El desempleo y las condiciones laborales precarias dificultan la emancipación, pero el movimiento ha devuelto la ilusión a los jóvenes.
TOMÁS MUÑOZ
Desinformémonos
Estado Español. En mayo de este año, el Fondo Monetario Internacional advirtió a España del riesgo de mantener una tasa de paro juvenil tan elevada. Prácticamente, uno de cada dos jóvenes que busca trabajo no encuentra. El organismo financiero advirtió que se estaba gestando “una generación perdida”, justo antes del estallido del 15-M. Las cifras, desde 2008, no han hecho más que crecer, hasta estabilizarse, a mediados de 2010, por encima del 40 por ciento. En la actualidad la desocupación juvenil es del 43 por ciento.
Es una cifra de la que se quedan fuera quienes están formándose, quienes ingresarán más temprano que tarde al mercado laboral con este desolador panorama. Es el caso de Ernesto Rodríguez, de 23 años, estudiante de Comunicación Audiovisual. Le queda un curso y el proyecto para terminar su titulación, pero afirma que “no espero encontrar ningún empleo digno relacionado con lo que estoy estudiando. Los primeros años de carrera trabajaba como camarero durante los veranos para ahorrar algo de dinero, pero en los dos últimos no he encontrado nada”, asegura. Ernesto recibe una beca del ministerio de educación, su “salvación” para poder seguir costeándose los estudios. Su única esperanza para ingresar en el mercado laboral es encontrar un puesto de becario. “Sé que las condiciones son muy precarias, pero sin experiencia laboral directamente se nos cierran las puertas”.
Las empresas explotan la figura del becario para cubrir puestos en los que deberían contratar trabajadores. Además, suelen aprovecharse de convenios firmados con las instituciones educativas para desgravar impuestos. Cuando un estudiante termina su carrera en la universidad, y la empresa ya no puede beneficiarse del convenio, suelen dar por terminada su contratación.
Este es el caso de Marina, licenciada en periodismo de 22 años de edad. Ha estado trabajando seis meses para un medio de comunicación, cobrando 280 euros al mes y trabajando más de 40 horas semanales. “Cuando llegué a la redacción y dije que era licenciada, pensé que me darían contrato”. Lo que sucedió fue que no le renovaron el contrato al finalizar el convenio con la universidad. “Estuve a punto de empezar otra carrera para mantener el empleo, pero lo desestimé porque el importe de la matrícula mínima era más de lo que ganaría en todo un año”. Su puesto fue cubierto inmediatamente por otra estudiante contratada como becaria.
No todos realizan prácticas remuneradas. Algunas licenciaturas exigen prácticas gratuitas obligatorias para acabar la carrera, como le ocurrió a Pablo Padilla, licenciado en sociología quien estuvo seis meses trabajando a tiempo parcial (20 horas semanales). Pablo afirma que es algo premeditado, ya que “las empresas y las universidades parecen prepararnos para lo que nos espera: desempleo o precariedad y bajos salarios. Cobrar 600 euros es violencia, imagínate 300 euros o nada”. Pablo, tras comprobar lo difícil que está el mercado laboral, decidió continuar sus estudios cursando antropología.
La situación no es más alentadora para aquellos que no poseen formación universitaria. Antonio Ponce tiene 26 años, y lleva más de un año desempleado. En agosto pasado se quedó sin prestación ni subsidio de desempleo. Ha trabajado como comercial para una empresa de productos de peluquería y como vendedor en varias cadenas de tiendas. Desde que cerró en 2008 la empresa en la que trabajó como comercial, siempre ha tenido contratos temporales. “Las empresas prefieren contratos temporales porque así los trabajadores se hacen la ilusión de que si se esfuerzan mucho les renovarán, pero desde que empezó la crisis, nunca te hacen trabajador indefinido”, afirma. Un trabajador contratado de forma temporal no suele disfrutar sus vacaciones, y cómo apunta Antonio, “despedirlo no tiene mayor costo para la empresa que no renovarle el contrato”.
La tasa de temporalidad de los menores de 29 años es, según un estudio del sindicato de la Unión General de Trabajadores (UGT), del 47 por ciento. Si abarcamos el segmento de edad de 16 a 19 años, la cifra alcanza el 83 por ciento, mientras que la cifra para el segmento de 20 a 25 años es del 58 por ciento. Por si fuera poco, el gobierno decidió en agosto suspender la norma que impedía trabajar más de 24 meses seguidos en una empresa con contrato temporal, por lo que la conversión de contratos indefinidos será aún menor.
Maikel también tiene 26 años. Su historia está relacionada con el estallido de la burbuja inmobiliaria. Cuando terminó la secundaria, empezó a trabajar en la obra como encofrador. Tenía 17 años y ganaba un buen sueldo al mes. “Me consideraba un privilegiado, aunque el trabajo era muy duro”. Se compró un coche y en 2005 firmó la hipoteca de un departamento que no está disfrutando. “Lo tengo alquilado para poder pagarlo, viví allí hasta que tuve que regresar a casa con mis padres”. Él es uno de los 264 mil jóvenes emancipados que han vuelto a vivir con sus padres A finales de 2008, la constructora en la que trabajaba quebró. Desde entonces, ha intentado recolocarse sin éxito en empresas del mismo sector, hasta que decidió empezar con cursos de formación, pero sigue sin encontrar nada. “Estoy desesperado ya de enviar currículum, he buscado hasta debajo de las piedras”.
Raquel tiene 30 años, es licenciada en humanidades y en periodismo, además de haber realizado un posgrado en crítica literaria. Fue becaria en un periódico durante cuatro meses, cobrando 300 euros, y otros cuatro meses en una agencia de comunicación sin remuneración. Luego consiguió ser subcontratada en el departamento de comunicación de una empresa con un contrato ilegal. “Me quisieron despedir sin indemnización y con acciones legales la conseguí”. Actualmente trabaja de camarera “para pagar las facturas”. Raquel afirma que “estoy sobrecalificada para mi puesto, y es un empleo menos para quién no tenga cualificación, pero no tengo otra alternativa si no quiero emigrar”.
Es un dato relevante el número de personas que han decidido buscar fortuna fuera del país. La emigración creció en un ocho por ciento en 2010 y el número se eleva ya a un millón 700 personas. Javier, de 25 años, es uno de ellos. Es fisioterapeuta y se fue hace año y medio a Francia cansado de su situación. En España, el primer trabajo que tuvo fue “yendo horas sueltas a un gimnasio para dar masajes. Sin contrato, por supuesto, y ganando una miseria”. Luego consiguió otro empleo de media jornada, “pero sin contrato, lo que me obligó a hacerme autónomo”. Ganaba 360 euros. Las vacaciones eran no retribuidas, pues estaba dado de alta como autónomo. Javier afirma que su “trabajo generaba unos ingresos de dos mil euros como mínimo”. En Francia ha encontrado mayor estabilidad laboral y un sueldo que casi quintuplica sus ingresos anteriores.
Sin casa, sin curro, sin pensión… sin miedo
La situación laboral de los jóvenes entronca con otros problemas relacionados con los derechos sociales. El desempleo y las condiciones laborales precarias dificultan la emancipación. Según el observatorio joven de la vivienda, ahora trabaja sólo el 57 por ciento de los menores de 34 años, cuando hace dos años estaban empleados más del 70 por ciento . Se ha disparado el número de jóvenes desempleados (ya son 2 millones), y es muy difícil abandonar el hogar cuando en ciudades como en Madrid o en Barcelona, el alquiler puede consumir más de un tercio del salario mínimo.
En enero pasado, el gobierno subió la edad de jubilación a los 67 años, y amplió de 15 a 35 años la cotización necesaria para cobrar la jubilación. “Somos una generación que va a tener menos derechos sociales que nuestros padres” afirma Pablo Padilla, de Juventud Sin Futuro. “Nuestras condiciones materiales, van a ser objetivamente peores de las que disfrutaron en la generación anterior”, afirma. Con el eslogan “sin casa, sin curro, sin pensión, sin miedo” se dio a conocer este colectivo, que junto con Democracia Real Ya y otras organizaciones, convocaron la manifestación del 15 M que dio origen a las acampadas.
“Nosotros hicimos un llamamiento a ese segmento social de jóvenes precarios que no se sienten representados por los cauces políticos y sindicales actuales”, apunta Segundo González, quien coordina el eje de precariedad de Juventud Sin Futuro y participa activamente en el 15M. El movimiento ha servido para volver a ilusionar a muchos jóvenes, y también a otros que no lo son. Jóvenes como Segundo piensan que “ya no valen las salidas individuales, hay que buscar soluciones colectivas para revertir esta situación”.