Bolivia: La concepción desfachatada de la economía

Un gobierno atrapado en las contradicciones del modelo extractivista y la economía rentista no dura a largo plazo. Entonces, la propaganda, en vez de ayudar obnubila, aunque momentáneamente produzca el efecto de la autosatisfacción



Los gobernantes están afectados por un fetichismo de las cifras

Raúl Prada Alcoreza

Se ha dado una variedad de teorías económicas, a partir de lo que podríamos llamar una consciencia de la experiencia económica capitalista. Estas teorías han sido conocidas y difundidas sobre todo durante el siglo XVIII y XIX; después, durante el siglo XX, se reflexiona sobre ellas, se trabaja sobre sus consecuencias, se contrastas las teorías con la realidad, se producen teorías o mas bien disciplinas operativas y matemáticas, directamente vinculadas con la administración pública y las políticas económicas de los gobiernos. En este último caso, de lo que se trataba no era tanto de explicar, como en el caso de las corrientes teóricas, sino de garantizar su aplicación.

Sobresalen, en principio, las teorías neoclásicas, marginalistas y monetaristas. Después las llamadas teorías del equilibrio macroeconómico y, de una manera más especificas, las llamadas teorías neo-liberales; todo esto en lo que respecta a lo que podríamos llamar la continuidad de las corrientes teóricas burguesas. También hay que mencionar las teorías económicas vinculadas a la planificación, en el caso de la continuidad operativa de la crítica de la economía política. En este caso, son sobresalientes las tesis del economista polaco Kaleki.

Estas corrientes teóricas contrapuestas, unas apuntando al manejo de la administración capitalista, otras orientadas a la planificación de la construcción del socialismo, no han dejado de producir sus intersecciones, sus cruces. Uno de ellos es el modelo propuesto por Keynes para resolver la crisis económica estructural del capitalismo desatada en 1929. Se dan analogías entre la teoría de Kaleki y la teoría de Keynes. Éste último economista británico incorpora la planificación y el pleno empleo, basándose en las dinámicas de la demanda, en una política de intervención del Estado en la economía. Las grandes planificaciones quinquenales de la URSS y de la República Popular China, si bien no contaron con el acompañamiento de teorías operativas, fueron acompañadas por metodologías supuestamente deducidas de la crítica de la economía política.

Estas políticas de construcción socialista no escaparon de la teoría del valor, empero se justificaron con la “ideología” del valor de uso, que supuestamente enfocaba la satisfacción de las necesidades y no de la ganancia. Desde el derrumbe del III Reich y su derrota demoledora, comienzan a circular las teorías económicas que conoceremos como neo-liberales, gestadas ya durante la década de los treinta. Estas teorías retomaron la tesis liberal del libre mercado y el supuesto de la mano invisible de Smith, empero no se convirtió esta conjetura en el eje central de su propuesta; la tesis central neo-liberal fue la competencia y la libre empresa.

Todo esto forma parte de la historia de las teorías económicas, a lo largo de por lo menos tres siglos. No es nuestra intensión, en este ensayo, evaluar estas teóricas, tampoco contrastarlas con su aplicación. Sino tan solo nombrarlas en su propia secuencia. Lo que nos interesa es anotar una sorpresa. En la actualidad, no parece haber un esfuerzo por explicar, menos por aplicar, ningún intereés de construir modelos operativos; todo lo contrario, se manifiesta una cierta dejadez y se prefiere optar por la propaganda y publicidad de supuestos logros del crecimiento económico.

Se prefiere expresar discursos improvisados que sustituyen a las teorías, a los modelos, a las preocupaciones por los seguimientos objetivos del acontecer económico. Se opta por una especie de desfachatez discursiva, que busca convencer con argumentos anecdóticos sobre los avances de la economía. Se escuchan argumentos como que se ha dado un crecimiento económico sin precedentes, no acaecido por lo menos en setenta años de la historia económica del país; que este crecimiento económico, que puede ser interpretado como bonanza, se constata en el crecimiento de la clase media, en la disponibilidad de la clase media de gastar su dinero en los Shopping, en la expansión del consumo en las urbes y en las áreas rurales; por ejemplo, se dice que el crecimiento económico se constata en el cambio del techo de paja por el techo de calamina en las casas del campo. Para apoyar esta inocente explicación se recurre a estadísticas macroeconómicas generales, el incremento de las reservas monetarias, los índices del PIB, el incremento de las exportaciones, la inversión estatal. La debilidad anecdótica de la primera parte de la argumentación se cubre con estadísticas macroeconómicas.

Como se puede ver estamos ante un mínimo esfuerzo explicativo, descriptivo y de seguimiento operativo. Lo que interesa es la propaganda, no el análisis, menos la objetividad, mucho menos garantizar la realización efectiva de las políticas económicas. Ninguna de las teorías, anteriormente mencionadas, sean promotoras del capitalismo o diseños económicos de construcción del socialismo, pueden respaldar estas improvisaciones discursivas. Esa situación se agrava cuando hay además pretensiones de transformación, de lograr disminuir las desigualdades sociales. Es ciertamente anecdótico querer demostrar el crecimiento económico por la presencia arquitectónica de shopping, por el cambio de los techos en las casas del campo; la utilidad de este discurso tiene deriva de ser la expresión de los espejismos más caricaturescos de las imagines más infantiles del progreso. Decirlo es una desfachatez.

En relación a la segunda parte de la argumentación, la que tiene que ver con el uso de los indicadores macroeconómicos, se puede comprender que se lo haga, empero, en la medida que son indicadores sueltos, des-contextuados de su estructura, escapan de las exigencias del análisis económico. Si se usan estos indicadores, entonces deben estar presentes todos los indicadores macroeconómicos, organizados de acuerdo a su estructura, de tal forma que permitan el análisis macroeconómico, de tal forma que puedan explicar su incidencia y su impacto en la economía, de tal manera que puedan permitir significar las tendencias económicas. En los discursos emitidos propagandísticamente se eluden estos requerimientos, se dejan demasiados vacíos en la información, pretendiendo con esto embaucar a una población a la que se considera pasiva.

Una revisión rápida de la estructura del PIB, de la estructura de las exportaciones, de la estructura de las importaciones, de la estructura de las inversiones, de la estructura del presupuesto, de los indicadores socio demográficos, de la estructura de la deuda externa y de la estructura de la deuda interna, además de preguntarnos sobre el sentido del incremento de las reservas monetarias, en un periodo de subida de los precios de las materias primas, nos muestra la manifiesta debilidad de los argumentos que quieren mostrar las variaciones del crecimiento económico como verificación del “desarrollo” y de la mejora estructural de la economía del país. Las impresiones que se sacan de esta revisión es que Bolivia no ha dejado de configurar una estructura económica extractivista, dependiente de la explotación y exportación de las materias primas; es más, es preponderantemente una economía extractivista.

El peso gravitante, masivo, y mayoritario de las exportaciones son las relativas a las materias primas. La estructura del PIB dibuja una considerable preponderancia de las actividades de servicios, estructura en la cual la industria tiene un peso francamente minoritario, la producción, incluyendo la producción agrícola, se encuentra estancada, salvo ciertos rubros destinados a la exportación. El presupuesto refleja un porcentaje estrecho destinado a la educación, ganándole en participación porcentual lo destinado a defensa, también al gasto corriente, el costo del aparato burocrático. Sólo con estas apreciaciones nadie puede ufanarse con los índices del crecimiento económico. Las cifras y los porcentajes tienen un valor relativo, dependen, para interpretarlos, de las estructuras de datos de donde emergieron. Al respecto, llama la atención las descripciones cuantitativas que no se respaldan por un análisis estructural. La situación empeora cuando ni siquiera se hace una comparación cuantitativa, tan solo se usan datos descontextuados, como si respondieran a una variación lineal. Esto ya no es solo un fetichismo de las cifras, que sería algo, en tanto “ideología” cuantitativa burocrática, sino es la muestra de una desfachatez despreocupada, pues se pierde la mínima conexión que debería darse en el uso de los datos. Esta veleidad sólo se la puede entender si se explica cómo retórica de propaganda, que nada tiene que ver con las mínimas condiciones de un análisis económico.

No se tiene que ser economista para darse cuenta que la llamada bonanza económica se debe a la alza de los precios de las materias primas, principalmente de los minerales, aunque también del petróleo. No se requirió talento para acceder a este beneficio de los avatares del mercado de materias primas; habría que agradecerles, en todo caso, a los compradores, principalmente a China, potencia emergente. En contraste con esta suerte, la política económica ha sido conservadora, caracterizada por formulas esquemáticas derivadas del monetarismo; no se requirió gran cosa para efectuar esta política, bastó una práctica de cajero, que repercutió beneficiosamente en el ahorro. Se está muy lejos de lo que plantea la Constitución en cuanto a la Organización Económica del Estado, muy lejos del cambio de modelo económico, que como dijimos es extractivista. No se tiene una estrategia ni una política de inversiones; cuando estas se dan, a mucha insistencia, aunque de una manera altamente improvisada, no se ejecuta o tiene muy baja ejecución.

Los “diseñadores” de estas inversiones improvisadas están afectados por un fetichismo de las cifras, creen que por arte de magia el destino de un monto se convierte en industria. No observan, ni por asomo, que entre el monto destinado, su ejecución y la realización material del proyecto, se tiene un conjunto de mediaciones y condicionantes, acompañados por políticas especificas y detalladas, por ingenierías y por implementaciones, acompañadas por administraciones rigurosamente controladas. Cuando fracasan, que es lo que más ocurre, se sorprenden y no saben a quién culpar por este desenlace. No se pueden sustituir estos dispositivos y agenciamientos técnicos con la propaganda y la publicidad, ocultando información, incluso al propio presidente. Es lamentable y triste la mayoría de las historias individualizadas de las empresas públicas, incluyendo lo que pasa con la planta piloto del litio, que ya se inauguró como seis veces, sin saber en las últimas qué se inaugura y para qué. Varias veces se han confundido en los informes las etapas de la producción, se ha desmontado y vuelto montar la planta. Todo esto se lo hace con tremendas propagandas, como si la bulla ocultara la endeble y contradictoria realidad, acompañada con escándalos, como es el caso de los convenios con Corea del Sur, que alcanzaron al vicepresidente de ese país, quien ha sido juzgado y encarcelado por corrupción, precisamente por los compromisos con Bolivia.

Pero, no estamos ahora para denunciar; estamos lejos de eso. Lo que queremos es poner en mesa el papel de un discurso con pretensiones de análisis, cuando sólo alcanza a repetir de una manera trillada la letanía de una propaganda poco creíble. En esta puesta en mesa es indispensable definir el marco de la discusión, así también aclarar lo que se debate, para evitar confusiones, sobre todo cuando el gobierno recurre en su defensa a la comparación con los gobiernos anteriores, sobre todo con los gobiernos del periodo neo-liberal. En primer lugar, no está en discusión esta apreciación del gobierno, no está en debate la diferencia con los gobiernos neoliberales. La crítica se desprende del contraste entre el ejercicio de gobierno y la Constitución, el ejercicio de gobierno y las exigencias de la transformación, las exigencias de la transición. Son las contradicciones mismas del gobierno respecto a los postulados del proceso de cambio lo que lleva a las observaciones críticas. Esto se acentúa cuando se trata de evaluar las políticas económicas. El gobierno cree que es cuestión de demostrar que hay crecimiento económico usando estadísticas macroeconómicas, cuando lo que se tiene que evidenciar son las transformaciones cualitativas de las estructuras económicas. Esto no se demuestra cuantitativamente sino cualitativamente, mediante la constatación de desplazamientos fuertes de un modelo extractivista a un modelo productivo y ecológico-económico, tal como propone la Constitución.

En relación a las dificultades que se enfrentan lo que menos sirve es este discurso propagandístico, que no convence a nadie. Se requiere de análisis minuciosos de las dinámicas económicas en la transición, incluso análisis críticos de los obstáculos y las resistencias que hay que vencer. En el mejor de los casos un debate abierto sobre los problemas de la transformación y de la transición. Empero, el gobierno considera estos análisis, esta crítica y este debate como peligrosos y hasta conspirativos. Es difícil aclarar el panorama, en plena espesa niebla, con estos recaudos y defensas exacerbadamente celosas del gobierno. Este comportamiento defensivo clausura toda posibilidad de análisis. Al encerrarse el gobierno en sí mismo termina atrapado en el propio espejo que se ha construido para auto-contemplarse. Es pues un círculo vicioso del que no se puede salir.

Lo que está en discusión es la interpretación de lo que acontece en la economía, teniendo en cuenta la característica de sus estructuras. Después de la nacionalización de los hidrocarburos - que para unos es una nacionalización plena, hablamos del gobierno, y para otros, es parcial e inconclusa, hablamos de los críticos, de los que creo formar parte -, nacionalización que efectivamente mejoró los ingresos del Estado y del Tesoro General del Estado, mejorando los alcances de la distribución en departamentos, municipios, universidades y el mismo presupuesto, no se nota la continuidad y la irradiación de la medida en el sentido de las transformaciones estructurales e institucionales del modelo económico. Ocurre como que la nacionalización haya reforzado la condición del Estado rentista.

No vamos a entrar aquí a describir el control técnico y el monopolio que conservan las empresas trasnacionales, supuestamente de servicio; ya lo hicimos en otro documento. [1] Lo que inquieta es comprender por qué la nacionalización no ha tenido su continuidad política y económica. No nos referimos a las otras “nacionalizaciones” posteriores, que no son otra cosa que compras de acciones, lo que comúnmente se hace en las bolsas de valores y en las transacciones capitalistas. Nos referimos a las transformaciones estructurales de la economía del país. Podemos decir que la economía ha engordado cuantitativamente, empero no se ha transformado cualitativamente. Este es el problema; es este problema el que nos obliga a discutir, poner en debate, analizar y criticar las contradicciones del proceso, del gobierno y de sus políticas económicas. Sin dejar de sorprendernos por los devaneos extremadamente débiles del discurso económico del gobierno.

Ahora que está rayada la cancha, podemos analizar el problema. Obviamente no se trata de que haya más shopping ni que haya más techos de calaminas para demostrar que hay crecimiento económico, tampoco, mejorando la argumentación oficial, de demostrar el incremento en la variación estadística, sino entender que el incremento estadístico se convierte en crecimiento económico cuando materialmente crecen y se consolidan las empresas involucradas, sobre todo, en este caso, las empresas estatales. Cuando la magnitud del crecimiento es absorbido por el fortalecimiento de las estructuras y las instituciones económicas, y no se pierde en una gestión rentista. Ahora bien, desde la perspectiva de la transformación y la transición del proceso, es indispensable que la magnitud del incremento cuantitativo repercuta en la transformación estructural e institucional de la economía, desplazando el modelo extractivista hacia un modelo eco-productivo. En otras palabras, sólo se puede hablar de crecimiento efectivo cuando éste se da materialmente, no sólo estadísticamente y como atesoramiento dinerario, que puede derivar en gasto y consumo, comercio y especulación.

La anotación anterior tiene que ver con la interpretación del crecimiento; ¿se va a reducir su interpretación a la variación de las cifras en sentido positivo o se va interpretar el crecimiento como fenómeno integral, que afecta a la totalidad de la economía, en el sentido de su expansión? Una mayoría de analistas y comentaristas se circunscriben en la primera descripción de las cifras, muy pocos se lanzan a analizar el fenómeno del crecimiento en términos estructurales. Por otra parte, sería inapropiado atribuir la construcción de shopping, el aumento del consumo, el cambio de los techos de paja a la calamina, a la causa del crecimiento económico. Esta apreciación no tiene ninguna base empírica; los flujos comerciales, la expansión de sus recorridos, la aparición de ofertas concentradas como los shopping, la modificación de los materiales de la construcción, tienen sus propias lógicas, sus propias historias, sus propios dinamismos. Es muy ingenuo aseverar que son el resultado directo del crecimiento económico.

Los shopping están fuertemente ligados a la aparición de formas de crédito digitales, a políticas financieras vinculadas al crédito, a las tarjetas de crédito, a cadenas comerciales, a la publicidad audiovisual en expansión y subliminal, a la construcción de estas islas de concentración de la oferta múltiple. Las pautas de la construcción tienen que ver con la migración, el transporte, la modificación de los habitus, el acceso y el abaratamiento de algunos materiales de la construcción, la desaparición de la oferta de paja y la ampliación de la oferta de calamina. En fin, las dinámicas diferenciales del mercado, de la construcción, de los flujos migratorios, del transporte, de la modificación de la oferta de las ferias rurales; es decir, las dinámicas diferenciales sociales se mueven de acuerdo a sus propias lógicas, sin atender directamente al impacto del crecimiento. Es en el imaginario del economista donde el crecimiento económico adquiere una dimensión desmesurada, hasta explicativa. Esto forma parte del fetichismo de las cifras.

Es menester comprender las dinámicas económicas en su complejidad diferencial, no suponer que la economía es un todo homogéneo, que se mueve sólo por el impacto de la variación de las cifras, a lo que se ha reducido la significación del crecimiento. Es por esta razón que la gente común suele sorprenderse de las aseveraciones de los economistas, mucho más si se trata de voceros gubernamentales, cuando contrastan con la realidad que se experimenta cotidianamente. El cuadro estadístico es una interpretación cuantitativa, a través de medidas, de las tendencias abstractas, definidas por el aparato de medición, de lo que supuestamente ocurre en la economía, concebida como estructura de la producción, del ingreso y del gasto. En la teoría neoclásica, los indicadores macroeconómicos no tienen la pretensión de explicar las dinámicas económicas y sociales, sino contar con un cuadro sincrónico, sintético y cuantitativo que permita valorar y comparar las secuencias y los periodos económicos. La ocurrencia de querer usar estos indicadores para explicar la realidad, económica y social, corresponde a la audacia insostenible de los analistas económicos y los voceros gubernamentales.

No vamos a evaluar aquí otro concepto involucrado, el concepto de desarrollo, que ameritaría un tratamiento más amplio y nos llevaría a una discusión más exigente, debido a su problemática más compleja. Nos remitimos a lo escrito en la Crítica de la economía política del desarrollo. [2] Tampoco vamos a tocar aquí un problema mucho más exigente y complejo, que tiene que ver con el cambio de modelo económico, pasar de un modelo extractivista, sustentado en la ilusión del desarrollo, a un modelo ecológico y productivo, basado en la soberanía alimentaria y en la perspectiva del vivir bien. Este tratamiento requeriría mucho más dedicación. Nos remitimos también, en este caso, a lo escrito en Figuraciones del vivir bien y Descolonización y transición. De todas maneras, dejaremos anotado que estos problemas, los relativos al desarrollo y a la crítica al desarrollo, así como los relacionados al cambio de modelo económico, dejan en evidencia las manifiestas debilidades del discurso propagandístico gubernamental sobre el crecimiento económico. Nuestra tarea es más modesta en este texto, caracterizar este discurso político y de propaganda, definir su rol en un proceso en crisis, encontrar en su locución los síntomas de la crisis del poder. Por eso mismo se entenderá que, ahora, no nos interesa discutir estadísticas, aunque lo hagamos brevemente; lo hicimos ya en otra ocasión, en el Diagrama del poder trasnacional. [3] Lo que nos interesa es la interpretación crítica del discurso gubernamental sobre el crecimiento económico.

Deconstrucción del discurso del crecimiento económico

¿Qué papel juega este discurso político y de propaganda sobre el crecimiento económico? No corresponde, por cierto, a un análisis económico, a pesar de sus pretensiones; esto es lo que menos les interesa. Este discurso no somete sus “hipótesis” a contrastación, no evalúa el alcance de la información a mano, no se detiene en describir y analizar las dinámicas y las estructuras económicas; menos someterlas a las exigencias de la Constitución. Lo que interesa es convencer del beneficio del crecimiento económico y de que éste responde a la Constitución, que genera inmediatamente repercusiones positivas en beneficio de la población. Qué el gobierno cumple con el proceso, que todo lo que hace es superar etapas, conformando un aparato industrial y cumpliendo con la conformación de un bloque científico e investigativo. Sólo por decirlo, ya debe ser convincente. Hay como una confianza a una especie de capital simbólico, como que los que emiten este discurso representan al proceso y de por sí lo que dicen es una verdad. No hay ningún esfuerzo por demostrar nada, sólo la espera a la credibilidad del pueblo, basados en el prestigio de los mandatarios. Tampoco les interesa debatir; cuando se enfrentan a interpretaciones contrarias, recurren a la descalificación. Con esto se solucionó toda la discusión. San se acabo.

En todo estos gestos no sólo se manifiesta la excesiva confianza, se muestra una pretensión de verdad, que no corresponde al discurso débil, ni a los ambivalentes argumentos, sobre todo anecdóticos, sino que aparece la marca borrada de la crisis de las estructuras de poder, la crisis múltiple del Estado-nación. Las cifras del crecimiento, que expresan los avatares del mercado internacional de las materias primas, develan nuestra más profunda dependencia de la demanda industrial de las potencias, las antiguas y las emergentes. Estas cifras también son magnitudes entonces de nuestra dependencia. Del mismo modo, también son las cifras de una economía extractivista y de un Estado rentista. Si podemos aseverar algún crecimiento es el de nuestra dependencia. No es posible hacer propaganda de esto. Decir que esta es la base para invertir productivamente y socialmente, es parte de la argumentación retórica del discurso, pues precisamente esto no se lo hace. Con la política de los bonos, que es de redistribución, no se sustituye la inversión social y la inversión productiva. La política de los bonos es coyuntural y la política de inversiones es a mediano y largo plazo; se juega al corto plazo.

El discurso político y de propaganda es, a la vez, un recurso retórico de convencimiento, y un mecanismo enunciativo de legitimación. Acompaña a las políticas económicas no como análisis sino como publicidad, en el sentido más burdo de la palabra. La pregunta no es ¿por qué ocurre esto?, sino ¿por qué ocurre sólo esto? ¿Por qué todo se ha convertido en propaganda? Incluso las unidades que deberían estar dedicadas al análisis son también de propaganda, sólo que lo hacen de una manera aparentemente descriptiva, pero sus cuadros buscan remarcar los grandes logros. Todo el accionar institucional está destinada a la propaganda, como si el gobierno estuviera entrabado en una eterna campaña electoral.

Todo lo que dicen los mandatarios, los ministros, los funcionarios, los voceros, los asambleístas mayoritarios, los dirigentes de las organizaciones que apoyan al gobierno, los dirigentes del partido oficial, está encaminado a hacer propaganda. No ha quedado un solo lugar donde se haga otra cosa, han desaparecido los espacios de análisis y deliberación; incluso cuando se está entre partidarios, entre convencidos, en los grupos estrechos del gabinete, no se intenta, ni por asomo, efectuar un balance crítico. Si acaso éste balance se diera ocasionalmente, será visto sospechosamente como discurso enemigo. Extraña este comportamiento, pues no hay necesidad de hacer tal cosa, convencerse entre convencidos. Esta ocupación absoluta del espacio público por la propaganda es el síntoma más llamativo de la forma política, del ejercicio político, particularmente de los gobiernos, en la actualidad. ¿Qué nos dice este síntoma? ¿Por qué esta insistencia total en la propaganda? ¿Hay qué auto-convencerse de que lo que se dice es cierto?

Hipótesis

La apuesta total por la propagando es una desesperada medida de defensa. Atosigado por la presión de sus contradicciones, que aunque las oculte o las ignore, de todas maneras perturban, de una manera pesada y silenciosa, como una atmósfera espesa, que de todas maneras está ahí. Afligido por el fracaso de las empresas públicas, salvo las antiguas, que ya formaban parte del panorama económico. Compungido por el dilatado avance de las supuestas transformaciones, y aquejado por la crítica y observaciones de las organizaciones sociales, el gobierno intenta defenderse de una “realidad” accidentada que no controla, a pesar de su ilusa confianza en el poder absoluto. El discurso de propaganda y la exacerbada publicidad son mas bien una muestra de la debilidad del gobierno, su crisis interna, su desbarajuste político y la repetición del modelo económico extractivista dependiente.

Revisando algunas cifras

El Producto Interno Bruto (PIB) del 2011 es del orden de$51.46 miles de millones, en comparación con lo que ocurrió el 2010, que fue dl orden de $48.96 miles de millones, y con lo calculado el 2009, que es del orden de $47.02 miles de millones, se tiene una variación positiva y ascendente de la curva comparativa de la secuencia. Las tasas de crecimiento real [4] han variado entonces también positivamente, pasando de un 3,4%, correspondiente al 2009, al 4,1%, correspondiente al 2010, llegando al 5,1%, correspondiente al 2011. Ahora bien, ¿cómo interpretar estas cifras? ¿Qué significan desde el punto de vista estructural de la economía? Teniendo en cuenta la composición de los sectores, la pregunta es ¿qué sectores crecen? Hagamos una revisión de la composición sectorial del PIB.

La participación del sector social en la composición del PIB fue de 2,2% el 2005 y llegó al 2,6% el 2010. La participación del sector comunitario fue de 7,2% el 2005 y disminuyó al 6,3% el 2010. La participación del sector privado fue del orden de 54,8% el 2005 y disminuyó a 52,6% el 2010. El sector privado extranjero tenía una participación de 21,9% el 2005, en cambio el 2010 tiene una participación de 18,6%. La participación estatal era del orden de 13,9% el 2005 y subió a una participación del 19,9%[5]. Como se puede ver, hay variaciones mínimas, sin embargo, la estructura económica sectorial se mantiene, preponderando la participación del sector privado del país, habiendo crecido poco la participación del sector estatal.

Carlos Arce del CEDLA anota a propósito de este cuadro sectorial del PIB lo siguiente:

Como destacan los datos, la estructura del PIB está dominada por la presencia de la producción realizada por unidades productivas de propiedad privada de ciudadanos bolivianos, es decir de unidades económicas en las que prevalecen relaciones mercantiles capitalistas, con 55% y 53% de participación en el PIB de 2005 y 2010, respectivamente.

En el año 2005 el sector que se ubicaba segundo por su magnitud relativa era el sector privado extranjero con 22%, quedando el Estado con una participación menor de 14%, el sector comunitario con 7% y el social/cooperativo con 2%.

En la estructura del PIB de 2010, se puede apreciar que el cambio más relevante fue el incremento de la participación estatal que alcanzó 19%. Los cinco puntos porcentuales de diferencia se explicarían por la reducción en la participación del sector privado extranjero en 3% y del sector privado nacional en 2%. No está por demás recordar que en el caso del PIB correspondiente al sector estatal, se debe considerar que un 10% corresponde a los “Servicios de la administración pública”, tanto en el año 2005 como en el 2010, razón por la que al excluir esa su participación en el PIB a valores básicos, la presencia estatal caería a sólo 4% y 10%, respectivamente.

Otro aspecto interesante de esta modificación en la participación de los distintos sectores económicos –que conforman la, denominada por el gobierno, “economía plural”- es que el sector comunitario tiene una presencia muy pequeña en la generación del producto contabilizado en las cuentas nacionales, con apenas 7% en el año 2005 y que habría sufrido una reducción de 1% hasta el año 2010. Contrariamente, el también pequeño sector social que participaba con el 2% en 2005, habría incrementado su presencia en un 1% hasta el 2010. [6]

La revisión de estos datos nos muestra que el Estado no se ha hecho cargo de la economía, el campo económico sigue su curso, movido por la iniciativa de los sectores, particularmente el sector privado del país, que es preponderante, y ciertamente el sector privado extranjero, que sigue siendo estratégico. El Estado sigue ocupando un lugar modesto en esta estructura sectorial repetida desde periodos anteriores al gobierno. Entonces, ¿qué sector ha crecido materialmente? Interpretando los datos podemos lanzar la siguiente hipótesis: no se puede hablar de un crecimiento material de los sectores, salvo el ocasionado por las repercusiones de la nacionalización, sobre todo en lo que respecta a YPFB; lo que acontece es un crecimiento cuantitativo, un crecimiento de las cifras, debido a la variación de los precios de las materias primas. Esto se refleja en los alcances de la tributación.

Es sabido que los ingresos provenientes de la exportación de hidrocarburos y minerales es crucial para la economía boliviana; una revisión de la participación de estos ingresos nos muestra que la participación del Sector Público No Financiero (SPNF) y la participación por concepto de tributación subieron a lo largo de la década; llegando el primero al orden del 29% y el segundo al orden del 45%. Carlos Arce escribe a propósito:

Los datos revelan la enorme dependencia del Estado de los ingresos provenientes de hidrocarburos y minería que alcanzan, como promedio de los últimos cinco años, al 29,8% del total de ingresos del Sector Público No Financiero (SPNF). En términos absolutos, los ingresos provenientes de las dos industrias extractivas subieron de 2.763 millones de bolivianos en 2004 a 17.962 millones en 2010, equivalentes a 347 y 2.540 millones de dólares, respectivamente. [7]

Continúa:

Su relevancia es aún mayor si consideramos únicamente los ingresos tributarios, donde la renta de estos recursos naturales se eleva hasta el 47%, como promedio para el mismo período. [8]

De todas maneras hay una diferencia de los aportes de la minería y de los hidrocarburos, debido a la diferencia de los regímenes fiscales.

La contribución fiscal de la minería –que tuvo un crecimiento inusitado en el período- es apenas una séptima parte de la de los hidrocarburos, a pesar de que su participación en el PIB es mayor en 1,7 veces a la del otro sector. Esta situación se deriva de la existencia de regímenes fiscales diferentes: mientras en el sector hidrocarburos prevalece un régimen de regalías e impuestos fijos al valor bruto que llegan al 50% y de una participación de YPFB en las utilidades netas, en la minería se grava a las ventas con un único impuesto/regalía con reducidas alícuotas que varían de acuerdo a la cotización de los minerales y con un impuesto a la utilidad extraordinaria -superado cierto umbral de precios internacionales. [9]

Estamos ante un modelo económico extractivista con dos regímenes fiscales, uno para hidrocarburos y otro para la minería. ¿Por qué ocurre esto? ¿Mayor complejidad de la minería debido a la presencia de distintos perfiles de explotación? No sólo debido a la diferenciación de los tamaños de las empresas mineras involucradas; minería chica, minería mediana, gran minería; sino a la presencia de distintas composiciones técnicas del capital; cooperativas, empresa privada del país, empresa pública, empresa privada extranjera. Algo distinto a lo que ocurre en hidrocarburos, donde sólo se presentan la empresa pública y la empresa trasnacional. En todo caso, ¿Por qué tienen tantas ventajas las empresas trasnacionales en minería, sobre todo por el menor aporte tributarios en comparación con los hidrocarburos? ¿Qué significan estas diferencias en la composición del modelo económico extractivista? Volviendo al tema, vemos también la íntima relación entre extractivismo y Estado rentista.

En el contexto de las economías extractivistas, los estados rentistas mejoran sus ingresos, extienden cuantitativamente su administración económica, mediante mejoras en el régimen tributario, además de contar con el recurso soberano de las nacionalizaciones. Entonces, podemos comenzar a apreciar que lo que crece, cuando se habla de crecimiento económico, en estas economías extractivistas, es el modelo extractivista y el Estado rentista, que mejora sus ingresos. No se trata de un crecimiento integral en toda la estructura económica, sino de un crecimiento en los ingresos que, generalmente se destinan a la reproducción del Estado rentista y la economía extractivista. Pueden darse excepciones, cuando el Estado nación transforma la composición de su estructura económica recurriendo a la inversión industrial y social en gran escala, como de alguna manera ha ocurrido en las llamadas potencias emergentes. Pero, estas son las excepciones que confirman la regla.

Por lo tanto, es menester comprender los significados del crecimiento económico; no hay uno sino muchos. Es problemático reducir el significado del crecimiento económico al ingreso del Estado o sólo reducir su lectura a la variación porcentual del PIB. No es pues sostenible empíricamente el discurso de propaganda, ante un mínimo análisis estructural de la economía, se desmorona. Ante la problemática dibujada, vemos que la propaganda no ayuda a sostener un gobierno a largo plazo; al contrario, le quita sus defensas, lo ilusiona y lo confunde con sus propias “mentiras”, obstaculizando las posibilidades de cambiar el curso de la secuencia del circulo vicioso de la dependencia y la reproducción del modelo extractivista. Un gobierno atrapado en las contradicciones del modelo extractivista y la economía rentista no dura a largo plazo. Entonces, la propaganda, en vez de ayudar obnubila, aunque momentáneamente produzca el efecto de la autosatisfacción.

Por otra parte, la lógica extractivista y la lógica rentista asociadas tienden a incrementar sus gastos burocráticos, los gastos en cuenta corriente y compras estatales, provocando un desbalance debido al crecimiento de la deuda interna. Esto se puede sostener mientras haya ingresos suficientes, incluso para generar ahorro, en el mejor de los casos; empero, esta situación no es perdurable. Una economía dependiente de las exportaciones de materias primas se encuentra sometida a los vaivenes del mercado y de los precios de los recursos naturales. La supuesta bonanza es altamente vulnerable. En la historia económica del país esto ha sido demostrado varias veces.

Si tomamos en cuenta que lo que está en cuestión es el proceso político que se ha propuesto transformaciones estructurales, cambiar el modelo extractivista por un modelo eco-productivo, basado en la soberanía alimentaria, el recurso al discurso de propaganda como procedimiento de legitimación termina siendo un sabotaje al propio proceso. Es como un encandilamiento mediante la ilusión que impide actuar en el mediano y largo plazo en el sentido de las transformaciones estructurales e institucionales, que nos liberen de la dependencia y del modelo extractivista.

Notas:

[1] Ver de Raúl Prada Alcoreza Diagrama del poder trasnacional; Bolpress 201; La Paz.

[2] Raúl Prada Alcoreza: Crítica de la economía política del desarrollo. Bolpress 2012; La Paz.

[3] Raúl Prada Alcoreza: Diagrama del poder trasnacional. Bolpress 2012; La Paz.

[4] La definición de la tasa de crecimiento real es la de una variable que calcula el crecimiento anual del PIB ajustado por la inflación y expresado como un porcentaje.

[5] Fuente: CEDLA, elaboración con base en datos de INE, UDAPE e información sectorial de gremios empresariales, empresas privadas e instituciones públicas.

[6] Documento publicado en el libro de la Fundación Rosa Luxemburgo dedicado a las transiciones en Sud América. Quito.

[7] Ibídem.

[8] Ibídem.

[9] Ibídem.

* Comuna, http://horizontesnomadas.blogspot.com/