La Argentina tiene civilización desde hace mucho más que 500 años

Tierra habitada por pueblos de una gran riqueza y diversidad



“La Argentina tiene civilización desde hace mucho más que 500 años”
31/03/13

La Argentina nació automutilada, negando la riqueza de sus pueblos originarios, los que, pese a todo, fueron y siguen siendo una presencia viva en nuestro país. Es lo que plantea el antropólogo Carlos Martínez Sarasola, autor de “La Argentina de los caciques. O el país que no fue” (Nuevo Extremo, 2013), profesor e investigador de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF) y director de la Fundación desde América. Descendiente de andaluces, vascos y suizos, Martínez Sarasola cuenta que de chiquito se sintió atraído por la historia de los indios y tomó partido por ellos, obviamente, con las lecturas de Emilio Salgari y Patoruzú y los juegos de soldaditos. Con los años se convirtió en uno de los mayores especialistas en pueblos originarios y él mismo se integró a una comunidad indígena, la de los pincenes. Recuerda que “antes de la inmigración europea tuvimos en estas tierras un crisol de razas”.

¿Existió una Argentina indígena, distinta al país de aquellos orígenes que conocemos a través de los libros de historia?

La nuestra fue una tierra habitada por pueblos de una gran riqueza y diversidad. Cuando llegaron los españoles se encontraron con que todo lo que hoy es el territorio argentino estaba ocupado por indígenas. Y por indígenas que eran expresiones de las grandes culturas del subcontinente sudamericano. Había culturas andinas, muy parecidas a las del Perú, en todo el noroeste argentino y culturas vinculadas con la selva, en el litoral y parte del Chaco. Había culturas de las llanuras, los cazadores nómades de la Pampa y Patagonia, y las culturas del extremo sur, que vivían en el agua, los canoeros magallánicos, gente de los canales fueguinos que tenía una vida totalmente adaptada al agua y los fríos extremos.

Siempre se señaló que eran predominantemente cazadores y nómades …
Estaban adaptados a su medio y había una gran diversidad cultural que iba desde los agricultores sedentarios, con concentraciones urbanas, aldeas numerosas, con cosmovisiones y artes muy elaboradas a las poblaciones que hacían de la vida nómade un estilo de vida, de no fijarse en el lugar.

¿Cuántos llegaron a ser?

Es difícil saberlo, no hay estudios específicos, pero se estima que podrían haber sido cerca de un millón de personas. En términos relativos respecto del resto de América es una cifra considerable; cifra que cayó abruptamente con la conquista española y siglos más tarde con la conquista del desierto. Pero es un número que se está recomponiendo hoy; los pueblos indígenas están en franco proceso de crecimiento demográfico volviendo a alcanzar aquellas cifras (calculamos que pueden llegar a un millón y medio). Es una tendencia que se refleja en toda América con el reconocimiento de los pueblos originarios. Hay formas de vida que lamentablemente desaparecieron, pero hay experiencias de reconstrucción muy interesantes y originales.

Desde la conquista española hasta la conquista del desierto hubo desarrollos culturales propios que perduraron hasta el siglo XIX. ¿Cuál es el paisaje que encuentra el criollo blanco desde la mirada de los pueblos originarios?

En las pampas y la Patagonia ocurre una gran transformación a partir de la presencia de un tercer actor, de un nuevo ser: el caballo. El caballo no existía en América, lo traen los españoles; el indígena se apropia del caballo, lo incorpora a su vida y eso transforma su cultura. Culturas pedestres se transforman en culturas ecuestres. Esto fue un motor muy importante en la transformación de las culturas. En el caso particular de las culturas de pampa y Patagonia lo que generó la relación con el caballo fue que se dominaron más territorios, las comunidades cambiaron su organización territorial, hubo jefaturas más fuertes y todo esto culminó en el enfrentamiento con la sociedad criolla. El caballo se transformó en un elemento muy importante para pelear contra el blanco.

¿Cómo era la relación entre las distintas tribus?

Otro de los hitos fundamentales es lo que pasó en las pampas cuando se da el encuentro de tehuelches y mapuches. Los mapuches eran población originaria en tiempos prehispánicos en lo que hoy es Chile y empiezan a migrar hacia el Este ya en los siglos XVI, XVII y XVIII, cuando se encuentran con los tehuelches, que eran los habitantes originarios de este territorio. Ahí se producen enfrentamientos y mezclas y aparecen nuevos grupos étnicos, como los ranqueles. Los ranqueles tienen un gran protagonismo a posteriori en plena formación del Estado nacional. Es un grupo nuevo, se estima que aparece entre el siglo XVII y XVIII, fruto de una mezcla de pehuenches, mapuches, tehuelches y probablemente querandíes. Fue una verdadera “caldera étnica de las pampas”, un hervidero cultural.

¿O sea que mucho antes del famoso “crisol de razas” del sueño alberdiano hubo algo parecido entre los pueblos originarios?

Es así. Antes de la inmigración europea tuvimos en estas tierras un crisol de razas. El problema es que no se tuvo en cuenta esta caldera étnica que preexistía.

¿Hubo algo así como una nación indígena en este territorio?

No era el concepto moderno del estado nación pero sí comunidades perfectamente organizadas. Ahí estaba el crisol de razas, porque las tolderías eran un conglomerado humano fenomenal. Allí vivían los indígenas del lugar, de otras comunidades o grupos étnicos; refugiados políticos, gauchos, militares, blancos, mestizos; afrodescendientes; europeos y cautivos también. Todo eso formaba un conglomerado multicultural notable, y esa puede haber sido la causa de que fuera visto como una amenaza que había que destruir.

¿Por qué?

El de las tolderías indígenas era un mundo que además convivía perfectamente con el mundo de la frontera, en el que había gente que iba y venía, que no era un lugar de separación, sino de encuentros y cruces. En la frontera estaba el gaucho, del que hoy tenemos una imagen bastante recortada. El gaucho era un tipo mestizo, un hombre libre, antes se decía “vago y mal entretenido”, que tenía su rancho, su vaca, su china. Cuando venían las famosas levas, venían a levantarlo, el tipo no quería ir a la guerra. El Martín Fierro lo cuenta muy bien: cuando ve que se le pone complicada la cosa en la frontera, va a la toldería. Allí explica el por qué; porque, dice, siempre va a haber algún indio que nos va a alojar. Después se pelean, pero el rumbo que tiene el gaucho es hacia la toldería. El cacique Mariano Rosas, famoso cacique ranquel, jefe de los ranqueles, tenía un afrodescendiente que le tocaba el acordeón. El cacique Baigorrita es uno de primeros caciques que muere enfrentando al ejército nacional, en Neuquén, huyendo del ejército. Con él había una partida de indígenas que mueren peleando y junto a él estaba su mujer, que era de origen francés.

¿Cuántos años de coexistencia hubo entre estos dos mundos de aborígenes y hombres blancos?

El territorio sobre el que se edificó la Argentina tiene civilización desde hace mucho más que 200 o 500 años. Este mundo se empezó a conformar ni bien el indígena toma el caballo, en los siglos XVI y XVII. Es decir, son 300 años, porque inmediatamente con la colonia empiezan las relaciones con los poderes centrales. Así como había quienes querían aniquilar a los indios, había otros que querían negociar y coexistir con ellos. Se firmaron casi cien tratados desde la época del virreinato. Había caciques, como Lorenzo, que decía que había lugar suficiente para indios y cristianos.

¿La conquista del desierto y la lucha contra el indio estaban ya escritas en ese proyecto de edificar un nuevo país, “civilizar” a sangre y fuego?

Cuando Roca decide la toma de los territorios indígenas y terminar con las negociaciones, ahí se define el proyecto de nación dejando de lado al indígena, suprimiéndolo, negándolo, aniquilándolo. Pero hasta ese momento, los grupos aborígenes de la pampa y la Patagonia habían conformado culturas muy importantes y fueron muchos los patriotas, como Moreno, Castelli, Belgrano, Güemes, Artigas y San Martín, que habían pensado en un país con los indígenas. Y hasta el final, los grandes caciques habían evidenciado una clara intención hacia la convivencia con la nueva sociedad en formación que proponían “los blancos”, en la medida en que fueran respetados sus derechos como habitantes originarios. En decenas de cartas, arengas, discursos y diálogos ellos fueron claros: “Vivamos como hermanos, aquí hay lugar para todos, pero necesitamos que sean respetados nuestros campos”. El cacique Epumer, que es tomado prisionero, estaba en su chacra cultivando. ¡Qué simbólico! No estaba haciendo un malón. Con la conquista del desierto se termina todo ese mundo de la frontera como encuentro, la posibilidad de una Argentina que no fue.

¿Ese “país que no fue” reaparece de algún modo con el reconocimiento actual a los pueblos originarios?

La historia no puede volver atrás, lamentablemente la historia ya hizo lo suyo. Pero, aunque falta mucho, se han producido avances muy importantes. Se están reconstruyendo comunidades que se creían perdidas para siempre. Con el fortalecimiento de las que ya están, con el respeto a las formas de vida actuales del indígena, eso puede fructificar en la construcción de una Argentina contenedora de distintas formas de vida, que sean respetadas y valoradas y que nos sumen a todos nosotros como una sociedad donde la diversidad cultural sea una realidad.

¿Cuánto persiste la mentalidad y los modos del siglo XIX en nuestros días en el modo en que se considera a los primitivos dueños de esas tierras?

El racismo y la discriminación siguen muy presentes en la sociedad argentina. Hay grandes avances, a nivel retórico, formal, jurídico, -leyes, institutos, el INADI-, y eso está muy bien, pero en la realidad siguen funcionando patrones de discriminación muy importantes. Inclusive en algunas provincias es más marcado, porque ahí es donde la marginación del indígena sigue estando presente y falta voluntad política para resolver ciertas cuestiones como la restitución de las tierras que habitan.