enterrados cada cien metros. Como minas. Servían para detectar la sísmica y el petróleo. Esas detonaciones afectan el proceso de vida de la Pachamama. Impiden las movilizaciones de las especies de fauna, y más que todo la esencia de los seres como la masanga, que son los amos, los que cuidan este equilibrio de la naturaleza. Exigimos en la Corte que se retiren los explosivos. Que ninguna empresa petrolera o minera pueda destruir el subsuelo y la tierra. Si se diera esta disposición, significaría otro triunfo importante, las transnacionales deben tener cuidado.
A pesar de que la CIDH dictó el retiro de los explosivos, la policía especializada no ha logrado sacarlos. Están a 20 metros de profundidad, humana y tecnológicamente es complicadísimo. Ellos han propuesto hacerlos explotar, o cimentar, poner químicos, sal. No hemos aceptado. Más bien propusimos la siembra de árboles que florecen. Hacer un cerco de árboles sagrados para que esa parte quede visible y se sepa que está ahí, y al mismo tiempo esos árboles permitirían la recuperación en unos 30 años, para el regreso de los seres que se fueron.
En julio pasado acudimos a una audiencia con la Comisión, en Costa Rica. Para nosotros, 18 delegados, fue una experiencia estar frente a los jueces y enfrentar un litigio con abogados del Estado. Ellos con mucha experiencia jurídica. Presentamos los testimonios de violación de los derechos del pueblo de Sarayaku, y el Estado presentó sus alegatos siempre de manera minimizadora, como para decir “nosotros mandamos aquí y Sarayaku es una comunidad que no puede mandar a los 14 millones de ecuatorianos; el desarrollo de los ecuatorianos no puede ser afectado por un pueblo pequeñito de ‘mil almas’”. En la audiencia, el Estado otra vez quiso burlarse de nuestra dignidad como pueblo. Esperamos que los jueces adopten medidas claras y positivas. Pero como presidente, como Tayjasaruta y Tayagapu, me he dado cuenta de que en el siglo XXI el sistema colonizador y colonialista no ha cambiado en absoluto. Hay un disfraz de democracia y derechos humanos.
Siguen discutiendo si el indio tiene alma o no, como pasó entre Bartolomé de las Casas y Juan Ginés de Sepúlveda. Después de la Conquista, Las Casas era el defensor de los pueblos indígenas, y Sepúlveda tenía que probar que éramos animales. El mismo sentimiento tuvimos en la Corte; el Estado trataba de probar que Sarayaku no tenía derecho; antropológicamente querían ver a este pueblo como que fuéramos animales. Con nuestros abogados buscábamos probar que tenemos derechos. Es algo chocante de ver que en la modernidad, cuando se supone que hay democracia, la jurisprudencia no entiende quiénes somos como pueblos y seres humanos, y ni piensan en discutir este derecho. El debate era muy interesante, pero seguíamos alegando sobre el posible derecho de un pueblo indígena, como en la Colonia, si tiene alma o no. Confiamos que la Corte adoptará medidas, aunque no cien por ciento favorable. La batalla sigue.
Como pueblo tenemos dos objetivos: la lucha nacional de tipo social, y la que damos por los derechos propios de los pueblos. La Confederación de Nacio na - lidades Indígenas de Ecuador (Conaie), de la que siempre somos parte, ha tenido que llevar la bandera de los pueblos, y también de los movimientos sociales. Ha sido muy importante. Además, en los pueblos reivindicamos objetivos específicos, precisos. Si los movimientos sociales e indígenas luchan contra el TLC, el capitalismo, el liberalismo, directamente contra un sistema que quiere dominar, para nosotros, ya en el terreno, significa la expulsión de las petroleras.
Estas posiciones siempre han alimentado a la Conaie y los movimientos sociales. Estamos atrincherados en nuestros territorios, luchando. El movimiento indígena ha hecho grandes esfuerzos para cambiar el sistema actual. Hemos confiado en varios gobiernos, pero han traicionado una visión más larga de una integración social, política, plurinacional. La confrontación actual es porque salen nuevas élites que critican a la derecha, al capitalismo, pero aparecen en un nuevo sistema que no se diferencia del otro, y para lograr sus objetivos tiene que saquear los recursos, vender territorios indígenas.
José Gualinga derribando un árbol de awinsuna durante una minga en Sarayaku foto: JULIÁN BELLINGHAUSEN
La Conaie propone el respeto a los pueblos originarios, a los recursos naturales, una nueva política económica. Sarayaku está también en el camino de una nueva política económica desde las propias economías sociales pequeñas que hacen vivir a la gente, y no las extractivistas que producen grandes capitales, pero aquí sólo nos dejan la destrucción de la naturaleza. El gobierno de Rafael Correa ha mostrado buenas intenciones al invertir en obras, mejorar la calidad de vida, haciendo una “revolución urbana” para muchos sectores que viven este tipo de economía, pero no armoniza con la realidad de los pueblos indígenas. Mientras más licitación petrolera o minera hace, más choca con los derechos de los pueblos y de la naturaleza. Y eso no lo quiere entender el presidente. Sarayaku no está contra Rafael Correa, pero demanda condiciones iguales, un diálogo político y de respeto. Si quiere imponer, no estamos de acuerdo. A veces el gobierno se confunde y piensa que estamos contra él. Estamos contra el sistema, como ellos dicen estar, mientras a sus alrededores se atenta contra los derechos de los pueblos que estamos aquí.
Después de que la compañía petrolera nos dejó divididos, tenemos una propuesta de unidad con toda la cuenca del río Bobonaza, desde Boberas a Teresa Mama, Sarayaku, Pacayaku, Canelos. El 16 de septiembre hubo cerca de Puyo un encuentro de hermandad y convivencia, para retomar nuestra paz, que fue quebrantada. Estamos proponiendo una declaratoria de las selvas vivientes, un proyecto que todavía no está bien cogido, pero es una propuesta para que la selva sea declarada territorio sagrado.
¿Qué es “selva viviente”? Kawsak Sacha en kichwa. Un espacio de los seres donde los pueblos elevamos nuestras emociones físicas, psicológicas y psíquicas. Por ejemplo, en agosto la mayor parte de la gente está movilizada selva adentro, ya no en una comunidad, sino en la selva, en una casita lejos. Ahí los niños, las mujeres, todos, recrean, cogen su vida, se van a ver la masanga, los misterios. Esto te fortalece y hace la hermandad, la unidad y el respeto a la naturaleza. Ése es el territorio sagrado, no hay que destruirlo. La selva viviente también es el espacio donde los chamanes y los mayores transmiten su conocimiento, la ciencia de la selva, cómo conocer los árboles, las plantas, los peces, los animales, orientarse, soñar, tener visiones. Ésa es nuestra ciencia, la relación con este mundo. Un lenguaje de comunicación con los animales.
La propuesta la estamos desarrollando todas las nacionalidades del centro-sur de la Amazonía. La frontera es el territorio kichwa y va al territorio achuar y shuar. Son cinco millones de hectáreas el territorio indígena. El nororiente de la selva (Sucumbíos, Orellana) ya está afectado, pero acá sigue bien protegido. Y como el gobierno amplía los bloques petroleros, proponemos declarar a la selva viviente territorio sagrado de los seres, donde nuestra vida se constituye. Proponemos planes de vida: administrar los recursos naturales de acuerdo a nuestra visión con bases de tierra fértil, aplicar el conocimiento de lo pueblos, el Sumaj Kawsay, y el comportamiento social que hacen el Sumaj Kawsay.
Y dentro de eso vamos a usar los recursos naturales con educación, salud y economía propias. La plataforma, el gran horizonte, es mantener el Sumaj Kawsay, donde la naturaleza no esté contaminada sino libre. Queremos convocar a una sola propuesta, que sería esta Declaración de la Selva Viviente.
José Gualinga es el actual presidente del consejo de gobierno en Sarayaku, y anteriormente ha ocupado diversas responsabilidades en representación de su pueblo.
Entrevista: Ojarasca
foto: COLOMBE CHAPPEY
Sarayaku: crónicas del buen vivir
Hermann BellinghausenPastaza, Ecuador
Pocos lugares en el mundo le hacen mejor propaganda a la vida que este pueblo (como prefieren llamarlo en vez de comunidad) kichwa, en las riberas del río Bobonaza, que mucho más abajo será el Amazonas. En el corazón de la selva ecuatoriana, Sarayaku es un símbolo de la resistencia invicta donde todo está conectado y hace sentido todavía. Haber impedido el ingreso de las empresas petroleras en su territorio una y otra vez fortaleció al pueblo con una identidad moderna y una experiencia de gobierno y vida autónoma que ya quisieran muchos países que se dicen democráticos. Eso explica lo que le ocurrió a Gerardo, que andaba de viaje para tres meses en Suiza en representación de su pueblo. “No aguanté ni un mes” confiesa. “Y me regresé”. Su certidumbre por lo que hizo no quita que, durante una festiva chichada en casa de los Santi una tarde de agosto, fuera objeto de carrilla colectiva durante un buen rato, a carcajadas en kichwa. Hasta él se reía. Luego tradujo: “Se están burlando porque me regresé antes de Europa”. Con un poco de pena, pero sin la menor sombra de duda: “Aquí es donde me gusta estar”.
Es un hombre serio, reflexivo, orgulloso en el buen sentido, con posturas muy claras respecto al valor de la educación y la importancia definitiva del territorio. Nos aloja en su casa, en la parte del Centro de Sarayaku llamada Pista; un barrio grande en la ribera opuesta del Bobonaza, el cual rodea la pista de aterrizaje de las avionetas (uno de los dos medios de transporte que unen al pueblo con el exterior, siendo el otro el río Bobonaza, que en tiempo de secas toma dos días o más de trayecto). No tienen carreteras, ni las necesitan. No hay carros. Y de animales domésticos, ni caballos, ni vacas ni cerdos. Pollos y perros sí. Los rodea una fauna portentosa con la cual han cohabitado durante siglos.
Son cazadores, campesinos, pescadores, en un territorio dotado de agua y una vegetación llena de propiedades alimentarias y farmacológicas cuyo aprovechamiento conocen a fondo y usan sin abusar, en las antípodas de la depredación y la contaminación. No huele mal, no hay basura ni desechos industriales. Ningún niño se ve desnutrido. Y de hecho, todos van a la escuela.
Cuidan y cultivan un arsenal de hierbas, cortezas, flores, hongos, raíces, semillas. Como no le queda sino reconocer al doctor Galo, enviado a la clínica por el gobierno provincial de Pastaza, “lo notable es que poseen el conocimiento”. Aunque el médico lleva muchos años aquí, y entiende la resistencia de los sarayaku, no comparte con ellos la visión de las petroleras transnacionales como el enemigo. Él mismo trabajó para una firma italiana que le quedó a deber un dinero que todavía pelea.
Gerardo no es tan benévolo. Estos días le toca ser guardián de la “frontera viviente” del pueblo, así que sale desde temprano, armado, para caminar hasta el confín oriental y patrullarlo. Las petroleras, el gobierno, los gambusinos de las mineras acechan, entran, listos para saquear. Él, como otros en los diferentes extremos del territorio en los demás poblados, patrulla a diario la frontera más hermosa del mundo, consistente en árboles florecientes de diez y veinte metros de altura que marcan el “camino de las flores”, dónde queda Sarayaku.
Este confín es relativamente tranquilo, no colinda con la selva colonizada sino con los shuar, otro pueblo amazónico que mantiene con ellos una relación de siglos en un común respeto de la selva y todo lo viviente, lo cual incluye a los vecinos kichwas. En otras direcciones no ocurre lo mismo. Una mañana llegan dos guardianes de Sarayakillo, que patrullaban otro confín de Pastaza, a casa de José Gualinga, presidente del gobierno, quien regresa de una reunión del consejo de gobierno y aún lo acompañan todos sus miembros. Los guardias traen la noticia de que un grupo de invasores ingresó al territorio para derribar más de 60 árboles plantados y cultivados desde hace seis años, en terrenos recuperados de la depredación petrolera.
Aquí como en la selva deBolivia y Perú, los gobiernosnacionales, se supone queprogresistas, acusan a lospueblos y las nacionalidadesindígenas de “vivir bien” enterritorios que son “parabeneficio de todos”, sobretodo si contienen oro negro,oro azul u oro a secas
El lugar talado es próximo a los pozos petroleros en dirección a Puyo. “De por allá siempre vienen los sabotajes” dice José con una calma que no impide su indignación: “Es un crimen. No vamos a aceptarlo. Son árboles sagrados. Provocan, provocan, para poder culparnos de violentos, de terroristas. Vamos a advertir al gobernador de Pastaza, a la subsecretaría de Tierra y al Ministerio de Justicia que si los agresores vuelven les aplicaremos nuestra propia justicia, los vamos a detener”. Esto es relevante, toda vez que sostienen una relación tensa con el gobierno de Rafael Correa, al igual que el resto de pueblos organizados en la Confederación de Nacionalidades Indígenas de Ecuador (Conaie). El gobierno insiste en abrir la explotación de hidrocarburos, y queriendo “negociar” el presidente ha intentado aterrizar en Sarayaku, de manera oficial o “de vacaciones”, pero no se lo han permitido.
Gualinga explica que los atacantes pertenecen a un pequeño grupo de antiguos pobladores de Sarayaku que optaron por respaldar a las petroleras, y fueron expulsados por traición; ahora las empresas buscan “abrirles un nuevo territorio”, para legitimar su ingreso “negociando” con al menos una “comunidad”. Lo que en términos militares se llama cabeza de playa. En el predio atacado a machetazos “hay un pozo que cerramos hace 20 años; lo que quieren es violar nuestra frontera de vida”.
El buen vivir cuesta trabajo. Mucho. Las mujeres se encargan de la chacra, el campo de cultivo en las distintas direcciones de la selva a cargo de la cada familia, todas con tierra. Allí se siembra, cultiva o cosecha yuca, el tubérculo base de la dieta kichwa. Todo el año se trabaja la yuca, bajo solazo o aguacero. Pero la recompensa es festiva. El ciclo entero de la chicha, bebida que se obtiene de la yuca, corre a cargo de las mujeres. Asua en su lengua, la yuca se consume frita, cocida, en masa, asada.
Pero sobre todo macerada por los dientes de las mujeres, que luego la escupen para colocarla en grandes tinajas de barro, con frecuencia decoradas con grecas y bestias, y la dejan fermentar.
La chicha, bebida un poco fermentada que se obtiene del proceso, es compartida a lo largo del día por las familias, los cazadores en la selva, los guardianes, los agricultores y los visitantes, uno por uno, servida en varios pilches, guajes que van de boca en boca llevados por mujeres que ofician un doméstico y cotidiano ritual que pone a todos de buen humor.
Cada detalle de los días aquí es para vivir bien. Las palmas poseen por ejemplo una utilidad casi infinita en la confección de cestas, diademas, lazos, mochilas, tejidos de trabajo, techos tejidos con laborioso primor para durar décadas de tizne e inclemencias que nunca faltan en estos trópicos de la mitad del mundo. De algunas palmas se comen la médula o sus aceitosos frutos. Los kichwas desarrollaron métodos de uso y conservación de los bosques sin depredar la madera. En sus anchos y navegables ríos la pesca es regulada. Y más aún la caza. Viven de ellas. Establecen especies en veda, y otras protegidas.
Rozan y tumban las plantaciones, pero sólo queman la hojarasca. Los incendios son un problema casi desconocido para ellos. “Nuestro principal enemigo son las serpientes”, dice una mañana Edmundo, designado nuestro guía durante la visita, mientras nos internamos en la selva varias horas hasta casi extraviarnos. En el recorrido ha ido llamando a mujeres y hombres dispersos en sus labores mediante un intrincado leguaje de silbidos y gritos, como un idioma de pájaros.
Explica que han aprendido a cultivar peces industriales como la tilapia, pero sólo en estanques lejos de los ríos para no “contaminar” las aguas vivas de su territorio.
La centralidad política de los sarayaku en la lucha indígena nacional de Ecuador ha llevado a sus dirigentes y jóvenes a salir a las ciudades, estudiar en universidades y viajar por el mundo. Serán silvestres, pero sutiles y cosmopolitas. Cuentan con escuelas preescolar, primaria y bachillerato completo. Por un tiempo tuvieron universidad, pero resultó poco viable. En el Tayak Wasi, “centro educativo de los ancestros”, los niños aprenden los saberes del pueblo mismo.
Hay una clínica médica modesta pero bien equipada. También un centro de atención para los pacientes de los chamanes, Sasi Wasi, una casa de medicina ancestral cercana a la Pista que es, arquitectónicamente, la más hermosa edificación de Sarayaku.
Los chamanes de mayor respeto, yachak, son Antonio Manya y Sabino Gualinga Cuji. Don Antonio se fue con su familia a un rancho selva adentro, como la mayor parte de los pobladores que se dan verdaderas vacaciones en esta época del año. Don Sabino, con más de 90 años de edad, se mantiene activo y una mañana de sábado se presenta a trabajar en la minga de construir la casa de un vecino como sólo uno más, con su machete, para tumbar arbustos y maleza. Don Sabino es un hombre célebre no sólo en la selva amazónica. Su fama ha cruzado océanos y hemisferios.
Noches después, convertido por necesidad en hombre de poder, instalado en una gran silla donde lo abrazan un águila y un jaguar labrados, bebe ayahuasca y canta durante horas antes de efectuar una ceremonia de curación para gente que vino de los Andes. Edmundo lo asiste, también bebe ayahuasca. A la mañana siguiente, el joven guía luce contento: “soñé muy bien” celebra. Sin embargo, sostiene que no guarda la menor intención de ser chamán.
Para llegar a este monumental recinto natural a salvo de las petroleras, irónicamente uno sale de un poblado llamado Shell, nombrado así por la petrolera holandesa cerca de la ciudad de Puyo, capital de Pastaza. En Shell, tres líneas aéreas comparten con el ejército ecuatoriano el amplio aeropuerto Río Amazonas. Una de dichas empresas, Aerolíneas Kichwa, pertenece en colectivo a los pueblos indígenas de la región, tiene una flotilla en buen estado y pilotos profesionales, algunos nativos.
La trasnacional Shell intentó establecerse en Pastaza hacia 1930, sin éxito, pero como recuerdo dejó esa población, a su modo una frontera, que en su plaza central exhibe un monumento a la avioneta: una nave amarilla tamaño casi natural sobre un pedestal de piedra. En esta localidad se inicia el vuelo sobre el verde océano verde de la Amazonía que se pierde en el horizonte, sobre el alto grito amarillo de los guayacanes y la serpenteante ruta del río Bobonaza hacia el oriente. Así se llega por ejemplo a Sarayaku.
Aquí como en la selva de Bolivia y Perú, los gobiernos nacionales, se supone que progresistas, acusan a los pueblos y las nacionalidades indígenas de “vivir bien” en territorios que son “para beneficio de todos”, sobre todo si contienen oro negro, oro azul u oro a secas. Ni siquiera por el lado del turismo han logrado doblegarlos. A diferencia de selvas como la Lacandona o el Petén, donde los gobiernos impulsan el turismo para las grandes hoteleras y el clientelismo político, en Sarayaku y otros territorios amazónicos, el manejo racional del turismo corresponde a los propios pueblos, que lo regulan y aprovechan como escudo contra las depredaciones “por interés nacional”.
Patricia, hija de don Sabino, dirigente de las mujeres kichwas, un verdadero cuadro político, señala que los kichwas de Pastaza que aceptaron el bloque petrolero 10, “años después se arrepienten y buscan nuestra alianza porque su vida ya no es la misma, están enfermos, desintegrándose”. Recuerda las históricas marchas amazónicas de 1990 y 1992, impulsadas entre otros por Sarayaku, que atravesaron el país durante 20 días hasta Quito, y cambiaron las cosas para siempre. Hoy sería difícil entender el movimiento indígena nacional sin los amazónicos, que dieron la cara a millones de ecuatorianos y desafiaron al gobierno con lanzas y demandas claras y ejemplares.
Aquí también el día comienza por el principio. A las 4 y media de la mañana los adultos se reúnen en un solar techado a beber guayusa y platicar sobre los problemas que se tienen, y si anoche hubo desavenencias se ventilan y aligeran al calor de esa infusión de hoja, servida en un guaje oblongo directamente del fuego.
Es la hora de los acuerdos y los recuerdos. La hoja de guayusa, entera en el pilche, es un estimulante prístino y digestivo. También hablan de política, de sus experiencias pasadas, de los retos actuales.
Ya después se despiertan los jóvenes y los niños, siempre cerca de un río, y poco a poco cada quién sale a sus deberes. Los niños a la escuela, las mujeres a la chacra, los hombres al monte. Para entonces ya discutieron cómo los proyectos de “reservas” impulsados por el gobierno abren la vía al despojo, y mencionaron el caso de Yasuní, donde Correa podría encontrar su Waterloo. Conversaciones chispeantes, donde la voz de don Sabino es al fin audible y puntual, aunque el hilo lo lleven sus hijos, nietos y vecinos. Doña Corina Montalvo, su mujer, pese a la edad conserva una inteligencia punzante. Ha sido dirigente destacada, confrontó a los trabajadores de la petrolera CGC en 2002 y 2003, al ejército que intentó ocupar el territorio de Sarayaku. Las mujeres del pueblo impidieron el paso a los soldados, los cuales tarde o temprano se tuvieron que marchar. Esto fue antes de Correa, en tiempos del coronel Lucio Gutiérrez. Hasta acá tuvo que venir el presidente a firmar la paz.
La última mañana en Sarayaku me alcanza en una vereda Franco Viteli, ex presidente de gobierno, que asesora a la actual Tayjasaruta. Aunque Gerardo me recomendó repetidamente hablar con él, no había tenido la oportunidad. Franco va con cierta prisa al trabajo, explica, pero desea exponer su preocupación porque se formen nuevos dirigentes y la transformación del papel de la mujer. Conoce “bien” los Acuerdos de San Andrés, y comprende el papel de la comandanta Ramona en la insurrección zapatista, lo interesante de que los cuadros dirigentes no sean protagónicos. Y se dice identificado con los principios del zapatismo de Chiapas: representar y no suplantar, servir y no servirse. Y en sostener posturas firmes ante el Estado.
Horas más tarde, desde el avión que parte distingo a Franco en un banco del río. Suspende sus labores y agita la mano en un adiós que la altura y la selva van devorando hacia Shell. Ya cerca de Puyo, la deforestación y las retroexcavadoras anuncian la presencia del progreso. Allá al oriente, en lo que llaman corazón de la selva, hay un pueblo entero que resiste, y asegura que hará lo necesario para proteger sus lugares, sus ríos, sus florestas, su pajarerío, sus chacras, su atmósfera, sus intangibles memorias y el tangible, palpable, concreto y gran tesoro de su territorio, Kawsak Sacha, la selva viviente.
Como dijera una mujer aquí a Lucio Gutiérrez: “Ya no es tiempo de colonia. Somos otros indios”.