Traumas en la niñez no sólo afectan la psique, sino que modifican el cerebro.

La sociedad de personas separadas y en competencia estimula la agresión y la violencia. La vida en comunidad es al contrario



Traumas en la niñez cambian cerebro y predisponen a personalidad impulsiva

El cerebro queda programado para no activar zonas que inhiben violencia y sobreactivar la de los impulsos.
16/01/2013 - 04:08

La Tercera - Fuente: Escuela Politécnica Federal de Lausana
Traumas en la niñez cambian cerebro y predisponen a personalidad impulsiva.

Los golpes reiterados, el abuso, la violencia sicológica, el abandono o la muerte de un ser querido tienen una cosa en común: producen miedo en los niños.

Cuando esas situaciones se repiten, pueden transformarse en traumas, los que han sido vinculados con la agresividad en la adultez.

De hecho, no son pocos los casos de personas violentas que tienen antecedentes de infancias adversas. Sin embargo, ningún estudio había podido encontrar un vínculo neurológico directo, hasta ahora.

Una investigación de la Escuela Politécnica Federal de Lausanne (EPFL), en Suiza, demostró que el trauma en la infancia no sólo produce sufrimiento sicológico, sino que provoca cambios a nivel cerebral, los que están relacionados con la conducta agresiva impulsiva en el futuro.

El estudio, realizado en ratas y comparado con resultados previos en humanos, muestra diferencias en la estructura y funcionamiento del cerebro de quienes vivieron un trauma en la niñez y quienes no.

Al enfrentarse a situaciones estresantes, una persona que ha tenido una infancia normal reacciona activando en su cerebro la corteza orbitofrontal, encargada de inhibir las reacciones agresivas. Pero en las pruebas en animales, los expertos vieron que en aquellos que habían sido expuestos a situaciones traumáticas, esa zona casi no funcionaba.

En cambio, la amígdala, vinculada a las reacciones emocionales y más impulsivas, se sobreactivaba. Luego, los expertos compararon sus resultados con escáneres de personas adultas con rasgos agresivos: ambas zonas cerebrales funcionaban igual que las de las ratas.

“No esperábamos encontrar este nivel de similitud”, dijo Carmen Sandi, líder del Laboratorio de Comportamiento Genético de la EPFL.

Sandi explicó a La Tercera que los resultados de su estudio “demuestran que la exposición al estrés durante los primeros años de vida conduce a un aumento de los comportamientos agresivos y también a alteraciones en la actividad cerebral”, y que esos cambios en este órgano “ya se ven en la adolescencia, según nuestros estudios en curso”, dice.

Huellas en el cerebro

Este trabajo no sólo es el primero en vincular biológicamente el trauma infantil con la conducta agresiva en la adultez. También es el primero en mostrar una programación epigenética a largo plazo.

Esto quiere decir que un factor medioambiental, como el estrés intenso en la niñez, es capaz de alterar genes y programar el cerebro de un individuo para predisponerlo a una mayor impulsividad en su etapa adulta.

Para probarlo, los expertos, además, analizaron qué pasaba con el gen llamado MAOA, asociado a la agresión patológica. “Lo que mostramos en nuestro estudio es que, independientemente de los antecedentes genéticos de un individuo, un trauma en la vida temprana puede por sí solo afectar los niveles de expresión de esta molécula en el cerebro”.

De hecho, las ratas sometidas a estrés vieron alterada la expresión del gen, el cual aumentó en la corteza prefrontal. Los investigadores probaron que un tratamiento farmacológico podría ayudar.

Se trata de un inhibidor del gen MAOA, en este caso un antidepresivo, que revirtió el aumento de la agresividad, por lo que el equipo explorará nuevos tratamientos para revertir los cambios físicos en el cerebro.

“Pese a eso, creemos que, de todas formas, cualquier tratamiento farmacológico dado a los seres humanos necesita ser combinado con una terapia cognitiva adecuada. En nuestra opinión, estos fármacos podrían ser capaces de abrir oportunidades para el aprendizaje y la plasticidad en el cerebro y, por lo tanto, volver a programar los comportamientos (y las funciones cerebrales) que fueron dañados por la exposición temprana al trauma”.

OTROS ESTUDIOS

Quince años menos de vida.

En 2010, la U. de Ohio estudió a personas con una edad promedio de 70 años con y sin antecedentes de trauma infantil. Quienes tuvieron una niñez más adversa mostraron peor salud y acortaron su vida entre siete y 15 años.

Tres veces más riesgo de derrame cerebral en la adultez tienen las personas que han vivido traumas en la niñez, reveló un estudio publicado en 2012, en Neurology. Aunque los expertos no saben la razón, creen que el estrés intenso afecta el desarrollo normal.

Más propensas a consumir alcohol y tabaco son las personas con infancias adversas, según dos estudios independientes publicados en 2012. Otro, en tanto, dice que también estas personas están más expuestas a sufrir depresión.