El comandante pueblo
16/10/2011 00:01 | Ángel Stival (Periodista)
http://www.lavoz.com.ar/opinion/comandante-pueblo
– ¿Cómo está todo por aquí?
–Muy tranquilo, señor
–¿Y el subcomandante Marcos?
–Él está en la selva Lacandona.
La sonrisa plácida de la dama que atiende un bar en Ocosingo reafirma que ya no hay que temer algún enfrentamiento entre el ejército mejicano y guerrilleros zapatistas, como ocurría hace 10 años en esta zona del estado de Chiapas, una frontera que ninguno de los bandos se atreve hoy a franquear.
No faltan, sin embargo, los retenes de las fuerzas regulares en la ruta que une a San Cristóbal de las Casas con Palenque. Tampoco los indicios de una realidad difícil de entender en forma cabal desde el volante de un auto alquilado. Chiapas es el más pobre de los numerosos estados federados mejicanos y también el que tiene el más alto porcentaje de indígenas, en su mayoría descendientes de los mayas.
Pero ahora los niños caminan a la orilla de la ruta hacia su escuela “nuevecita” y en algunos caseríos sobreviven los carteles –carteles formales, no “pintadas”– que anuncian que responden al Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) y que allí se hace “lo que el pueblo quiere”.
El prefijo que antecede al cargo de Marcos –leyenda de ojos verdes (o marrones, no se sabe), la cabeza enfundada siempre en un pasamontañas y sobre el que se cuenta todo tipo de historias– no es inocente. Denota su condición de subalterno. Cada uno es comandante y, si se logran aunar muchos mandos, nace el “comandante pueblo”. Marcos vendría a ser una suerte de coordinador, de burócrata que administra el poder que nace de las bases y lo materializa en acciones. Gracias a ellas, los habitantes de Chiapas consiguieron mejorar su vida y, sobre todo, que el gobierno nacional se enterara de que existen.
Implicaría una reducción absurda pretender que aquí se acaba todo. El zapatismo, que reconoce como antecedente las épicas batallas de Emiliano Zapata, alimenta su complejidad con la geografía única de la selva Lacandona, con la enigmática cultura maya que tiene en la iglesia de San Juan Chamula –velas encendidas por doquier en el piso cubierto de hojas de pino, olor a copal (el incienso maya) y santos prisioneros en los costados de la nave central– un símbolo único de simbiosis cultural y religiosa (emparentada en muchos casos con la teología de la liberación) y con el irritante contraste entre los grandes latifundistas, los campesinos que practican una agricultura de subsistencia y los sistemas de propiedad comunal de los indígenas (llamados ejidos).
Aunque aquella proclama inicial de 1994 en la que se declaraba la guerra al ejército y se anunciaba el propósito de marchar al Distrito Federal, derrocar al gobierno y establecer el socialismo parece abandonada, sería necio condenar al subcomandante Marcos a un destino de souvenir turístico.
Esa subordinación al pueblo, que aquí sería calificada como populismo, es uno de los tantos caminos que la humanidad está buscando de manera ostensible para salir del barrial del neoliberalismo.