Entre la rabia y la esperanza, adiós al 2011

01.Dic.11    Análisis y Noticias

Publicado en Desinformémonos
Periodismo de abajo
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El que se va ha sido, sin duda, un año convulso.

La sensación de desesperanza y desolación a la que condujo el desempleo, la precariedad, la falta de oportunidades y de vivienda digna, el despojo y todo ese sinfín de abusos perpetrados desde arriba, fue sustituida por la indignación organizada de miles y miles de personas que alrededor del orbe han decidido no solamente levantar la voz, sino hacer algo, lo que sea, para construir un mundo más justo.

En el corazón financiero del imperio, los estadounidenses comenzaron un movimiento sin precedentes que, a pesar de la adversidad, se ha mantenido firme en sus demandas, se ha extendido a cientos de ciudades en el mundo y, día tras día, hace realidad la construcción de comunidad desde abajo, la discusión del propio destino en asambleas callejeras, la puesta en jaque de los poderosos y la reinvención, en colectivo, de las formas de hacer política. Esta sociedad ha rescatado, a decir de Arundhati Roy, reconocida intelectual india, el “derecho a soñar” y ha creado un aliado inesperado para las luchas sociales por la justicia.

El movimiento Ocupa se suma a los movimientos que desde finales del 2010 y durante todo el 2011 han surgido alrededor de todo el mundo como los indignados de Europa, los jóvenes de África y Medio Oriente, protagonistas indiscutibles de la primavera árabe, los estudiantes latinoamericanos, que con férrea determinación en Chile y en Colombia, por citar dos ejemplos, han defendido sus derechos y los movimientos indígenas que con valentía se oponen al despojo de sus territorios y a la destrucción de la naturaleza.

Ante las cada vez más firmes y masivas protestas, y sobre todo, ante las acciones concretas que en muchas ciudades del mundo se han emprendido, la represión no se ha hecho esperar. Así lo demuestran los constantes ataques del Estado Español a los jóvenes vascos que reivindican la independencia de su país, la detención de manifestantes y periodistas en Egipto, el desalojo violento de ocupaciones en Estados Unidos, la persecución y desaparición de indígenas en Brasil y el impune asesinato anunciado de Nepomuceno Moreno Núñez, cuyo único crimen fue exigir que se esclareciera la desaparición de su hijo y sumarse a un movimiento por la paz en México.

Sin embargo, la esperanza no se deja derrotar. Los estudiantes colombianos han logrado, con todo y los ataques del poderoso aparato mediático, ganar al gobierno una batalla y echar atrás una reforma de ley; el pueblo ogoni, en Nigeria, no se deja amedrentar ni por las afrontas de las trasnacionales ni por las de los militares y continúa oponiéndose a la explotación petrolera de su territorio ancestral; en la Ciudad de México y en Baltimore los jóvenes fomentan la creación de espacios autónomas para la educación y la cultura; y en Australia, grandes fracciones de la sociedad han decidido “apagar la televisión y despertar” para sumarse a la demanda de una repartición más justa de la riqueza.

Falta un gran trecho por recorrer, pero los movimientos que han surgido y los que se han fortalecido durante este año nos hacen creer que, aunque hay aún mucho qué hacer y las embestidas serán frecuentes, abajo y a la izquierda hay un camino en construcción.