Lecciones aprendidas
Diciembre 2001- julio 2003
A la memoria de todos los compañeros asesinados por el
capital-parlamentario desde el 19 y 20 de diciembre de 2001.
Por la vida insumisa del presente.
A un año del asesinato de Maximiliano Kosteki y Darío
Santillán. Luchadores del MTD Aníbal Verón.
A los hombres libres del futuro.
1.- Contrapoder
El hilo rojo que recorre a las fábricas recuperadas, la clase media asalariada y el movimiento piquetero es el método asambleario. Todos hacen pensando y piensan haciendo.
El método asambleario es un fin en sí mismo. Es el reaseguro que evita la burocratización del poder constituyente de las masas.
El merendero, las elecciones y el contrapoder local. Las fuerzas que se han propuesta realizar simultáneamente todas estas tareas terminaron privilegiando solo alguna de ellas.
Por ahora, los dirigentes existen por más horizontal que sea la forma de hacer política.
A los fines de sintetizar lo ya expuesto en este tema, pasamos a extractar un pasaje de La Fraternidad como Arma Política. “Por el momento, aún en la democracia más horizontal, surgen liderazgos. Referentes instituidos por la asamblea y no autoproclamados por ninguna organización externa. Lo importante es que al constituirse nuevas referencialidades, estos sujetos, no sean aditivos superpuestos al movimiento. Acelerando o retardando, el líder, los tiempos de las masas. Creyéndose portador del destino del conjunto del colectivo asambleario”.
“La multitud, en su pasaje de la representación parlamentaria a la des-representación asamblearia, inviste a ciertos sujetos, con carácter imperativo y funcional, como sus circunstanciales voceros. Su poderío proviene de la potencia derivada por la asamblea. Pero nunca como energía expropiada por el referente. El poder nace del colectivo y el delegado es su servidor”. “De producir la multitud un cambio de paradigma histórico y el fin de la des-representación, el capitalismo y la política -entendiendo a esta última como ejercicio del poder de unos sobre otros-, el autogobierno de la multitud no precisará más de los líderes. Cada singularidad expresará al colectivo. El conjunto contendrá a cada persona sin masificarla. Y, por lo tanto, la especie conquistará, por vez primera en la historia, la oportunidad de que cada individuo sea un sujeto de subjetividades múltiples. Expresión de la libertad, en toda su potencia y originalidad, del género humano”. “Fin de la delegación desrepresentativa. Liderazgo de la multitud y, de este modo, fin de todo liderazgo”. Fin del extracto: La Fraternidad como Arma Política
De ser necesario ocupar lugares en el estado con representantes del contrapoder, jamás hay que abandonar el contrapoder territorial. Caso contrario, los delegados del contrapoder, se transformarán en autistas representantes del viejo poder constituido. Y no en autonomistas mandatados por el poder constituyente de sus organismos de contrapoder.
No hay estrategia de contrapoder efectiva que no se plantea terminar con el poder actual.
El capital-parlamentario, o cualquier variante de la forma estado capitalista: cesarismo, fujimorismo, dicta-[cracias] o demo-[duras], no se disuelve desde la exclusiva horizontalidad. El poder no se retira, ni se exilia. El pasaje del capital-parlamentario a la república comunal, no se logra, como una simple operación acumulativa de experiencias autónomas. No es un juego de suma cero, donde todo lo que pierde el estado lo gana el autonomismo.
¿Cómo está compuesta la biopolítica alternativa? Posee una economía de emergencia que debe ser acompañada permanentemente por la lucha ideológica o, al decir de la multitud, por una reflexión orgánica (soma-intelecto-trabajo-afecto). Que involucre un debate pre-activo de las tareas, una práctica autorreflexiva-cooperante y pro-activa y, un debate pos-activo de lo realizado. Ampliando las fronteras de cada labor iniciada o aún descartando las tareas que encontraron su límite. De lo contrario, toda economía de la sobre-vida, se queda en una mera economía autista de subsistencia.
Las fábricas ocupadas y autogestionadas por la clase obrera que no lleguen a cambiar el sistema de raíz, subsisten mientras no sea un peligro para la extracción generalizada de plusvalía de la economía postfordista. Caso contrario, el poder las acosará, cooptará o arrasará.
El sistema capitalista puede subsistir con formas híbridas o pre-capitalistas, la gestión obrera acotada y club del trueque.
La autogestión obrera antisalarial que no se generaliza perece. No puede competir con la economía capitalista. Precisa, para resistir, organizarse en red con otras fábricas. Y ampliar la propia red a otras experiencias antisistémicas como las asambleas y los MTD’s. Conformando, de este modo, una red de redes. Aumentando su volumen social con otras clases subalternas y construyendo el contrapoder suficiente para abolir el poder dominante en su conjunto. Caso contrario están condenadas al fracaso. Mientras produzcan y se desarrollen, serán atosigadas por el sistema económico, comunicacional y político capitalista, que buscará reabsorberlas al circuito ampliado del capital por intermedio del sistema de microemprendimientos y fábricas cooperativas. Los obreros ya no tienen al patrón como el comando del capital dentro de la fábrica, pero vuelven a ser presa de él a través del patrón de patrones que es el estado capitalista y su economía de mercado. Que funciona como sustituto, extra fabril, de la expoliación salarial de la economía en su conjunto. Transformando las cooperativas obreras en tercerizadoras del capital y, lo que resulta mas importante para la dominación, operando como difusores políticos de un imaginario que “hizo la revolución sin hacer la revolución”. Dilapidando sus primeras prácticas antagónicas y constituyéndose en un pobre remedo del imaginario autogestivo.
Mientras que, a las fábricas anticapitalistas en su dura lucha por alumbrar una red autónoma y terminar con la sociedad salarial en su conjunto, les espera el desabastecimiento, la tergiversación informativa y el acoso judicial y policial.
Los obreros no son revolucionarios por el solo hecho de ser obreros. Su oposición a la explotación a la que están sometidos resulta una actividad consciente. Entendiendo por conciencia una práctica, que partiendo de la necesidad, está dotada de voluntad de cambio. Conciencia como saber intelectual y somático. Conciencia como expresión afectiva de la fraternidad entre iguales. Conciencia como deseo des-encadenado y ejercicio de libertad. Este trabajo consiente es el que abre las puertas a su antagonismo del capital. Y es una praxis que necesita ser permanentemente alimentada por nuevas tareas consientes si busca transponer todos los límites de la sociedad basada en la compraventa, el estado y el dinero.
Contrapoder = Autovalorización. La energía humana como fuerza del hacer. El trabajo liberado del capital o la autonomía de los productores. Lo realizado, su uso y consumo, que no termina atado a ningún precio o valor. Que retoma toda su potencia, por sobre la compraventa o el valor de cambio. Y que en el trayecto de su práctica, desmitifica el fetiche y mediador por excelencia de las relaciones sociales en el capitalismo: el dinero. Demostrando, desde un trabajo antagónico a la expoliación, lo innecesario del salario y su precio en moneda. Forma soberana que toma el capital para el intercambio de mercancías. Salario y moneda como límite al libre uso y consumo de lo producido por los trabajadores. Moneda como la medida de las privaciones y penurias de los productores para una economía que se basa en el trabajo tarifado por el dinero o trabajo asalariado.
El primer paso ya está dado. La reapropiación fabril, la producción de los MTD’s y las redes de economía barrial en marcha. Pero la única manera de abolir definitivamente la escasez, y evitar la permanente reproducción del capital, que todavía se expande en la economía basada en un empleo por un salario, es generalizando el trabajo sin contraprestación dineraria. Para ello, hace falta desarrollar una red de redes. O un contrapoder organizado. O la autovaloración en expansión. ORGANIZAR es instituir, al mismo tiempo, organismos territoriales de economía, afectos y política de los productores. Esto es biopoder, poder popular, contrapoder, biopolítica alternativa o autovalorización. Cambiando la ley del valor por la ley del uso. O lo que es igual, aboliendo el intercambio dinerario de las mercancías por el uso sin valor monetario de todo lo producido. Uniendo la red que integran los MTD’s, con la red de las fábricas autogestivas y la red productiva de las asambleas. Estos dos circuitos, el dominante capitalista y el autogestivo alternativo, disputarán antagónicamente. Ya que de la extinción definitiva de uno de ellos dependerá el tipo de sociedad que sobreviva. La de la moneda y el trabajo por un salario. O la del uso sin valor monetario, el trabajo liberado y el fin de la expoliación y el desempleo.
El contrapoder asambleario, al que arribó la multitud, es producto de la inteligencia colectiva del trabajador social. Conforma el organismo político de la moderna clase asalariada y de las legiones estructurales de productores desocupados. Ambos constituyen la multitud. En los centros urbanos mas importantes del país, la forma dominante del trabajo es de tipo cognitivo, inmaterial y cooperante. Esta composición técnica de la clase asalariada es la que facilitó su nueva composición política. El intelecto general de toda la clase, reapropiado por el capital, tiende a autonomizarse desde el cerebro colectivo de la asamblea. Operando el espacio público, los piquetes y los cacerolazos, como el pasaje de la esfera económica a una inédita constitución política. Los cerebros y los cuerpos, fuentes productoras de valor para el capital-parlamentario, devinieron cerebros y cuerpos antagónicos a la representación. Constituyentes en su potencia y asamblearios en sus prácticas.
En el pasado las legiones de productores eran ocupados, asalariados y estables. Y su contracara eran los desempleados temporarios y cíclicos. Su forma organizativa era la sindical. Respondiendo, de este modo, a su composición técnica. Estructurándose políticamente a través de los partidos y aspirando en algún momento a llegar a ser estado. Pero con la implantación de la revolución en el modo de producción capitalista, que trajo consigo la era informacional y cognitiva, se instauró las dotaciones cada vez mas pequeñas de los operarios fabriles. El capital expandió su financiarización y se desarrollaron todo tipo de servicios. El trabajo se tornó, al mismo tiempo que inestable y de medio tiempo para algunos; en precario, intensivo y extensivo en su jornada para otros. La expoliación de la fuerza de trabajo ya no se desarrollaba fundamentalmente en las líneas de producción, sino que se expandía por toda la sociedad. Todo tiempo y espacio era repoblado por el capital. La vía pública, como las fuerzas de ventas y la mercadotecnia. Los hogares, con trabajadores profesionales tercerizados. El ciberespacio, con operadores de todo tipo de transacciones. La economía tecno-comunicacional, o la nueva matrix posfordista, se difuminó en todas las dimensiones que componen las sociedades urbanas.
Las nuevas tecnologías pusieron a los capitalistas ante sus propios límites. Tomarse el trabajo, de destruir trabajo, para no desvalorizar las inversiones. Haciendo que cada novedad técnica y desembolso de capital líquido, o dinerario, transformado en capital fijo o maquinarias, expulse mas empleo. Reduciendo las plantillas de personal, y sus correspondientes salarios, como forma de recuperar una mayor porción de capital circulante para así poderlo transformar en nuevo capital fijo, que vuelve a expulsar mas trabajadores y, así una vez mas, ahorrar mas salarios o capital circulante. El sueño capitalista es solo desembolsar capital líquido o dinero, transformarlo en capital fijo o tecnología, y no tener que pagar salarios como capital circulante. Logrando que su dinero haga mas dinero sin tener que pagar ningún salario. Haciendo que la máquina produzca sin contraprestación a cambio. Pero el capital está atado al trabajo humano. Unica fuente de plusvalor, o excedente de trabajo no retribuido al asalariado, acumulado por el patrón y transformado en capital. El capital vive en permanente antagonía con el salario, o lo que es lo mismo que decir, vive en permanente conflicto con el trabajo. Para no desvalorizase des-ocupa y sub-ocupa a unos y, para valorizarse, ocupa y sobre-ocupa a otros. Cuando efectúa otro salto tecnológico y de continuar con todos los trabajadores que antes valorizaban el capital provocaría la desvalorización de su inversión. Precisa volver a despedir mas empleados, incrementar la expoliación de los que conserva y, así sucesivamente, ante cada nuevo cambio tecnológico. Los patrones perecen si no innovan y se combaten innovando. Los mas poderosos perduran a costa de intensificar la expoliación de los ocupados simultáneamente que, desemplean mas asalariados. Cada vez producen mas pero, cada vez, tienen a menos a quien venderle. Queda disociada, en forma contrastante, la producción del consumo. Hiper-desocupando a unos trabajadores e hiper-explotando a los asalariados restantes. Es el fin del fordismo como forma hegemónica de producción. Es el fin del obrero-masa y es el fin del ejército industrial de reserva. Entramos al reinado del posfordismo. La consagración del obrero-social y de las legiones estructurales de parados.
La insurrección destituyente del 19 y 20 de diciembre de 2001 resultó la expresión, visible y masiva, del colapso del corto reinado posfordista y de su forma estatal capital-parlamentaria. Una crisis que todavía no ha tenido una resolución definitiva. Ni a favor del capital ni a favor del trabajo.
Las clases subalternas metropolitanas son productores sociales, cada vez menos estables, polivalentes, cognitivos, potencialmente pobres y precarios. Y su contracara, son los desempleados de tiempo completo y permanente. Esta multitud resulta la encarnación de la nueva clase explotada por el capital posfordista. Nueva forma de la organización del capital y del trabajo. Que generaliza las condiciones de expoliación y desempleo y las incluye, o subsume, en el capital a través de toda la retícula social. Es por esto que se llaman asalariados u obreros sociales, estén o no en las fábricas. Y no, como en el fordismo obrero-masa, donde reinaba el operario. Que hacía de la fábrica el lugar dominante de la producción y la subordinación o inclusión del trabajo en el capital. Mientras que, tomaba a los trabajadores desocupados como el ejército industrial de reserva.
La moderna clase de los productores, con salario o sin él, instaura a la asamblea como un organismo de democracia absoluta. Opuesta a la matrix capitalista-parlamentaria que vive del trabajo y metaboliza como mercancía cada partícula de vida. El capital necesita encerrar, en su estrecha utilidad, la energía de los trabajadores para transformarla en riqueza individual. Por eso los productores son autónomos del capital, su potencia precede a la expoliación. Mientras que el capital no es autónomo, sin trabajo asalariado perece. Por eso los asalariados, ocupados y desocupados, para liberarse necesitan retomar su potencia y energía, que fueran, o son expropiadas por los patrones.
Aunque nos reivindiquemos autónomos el capital está entre nosotros. Es la forma hegemónica de relación social y dominio político. Lo que lleva al trabajo, necesariamente, aunque quiera autoexiliarse de la matrix a confrontar antagónicamente, irreductiblemente contra su poder.
Los patrones, aun contra su voluntad, toleran islas autoorganizadas que no hiera su hegemonía. Permiten la instauración de cooperativas en los lugares que, por decisión propia, ya abandonaron. Capturan, desmembran y reprimen las prácticas que expanden la simiente de un nuevo tipo de sociedad en gestación. Arrinconan a la autonomía en experiencias fragmentadas e inorgánicas. Apuntan a que no vayan mas allá de una exclusiva economía de subsistencia. Pero si las áreas autónomas resisten los embates, se generalizan y organizan, no habrá éxodo de la explotación que impedía que el capital venga por los insumisos. Evitando, con todos los medios que cuenta, que se ponga en peligro la reproducción del trabajo asalariado en su conjunto y su dominio estatal o político.
Los productores desean terminar con sus privaciones materiales, su condena al subconsumo, la represión estatal y la cosificación de sus fuerzas creativas. Expandiendo las fisuras de la matrix, organizando una red comunal y antisalarial, en donde desarrolle su vida autodeterminada. Por eso no hay contrapoder, sin agrietar a la matrix y sin biopolítica alternativa. De eregirse esta red, la materialidad constituyente deviene poder fundante. Un efectivo contrapoder. No solo simbólico. No solo económico. Sino y al mismo tiempo, un contrapoder deliberativo y ejecutivo, material y subjetivo. Concretando, instituyendo, el nuevo imaginario que nació de las entrañas de la multitud. Que se redespliegue y complejiza con su permanente desarrollo. Un contrapoder cooperante, fraternal y comunitario. Articulado los saberes de su experiencia, o lo que es lo mismo, compartiendo recursos, ideas, valores y deseos en los centros urbanos mas importantes del país. Si este contrapoder resiste los ataques de la matrix y progresa, desplegándose, por ejemplo, en la Capital Federal, el primer y segundo cordón bonaerense, la gran Córdoba, el gran Rosario, Santa Fé capital y Neuquén; las tareas de sustitución definitiva del capital-parlamentarismo estarán a la orden del día. De igual manera, ante el peligro del colapso de la matrix, ella apelará a todos los medios que dispone para cerrar sus fallas. Siendo capaz de recurrir a un salvataje extremo: una violenta contrarrevolución.
Contrapoder = economía + política = autogestión + asamblea = autovaloración. En ciernes una república asamblearia. Que conquistó su autonomía antagonizando al capital sin recrear en su trayecto un dispositivo dirigente que actúa por fuera o más allá del movimiento. Lo que provocaría el cercenamiento o la sustitución del proyecto anticapitalista del contrapoder.
Un programa no alcanza para convencer a las masas del anticapitalismo. Hay que imaginar, explicar y practicar los rudimentos de una nueva sociedad que no esté sostenida en la plusvalía.
Somos parte de las prácticas antagonistas de la multitud posfordista. Sean MTD’s, asambleas o fábricas recuperadas. Somos protagonistas e intérpretes. Y las dos cosas al mismo tiempo. Por lo tanto, debemos ser fraternalmente críticos con los errores en los que incurre el movimiento que integramos. Y medulares en la autocrítica que merezcan las equivocaciones que provoquemos.
En toda forma organizativa que tome la multitud hay que apelar al intelecto general de sus participantes. Ningún integrante lo sabe todo. Y ningún integrante no sabe nada. Se hace pensando y se piensa haciendo. Lo que somos es lo que imaginamos y hacemos. La teoría es parte de la acción, es parte del hacer. Cuando un cerebro colectivo piensa, hace. E insistiremos, hasta el hartazgo, que todo organismo de la multitud debe ser un cerebro colectivo.
No hay contrapoder paralelo, ni revolución en el desierto del éxodo, que sustituya la definitiva abolición de los dispositivos de consenso y coacción del poder capitalista.
El poder se puede permitir un contrapoder fragmentario y minoritario. De su condición desmembrada y minúscula se desprende su carácter irritante pero controlable.
Ningún poder dominante puede tolerar el crecimiento y la coordinación del contrapoder. Permanentemente buscará la manera de acotarlo, reconquistarlo o reprimirlo.
En los momentos críticos y decisivos de cambio civilizatorio, y antes de producirse una represión generalizada sobre el movimiento anticapitalista, vendrá la cooptación de los vacilantes, la cárcel y el asesinato de los referentes y nuevas formas de represión adaptadas a los tiempos actuales. O, de lo contrario, triunfará la nueva sociedad que está naciendo en las entrañas del capitalismo contemporáneo.
Cada expresión identitaria del contrapoder, la asamblea, el MTD y la fábrica reapropiada, necesita crecer en extensión, generalizarse, ser más sus integrantes. Y crecer en profundidad, en volumen social, relacionando la pluridentidad de todas las clases y fracciones subalternas. La coordinación comienza como una forma de vínculo primario entre las distintas identidades que acuerdan actividades puntuales o específicas. La coordinación es una forma organizativa colectiva y embrionaria, pero no es biopoder alternativo.
Biopoder es compartir cotidianamente la reproducción económica de la vida, la fraternidad cooperante diaria, la subjetividad que se transforma al modificar la materia, la naturaleza, el bios. Es poder como potencia del hacer, como energía y creatividad de los trabajadores. El biopoder es una nueva vida comunal que instituye diferentes relaciones sociales de producción que las capitalistas. Que no remeda, en menor escala, un circuito mercantil alternativo o marginal. Una economía donde siempre reinará la compraventa, la ganancia y la retribución salarial. Y por lo tanto, antes o después, se desarrollará a gran escala la propiedad privada, el capital y la expoliación de unos sobre otros. Malogrando la experiencia autogestiva, producto de la ingenuidad o de la soberbia, al creerse los sujetos que practican una economía solidaria capitalista, que evitarán sus límites objetivos adicionándoles una ética revolucionaria. De este modo, ignorando o renegando, de los fundamentos materiales que posee cualquier economía que se base en los valores de cambio, la compraventa y el salario. El capitalismo con rostro obrero, sea estatal o sea cooperativo, nos remite a las experiencias fracasadas del pasado. Ensayos que necesitamos no obviar, si queremos honrar a las generaciones que nos precedieron en su lucha contra el capital.
El biopoder no es un ejercicio académico, ni un deporte para los días festivos. Es un presente de acción y un proyecto a futuro. Constituye una inherente y amalgamada relación entre lo político, lo social y lo económico. Biopoder como la manera que encontraron los productores para no reproducir, por fuera de su existencia, la esfera de lo político. Ambito específico del poder, sea capital-parlamentario o revolucionario, que de mantenerse separado de la reproducción de la existencia siempre será pasible de transformarse en una forma de dominación sobre los productores.
Para consolidarse en un poder constituyente, que llegado el momento extinga al poder capitalista, dominante y constituido, la multitud trabajadora requiere devenir de la autoorganización del contrapoder, a la organización del conjunto de los contrapoderes. Sin por esto, perder en el trayecto, la autodeterminación que desarrolló originalmente cada contrapoder.
2.- Estado
No se gobierna para todos, los que prometen eso, terminan gobernando para las minorías.
Si el estado capital-parlamentario tiene salidas marginales reformistas, ante un embate total contra él, estará dispuesto a realizar temporarias concesiones. Esos resultan momentos para no dejar tomar oxígeno al oponente. Entendiendo que el poder siempre afila su cuchillo. Ya sea amenazando y domesticando a sus adversarios mas radicales. Ya sea que espere un momento desfavorable en el consenso que despierta el movimiento antagonista y entonces degollarlo.
En toda situación prerrevolucionaria siempre que el estado acepta reformas es porque teme una revolución. Y no pudo efectuar, o no tiene seguridad para realizarla en un solo paso, una contrarrevolución. Las reformas para el capitalismo son la contrarrevolución por etapas. Y para el movimiento son conquistas que precisan ser permanentemente ampliadas poniendo en entredicho todo el sistema. Entendiendo que ninguna continuidad acumulativa reformista reemplaza la ruptura o revolución. En la crisis orgánica, mientras que ningún oponente logre disciplinar al otro, reforma, continuidad y ruptura conviven contradictoriamente, dialécticamente. Pero para que exista la victoria de los comunes, los productores, la multitud se precisa un quiebre definitivo de todo el sistema. No existe síntesis dialéctica posible entre reforma y revolución. Las reformas (arrancadas al capital) y la revolución (que termine con el capital) componen, en definitiva, elementos irresolubles, irreductibles y antagónicos.
Las reformas o conquistas extraídas al capital debilitan al estado. Pero también evitan su colapso y da tregua a los antagónicos oponentes. Solamente un cambio antisistémico de conjunto, una revolución social, impide que se produzca con el tiempo un restabilización capital-parlamentaria.
Si en los momentos de descalabro económico no irrumpe la ruptura del orden capitalista, el estado termina por estabilizarse y profundiza la salida de la bancarrota con una nueva variante de dominación. Si además se produce una mejoría en las condiciones materiales de los ocupados y desocupados se aplaza la resolución antisistémica de la crisis. Caso contrario, sin el aplastamiento físico de los insubordinados y perpetuándose el malestar económico, la crisis permanece en estado latente.
No hay que subestimar al adversario encarnado en el estado y sus instituciones. Cuanto más difusa y pacífica es la dominación más sólido está el orden burgués. Cuanto más reprima el estado, más débil está su consenso.
El aparato policíaco y de seguridad, las bandas paramilitares de los caciques políticos, los pequeños ejércitos de seguridad privada, los escuadrones empresarios de la muerte, conforman los perros guardianes del capital-parlamentario. Mientras que los militares resultan los últimos carceleros que custodian la expropiación y el dispendio de la energía humana, transformada en trabajo asalariado, desocupación y capital, propiedad privada y empresas estatales. Luego de su intervención, o triunfan y se produce la estabilización del sistema. O gana el anticapitalismo y se termina con la sociedad capitalista.
Son ellos, los apropiadores de la energía ajena que deviene poder. O nosotros, los productores, (asalariados o des-asalariados) y autoexplotados, creadores de la riqueza y del contrapoder.
Entre la democracia representativa y la república asamblearia, habrá formas híbridas de democracia. Desrepresentaciones revolucionarias. Redes de autogestión al interior del sistema capitalista dominante y asambleísmo local de biopoder.
Mientras tanto, en el mejor de los casos, el antiguo soberano de la modernidad: el pueblo, continuará dirigido por representantes que refetichizarán el concepto del trabajo. Haciéndolo digno rehén del capital y su salario. Fortaleciendo la identidad burguesa de la nación “independiente”. Contraponiendo el ALCA usurario del norte con el capitalismo productivista del Mercosur. Mientras que ambos, mas allá de sus contradicciones, en definitiva conforman un todo y tienden a su convergencia. Los dos son circuitos ampliados del trabajo, devenido propiedad privada y capital en sus diversas formas. Sean estados, fábricas, tierras, comercios y finanzas. La división antagónica en el capitalismo, entre finanzas y producción, es tan falaz como la engañosa dependencia del trabajo con relación al salario y el capital.
En todo modelo político subyace la economía que anhela desarrollar. Y toda economía conlleva una forma política que la garantice. Por eso el estado capital-parlamentario responde a la fase posfordista del capital. Y el biopoder, o disolución de lo político desde lo social, es la forma económica concreta del contrapoder local. Que garantiza, que una futura república asamblearia no se constituya en un dispositivo político, o lo que es lo mismo, aparato externo de dominación sobre la vida de los integrantes de cada contrapoder local y futuras comunas.
Contrapoder como reaseguro del poder hacer, distribuir y consumir de los productores. A esto la autonomía le llama política. Al ejercicio de decidir la propia comuna su destino desde el propio biopoder. Un contrapoder integrado por una red productora, que al haber reunificado la decisión, el hacer y lo hecho, concluye con la vieja dicotomía de ubicar las definiciones mayúsculas de la política en el estado. Evitando que la autonomía, y la energía liberada del hacer, sea confinada en los espacios de cada unidad productiva aislada. Impidiendo, desde los orígenes de la propia materialidad de una subjetividad liberada, depositar lo hecho en una esfera diferente. Rehusando delegar en los otros, los gobernantes y no en nosotros, los productores la administración de lo hecho. Oponiéndose a recrear, en su trayecto, una institución expropiadora de la creatividad del hacer. Un organismo parasitario o estatal. Lo que deriva en la acumulación de lo hecho -o capital- y en la constitución de los administradores como burocracia política del estado. Una nueva clase, pero ahora, la de los gobernantes revolucionarios.
El no romper con esta concepción del poder político, como mando o gobierno de un aparato separado de los productores, resulta un ejercicio previsible y lamentablemente verificable en todas las revoluciones frustradas. Es por esto, que el biopoder y la asamblea comunal, constituyen una dimensión tan diferente del concepto tradicional del poder que resulta apropiado entenderlo como el antipoder de la multitud.
3.- Representación
Representar es llevar adelante la actuación de los deseos, ideas e intereses de una o varias clases sociales.
La crisis de confianza del poder ejecutivo es producto de la autonomización de la política y una no-correspondencia del gobierno, con relación a las clases que dice re-presentar.
Los funcionarios, de mando o gobierno, conducen el estado en forma de co-mando. Un poder constituido o capital-parlamentario. El estado más el capital. Los políticos transformados en una especie de nueva clase. La clase de los que manejan la función político-estatal.
La crisis de representantes es un alejamiento y posterior traición de los intereses, objetivos y valores de ciertas clases. Y de los cuales sus dirigentes fueron actores y depositarios del poder delegado por la sociedad.
La crisis de la representación es mucho mas que la traición de los representantes. Es el cuestionamiento del sistema capital-parlamentario en su conjunto. Y no de tal o cual partido. Es la reapropiación de la energía del hacer que fuera delegada y expropiada por el poder constituido. Es el recupero del poder constituyente de la comunidad en su búsqueda de una sociedad organizada desde otras bases materiales y subjetivas.
De las dirigencias políticas capitalistas no hay que esperar nada. A lo sumo llantos sensibleros ante la miseria y asistencialismo clientelar. Los más progresistas creen que el problema es moral y aspiran a resucitar un capitalismo industrial de masas que ha sido muerto y enterrado por los propios capitalistas.
La nueva acumulación originaria que precisa la Argentina para recomponer un nuevo ciclo capitalista depara necesariamente: la resignación de su pueblo o su represión. El camino intermedio es consensuar su domesticación. Sea por intermedio de una nueva representación progresista. Sea por intermedio de una representación reaccionaria.
Porque la sociedad es capitalista elige representantes. Así se presenten como socialistas. Ya que estos últimos entienden este paradigma como la proletarización completa de la sociedad sobre la base del trabajo asalariado, que constituye, la contracara del capital. Sea capital-parlamentario o la dictadura obrera del capitalismo de Estado.
¿Acaso podemos llamar anticapitalistas a los trabajadores que reclaman el yugo salarial? ¿O antisistémicos a los desocupados que ansían volver a la condena de un empleo por una paga? ¿Son revolucionarios los militantes partidarios, intelectuales, piqueteros y obreros clasistas que pregonan trabajo digno, como si en el capitalismo algún tipo de empleo pudiera tener esta característica? ¿Se puede terminar con el capitalismo reclamando trabajo genuino? Demanda, que de ser satisfecha, constituye el camino más corto para recrear las condiciones de expropiación de la energía obrera y la dependencia al patrón.
Estamos ante desafíos más complejos que un problema de representación, factor subjetivo o conducción política. Si fuera así, no se entiende como cambiando las ofertas electorales, o las direcciones en el estado, la sociedad siga apoyando al PJ en cualquiera de sus versiones: Menem, Rodríguez Saá o Kirchner.
La sociedad mayoritariamente respaldó al capitalismo en las últimas elecciones presidenciales. Sea con variantes ultraliberales o progresistas. Este comportamiento sistémico es lo que explica que la segunda y tercera fuerza, Recrear de Ricardo López Murphy y el ARI de Elisa Carrió, compuestas por los retazos de la Alianza, tengan respaldo popular. Alianza que fuera derrocada con la colaboración de los porteños que apoyaron a De la Rúa y Chacho Alvarez, mientras que hoy votan por sus antiguos socios. De la UCR a Recrear. Del Frepaso al ARI sin solución de continuidad. No solo por parte de los mismos dirigentes que integraron la Alianza (UCR-Frepaso) sino por la mayoría de las mismas clases que los votó, lo derrocó y los volvió a votar.
Porque la sociedad es capitalista apoya al PJ y no porque apoya al PJ se transforma en capitalista.
El PJ y todo el abanico de partidos sistémicos, incluyendo a la izquierda partidaria, en 20 años de democracia y, lo que es más grave aún para la izquierda, desde el 19 y 20 diciembre de 2001, nunca proyectaron desde su práctica un imaginario antisalarial. La izquierda alega que cuando se está ante un ascenso en las luchas hay que atemperar el programa para interpelar a las mas amplias masas. Y cuando se produce el reflujo también hay que moderarse, producto del impasse que se interpreta como derrota. Lo que conlleva suavizar las posturas revolucionarias en ambos casos: en alzas y en bajas. Para la izquierda partidaria la lucha anticapitalista por la abolición del estado y la supresión del trabajo asalariado no figura en los piquetes, las asambleas, las fábricas tomadas, ni en sus intervenciones mediáticas.
El problema medular no es la crisis de dirección. Con productores posfordistas, o asalariados sociales, autodeterminados y en estado constituyente las direcciones de todo tipo se tornan, no solo, irrepresentativas sino que innecesarias. Desde su propia subjetividad el común toma conciencia que el problema está en la cumbre. Lo que fuera tan claramente expresado como “Que se vayan todos, que no quede ni uno solo”. Mientras que la solución está en el llano, la autoorganización asamblearia en todas sus variantes: fabril, piquetera y barrial.
Un llano revolucionado deviene en multitud auto-gobernada. La reunificación del hacer con la administración de lo hecho. La economía autogestionada sin comando político externo o delegado, de su propia práctica. Entrelazando ambas actividades en una conjuntiva fuerza biopolítica alternativa. Los deseos, el intelecto colectivo y los afectos puestos a producir autónomamente. O dicho de otro modo, una inherente correspondencia entre sujeto social, económico y político. Los orígenes y primeros pasos de una república comunal y asamblearia.
Sin la anticipación de una sociedad que funcione por dentro del capitalismo pero con potencialidad anticapitalista, no se podrá instituir el imaginario antisistémico que recorre miles de cabezas y prácticas aisladas. Por más endebles que sean en sus comienzos, no habrá un cambio completo de la sociedad sin previas y verificables sociabilidades autónomas. Permitiendo, de este modo, colaborar con la ruptura de los que sostienen, por necesidad pero también con su imaginario, al salario como única forma de compensación a su trabajo y al empleo atado exclusivamente a una lógica patronal. Sin un contrapoder que tome en sus manos las definiciones que afectan los diferentes aspectos de la vida, o biopolítica, contrastando en la práctica la política del poder, resultará harto complejo concluir con el imaginario de gran parte de la sociedad. Que entiende a la política como una actividad separada de su hacer y específica de los especialistas. Delegando su poder en los funcionarios del estado para que le gestionen la vida.
Sin una presentificación y personificación, aquí y ahora, de una red de redes que materialice los orígenes de una nueva sociedad, que extienda y profundice las fallas que dejan el sistema o la matrix, ninguna ideología revolucionaria, ninguna elaboración del imaginario comunal, por si sola, colapsará al capitalismo. Porque los que se están resistiendo a una ruptura son su contracara: la mayoría los trabajadores, sean ocupados o desocupados.
Pero tampoco ninguna insurrección de masas, por si sola, sin formas organizativas previas de contrapoder, dotado de un imaginario radical, su propio universo simbólico y su real materialidad, sepultará a la sociedad capitalista.
4.- Elecciones
No hay reestructuración consensual de la ley del valor sin salvar el sistema un hombre un voto que re-legitime al capital-parlamentario.
Elecciones o tiranía, ese es el menú del poder.
¿Para que sirven las votaciones en el capitalismo? Para comprobar si las masas desertan del llamado electoral o votan mayoritariamente representantes anticapitalistas.
Las elecciones resultan un buen termómetro para medir las crisis de hegemonía, las crisis orgánicas y las situaciones prerrevolucionarias. Cuando los que votan elijan opciones revolucionarias o, los que se abstienen de votar, impugnan o sufragan en blanco, lo hagan con criterios anticapitalistas, entonces, cuando unos u otros, o ambos a la vez, constituyan la mayoría, estaremos maduros para una ruptura con el capital-parlamentario.
¿Si no eligen representantes antagonistas significa que la multitud es reaccionaria? No. Siempre y cuando si se abstienen, sufragan en blanco o anulan su voto, no es para deslegitimar el sistema representativo a la espera de un tirano.
¿Y qué pasa si no votan masivamente a la izquierda, no deserta colectivamente de la contienda electoral, construyen desorganizadamente desde la autonomía y todavía no poseen una dualidad de poder generalizada para fundar la república asamblearia? Entonces, todavía, no estamos ante una ruptura sistémica. Es un momento de espera, un tiempo híbrido. Una situación que depara para el capital-parlamentario relegitimar desesperadamente su nuevo gobierno. Continúa sin resolverse claramente la crisis. Millones han votado y cientos de miles no lo han hecho. El consenso del poder es débil. La multitud que votó al nuevo gobierno se mantiene esperanzada pero expectante. Y la porción autonomista y antagónica de la multitud que no votó continúa lúcida y alerta. Manteniendo su éxodo del capital y su auto-organización política.
Aún en una situación de crisis orgánica hay una porción importante del pueblo dispuesto a sostener el orden capitalista. Esto explica el voto a Menen, Kirchner, López Murphy o Elisa Carrió.
También ante situaciones revolucionarias habrá millones que defiendan el sistema. No es que se disuelvan las contradicciones al interior de las propias clases subalternas. Muy por el contrario. Habrá asalariados, ocupados y desocupados, que tomen partido por el capital. Habrá un sector de los oprimidos que resistirá con todas sus fuerzas un cambio radical. Pero la diferencia con los momentos de consenso masivo del capitalismo radica en que las contradicciones, que existen de manera permanente, en las situaciones revolucionarias se tornan antagónicamente organizadas y, por lo tanto, conscientes. ¡Justamente por eso son situaciones revolucionarias! Se tenciona la sociedad y se potencian sus enfrentamientos. Se licúa el centro político. Se parten las aguas. Se tornan irreductibles los campos capitalistas vs. anticapitalistas. Si el capital-parlamentarismo percibe que aún puede gobernar pacíficamente habrá elecciones, sino, estados policiales. Del movimiento antagonista, en su conjunto, dependerá cerrarle el paso a la restauración sistémica y alumbrar una nueva sociedad.
¿Por qué Menem, u otras variantes en el futuro, llaman a que el voto no sea obligatorio? Porque saben del repudio que provocan sus políticas en buena parte de la sociedad. Y sólo les interesa el respaldo de los que creen en una democracia blindada que garantice la perdurabilidad del capitalismo.
Para resistir los embates del poder precisamos profundizar y expandir una nueva sociabilidad. Para poder vencer afrontamos la necesidad de organizar masivamente el contrapoder. Hay que oponerse a participar en las elecciones cuando la multitud haya ORGANIZADO masivamente su contrapoder. Habiendo superado, los diferentes sectores, sus primeras formas de vinculación. Piqueteros, obreros reapropiadores y asambleas barriales que entendieron a la COORDINACIÓN como una primera instancia plural de abordar los diferentes reclamos. Por ejemplo: la demanda por los planes de empleo, la exigencia de la expropiación de las fábricas recuperadas y la protesta para evitar el aumento de las tarifas. Pero también se necesita transponer las fronteras de otra de las formas embrionarias de organización, vale decir, la exclusiva ARTICULACIÓN entre experiencias con identidades similares. Por ejemplo: la mesa general de los MTD’s, el movimiento de fábricas recuperadas y la asamblea, de asambleas autónomas.
Cuando nos referimos a ORGANIZAR, estamos aludiendo a combinar, entrelazar y conjugar contrapoderes singulares. Colectivos que poseen sus propias especificidades pero que también comparten características comunes. Reorganizando la identidad del asalariado social de la era posfordista que intenta, permanentemente, ser disociada por el capital. Identidad que ha tomado visibilidad por la práctica piquetera, la reapropiación fabril y la desrepresentación asamblearia. Reiteramos, ORGANIZAR es instituir, al mismo tiempo, organismos territoriales de economía, afectos y política del común. Esto es biopoder, poder popular, contrapoder o biopolítica alternativa. La abolición del intercambio dinerario de las mercancías por el uso sin valor monetario de todo lo producido. Un área de autonomismo efectivo y no meramente ideológico. Un circuito comunal que reunifique a la multitud desde la propia reproducción material de la especie. Un territorio social, material y subjetivo liberado de los tiempos del trabajo asalariado. Una red de los productores libremente asociados y no espacios autistas que, si bien conforman islas antagónicas al capital, continúan desvinculadas y criminalmente desorganizadas.
No alcanza con coordinar y articular las experiencias autónomas del capital. La coordinación es una forma primaria de relacionar la autoorganización fragmentada e inconexa.
La articulación está a mitad de camino, entre la coordinación y la organización del movimiento de los sujetos que intentan liberarse del capital. Pero no constituye una red antisistémica, o lo que es lo mismo, una efectiva organización social alternativa. Empresas recuperadas, piqueteros y asambleas precisan crear una Red de Redes Antisalarial. Que desde su práctica autónoma instaure su propio imaginario anticapitalista y lo proyecte al conjunto de los productores que no integran la red.
Hasta que esté en movimiento la insurrección de masas con perspectivas anticapitalistas, hay que dar el combate contra el actual sistema político también por dentro del sistema político. No porque se crea que algún tribuno o conjunto de parlamentarios revolucionarios puedan, por si solos, realizar la revolución. No porque se crea que una larga marcha por las instituciones nos libere de acometer la abolición del capital-parlamentario. Sino, porque, hay que desmitificar el parlamento y los poderes ejecutivos. Hay que socavar por dentro y por fuera a las instituciones capitalistas. Por dentro, desfetichisando la representación. Por fuera, creando comunas o redes autovalorativas.
En el parlamento no se participa para convencer a los convencidos del anticapitalismo. Se interviene para interpelar a los vacilantes de las clases antagónicas al capital. Los sufragantes del voto-bronca, del voto útil o del voto cínico. Mandatarios que funcionan por dentro de la democracia delegativa, jaqueando el sentido común de la representación capitalista. Desrepresentantes que operarán de contrafuerza y denuncia ante un sistema demo liberal dispuesto a combatir, con leyes y represión, a los insumisos. Mientras que, estos últimos, continúan desarrollando nuevos vínculos materiales y políticos a partir de su éxodo del sistema económico y político dominante. Construyendo, en su travesía, una sociabilidad no capitalista y organizándose de manera antagónica a la lógica capital-parlamentaria.
De participar el autonomismo en las elecciones ejecutivas nacionales, provinciales o comunales y mas aún, si llega al gobierno, lo que se precisa son co-gobernantes. Es decir, autoridades estatales que manden obedeciendo. Que no entorpezcan ni sustituyan la gestión obrera, la autoorganización asamblearia y la autonomía piquetera.
Restituyendo a los asalariados y desocupados las mayores cuotas posibles de plusvalía que le fuera extraída por el capital. Transformada por el actual estado en plusvalor social o capital-parlamentario. Plusvalor que debe ser devuelto, por el gobierno, por intermedio de los recursos monetarios que permitan el sostenimiento y desarrollo de todos los movimientos extra-parlamentarios. Unicos garantes para terminar de forma definitiva con toda plusvalía. Organismos que utilizarán temporariamente esos dineros mientras expanden, generalizan -y por lo tanto fortalecen-, una economía que vaya mas allá del salario, la compraventa y la moneda. Instaurando, en su trayecto, una red de redes de todas las prácticas comprometidas con abolir la expoliación y el desempleo. Un movimiento antisistémico que una vez que se haya suprimido la actual economía hegemónica del capital, no necesitará nunca más ningún organismo como el estado. Porque no olvidemos, compañeros, que el comando estatal es una forma mas de las que toma el capital. Que separa el momento de lo político de lo social. Atribuyéndose la potestad de concentrar y distribuir los recursos expropiados a los trabajadores. Mientras que ubica a lo social, como una potencia colectiva que precisa ser vigilada y reconducida por el estado. Combatiendo la autonomía social del hacer-se-para-sí. Desmenbrando, cooptando o reprimiendo el ejercicio de las capacidades de los trabajadores de gobernarse por-sí-mismo o autogobernarse. O lo que es los mismo, el ejercicio de su propia política. El hacer que determina sobre lo hecho. Cuándo, cómo y para qué se produce y de que forma se distribuye y consume lo producido.
Por lo tanto, no se apela a un estado popular que reemplace a la multitud. No se entiende a esta maquinaria burocrática, docilizante o represora, regeneradora de relaciones sociales antagónicas como un artefacto que, operado por los trabajadores, se torna reivindicable. El estado capital-parlamentario debe ser abolido. Mientras tanto, todo arribo a su gobierno solo colabora con la liberación social del yugo salarial, siempre y cuando, termine con todo tipo de gestión que reemplaza la autonomía de las masas. Necesitando pasar del mero ejercicio del gobierno ejecutivo capital-parlamentario, a un efectivo cogobierno o cogestión comunal.
Gobierno que manda obedeciendo. Gobierno como mandato imperativo de los productores. No su reemplazo. No su sustituto. No su fetiche. Sino la configuración de un cogobierno multitudinario de hecho. Favoreciendo en su devenir, la transferencia de las funciones políticas del estado a la sociedad. Entendiendo, por funciones políticas, la reapropiación y reapoderamiento de la comunidad de todas las capacidades que esta posee para conducir su vida. Un poder social, como potencia del hacer, que todos los gobiernos expropian y que transforman en la esfera específica de su dominio, o lo que es igual, en poder político.
En definitiva, compañeros, pasar del gobierno al cogobierno y al autogobierno. Autogobierno como contrapoder o biopoder. Circuito comunal o red de autovalorización de la sociedad. Contrapoder no como contracara del poder, sino, como su radical contrapuesto. Gobierno-cogobierno-autogobierno, no como instancias transicionales o etapistas, sino como movimiento constituyente permanente, que desconfía, producto de las experiencias históricas frustradas, de todo tipo de poder constituido.
La política de los productores resulta un ejercicio colectivo y no una función especializada de los gobernantes. Política de la multitud que, para efectivamente realizarse, debe restablecer la unidad de los trabajadores con su propio trabajo, fuente de todo poder. Caso contrario, las mayorías condenadas al trabajo por una paga, quedan separadas por sus patrones y carecen de los territorios comunes para “hacer política”. Espacios, de una actividad, que quedan reservados a los despachos y palacios de los políticos. La condena de la reproducción de la fuerza de trabajo asalariada, torna a la política colectiva, una práctica donde el productor solo puede desarrollarla en su tiempo libre. Transformando la política en una actividad separada de la economía. Facilitando y forzando de esta forma a depositar, en el mejor de los casos, en los representantes revolucionarios de tiempo completo, o profesionales de la política, las tareas insustituibles de su liberación social del capital. Pasando los trabajadores de soberanos de sus vidas a súbditos o víctimas de la estadolatría de turno.
No aludimos como política colectiva a la independencia de clase sindical. Ni a las innumerables escaramuzas que los trabajadores dan cotidianamente contra el capital. Sino que nos estamos refiriendo al contrapoder. Vínculo inherente y masivo entre economía y política. Biopoder que retome toda la potencia y los deseos de la vida, del bios. Liberando al trabajo de su condición de mercancía transable. Ganancia que conlleva la acumulación y al estado como director de la distribución del plusvalor social. La unidad entre autogestión y asamblea, o lo que es lo mismo, la economía y la política, evita la recreación del estado como dispositivo específico de la política, y por lo tanto garante, de la extracción y circulación generalizada de ganancia. Es por esto que el trabajo desarrolla una antagonía irreductible al capital-parlamentario. Una lucha permanente entre el hacer y la colonización mercantil del bios o la vida en su conjunto.
Para qué, para quién y cuánto se produce, son los interrogantes que recorren a los movimientos de los sujetos autodeterminados. Y que solo plasmará una respuesta satisfactoria en caso de reunificar la economía comunal con una política asamblearia. Instituyéndose, conjuntamente, en un contrapoder expansivo y colectivo. Material y subjetivo. Que supere el tiempo (desocupado y libre) y disuelva el espacio (sindical y estatal) pautado por el poder para hacer política.
5.- Revolución
La salida anticapitalista es más planetaria que nunca.
¿De que dependerá una revolución social? De que las clases medias patronales no tengan opción alguna en el sistema. Y de este modo, participen o toleren, una cosmovisión anticapitalista. De que la clase productora tome el centro de la escena política con un proyecto comunal, fraternal y asambleario. Que las fábricas reapropiadas, las asambleas y los piqueteros estén organizados. O lo que es lo mismo, compartiendo, entrelazando, problematizando y expandiendo su imaginario, sus afectos y los recursos materiales de los contrapoderes que hasta el presente hay construido.
Mas allá de los convencidos, solo apuesta a la revolución el que ya no tiene nada más que perder. Su imaginario capitalista, el trabajo asalariado, los ahorros y la falta de perspectivas de insertarse de cualquier modo en el sistema capitalista.
El que solo y únicamente aspira a sobrevivir, viviendo del cirujeo, haciendo la huerta comunitaria, el club de trueque, la olla popular, el merendero, las ferias de barrio, los planes asistenciales del estado y tomando la fábrica, no se plantea la revolución.
Las condiciones objetivas “per-se” no disparan nuevas subjetividades. La mayoría de la clase productora (asalariada o des-asalariada) sigue creyendo en el capitalismo y sus representaciones. Si no fuera así, y el devenir antisistémico fuera solo producto de las brutales condiciones económicas a las cuales está sometida la multitud, debería acontecer una revolución social.
Sin vincular a una importante porción de la clase trabajadora ocupada -no solo la fabril- con las prácticas cooperantes que ya están en marcha, no hay posibilidad alguna de una revolución social.
La revolución no acontece como un producto mecánico de la decadencia económica. Es deseo, pasión, inteligencia, decisión e intolerancia puestas en movimiento para no continuar viviendo en la decadencia. Una nueva forma de decir en el siglo XXI conciencia de clase revolucionaria.
No todo acontecimiento de masas es una revolución.
Las puebladas, argentinazos y rebeliones no son en sí misma revoluciones. Pero son sus ejercicios previos.
Las insurrecciones son ejercicios masivos. Pero aún así, sus participantes no dejan de ser una porción del conjunto de los expoliados.
Si se espera que todos los rebeldes quieran una revolución, nunca veremos una. Pero si se intenta sustituir al sujeto liberador tampoco la veremos.
Las masas hacen la revolución cuando perdieron toda ilusión en la recomposición económica capitalista. Y no por las crisis cíclicas del capitalismo.
La multitud no salta al vacío.
Las masas no irrumpen sin mínimas seguridades de su victoria.
El último valor a perder es la vida. Y el que hace la revolución sabe que se arriesga a perderla y por eso duda tanto.
La revolución es el último recurso de las masas.
La señal que marcará que comenzó una nueva etapa, para demoler al sistema político en su conjunto, será un nuevo 19 y 20 de diciembre. Con su misma o superior magnitud multitudinaria, pero a diferencia del 2001, con claros contenidos anticapitalistas.
Los métodos que marcarán la irrupción popular y el quiebre de los tiempos, inaugurando las jornadas de abolición del poder dominante, pero que para ese momento perdió su condición de dirigente, serán decididos por las masas. Huelga general y política por tiempo indeterminado. Cortes de rutas antisalariales. Toma generalizada de empresas y dependencias públicas. Marchas multitudinarias con clara vocación de poder e instinto anticapitalista. O aún otros que desconocemos.
Mientras no sea derrotado físicamente el movimiento popular, las movilizaciones masivas como las del 19 y 20 de diciembre del 2001 se producirán por oleadas.
El principismo revolucionario es la enfermedad infantil de los principios.
Participar o no en las elecciones no es una cuestión de principios.
El problema con el principismo es el estrategismo.
El principismo confunde táctica con estrategia.
Para el principismo todo es estratégico. Cada batalla siempre es la última y decisiva. Por eso le huye a la táctica, la unidad en la acción y el frente único. Ampararse en el estrategismo siempre es más cómodo e infalible.
La troica de todas las derrotas revolucionarias: Principismo ideológico, estrategismo político y sectarismo organizativo.
Convenciendo a los convencidos no se hace la revolución.
La mejor manera de no coincidir con las prácticas de la multitud es aspirar “al poco pero bueno”.
Toda forma de lucha masiva contra la opresión resulta justificable. Si así no fuera, no hubiera existido el 19 y 20 de diciembre de 2001.
El pasaje pacífico del poder político a manos del pueblo es una rara excepción de la historia. Dan cuenta de esto la construcción de contrapoder que están realizando los asambleístas, los piqueteros y los obreros reapropiadores. Y su correlato de persecuciones, asesinatos y desalojos por parte del estado.
Una revolución se hace con el pueblo y para el pueblo y no a pesar del pueblo.
No hay revolución con un golpe de estado de izquierda. Eso no es tomar el poder. Es solo tomar por asalto los símbolos del poder, a la espera de ser desalojados con la misma prontitud con la que se arribó.
Tomar el poder es: suprimir la forma-estado, tanto es su versión capital-parlamentaria como dictatorial. Abolir la producción y circulación capitalista. Apropiarse del espacio público. Detener y juzgar a los personeros del poder depuesto.
¿De que dependerá un golpe de estado, o cualquier variante de democracia blindada? De que la mayoría del pueblo consienta un sistema autoritario. De que el imperio haya virado de táctica y apueste al terrorismo de estado o a la fujimorización del Cono Sur. De que las FARC sean un peligro eminente para el poder del subcontinente. De que Lula sea desbordado por las masas y que Brasil sea un caos para el capitalismo. De que los EE.UU y el G7 tomen desesperadamente el control de la situación mundial ante una profunda depresión, quiebra de sus empresas, cracs financieros y la insubordinación de sus sociedades organizadas en un movimiento anticapitalista de masas.
Todo ejercicio revolucionario resulta una experiencia inédita e irrepetible. Aprender del pasado sí, pero copiarlo es imposible.
Las revoluciones sociales son los ejercicios más raros de la historia. Y las victoriosas especies exóticas.
Si no hay revolución hay capital-parlamentario o tiranía.
6.- Vanguardia
Factor subjetivo, dirección, partido, desemboca en el mejor de los casos en revolución por arriba, vanguardia sustitucionista y, a la larga, en economía planificada, o lo que se llamó socialismo. Práctica encubridora de un capitalismo monopolista de estado, burocrático y salarial.
¿Partido de vanguardia, o la vanguardia en el partido? ¿O sin partido no hay vanguardia?
El problema no es la falta de un partido de vanguardia. Sino que la multitud no instituya su subjetividad en una materialidad organizada. Que bien puede tomar otra forma que no sea la del partido.
En el posfordismo del trabajo polivalente, precario, inmaterial, pero también sub-proletario y con desempleo estructural, la lógica de la clase en el partido y el partido en el estado se acabó.
En el capitalismo del siglo XXI el partido de la clase obrera fabril ocupada no es el último estadio de organización de la multitud trabajadora.
Después de los acontecimientos del 19 y 20 de diciembre de 2001 han tomado visibilidad innovadoras experiencias que se venían constituyendo. Y otras que surgieron a partir de esas jornadas. Ambas sedimentadas por antiguas tradiciones de lucha. Una nueva vanguardia político-social. No porque lo social no sea político. Muy por el contrario. Lo social del contrapoder disuelve la autonomía de lo político concentrado en el estado capital-parlamentario. Pero también invalida la vieja matriz partidaria como poseedora del patrimonio de lo político. Encargada de conducir el destino de una multitud que solo actuaría en el subproducto de lo social, faltándole la conciencia integradora aportada por los especialistas en el arte y la ciencia de lo político.
¿Que son los piqueteros que resisten, las fábricas reapropiadas, los medios alternativos, las asambleas barriales, los organismos de derechos humanos con sus escraches, los colectivos revolucionarios que se disuelven en lo social, las agrupaciones estudiantiles movilizadas, los sindicatos clasistas y los partidos de izquierda, sino una nueva y vieja vanguardia?
Una vieja vanguardia en su forma partidaria. Organización política de los explotados del capitalismo fordista y sus maneras de intervenir SOBRE la clase. Dotándola de conciencia y disputándose con organizaciones similares la potestad de conducir a las masas. Una vanguardia como sujeto externo a lo social. Como organización de LO político. Que opera por fuera de la experiencia del sujeto y BAJA a los frentes de masas para dotarla de LA política correcta.
En el fragmentante posfordismo, de la polimórfica multitud, está en desarrollo un nuevo sujeto. Que se autoconvoca y que entiende a la organización social alternativa, que ya está en marcha, como una forma asociativa de compartir la economía, las contradicciones y los deseos. En definitiva, ni mas ni menos, que la vida política o la existencia en común-unión. Reapoderándose de lo que se entendía en el pasado como el ámbito por excelencia del poder estatal y partidario: la política. Síntesis mayéstica, o solemne de lo humano, por sobre la dimensión disociada y minusválida de lo social.
Entendiendo por nueva vanguardia, por lo tanto, al conjunto de experiencias que están configurando, desde hoy mismo, nuevos tipos de vínculos materiales y subjetivos. Una avanzada del mañana, pero actuando desde la cotidianeidad. Una vanguardia que no ata su destino a ningún futuro teleológico, sino, que lo construye desde el conjunto de aliatoriedades y complejidades que encierra toda instancia colectiva de lo humano. Una vanguardia, que en tiempo presente, deja huellas para los recuerdos del futuro. Los adelantados del cambio social. Los pioneros del siglo XXI. Los exploradores del porvenir.
Nadie puede ser sustituido en las tareas que le son propias. La liberación social de los productores provendrá de su antagonía al capital, o no habrá emancipación.
Pero los insubordinados no se resignan a la exclusiva prédica de una sociedad ideal. Ni pueden aguardar una hipotética jornada donde todo cambie producto de las contradicciones objetivas del actual sistema. Por eso, desde este presente paradojal y un futuro esperanzador, pero necesariamente incierto, comienzan su destierro, su éxodo. Un exilio obligado por el sistema y autoimpuesto por su voluntad. No en búsqueda de una predicada tierra prometida por la vieja vanguardia. Ya que, la multitud no acepta promesas de nadie exterior a su voluntad. Sino como travesía del devenir social que proviene de su propia imaginación, su propia práctica, su propia gramática o idioma común. Una vanguardia como singularización de la multitud productora, y multiplicador de la potencia del imaginar, del sentir y del hacer que contiene cada individualidad.
Una vanguardia que no apela a la colectivización forzosa que termine con el sujeto. Ni a un autonomismo personal o insular que confía en un autismo social donde infantilmente refugiarse, de modo permanente, del sistema hegemónico capitalista. Régimen dominante donde gobierna las leyes de lo poderosos, de los otros o la hetero-nomía. Y mientras que no sea abolido acosará, desmembrará o reprimirá a los sujetos que le han dicho adiós al mundo de la mercancía, la expoliación y el narcisismo.
Vanguardia de lo múltiple singular. Corporización organizada de la multitud del trabajo cooperante. Contrapoderes que no actúan en territorios inconexos con la matrix dominante. Sino que continuarán atravesados por los valores sistémicos y la vigilancia del capital-parlamentario. Acosados por la violencia de la moneda y el disciplinador castigo.
Para la multitud, si todavía el término vanguardia, adelantados, exploradores, avanzada y pioneros tienen algún sentido es de esta forma y con estos contenidos.
Ante el descenso cuantitativo de las rebeliones multitudinarias, serán vanguardia mientras conserven su autonomía, antagonismo y organización. Serán vanguardia mientras no sustituyan a la multitud en su tarea histórica de liberarse por sí misma del capital. Caso contrario, queriendo reemplazar a las masas, se transformará en una elite autoreferencial.
7.- Trabajo
En las fábricas, los bancos, los comercios, las haciendas y el estado, resulta necesario conformar comisiones internas y cuerpos de delegados paralelos a los sindicatos. Realizar un trabajo de zapa, casi clandestino, para no arriesgar la continuidad laboral de los compañeros que se están organizando. Llegado el momento, ponderar en cada caso, si resulta apropiado disputar la dirección sindical de la unidad productiva o conformar un nuevo organismo de la multitud.
Excluidos es el eufemismo con que el posfordismo bautizó a los trabajadores considerados sobras o despojos del sistema. El ejército de cartoneros es un sub-eufemismo de excluidos. Ciruja como desecho. Persona como residuo. Condenados a vivir de los restos del consumo del que carecen. Para ellos el capital es una relación social que transforma al hombre en escoria, o lo que es l