Roland Denis
Aporrea
Un movimiento que se expresa a través de formas orgánicas, tiempos y espacios propios, en funciones infinitas: precisamente aquí esta su “otra” condición de poder, entendido como potencia y capacidad de decisión sobre la realidad. Tenemos nuestras formas orgánicas nacidas desde las comunidades originarias ya ancestrales, hasta las formas más novedosas que van generándose en la medida en que madura y se profundiza este poder desde la misma lucha de clases. Por ello sus ciclos de tiempo son totalmente distintos a los del capital y el estado, por lo general más lentos pero cuando se acelera supera en velocidad de formación cualquier formalidad protocolar capitalista. No actúa por decreto sino por proceso constituyente de colectividades que encuentran las maneras de ejercer el verdadero control social sobre sus realidades y las articulaciones necesarias con otros contextos sociales. Sus espacios, precisamente gracias a esta evolución, se configuran fuera de toda determinación impuesta por el estado burgués. Por esto mucho más allá que funciones gerenciales comandadas verticalmente, las funciones productivas, defensivas, formativas, creadoras, científicas, movilizadoras, etc, de este poder se expanden con su propio fortalecimiento y se convierten en lugares de realización de la identidad y espíritu de un nuevo hombre y mujer que nace en él.
No puede estar delimitado por leyes: es por esto que ya no se puede seguir aceptando que el poder popular siga siendo delimitado en sus formas, procesos, normas, etc, por leyes que a la final lo niegan y paralizan. La ley está para reconocerlo y ayudarlo en último caso, jamás para prefigurarlo en sus formas, tiempos, espacios y obligaciones. Esto más bien crea las bases contrarias de lo que puede ser un verdadero poder revolucionario del pueblo. Se van cimentando los pilares de un estado corporativo que maneja un supuesto “poder popular” como una extensión y de su cuerpo institucional y centralizado en él. Esta es la derrota del espíritu libertario, igualitario y subversivo de la revolución que en estos momentos opera a través de esta prefiguración legal y mando externo sobre los poderes populares. Lo cual está creando incluso las condiciones para su burocratización definitiva y su entrada por reflejo y captación de sus cuadros dentro del entramo de corrupción que impera dentro del estado. Por todo esto se hace tan importante que empiecen a nacer expresiones de unidad popular que restablezcan el derecho de autodeterminación del poder popular y su naturaleza eminentemente constituyente y resistente.
Tampoco se subsume a los códigos liberales de la democracia burguesa: una de las consecuencias que vemos con el avance de la absorción del poder de base es que él mismo termina obligado a reconocerse como parte de un régimen liberal interclasista donde vale lo mismo un supuesto poder generado desde los espacios de la burguesía y pequeña burguesía a los rincones más marginados y hambrientos de nuestra sociedad. Vale entonces lo mismo una asociación empresarial a una instancia de control obrero y campesino, por derechos “democráticos”. Es nuestro deber reiterar que el poder popular es un poder clasista y definido claramente bajo un parámetro democrático pero a la vez radicalmente transformador de nuestra realidad. Dentro del poder popular debe operar una “dictadura del sueño igualitario”, no un falso debate y “encuentro” pacífico entre la reafirmación y la negación del sistema colonial y capitalista. Se defiende la madre tierra, se defiende el poder territorial y social, se defiende el poder obrero y campesino, la contraloría social, la organización ancestral indígena, bajo un criterio práctico de acción ocupante, expropiadora y transformadora de la realidad manejada por el poder enemigo capitalista. No son poderes pasivos, “democráticos” y obedientes, son lugares de negación radical del sistema de explotación dominante. El imperialismo no está fuera de nuestras naciones, el capitalismo que aún se nos impone sobrevive gracias a que esos imperios están sembrados en nuestra tierra y garantizan el régimen de desigualdad y la barbarie del capital. Por ello solo se acepta la diversidad de expresiones de resistencia y militantes de una sociedad distinta.
Hoy en día es imprescindible que este poder libere sus espacios y sus lenguajes. Actúe con ciencia y pensamiento propio, es decir, su propia política que de hecho “otra política” frente al poder constituido: lo que quiere decir que una de las tareas fundamentales del poder popular hoy en día es la creación de conocimiento y lenguaje propio. Desafortunadamente mientras la burocracia corporativa se hizo a sí misma de un imaginario verbal que proviene directamente del pensamiento libertario y revolucionario producido por los pueblos del mundo, ese mismo lenguaje en la práctica hace las veces de caja de censura, vaciando su sentido y verdad. Muchas veces por oportunismo las organizaciones de base reproducen como loros los códigos revolucionarios maqueteados por esta burocracia sin darse cuenta que más allá de los que les pueda servir a los fines de recursos y consentimiento de los agentes de gobierno, se quitan a sí mismos el derecho a la creación de nuevos lenguajes y horizontes de conocimiento. Hablemos libremente, quitémonos de encima la insoportable cultura de la autocensura, aprendamos de la palabra más sencilla pero llena de dignidad y buena rabia. Saquemos la risa y la jodienda caribeña no solo para burlarnos de las imbecilidades ajenas de la derecha sino de los “conductores de la revolución” y sus altas hechonerías llenas de teatros tecnocráticos y altísimos dirigentes que ya ni se recuerdan como saltarse un charco en un barrio si algún día lo hicieron. Busquemos hacernos de un conocimiento abierto y crítico, generados por infinitos puntos de producción cognitiva que van dándole vida y color al comunismo que ya empezó a nacer en el mundo.
Se reafirma entonces una legalidad revolucionaria que abre los caminos a la república autogobernante: los pasos hacia una nueva expresión “comunaria” del poder popular entendemos que van generando un orgullo propio y un sentido de poder y seguridad en el mando colectivo que tarde o temprano va a ir formando las bases de una legalidad manejada por él mismo, donde valga “su norma”, “su título”, “su definición”, “su decisión”, por encima de la pesada y necesariamente burguesa raíz de la legalidad emanada por el orden constituido. Ese poder “que no se delega”, siendo por principio el más constitucional de todos los poderes, al mismo tiempo se va reconociendo a sí mismo en la posibilidad de producir su propia legalidad. No por imposición totalitaria sino por consenso de comunidades y espacios de trabajo que poco a poco se van dando cuenta que tienen todo el derecho de “ser poder” en todo el sentido de la palabra y no un bachaco marginal que la magnificencia institucional le permite de vez en cuando “participar” en discusiones que se diluyen en su vacío. Los tiempos de una “legalidad revolucionaria”, están por llegar, van a ser además claves para dar los saltos cualitativos que este proceso exige y desde donde veremos nacer verdaderas comunas, consejos, corredo res, territorios, tierras y fábricas, socialistas y autogobernantes. Son ciclos lentos, exigen mucha formación y paciencia pero al mismo tiempo se aceleran en la medida en que se toma creadoramente toda la cantidad de lugares que las fuerzas dominantes han controlado por siglos.
El poder que buscamos es directamente sobre las cosas no sobre los seres humanos, porque “somos iguales”. Sobre este principio vamos materializando un poder real y autogobernante: se deriva entonces que desde el poder popular comienza a nacer por igual otra idea de poder completamente ajena a la concepción burocrática y representativa del poder que a su vez hace llave con los principios del dominio capitalista. Un poder constituido desde la rebelión del trabajo manual e intelectual humano, como diría Marx no busca el dominio sobre los hombres sino sobre las cosas. “No queremos ser gobierno queremos gobernar”, se dirá a finales de los años ochenta desde la desobediencia popular, siguiendo el mismo camino descifrado por Marx pero en medio de una rebelión popular que ya manifestaba sus comienzos. Esto nos lleva hoy a algo mucho más concreto y es el nacimiento de una corriente del poder popular que se centra en la necesidad de gobernar desde los perímetros territoriales que se han decidido controlar, las cosas que han de ser útiles a todos y que tendrán que tomarse o producirse. El problema del poder de concentrarse en la obtención de cargos dirigentes dentro de una estructura de poder preestablecida por las clases dominantes, pasa a convertirse en una meta de mando sobre las cosas (terrenos, fábricas, tecnologías, inmuebles, sistemas de producción, de salud, de comunicación, centros de distribución, etc) que podemos abordar desde un protagonismo rebelde que se las juega todo en esta historia. Más allá del “como” lo logramos que es un problema de estrategia, dicho perfil da nacimiento a la definición de la “carta de lucha” como cédula primaria de orden político para definir la necesidad gobernante específica de una comunidad. La idea de poder efectivamente se transforma por completo transformando a su vez la personalidad o subjetividad política que crece al interno del poder popular.
Necesitamos de recursos estratégicos manejados directamente desde el espacio comunario, un reto fundamental de autonomía: efectivamente, ya está más que probado que la burocracia y todo el rango corporativo de estado utiliza el manejo unilateral y arbitrario sobre los recursos de estado como fuente básica de mando y corrupción sobre el espacio social. Aquí se acabó la participación y el protagonismo popular y se impone de nuevo el favor condicionado y la captura de movimientos de lucha. Estimamos que en el fondo no es posible cambiar esta lógica desde el estado mismo. Es una línea de acción que está en su naturaleza. Una misma lógica derivada de los favores a una clase que se dan desde los centros financieros del sistema capitalismo. Un poder popular y autogobernante necesariamente tiene que romper con estas ataduras si quiere presentarse realmente como una fuerza de liberación. No cabe otra salida que el desarrollo de múltiples estrategias en función de garantizar fondos y recursos propios cuya lógica de distribución sea absolutamente contraria a esta arbitrariedad, divulgando una verdadera cultura de la autogestión social que distribuye para una necesidad colectiva y legítima y no un convenimiento arbitrario. Tenemos que generar “otra economía” y otro espacio productivo que derive de la apropiación directa o negociada de las fuentes básicas de recursos, incluido en nuestro caso las riquezas minerales y energéticas del subsuelo. En todo esto apenas hemos aprendido pero ya avanzamos.
Finalmente dentro de un contexto que se complejiza hay prioridades que abordar en un todo comunario: quizás en estos momentos cabe decir que entre el control obrero, la toma y la autogestión de tierras, la creación de un auténtico movimiento de pobladores, la construcción de un poder comunicacional y productivo, la capacidad de defensa y la reafirmación revolucionaria y bolivariana o nuestramericana de la lucha de todos, descansa el horizonte de una revolución vista desde la base del poder popular. La “carta de lucha comunaria”, los valores mínimos de un poder popular que se están proponiendo indica un camino necesario y ya avanzado pero que tiene que organizarse allí donde se desenvuelve la lucha real de nuestros pueblos y la comunidad de valores, alegrías y sueños que se construye. Que suene la Guarura de los pueblos, por allí se grita.
Recuperar la razón originaria del movimiento y el poder popular: dentro de un contexto en que se han perdiendo los valores de autonomía y el sentido originario de la revolución bolivariana ligada a las metas de la construcción de una democracia radical y revolucionaria fabricada a partir de un proceso popular constituyente, es hoy urgente restablecer los sentidos originarios de un movimiento multitudinario que fue de hecho el que permitió la victoria y sobrevivencia de la revolución bolivariana, garante de la misma hasta ahora. El poder que se va acumulando desde la lucha popular nada tiene que ver con la raíz de un estado nacido de la traición a la lucha independentista y la sumisión colonial y capitalista subsiguiente. Es un poder fruto de la lucha misma, del espacio y territorios que se le van conquistando en esta batalla histórica. Recuperar esta razón y sentido originario se hace fundamental para preservar nuestra capacidad transformadora de la realidad social. Política y cultural en la cual hemos nacido. El sentido de lo “comunario” y su papel en la liberación de los lenguajes: dentro de las palabras comunes del movimiento popular hegemoniza el sentido de la “comunidad” como célula básica del desenvolvimiento primario del nuevo poder. Sin embargo, este sentido básico de “comunidad” por lo general se queda dentro de la esfera de una comunidad que se encierra sobre sí misma y muchas veces restringida únicamente a la comunidad vecinal. En ese sentido nos recogemos y abandonamos la multitud de espacios donde es necesario “hacer comunidad”, construir “comunismo”, como diría el pensamiento clásico revolucionario. Son espacios de vida, de trabajo, de formación, de vecindad, lo que debemos envolver dentro del proyecto básico autogobernante y socialista. Necesitamos por tanto un nombre de “comunidad” superior y más envolvente que recoja la memoria de Ayllu andino que cubría la totalidad del de lo que somos como sociedades diversas y comunidades ellas mismas heterogéneas y por hacerse una verdadera realidad. En ese sentido al hablar de expresiones nacidas de la comunidad proponemos el principio de lo “comunario” reivindicado en muchos movimientos de base y el lenguaje cread or del pensamiento crítico nuestramericano. De allí la nominación que proponemos de “Frente de expresiones comunarias libertarias.
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Fuente: http://www.aporrea.org/poderpopular/a131209.html