¿Cómo gobernar en la selva amazónica? Guardianes de la Selva


¿Cómo gobernar en la selva amazónica?
Por: Vincent Brackelaire*
En el libro Guardianes de la Selva, Martin von Hildebrand y Vincent Brackelaire reconstruyen dos décadas de esfuerzos inéditos para proteger una gigantesca porción de la selva amazónica colombiana. Primer capítulo.

He sido testigo de un mundo que conocí desde 1990 en la selva amazónica colombiana, cuando el antropólogo Martín von Hildebrand me llevó a visitar los pueblos indígenas de los ríos Caquetá y Mirití. Grandes transformaciones estaban en curso en Colombia.

La Organización Nacional Indígena de Colombia (ONIC) venía luchando por derechos en el ámbito nacional en un contexto del recién ratificado Convenio 169 de la OIT. Líderes indígenas amazónicos y sus pueblos querían reafirmar su identidad y distanciarse de la mentalidad colonialista que se manifestaba en las misiones religiosas y soñaban con proyectos propios y con manejar sus territorios ancestrales.

La parte colombiana de la inmensa Cuenca Amazónica era la mejor preservada por ser la de más difícil acceso. El boom económico de la cocaína de los años 1980, había pasado por el oriente de la selva colombiana dejando una ilusión de riqueza y la presencia de guerrilleros en la región era muy incipiente. En esa época como ahora, la frontera agrícola estaba esencialmente en el piedemonte colombiano; había muy poca colonización, los mineros estaban más ocupados en Brasil y Venezuela, y las petroleras se concentraban en la Amazonia de Ecuador y Perú.

A finales de los años 1980, el gobierno del presidente Virgilio Barco Vargas reconoció los derechos territoriales a los pueblos indígenas de la Amazonia colombiana sobre 20 millones de hectáreas, las que ya ocupaban desde antes de la Conquista. Por aquel entonces también se estaba formulando una nueva Constitución en Colombia, la cual se adoptó en 1991, e incluyó además de los derechos territoriales, el derecho de los indígenas a manejar sus territorios como parte de la estructura político-administrativa del Estado nacional financiados con recursos de la nación.

De esta manera, un inmenso campo de trabajo y de cooperación se abría en la Amazonia colombiana para apoyar a sus 62 grupos étnicos en el ejercicio de sus derechos y adquirir las capacidades necesarias para articularse dentro del Estado con base en sus propios valores. Así los indígenas se reafirmaban como los guardianes de la Amazonia colombiana y de su biodiversidad. Era una situación inédita en la historia del país, y promisoria para el futuro sostenible de la región.

Este era el mensaje que Martín, como cercano colaborador del presidente Barco Vargas para los asuntos indígenas, esperaba que transmitiera en Europa después de mi visita. Precisamente, estaba ayudando a la Comisión de la Comunidad Europea en Bruselas a construir su programa de cooperación ambiental con los otros países del mundo, después del informe “Nuestro futuro común”, o Informe Brundtland, publicado en 1987 por la Comisión Mundial sobre Medio Ambiente y Desarrollo.

Nos encontrábamos a dos años de la Conferencia de Río 1992. El mundo que descubría en la Amazonia colombiana era un tesoro natural y cultural, justo en el momento en que se difundían las ideas de que la biodiversidad estaba en peligro, que existían recursos naturales renovables en peligro de desaparecer del planeta para siempre.

Con Martín recorrí aquella vez muchas malocas tanimuca, letuama, yukuna, matapi, miraña, a lo largo de los ríos Mirití y Caquetá, acompañando noches enteras las discusiones con los capitanes o jefes de maloca, con los chamanes, mascando su hoja sagrada, la coca, observando cómo analizaban la situación de su selva y comenzaban a definir el futuro que deseaban.

En aquel entonces la conservación de la Amazonia para mí no podía tener mejor enfoque que apoyar a las culturas indígenas por su alto potencial y gran sabiduría para cuidar esos gigantescos territorios selváticos, complementada por las normas del Estado y técnicas de planificación.

En la Comunidad Europea, un grupo de altos funcionarios de la Comisión entendió la importancia de las nuevas oportunidades para los indígenas y esta región, y entonces comenzó un proceso de cooperación al cual se fueron sumando algunos de los Estados europeos como Austria, Dinamarca, Holanda y Suecia.

Los diez años que siguieron a la Conferencia de Río 92 vieron al mundo cambiar más rápido y de manera menos positiva a lo previsto por los científicos de los años 1980. Además de la lucha contra la pobreza, el sida, la deforestación, las contaminaciones diversas, en particular las urbanas, y el cambio climático eran las grandes preocupaciones en los foros internacionales. Pero en Colombia, los pueblos de la selva estaban avanzando con firmeza y tomando conciencia de sus responsabilidades para el futuro de la región amazónica.

La nueva Constitución de 1991 ya estaba vigente y abría camino para que los indígenas administraran sus territorios-resguardos como entidades territorales. Para ello, estos pueblos comenzaban a demostrar al Estado un grado de organización local compatible con la responsabilidad de “volverse Estado”, al constituirse en AATI (Asociaciones de Autoridades Tradicionales IndígenasI) reunían por los ríos a las comunidades, los capitanes y los sabedores.

Las fundaciones colombianas que acompañaban estos procesos, habían conformado una asociación llamada Coama , coordinada por Martín, e iban adaptando su apoyo en la medida en que iban evolucionando los indígenas y sus planes de vida. Cuando diez años después, en el año 2000, regresé al Mirití, un gran proceso estaba en marcha con avances concretos en el camino del gobierno propio; muchos pueblos habían ya dado pasos significativos en el fortalecimiento de su cultura y organización, por medio de microproyectos, y formulaban sus planes de salud y educación.

Por esos mismos ríos, veía una evolución en las malocas, me parecían más imponentes. El hecho que ahora los pueblos de la región tenían un gobierno propio, con su plan de vida para orientar su futuro, con planes propios de educación, salud y ordenamiento territorial, no solo les daba el derecho de recibir transferencias financieras de la nación para la gestión autónoma de sus AATI, sino también les hacía sentirse más seguros y valorizados en su cultura indígena.

En la década siguiente, entre 2000 y 2010, volví varias veces como observador externo de los procesos indígenas y a realizar evaluaciones de los proyectos que les permitían capacitarse y consolidar su gobierno propio, de manera que los donantes entendieran la importancia de los procesos de apoyo en la Amazonia colombiana, en particular la Comisión Europea, cuya cooperación ha tenido continuidad por más de veinte años hasta hoy día.

En compañía de las fundaciones de Coama recorrí muchos rincones de la Amazonia colombiana, región de bosques tropicales de aproximadamente 480.000 km2, de los cuales la mitad se encuentra cobijada por la figura de resguardos indígenas, con unos 70.000 pobladores de 62 grupos étnicos. Conocí muchos de ellos, como los barasano del río Pirá Paraná, los piapoco y los curripaco del río Negro, y los tanimuka y los letuama de los ríos Wakaya y Oiyaca, afluentes del río Miriti. Asistí al nacimiento y a la consolidación de muchas AATI, y pude apreciar la gran creatividad institucional de las fundaciones de Coama para acompañar a los procesos indígenas de la parte colombiana y por las fronteras con Brasil y Venezuela.

Diez años después que Colombia y los demás países del mundo habían llegado a un acuerdo para encarar juntos los cambios climáticos con la suscripción en 1997 del Protocolo de Kioto, el planeta estaba comenzando a dar fuertes señales de deterioro climático. Los indígenas estaban preocupados porque observaban nuevos fenómenos en la selva sobre el comportamiento de los animales, en los cultivos del manioco y de la coca, y en los periodos de lluvia, lo cual confirmaba lo que los científicos decían.

Un calentamiento global y el cambio climático podrían acabar rápidamente con su sustento vital. Se confundían con las decisiones tomadas en los foros en materia de políticas regionales y nacionales. Las AATI del Amazonas continuaban con sus investigaciones dirigidas por los chamanes, enfocándolas cada vez más hacia el manejo ancestral del territorio, así como los cambios que se estaban generando por las variaciones climáticas.

Parecía que el mundo giraba de repente más rápido; los líderes indígenas y las AATI recibían siempre más invitaciones para participar en grandes foros colombianos e internacionales sobre derechos indígenas, conservación, parques naturales, cambio climático, para los cuales habían aprendido a debatir con los otros ciudadanos del país y del planeta, en la búsqueda de nuevos paradigmas de desarrollo y conservación.

Pero al mismo tiempo crecía la confusión y la ilusión de varios con respecto a que las soluciones traerían mucho dinero a corto plazo. Los congresos internacionales, las COP, el Foro Permanente para los Derechos de los Pueblos Indígenas de la ONU en Nueva York, comenzaban a hacer parte de la vida de los líderes indígenas para presentar los intereses y proyectos de sus pueblos, y montar nuevas estrategias globales, como la de REDD+, en las que los indígenas reclamaban el derecho a ser actores en un sistema planetario que busca la reducción de emisiones por deforestación y degradación de los bosques.

Sin embargo, en 2012, después de más de veinte años de intenso proceso de manejo y consolidación de los resguardos de la Amazonia colombiana por parte de los pueblos indígenas, aparecen nuevas amenazas en las vísperas de la reunión de Río+20, y en primer lugar predominan los descomunales intereses mineros.

En efecto, en los últimos años, las solicitudes de permisos para la explotación minera llegaron a cubrir casi toda el área oriental de la Amazonia colombiana, sin que los resguardos constituyesen barreras para tales demandas, ya que el subsuelo es del Estado. Se trata de una prueba de fuego para la gobernabilidad indígena. Después de mucha capacitación y de un largo camino recorrido de aprendizaje sobre cómo funcionan las esferas estatales en Colombia y las instituciones internacionales, Acaipi, Acima y las demás AATI, se enfrentan a nuevos peligros que ponen a prueba el proyecto indígena construido para la sostenibilidad de esta región.

Los pueblos indígenas de la Amazonia colombiana saben que no pueden en ningún momento bajar la guardia pues viven rodeados de peligros. En comparación con años anteriores, el panorama político e institucional en Colombia y en los países vecinos es hoy mucho más claro y en proceso de consolidación, y los pueblos indígenas ya tienen un lugar y un papel oficialmente reconocidos. Pero también han aprendido que los procesos son frágiles, en particular con relación a los asuntos de tierra y gobernabilidad, siempre expuestos a altibajos.

He acompañado a Martín en la elaboración de esta publicación en solidaridad con estos pueblos, para mostrar al mundo que después de siglos de explotación y maltrato, los indigenas tienen hoy grandes procesos de organización y la capacidad para manejar su parte del planeta que les corresponde de manera sostenible.

Los inmensos resguardos indígenas son regiones lejanas de los “centros de poder”, pero tienen hoy un gran peso y significado para Colombia y para este momento en que se evalúa la situación de nuestro planeta y de implementar acciones para evitar desastres globales.

Cómo lo muestra este texto, después de siglos al borde de la extinción, los pueblos indígenas han encontrado en las últimas décadas amigos y aliados de diversos tipos y orígenes que les han ayudado a revalorizar sus culturas y saberes en beneficio del planeta; justo en momentos en que necesitaban ese apoyo, pero también cuando el planeta requiere de su sabiduría y sus conocimientos para enfocar nuevos rumbos.

El estado de la Amazonia es un indicador del estado del planeta. Y la Amazonia va muy mal, como lo demuestran los estudios y las publicaciones de los últimos años. Bien sabemos que su paulatina destrucción es una amenaza dramática para el planeta y la humanidad, pero también que las causas de sus males están por todo el planeta y son responsabilidad de todos nosotros.

Pero a pesar de los problemas, el gran ejercicio de cooperación con los pueblos indígenas que he observado en la Amazonia colombiana en el transcurso de veinte años y los avances reales y concretos que se están logrando, me dejan sinceramente admirado y con la esperanza de que la Amazonia continúe siendo el corazón de energía del planeta por muchas generaciones.

*Consultor socioambiental. Bruselas-Río de Janeiro. Autor junto a Martin von Hildebrand del libro Guardianes de la Selva que será presentado en Brasil durante la Cumbre Río+20.

Vincent Brackelaire* | Elespectador.com