Venezuela: Poder Constituyente y Poderes Constituidos

29.Nov.12    Análisis y Noticias

Por: José Gregorio Linares
Jueves, 29/11/2012
Aporrea

El Poder Popular es expresión del Poder Constituyente. Va superando dialécticamente el Poder Constituido. Para tener claro qué significa esto intentaré bosquejar las diferencias entre uno y otro, y las relaciones de complementariedad, antagonismo, avenencia y tensión que se desarrollan entre los dos últimos.

Existen unas diferencias cardinales entre el Poder Constituyente y el Poder Constituido. El Poder Constituyente expresa la Revolución en constante proceso de nacimiento y cambio. Supone una continua transformación a partir de una dialogicidad de los hombres con sus circunstancias y con las utopías que los alientan. Forma parte de los movimientos de masas que se plantean construir el poder desde el pueblo y para el pueblo. Expresa a la gente que busca soluciones y respuestas ante sus necesidades materiales, culturales y espirituales. Éste es motor del pueblo.

Y ese pueblo es rebelde y creativo: se plantea inventar, ensayar, equivocarse, volverlo a intentar, acertar, continuar la lucha, avanzar. Es pueblo que cuando adquiere conciencia de clase, de ciudadanía y de patria asume todos los riesgos, supera cualquier contrariedad, alcanza lo que se propone. Aprende de las derrotas y se afianza en las victorias. No se rinde, no claudica, no se vende. Así lo creía Bolívar quien declaró (Mensaje a la Junta Preparatoria del Congreso Peruano:

“Todos los particulares están sujetos al error o a la seducción ; pero no así el pueblo , que posee en grado eminente la conciencia de su bien y la medida de su independencia. De este modo, su juicio es puro, su voluntad fuerte; y, por consiguiente, nadie puede corromperlo, ni menos intimidarlo. Yo tengo pruebas irrefragables del tino del pueblo en las grandes resoluciones; y por eso siempre he preferido sus opiniones a las de los sabios”

El Poder Constituyente es Poder Popular, por tanto asume que el empoderamiento de gente concreta a partir de las luchas cotidianas es la fuerza motriz, el combustible de una revolución en marcha. Él promueve que la conciencia de clase, la sensibilidad, las políticas sociales y las variadas formas de organización, surjan y se renueven en contacto con la realidad, y no se decreten ni impongan desde ningún centro de poder desvinculado del movimiento real. El Poder Constituyente se expresa en la lucha diaria por el vivir bien. No justifica sus omisiones, ni se envanece por sus actuaciones. Es, simplemente, ejercicio del deber histórico para con los más necesitados y el planeta entero, hoy en peligro. Es un extraordinario intento de saldar la deuda social ancestral con los oprimidos. Es, para decirlo con las palabras de Mariátegui, una filiación y una fe. Un flujo de energía inagotable en continuo proceso de transformación para construir vida y a la vez impedir que los poderosos la destruyan. Una marea creciente de entusiasmo, reflexión y prácticas creadoras. Es punto de partida, horizonte abierto. No tiene itinerario, meta, ni punto de llegada. “Hace camino al andar”. Es presente en movimiento: reivindica la grandeza de nuestro pasado y forja la esperanza colectiva en el porvenir. Es la concepción y la praxis de un proyecto para vivir viviendo. Es lo sustantivo de una Revolución. Es gobierno del pueblo.

Por el contrario, el segundo, el Poder Constituido, es eminentemente conservador e insensible. Organiza el poder de modo que sirva a la estructura institucional y no al espíritu de justicia social que le dio origen. Frena o mediatiza toda iniciativa popular de revisión, rectificación o reimpulso, puesto que sólo obedece a razones ministeriales. Su misión es cuidar de sí mismo, justificar su existencia, seguir el guión. Su visión, mirar hacia adentro, auscultarse. Se plantea quedar bien aunque lo haga mal. Quedarse aunque deba irse. Aparecer, pese a no haber estado allí. Figurar sin haber cumplido. Hacer pensar que cree aunque ya no tenga fe en ideal alguno. Dicho poder mata la esperanza mientras tremola una bandera de ilusiones. Ofrece mucho y da migajas. Convierte las consignas en lugares comunes; las ideas en pagarés; los ideales en órdenes de pago; la lucha en epitafio. En sus oficinas se hunde la Revolución, se desacredita a los ciudadanos que luchan por el país y a los servidores que les apoyan. Se ensalza a los trepadores y se premia a los oportunistas. Se desacredita a los eficientes servidores públicos y se minusvaloriza su gestión. Se cumple con los formalismos y se desatienden los deberes. Se pisotean los derechos, se lesiona a las personas. Allí los funcionarios detentadores de los poderes constituidos monopolizan los cargos públicos, crean indicadores de gestión a su medida, muestran un impacto social desde una perspectiva paternalista y asistencial para que la gente no fortalezca su autoestima, sino más bien profundice sus sentimientos de auto conmiseración. En sus oficinas se manejan los recursos y las “políticas sociales”, de modo que las personas de las clases populares sean a lo sumo receptores agradecidos y no agentes activos en el proceso de construcción de una sociedad justa y democrática.

El Poder Constituido puede aparentar ser revolucionario. Para ello usa los símbolos, el gesto, el vestuario y el lenguaje de la Revolución. Pero nunca es verdaderamente revolucionario porque su sensibilidad está atrofiada y su actuación se limita sólo a hacer lo que le permite justificar su existencia. Conoce las normas que propician la justicia social, mas aplica con diligencia los artilugios previstos para evadirlas. Vive de mantener el mito de que cumple una función trascendental para la nación y la ciudadanía. Pero son precisamente la soberanía nacional y sus ciudadanos más pobres los que sufren su indiferencia y molicie.

El Poder Constituido va perdiendo todos los sentidos: casi no ve lo que ocurre a su alrededor y no le interesa; no oye las quejas y reclamos y no le importa; no percibe el mal olor de su propia descomposición y se acostumbra a respirar este aire contaminado; es glotón e insaciable pero ya no disfruta de los sabores de la vida; su piel ya no siente la emoción de un abrazo porque bajo la epidermis de las instituciones que lo apuntalan no hay entusiastas servidores públicos sino desganados funcionarios. Asiste a las marchas, pero su paso no sigue el ritmo ni la dirección del pueblo. No se guía por el amor sino por la codicia, la ambición, el menosprecio o el miedo. Tal poder dice representar a los electores mientras ignora a la gente que demanda su ayuda. Crea una normativa para perpetuar el sistema, de modo que nada cambie, aunque así lo parezca. Establece una estructura para distribuirse las funciones y los roles, no para satisfacer necesidades, buscar soluciones y resolver problemas. Crea organigramas como quien llena crucigramas. Coagula la sangre que alguna vez fluyó. Entonces, un enorme vació se crea entre la masa del pueblo que se apiña en los pasillos solicitando un servicio y los funcionarios que se desplazan en ascensores con espejo para ratificar que son ellos, sólo ellos y los intereses que efectivamente representan, la razón de ser de los poderes constituidos.

El Poder Constituido es retardatario, se plantea, simplemente, la correcta administración del Estado, regular el funcionamiento de sus instituciones, el acatamiento de la normativa por parte del ciudadano, el ejercicio de la indolencia de parte de los funcionarios. Incluso deja de hacer… para no hacer el bien. Va envejeciendo y en consecuencia le molesta cualquier cambio. El Poder Constituido se estanca, se burocratiza y se distancia de la gente verdadera, en nombre del manual vigente. Él va muriendo de inacción. Reacciona un poco cuando el pueblo reclama sus derechos en forma airada y convincente, como si un viento inesperado levantara las arenas de un cementerio; pero luego, cuando vuelve la calma, entra nuevamente en una especie de sopor.

El Poder Constituido está más pendiente del cumplimiento del horario establecido, del pago de los traslados y los viáticos, de los ardides para encubrir las faltas, de salvar las apariencias, que de servir a los demás o de seguir un ideal. Cuando dentro de ese poder surge una nueva propuesta para empoderar al pueblo, entonces niega los recursos, retarda los procesos, descalifica las nuevas ideas o se hace el desentendido. Cualquier innovación le exaspera porque le hace salir de su zona de comodidad y de feudo. Es tolerante con las masas cuando se le someten o las controla. No le importaría que se hiciese una revolución, pero sin hacer la Revolución: así como los déspotas ilustrados que esgrimían el lema todo para el pueblo, pero sin el pueblo. Aceptan que se les coloquen nombres nuevos a las viejas políticas. Que tome el poder gente de ideas caducas con moderna fraseología y con lenguaje subversivo, eso les gusta. De ese modo cambia la fachada, pero dentro todo sigue igual. Vinagre en barriles de vino. Así, el Poder Constituido se transforma de credo insurgente en ideología y retórica de sistemas congelados. En definitiva, él representa lo que está a punto de morir y se niega a hacerlo. Obedece a las razones de la muerte; se orienta en contra de la renovación y de la vida. Preconiza un proyecto de destrucción. El Poder Constituido es una inmensa máquina de matar: los sueños, las iniciativas, la creatividad, la autoestima individual y colectiva, los impulsos de transformación, la pulsión de vida.

José Gregorio Linares es Director General de Promoción y Divulgación de Saberes de la Universidad Bolivariana de Venezuela.