En la Montaña de Guerrero
“Organizados podemos pasar de la resistencia a la construcción del buen vivir”: jóvenes na savi
“Debemos construir procesos autónomos que no necesiten del permiso del gobierno para ejercer la justicia, la comunicación y la educación, desde nuestra cosmovisión como pueblos originarios”.
ITA SAVI, EDITH HERRERA MARTÍNEZ
Zitlaltepec, Guerrero, México. Soy Edith, na savi, así lo decidí cuando mi tata me dijo un día que me sintiera orgullosa de mi origen ñuu savi, que sintiera cómo arde el corazón por el amor a la tierra, a mi pueblito Zitlaltepec, pero sobre todo, porque no somos menos ni más que nadie, simplemente somos mixtecos, con el corazón montañero.
Es desde esta posición que he decidido platicarles un poco de nosotros los jóvenes indígenas de mi pueblo, el pueblo de la lluvia en la Montaña de Guerrero. No hablo por mí, no hablo por ellos, hablo por nosotros como comunidad.
Somos un pueblo y así mismo les hago llegar estas palabras. Como pueblos originarios pocas veces tenemos la oportunidad de hablar por nosotros mismos, de contar nuestra propia historia, de decir lo que pensamos, sentimos, deseamos, por muchos factores, pero cuando podemos lo hacemos. Hablamos con la mente pero también con el corazón y con la fuerza de nuestros abuelos.
Hace tiempo mi familia tuvo que dejar Zitlaltepec por que en la comunidad no había oportunidades de trabajar, de estudiar. Muchos habían muerto por falta de atención médica, otros porque no tenían que comer con sus hijos. Esta situación no ha cambiado mucho, lamentablemente sigue siendo una constante para nuestros pueblos.
Ésta no solo es mi historia, sino es la de varios hermanos y hermanas que se han conjuntado para tratar de visibilizar un poco nuestra realidad de la montaña. Escuchemos un poco el sentir, el pensar y el propio vivir de mis hermanas y hermanos na savi.
Nuestra realidad en la Montaña de Guerrero (Tan saá kaa kuñu’ú ñuu nti ñuu kuachi yo’o)
En nuestra zona conocida como región de la Montaña, la cuestión de ser indígena sigue representando una situación que nos pone en desventaja, pues aún no se tiene garantizado el acceso a la alimentación, la salud, al empleo y mucho menos a la educación. Esta condición que como pueblos originarios estamos viviendo tiene que ver con una lógica del Estado mexicano de seguirnos excluyendo del proyecto de nación. Aunque sí nos incluye cuando se trata de “folklorizar” nuestras costumbres y tradiciones, comercializar nuestra cultura, o peor aún, cuando se trata de la invasión o apropiación de nuestros territorios.
A raíz del escaso acceso a la educación o al empleo, y con el único afán de sobrevivir, hemos sido forzados a desplazarnos de nuestras tierras, de nuestros territorios.
Como jóvenes no estamos aislados de nuestra realidad, la vivimos, la percibimos, la olemos, la pensamos, la soñamos, la tememos y la traspasamos, es decir, somos conscientes de que debemos rebasar las fronteras que nos han impuesto como indígenas, para poder reconstruir nuestro tejido comunitario hacia un buen vivir.
¿Qué piensan mis hermanos y hermanas?, ¿qué sienten?, ¿hacia dónde ven el camino? Aquí nos dimos a la tarea de platicar con algunos de mis paisanos para saber un poco sus miradas y sentires. Conversamos sobre cómo viven su identidad de ser indígenas, ser na savi.
Alba, de 15 años, dijo: “Yo creo que se sufre más siendo indígenas porque no tienes nada ya dado, tú mismo vas a pensar qué es lo que vas a hacer y el camino que vas a tomar: si quieres trabajar, si quieres estudiar, si te vas a casar. Eso es lo que se sufre más. En cambio otros muchachos, algunos están con sus papás o viven en una ciudad, tienen más oportunidades, pues los papás te ayudan, te dan una profesión”.
Para Reinalda de 19 años ser indígena “no es bueno ni malo, me siento igual que los demás, no me siento ni menos ni más que los demás. Depende de uno, a dónde quieres llegar. No porque seas indígena no puedes superarte.”
Eusebio de 20 años, señala: “Yo me siento orgulloso de ser indígena porque es un territorio natal. Me siento orgulloso porque puedo hablar en mi lengua nativa y también puedo hablar en español, no me avergüenzo”.
Estas son algunas miradas que reflejan la concepción que tenemos de ser, vivir y definirnos como indígenas u originarios del pueblo ñuu savi.
Varios de mis paisanos coincidieron en definir a Zitlaltepec, o Yukú Kími (como nosotros lo nombramos en nuestra lengua) como un lugar que es muy bonito.
Santiago de 22 años dijo que “Zitla es precioso, el que no lo conoce estaría muy orgulloso de ir a conocer porque hay vegetación y todavía uno puede respirar aire puro, a comparación de las ciudades, la ciudad es puro edificio. En mi pueblo hay bosques, ríos, manantiales, animales salvajes. Los que siembran no gastan dinero para el maíz y los que no siembran tienen que gastar para comprar el maíz, tanto en verano como en otoño. Es bueno vivir en nuestro pueblo porque si tenemos algún problema nos ayudamos y seguimos. Nuestros cultivos son los que nos ayudan a continuar estando aquí”.
Antonia de 15 años, cuenta que “la mayoría de los jóvenes de Zitla que salen y que yo conozco, han cambiado mucho. Muchos ya no regresan. Algunos estudian, terminan la prepa, trabajando y estudiando. La mayoría se quedan hasta ahí, aunque quieran seguir. Si regresan ya son diferentes en la manera de pensar, en la manera de vestir, cambian casi en todo. Nomás regresan por la familia, creo”.
Sin embargo no todos piensan de la misma manera, Emiliano de 21 años asegura: “Yo no, yo quiero vivir aquí porque aquí nací, aquí crecí y no estoy de acuerdo en dejarlo. No me acostumbro a otro lugar. Si vas a buscar leña, allá la tierra es privada, personal. Así le hicieron a mi papá una vez en Tlapa. Una vez junté mi leñita y me corrieron del terreno, así me di cuenta que no estaba en mi tierra y me dije qué ando haciendo aquí. Ya luego pensé por qué vamos a andar dando lástima si en nuestro pueblo no pasaría nada”.
Hay diversas opiniones. Cándida, por ejemplo, se pregunta “cómo no se van a ir, si aquí en la Montaña no hay otra. Aquí, para los que estamos viviendo en el pueblo, pues al campo o a casarse. Nada más compran su ganado y va creciendo y se van manteniendo. Cuando te casas tu marido te mantiene. Los que se van ya no quieren venir a vivir al pueblo porque sembrar es un trabajo muy duro, no les pagan y a veces no les alcanza, no sale dinero.”
Por el sentimiento de coraje que muestra Cándida en su rostro es posible entender que la propia realidad de la Montaña no está dejando opción para nosotros los jóvenes, y, en general para las comunidades enteras, más que ser desplazados en busca de educación, de empleo, de alimentación. Tener un pueblo hermoso, una gran familia, ser portadores de nuestras culturas, de nuestras lenguas, de nuestra identidad, no importa cuando el hambre nos acecha, cuando nuestros hermanos o hijos mueren por falta de atención médica. Estamos siendo desplazados, forzados a dejar nuestras tierras, nuestros territorios.
Conociendo la realidad de mi pueblo y de mis hermanos y hermanas, quise hacer un ejercicio de hacerlos recordar momentos de su vida en donde el hecho de ser indígena les haya provocado sentimientos, sensaciones, encuentros o vivencias significativas en sus vidas.
“Yo siempre les digo que hablo mixteco. Ellos, los de allá del rancho en Morelos, quieren aprender algo de mixteco, pero yo no les digo porque ésta es mi lengua, de mi región pues”, dice Reinalda.
Florentina, quien hace varios años salió a estudiar a Tlapa de Comonfort, cuenta que “en la primaria yo tuve problemas con una niña que me dijo india, y esa niña era de un nivel social alto, era hija de un médico. Yo estaba afuera de mi salón y me dijo india y yo la rasguñé. El director me preguntó por qué lo había hecho y le dije que ella me había llamada india”.
“A la edad de nueve años salí de mi pueblo por primera vez porque tenía la necesidad de aprender a leer, a defenderme, quería aprender a salir de mi pueblo y ganarme la vida. Mi nana Porfiria me dijo: ‘nunca olviden a su pueblo porque aunque no sea mi pueblo, yo quiero mucho a su pueblo’. Por eso yo quiero mucho a mi comunidad”, dice Brígido, de 26 años.
Así lo pensamos, así lo soñamos (Iyo ña xáni xiní nti xa’á tan iyo ña kúni nti)
Los jóvenes de la Montaña hablan también sobre sus sueños, y sobre cómo visualizan su “futuro” y su vida en los siguientes años a nivel personal y a nivel de su comunidad, de nuestra comunidad.
Emiliano, de 18 años, dice a todos los que se han ido “que regresen acá, que apoyen para estudiar, para trabajar, que son de Zitla. Que regresen a apoyar al pueblo, pues es un lugar pobre”.
“Yo quisiera decir a todos, a donde quiera que vayan, que nunca, nunca tengan pena de decir que son de Zitlaltepec, Guerrero. Al contrario, deben enorgullecerse, porque somos muchos que le echamos ganas. No somos menos que nadie, ni más que nadie, sino que las condiciones que se dan para nosotros no son las más favorables. A veces tenemos que sufrir un poquito más por las condiciones que se nos presentan. Vamos a tratar de ayudar, porque eso es lo que enorgullece más que nada a uno mismo”, asegura Santiago de 22 años.
“Mi sueño es que tengamos escuelas, hospitales, una cancha para jugar, muchas cosas. Pero más urge la secundaria y más doctores, luego por eso se muere la gente, y porque no hay donde estudiar, nosotros nos vamos”, dice Florentina de 17 años.
Para Reinalda lo más importante es que “los del pueblo deberían quitarse esa idea de que son menos que la gente de ciudades porque todos somos iguales. La gente de aquí tiene esa idea de que son menos que ellos, más que nada los más grandes del pueblo así piensan, eso se debe quitar”.
Nuestro territorio es muchos territorios, por eso hicimos este pequeño recorrido de testimonios, para mostrar los distintos pensares, sentires y realidades de los jóvenes na savi. Todos reconstruimos la comunidad y trasladamos la costumbre y la tradición.
Los caminos por donde anduvieron los abuelos son los que hemos de continuar (Ichí nuú níxika na xií nti kuu ña ndaki’in ti vítin)
Es preciso entender las nuevas lógicas y los nuevos retos que se nos pueden presentar para conducir a nuestras comunidades al buen vivir, donde la justicia social sea realizable, palpable y vivible, donde la dignidad que hemos conservado a lo largo de tantos años la sigamos manteniendo como pueblo y la vayamos fortaleciendo. Han sido muchos los factores que han dañado nuestra forma organizativa como pueblos originarios, así que parte del camino es recuperar todo aquello que hemos ido perdiendo por factores externos como el consumismo, la globalización, los medios de comunicación monopólicos, la educación que no tiene nada que ver con el contexto cultural de cada uno de nuestros pueblos, las políticas públicas que no consideran nuestra cosmovisión, nuestras prácticas comunitarias, y mucho menos nuestras estructuras organizativas ni de toma de decisiones.
Ahora lo que toca es poner nuestros valores y saberes comunitarios al centro, es decir, que sean la columna que continúe sosteniendo el pensamiento y la vida de nuestros pueblos, que nos permita conducirnos y continuar el camino que ya han marcado nuestros abuelos y abuelas. Deberíamos sentirnos comprometidos con esto. Nos hemos dado cuenta que no basta con las buenas intenciones de los gobiernos neoliberales, que en ningún momento han sabido plantear la relación con los pueblos indígenas. En el caso mexicano, nos han relegado por años.
Se habla de una deuda histórica, pero nosotros hablamos de un profundo desconocimiento. Peor aún, hablamos de invasión, utilización y despojo de nuestros territorios, de una fuerte maquinaria que desestructura nuestros espacios organizativos bajo el discurso que “todos somos mexicanos”. Lo que no han entendido es que, antes de ser “mexicanos”, los pueblos originarios somos indígenas, tenemos una identidad como na savi, binizá, ñajtoj, ñhañú, rarámuri, wixárika, y muchas otras identidades que nos corresponden al pertenecer a un pueblo indígena.
Por ello, nuestro objetivo, al menos de los jóvenes indígenas en este momento, debería ser el de comprometerse con su comunidad. Desde su campo de acción ir generando acciones que contribuyan al desarrollo comunitario de sus pueblos. Ya no es momento de seguir esperando que los gobiernos y las instituciones de este país hagan algo a favor de los pueblos indígenas. Sabemos bien que las políticas públicas y los programas de instituciones siguen invirtiendo presupuestos que no se enfocan a promover un proceso organizativo, sino que, terminan siendo dádivas que justifican el presupuesto.
Nosotros como pueblos indígenas no vemos un cambio real, seguimos viendo programas asistenciales, un impulso de los famosos proyectos “productivos” que no encajan con las condiciones socioculturales de nuestros pueblos. No se hace buen aprovechamiento del conocimiento tradicional, sino que se pretende promover un desarrollo que nada tiene que ver con el contexto de nosotros, los pueblos originarios.
Es necesario que como indígenas y como jóvenes vayamos descolonizando el pensamiento, la manera de relacionarnos con el mestizo, la forma en que consumimos, la forma en cómo nos concebimos, es decir, descolonizar el modo que por más de 500 años nos han hecho creer.
Organizados podemos pasar de la resistencia a la construcción del buen vivir, dando muestras de procesos autónomos que no necesitan del permiso del gobierno para ejercer la justicia, la comunicación, la educación, desde nuestra cosmovisión como pueblos originarios, no desde modelos occidentales que, al menos a nosotros como pueblos indígenas, nos obligan a adecuarnos a un modelo cultural y de pensamiento que no corresponde a nuestro conocimiento.
Estamos conscientes de que nuestros pueblos esperan mucho de nosotros, que nuestros abuelos y abuelas han trazado ya el camino de lucha, de resistencia, de dignidad, por eso a nosotros nos corresponde continuarlo.
Es momento de tomar la batuta, de tomar con una mano el bastón de mando, junto con nuestros padres, nuestros tatas, nuestros y nuestras mayores, con el afán de poder construir alternativas de trabajo. Cuando no es el momento de hacerlo, por lo menos, redefinir y re-significar los espacios en que nos han posicionado, y hasta lo que “nos han permitido” llegar.
Ahora nosotros los jóvenes nos encontramos en una posición decisiva para nuestras vidas. Tenemos que posicionarnos, tenemos que tomar la batuta junto con nuestros hermanos mayores. Sabemos bien que la lucha debe continuar, no sólo porque nos toca, sino por convicción. Ahora es momento de que nosotros continuemos el camino que ya han trazado los que nos han antecedido. Continuaremos el camino que marcaron con sus pasos nuestros abuelos y abuelas.