Imaginar una ruptura constituyente nueva como trama de producción de la vida en común en la forma de consejos urbanos territoriales para la coordinación y autogobierno de lo común


Proceso constituyente. No nos representan. Lo podemos todo*

Las políticas de austeridad europeas en la fase actual de la crisis de la deuda soberana se revelan
cada vez más como una combinación de economía del shock y de dictadura “comisaria” de los
intereses del “1%”. Si se quiere, como una forma de guerra civil. Dentro de un caos aparente de las
iniciativas, se perfila una forma durísima de poder basado en el miedo a la miseria, la cárcel, la
exclusión social más total. Las metáforas de la muerte y la catástrofe remiten a una acumulación
primitiva de poder sobre la vida de los individuos que marca un cambio de época. Las actuales
tensiones entre gobiernos nacionales e instituciones europeas, así como entre unos gobiernos y
otros son los aspectos de una redistribución profunda de poder relativo, así como los síntomas de
una “contrarevolución desde arriba”.

Puede hablarse de un cierto caos en la conducción del proceso, pero no en lo que respecta a sus
axiomas operativos. Uno de ellos es que no pueden regularse los conflictos y demandas sociales
con instrumentos de gasto público, fiscales, etc. Dicho de otra manera: no hay nada que negociar,
ni siquiera unos mínimos. Este principio de antiproducción o de destrucción de la riqueza como
programa implica que la única respuesta es la criminalización rigurosa de toda protesta contraria a
la austeridad, y el desarrollo de una empresa penal y seguritaria sin precedentes, no necesariamente
de titularidad pública. La tautología de la autoridad es así completa, y su carga de violencia
irracional se torna máxima.

Los pasajes se desarrollan a una velocidad enorme. Pero hay algunos hechos probados. En primer
lugar, y en lo que respecta al reino de España, la actual constitución está técnicamente suspendida.
Se ha convertido en una guía no vinculante para una administración delegada a punto de ser
sustituida por un nuevo personal en caso de “rescate” de las finanzas públicas españolas. Las
formas de este proceso merecen una considerable atención: no es lo mismo, desde el punto de vista
de la crisis política y de las oportunidades para el movimiento, un gobierno de “concentración
nacional” que un “gobierno tecnocrático” como el de Monti en Italia, o una dictadura de corruptos
y populistas de ultraderecha en el caso en que en el PP algunos decidieran echarse al monte
y apoderarse del pastel de la riqueza pública y de los resortes de gobierno poniendo al PSOE ante
el abismo de una ruptura republicana de la cual probablemente es completamente incapaz.
En segundo lugar, un eventual “rescate” de las finanzas públicas españolas desatará sin duda una
nueva oleada de crisis de la deuda en el resto de países de la zona euro, afectando a la estructura
política y financiera de la moneda única. El contagio puede darse por seguro, así como su
aceleración. Resulta difícil prever las alternativas que, desde el punto de vista de las fuerzas en
juego en el escenario de la gobernanza europea, pueden presentarse. Pero lo que más debe
interesarnos son la forma, los tiempos y los programas de las protestas europeas contra la
austeridad y la dictadura tecnofinanciera en la UE.

Imaginar una ruptura constituyente nueva, tal es nuestro problema. Inundan nuestra imaginación los
viejos modelos o las veleidades utópicas. Pero no hay más remedio que probar y anticiparse, porque
no hay transformación sin anticipación. Por más que la segunda mitad del siglo XX se encargara de
evacuar de la posibilidad histórica el problema de la revolución, solo el miedo al conocimiento y la
fobia de lo real pueden hoy negar su plena actualidad. Tanto más si pensamos que su par
antagónico, la dictadura, la revolución conservadora, el fascismo, están tramitando con diligencia
sus cartas de aceptabilidad en el espacio político europeo. Sin embargo, es preciso sobreponerse con
todas las fuerzas a la atracción que ejerce la fatalidad histórica y su efecto paralizador y
desesperante.

Al mismo tiempo, es preciso temperar el impulso utópico, y abordar el problema en su novedad y
en su concreción histórica. Como si de Matrix se tratara, el sistema-mundo de hegemonía
euroatlántica precisa de una revolución democrática y de una refundación institucional porque
desde el interior del propio sistema los srs. Smith políticos y financieros pretenden reproducir su
estructura de poder de expolio rentista sobre una pura dinámica de terror y de individualización,
sobre la amenaza de la miseria, de la prisión (por deudas o por desobediencia), de la pura violencia
soberana. En este sentido, hay que combinar la pragmática creacionista de la ficción del 99% con
una función de clase multitudinaria. Sigue siendo cierto que no hay clases sin lucha de clases. Y en
este sentido la lucha de clases se ha reabierto de una manera feroz en el mundo euroatlántico: a
sangre y fuego, de la hegemonía al puro dominio, el 1% quiere llevar a cabo una operación de
ingeniería humana como única salida del atolladero en el que se encuentra. Ha perdido los asideros
de mando sobre dos dimensiones fundamentales, la producción de bienes inmateriales y la
producción y reproducción de la vida. El conflicto entre una jerarquización social basada en la
extensión de la deuda y de la propiedad, por un lado, y los presupuestos comunes de la producción
de la riqueza, que implican el reconocimiento del 99% y sobre todo de sus singularidades
subalternas por el paradigma industrial, patriarcal y eurocéntrico, se presenta ahora en un
estadio de máxima inestabilidad, de máximo peligro pero al mismo tiempo de máxima apertura de la
posibilidad.

El 15M probablemente ha puesto de manifiesto una nueva práctica (y por lo tanto una teoría in
progress) del tiempo revolucionario. Solo la crueldad demente del 1% puede impedir la transición
revolucionaria, y su corolario constituyente. Pero desde el punto de vista del 99%, nada lleva a
pensar en la necesidad del terror, de la violencia, de las funciones de dictadura que han presentado
las revoluciones modernas. Hablamos de su necesidad, no de su posibilidad o su probabilidad. El
tiempo revolucionario del 99% es un tiempo constituyente cuyos ritmos, velocidades e intensidades
están más determinados por la autoconstitución del 99% como una multitud de singularidades
cooperantes que tienden hacia la igualdad y la metamorfosis, que por la relación amigo-enemigo,
que en última instancia cifra el proceso social en una guerra civil permanente. No es necesariamente
lento o frenético. Presenta unos fines, pero estos son inmanentes, nacen en el corazón de la
cooperación, no preexisten como una finalidad transcendente. No es, por lo tanto, maximalista,
porque no hay criterio de medida del avance o del retroceso que no proceda de la deliberación y
reflexión permanente y recursiva de la red democrática constituyente. Esta red y su dimensión
distribuida se presenta así como una estructura biopolítica de cuidado, análisis y selección
creadora de las pasiones revolucionarias. El imperio de las pasiones tristes, del miedo al
resentimiento y la venganza, han sido el resultado de las máquinas de guerra de las revoluciones
modernas. Pero la guerra del 99% ha de proteger por encima de todo las potencias creadoras de la
democracia distribuida, y por lo tanto precisa tanto de negociación como de antagonismo, de
firmeza como de liquidez, de presencia como de ausencia.

A corto plazo, y en el plano europeo, se tornan posibles y practicables tres procesos concomitantes,
tres direcciones en las que la forma 15M puede jugar un papel determinante, estructurador,
hegemónico:

1) una crisis republicana de tipo nuevo en el reino de España, y una reforma constitucional
fuertemente determinada por el punto de vista del 99%, donde los cinco puntos (v. el presente libro)
son desde ahora una matriz de una carta de los derechos innegociables del 99%. Aquí, la relación
entre las estructuras de decisión y deliberación, tanto analógicas como virtuales, de la forma 15M y
el proceso de reforma constitucional radical (que puede o no traducirse en una ruptura republicana
expresa) se vuelve decisivo. El número y la calidad de las propuestas y de las herramientas
tecnosociales que se han producido en el ámbito del 15M a este respecto es suficiente para
garantizar un proceso riquísimo. Se trata de redefinir, practicando y creando, qué es y para que
sirve una constitución en un mundo que no cabe en los contenedores políticos, culturales y éticos
del Estado-nación; cómo se convierte en un principio activo de determinación de las acciones de
gobierno; qué es una separación de poderes o cómo ha de ponerse en práctica un sistema de
controles y equilibrios del gobierno que no expropie la capacidad política del 99%; cuáles son las
convenciones fundamentales de una transición constituyente, desde el respeto de la vida a la
libertad de expresión y manifestación, pasando por el principio de mínima penalidad del conflicto
social y de mínima penalidad en general, etc. Cuyo presupuesto es una participación masiva y en
primera persona en los trabajos de una “convención constituyente” sometida a procesos de
participación y control distribuidos.

2) una alianza con los cismáticos dentro del Parlamento europeo pero también dentro de las elites
comunitarias para construir un punto de apoyo constituyente en la UE, cambiando lo que haya que
cambiar en los tratados europeos y haciendo un uso completamente vinculante de los referenda y de
las elecciones directas al parlamento. La condición mínima de esta ruptura consiste en que el
europarlamento se convierta en el primer e imperfecto estadio de una asamblea constituyente
europea a la cual ha de estar subordinada la Comisión y, en cierto modo, en uno de los centros de
producción de propuestas de una UE radicalmente distinta.

3) una reapropiación democrática de las estructuras públicas fundamentales, destruidas o expoliadas
por la dictadura financiera. La liquidación de los servicios públicos fundamentales del Estado del
bienestar solo puede ser detenida mediante la entrada en primera persona de las redes y cadenas de
cooperación que hacen vivir tales servicios. En cierto sentido, de una concepción de lo público
como universalidad abstracta bajo el poder de mando de elites políticas y burocracias
administrativas, se abre el campo de la expresión instituyente de un sector común, cuya gestión es
asumida por quienes, en los territorios, producen, cuidan, sostienen realmente una relación de
servicio que es en el fondo una trama de producción de la vida en común. Lejos de ser una utopía, la
formación de consejos urbanos territoriales es un objetivo concreto y urgente, cuya función
fundamental será la coordinación y autogobierno de los procesos de reapropiación de estructuras de
servicio amenazadas de muerte por los gobiernos de la auteridad neoliberal. Esto implica una
disputa política e institucional con las estructuras de gobierno autonómico, así como con los
parlamentos autonómicos, que se verán interpelados y puestos en cuestión por los consejos urbanos.

* 1 Introducción a la tercera parte del libro: “Democracia distribuida. Miradas desde la
Universidad Nómada al 15M”, de inminente publicación.
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