Defensa de la revolución bolivariana (1)

La defensa de una revolución se encuentra en la potencia social; entonces, se trata de liberar esta potencia, de desatar su creatividad. Para que esto se dé es indispensable su empoderamiento efectivo en la conducción colectiva del proceso.



Defensa de la revolución bolivariana

Defensa de la revolución bolivariana
Raúl Prada Alcoreza

Ya van a ser quince años de la revolución, la misma que comienza en 1998, cuando Hugo Chávez gana las elecciones por primera vez. Se trata de una revolución que ha venido profundizándose, en la medida que ha venido avanzando y sorteando dificultades, desafíos y amenazas. La contingencia de la lucha, de las contradicciones, de las resistencias de las clases dominantes, vinculadas a las estructuras de poder dominante mundial, le ha dado ritmo y su propia velocidad a la revolución. La Asamblea Constituyente y la aprobación de la Constitución bolivariana (1999) fue un paso decisivo para inaugurar un nuevo horizonte constitucional, en la consecución de una autentica soberanía e independencia, en la perspectiva de una democracia participativa, abriendo los primeros senderos a las transformaciones sociales. Ante esta transformación constitucional y normativa, seguida por la recuperación del recurso petrolero, rescatando PDVSA de las manos y el control de una tecnocracia al servicio de las empresas trasnacionales, la burguesía venezolana y los dispositivos de intervención del imperialismo efectuaron un golpe de Estado el 2002. El fracaso del golpe frente la movilización popular y la respuesta de las fuerzas armadas en defensa del presidente constitucional, apresado por los golpistas, radicalizó el proceso revolucionario. La derecha intento continuar con la vía escogida de violencia boicoteando la producción petrolera (2003). Su derrota, como consecuencia del fracaso del saboteo efectuado, que duró varios meses, radicalizó la nacionalización de los hidrocarburos y apresuró el control de la empresa estatal del petróleo. Sobre todo después del referéndum revocatorio (2004), de la cual sale fortalecido Chávez, se toma la iniciativa de encaminarse al socialismo. A partir de entonces se crearon las condiciones para definir la ruta socialista, que pretende ser diferente a la experiencia del socialismo real del siglo XX. Se comenzaron con definiciones de este nuevo socialismo, llamado del siglo XXI. Empero los pasos más certeros fueron los efectos masivos de la inversión social, la conformación de las comunas y de las misiones, además de la formación de líderes en gran escala, abriendo espacios de formación y de universidades populares.
Ciertamente, el proceso de la revolución bolivariana tropieza con problemas y contradicciones. Uno de los problemas principales es salir del modelo extractivista y del Estado rentista; otro problema es avanzar efectivamente en el ejercicio de la democracia participativa, el control social y la autogestión comunitaria. Una de las contradicciones tiene que ver con la preservación de formas de Estado burocrático, en contraste de la necesidad de gestión social y comunitaria. Empero, no por estos problemas y esta contradicción, la revolución se ha detenido. Al contrario, la experiencia de la revolución ha adquirido intensidad, sobre todo por el replanteamiento de la estrategia de la derecha, que ha mantenido, en las últimas dos elecciones, unidad, un solo candidato, apoyada por la intervención indisimulada de la burguesía internacional. El fallecimiento de Chávez ha dado un nuevo ímpetu al frente de derecha, creyendo que sin el caudillo podía tener mejor chance; sin embargo, la respuesta compacta del pueblo venezolano, consciente, organizado y movilizado, ha podido conservar la victoria electoral anterior, cuando Chávez todavía vivía. Esto no lo ha podido aceptar el frente de derecha, tampoco la burguesía internacional. Sospechando que esto podía ocurrir, el frente conservador no firmó el compromiso de aceptar los resultados de las votaciones; ahora los impugna, exigiendo una auditoria voto a voto, además de tener el tupe de exigir al poder electoral de que no posesione al candidato ganador como presidente, poniendo en cuestión el mismo sistema electoral, que es el más moderno del mundo y, según las instituciones y organismos que la evaluaron, entre ellos Jimmy Carter, confiable y satisfactoria.
A muchos llama la atención que las distancias se hayan acortado; la diferencia de más del 10% se acortó a menos del 2%. Sin embargo, hay que anotar que el candidato victorioso obtuvo la mayoría absoluta, es decir, más del 50%. Además esta victoria se logró con Chávez ausente, lo que ya era de por sí difícil, a pesar de la delegación a Maduro de continuar con la revolución, transfiriendo la candidatura a la presidencia en su persona. Sin embargo, no se puede descuidar, no se puede obviar que el margen de diferencia es pequeño, lo que habla de una polarización en el seno de la sociedad. La pregunta entonces es: ¿Qué pasó? ¿Por qué una parte del pueblo, porque es así, pues la burguesía no es tan numerosa, votó por el candidato opositor? Este dato exige evaluar aspectos del proceso que no convencen, que no seducen, que inducen a ponerse en contra, que mantienen y conservan formas y prácticas políticas anteriores. Esta evaluación es indispensable, sobre todo aceptar la crítica y autocrítica. Estos mecanismos son los mejores dispositivos de la profundización del proceso, de la defensa del proceso, buscando corregir los errores y las contradicciones. Ahora bien, la crítica debe venir acompañada por profundización de la democracia, por el ejercicio de la democracia participativa, además por el cambio de formas de gestión, pasando a la autogestión y a la cogestión. En este contexto, quizás la tarea más difícil es efectuar las transformaciones institucionales y estructurales que ayuden a salir del modelo extractivista y del Estado rentista, encaminado un modelo productivo, eco-industrial y de soberanía alimentaria.
¿Si hay una victoria electoral, como resultado de las últimas elecciones, por qué hablar de la defensa de la revolución bolivariana? Se ha puesto en evidencia la guerra declarada de la burguesía internacional a la revolución bolivariana. Por otra parte, para el orden de dominación mundial imperial, para el sistema financiero mundial, para el control monopólico de las empresas trasnacionales, es un objetivo estratégico el despojamiento y desposesión de los preciados recursos y la reserva de petróleo más grande del mundo. En contraste, un objetivo claro de la revolución bolivariana es la integración continental por la construcción de la Patria Grande. Este objetivo no es de ninguna manera bien visto por el imperialismo, el orden mundial imperial, la dominación del sistema financiero mundial, que azota con sus medidas a Europa e irrumpe en el mundo con la forma de acumulación especulativa. Estas son ya tres razones para defender la revolución bolivariana. Los pueblos latinoamericanos y del Caribe debemos defender la revolución bolivariana. Debemos defenderla haciendo la revolución en nuestros países, que es la mejor manera de defensa de la revolución, debemos defenderla movilizándonos, impidiendo, interpelando, denunciando, las maniobras del imperialismo, de la burguesía mundial y del orden de dominación mundial.
La defensa no puede convertirnos en apologista. Este sería un error, una muestra de debilidad, creyendo que la apología ayuda a la defensa. Nada más equivocado. La revolución de por sí es crítica, crítica del poder, crítica de la dominación; la revolución sólo puede alimentarse de la crítica, de la autocrítica, pues eso ayuda a develar, visibilizar contradicciones y errores, a corregirlos, a tomar conciencia de la complejidad del proceso y de las tareas transformadoras. Cuando un proceso, que se dice revolucionario, descarta la crítica, es un síntoma de regresión, de una clausura de la voluntad seguir adelante, creyendo que a lo que se ha llegado ya es el fin. Confundiendo que la defensa del proceso es la defensa ciega de todo lo que hace el gobierno. Nada más equivocado, el proceso es un proceso transformador, que transforma instituciones, estructuras, prácticas, incluso debe transformar al mismo gobierno. La defensa del proceso es la defensa del cambio permanente, defensa de la crítica y de la democracia participativa.
Un objetivo primordial de la revolución bolivariana es el socialismo. Independientemente de nuestra discusión, la discusión en los movimientos sociales anti-sistémicos, sobre la experiencia del socialismo real, sobre si el socialismo no es nada más que la otra cara de la misma medalla, la otra cara del modo de producción capitalista, un capitalismo sin burgueses, un capitalismo de Estado, lo que importa son los objetivos prácticos de la revolución; control social, empresas comunitarias, autogestión y autodeterminación comunitaria, igualación de las condiciones de posibilidad social. Este socialismo práctico o efectivo es lo que importa. Esta transformación social en curso, esta posibilidad de transformaciones sociales, tiene que ser defendida por todos, frente a la expoliación del capitalismo financiero y del capitalismo trasnacional que se enriquece por despojamiento y desposesión.
Hay que apoyar a las comunas, que son las formas organizativas sociales más avanzadas de la revolución. Hay que apoyar al poder social, que es la institución y la instancia diseñada precisamente para dar poder efectivo a las organizaciones sociales, empero tiene que pasar necesariamente por su desburocratización. Hay que apoyar ciertamente al Partido Socialista Unificado de Venezuela (PSUV), al presidente Maduro; empero, este apoyo no puede dejar de ser crítico. El apoyo efectivo y solidario de los y las activistas del mundo es no sólo movilizar la defensa de la revolución bolivariana en cada uno de los países, sino también canalizar apoyos políticos y técnicos, participando en debates sobre la construcción del socialismo y la profundización del proceso, proponiendo proyectos, coadyuvando con apoyo concreto en todos los terrenos. Veámoslo así, la revolución bolivariana tiene que ser vista como la posibilidad del recomienzo de la revolución mundial contra la dominación y el control del capital, contra el dominio de la especulación financiera internacional, contra el orden de la dominación imperial. Nadie puede ser ajeno de lo que pasa en Venezuela, el destino de la revolución bolivariana está ligada al destino de las revoluciones en nuestros países y la posibilidad de una confederación de los pueblos del mundo.
En el ojo de la tormenta
Después de las elecciones en Venezuela se vive una ofensiva del frente conservador liderado por Capriles. Aprovechando el estrecho margen de cercanía respecto al candidato ganador, reconocido por el poder electoral, se ha animado a impugnar los resultados, desconociendo el mismo veredicto de la Corte Nacional Electoral (CNE), a la que reconocieron los mismos opositores en variadas elecciones, nacionales, municipales y parlamentarias. La CNE ha sido reconocida por distintos organismos internacionales y ONGs, los cuales han validado la modernidad tecnológica del mecanismo electoral venezolano, su idoneidad y transparencia. El desconocer a la CNE apunta a destruir la legitimidad no solamente de la última elección, sino del conjunto de elecciones que ha administrado este órgano de poder. Haciendo un recuento de los eventos que se han venido sucediendo desde la penúltima elección hasta la reciente, se puede entrever la preparación de un desconocimiento del ordenamiento jurídico y de la Constitución, pertrechado por la burguesía venezolana, los grupos de poder, nacional, regional e internacional. Desde su derrota en el golpe de 2002 y el fracaso del sabotaje petrolero organizado por la derecha, no se ha descansado por tratar de detener el avance de la revolución bolivariana. Después de un tiempo, hay que reconocer que el frente conservador ha aprendido a hacer bloque único; en las dos últimas elecciones le ha dado resultado esta cohesión. En la última, frente a Nicolás Maduro, ha aprendido a desenvolverse en el juego de espejos, buscando parecerse a aspectos del programa bolivariano, formas de expresión y símbolos del movimiento bolivariano. Sin embargo, esta simulación no es más que una estratagema electoral, pues el programa efectivo entre manos es revertir los logros sociales, políticos y económicos de la revolución. Además, la simulación se muestra como lo que es, discurso fofo y vacío. El ex-candidato del frente conservador hace gala de aspavientos, hasta de enojos, empero, su discurso no deja de ser un discurso lleno de generalidades sin contenido. ¿De qué Venezuela habla cuando habla del país? Se nota que de la Venezuela de la que habla es un esqueleto que está en su imaginación; no puede darle cuerpo, pues no conoce la Venezuela concreta, de carne y hueso, de ritmo y musicalidad, no conoce lo nacional-popular. Por eso sus críticas a la revolución no pasan de lugares comunes, corrupción, autoritarismo, dictadura, inseguridad; no puede darle un referente concreto a su crítica. Si lo hiciera, si fuese sincero, si diría lo que piensa, seguramente saldría una concepción antipopular y racial, pero, sobre todo, una concepción que considera que lo único real es el capitalismo y que hay que seguir las reglas del juego de la geopolítica del sistema mundo capitalista, bajo el dominio del sistema financiero internacional y el monopolio de las empresas trasnacionales. Empero, el discurso real no puede ser emitido, pues no es electoral; se perderían votos. Si bien se ganaría en concreción y estaríamos ante un discurso que dice algo, pues cree en algo y lo transmite, no sería convocativo. La derecha ha optado por el discurso de la simulación; este discurso es electoral, pero no dice nada. Sólo queda en la memoria un conjunto de expresiones acaloradas y comportamientos en forma de aspavientos, que no dicen nada, salvo el desacuerdo con los resultados electorales, la desesperación de no haber logrado ganar al adversario.
Se entiende entonces la jugada exasperada del todo o nada. No es fácil mantener un frente unido de derecha, debido a los intereses en juego, los grupos de poder, que no coinciden en todos los temas, que tienen sus perspectivas propias. Al final son 14 años de gobiernos bolivarianos, que, a pesar de las dificultades y las contradicciones, han venido avanzando en la transformación de la sociedad y del Estado en Venezuela, aunque en este último aspecto sea más de forma que de contenido, igualando las condiciones sociales, ampliando la inversión social, la organización y la formación popular. Se trata del perfil de una burguesía, como muchas burguesías latinoamericanas, acostumbradas a gobernar impunemente a favor de sus intereses oligárquicos y sobre todo a favor de los intereses de las empresas trasnacionales; esta burguesía no puede aceptar, que la plebe impoluta irradie, se abra espacio, influencia, se articule con expresiones políticas populares, irrumpa en los palacios del poder.
Toda revolución es difícil y complicada, sobre todo cuando se asume el poder. Pues ahí comienzan las contradicciones más profundas; es muy difícil deshacerse de las viejas prácticas políticas, del aparato y las costumbres burocráticas, de las mediaciones representativas e institucionales. Se hace evidente la dificultad de construir la autogestión, la cogestión, la autodeterminación, el autogobierno local comunitario. Se cometen muchos errores en el camino, es difícil lidiar con los propios, sobre todo cuando están en función de gobierno. Hay como una tendencia a dilatar y diferir las transformaciones; cosa que parece adecuado a un sentido común “pragmático” y del realismo político. Empero, esta actitud es la más peligrosa en el curso de un proceso de transformaciones, pues no solamente lo atenúa, sino que termina jugando en contra, pues crea insatisfacciones populares, además de perder tiempo, no aprovecharlo, creando las condiciones para una contraofensiva conservadora.
Es posible que una serie de factores de este tipo se haya acumulado y de lugar a desavenencias, como para explicar la disminución de la votación bolivariana, poniendo en peligro la propia continuidad del proceso. Estos factores negativos, estos factores conservadores dentro del proceso mismo, tienen que ser puestos a luz. Es menester la crítica y la autocrítica, para corregir los errores, para retirar del camino los obstáculos conservadores, dentro el propio proceso. Es urgente entender que una revolución no avanza sino por la constante y permanente manifestación de la voluntad de cambio, que se enfrenta al mundo, a la realidad dada, a las estructuras de poder locales, regionales y mundiales. La revolución no espera, hay que hacerla en el momento, a cada momento; no se puede dejar para mañana nada. Mañana puede ser tarde. Sólo la entrega y el sacrificio de todos los comprometidos con la revolución pueden impulsarla adelante, hacia su propia profundización. Por eso, es peligrosa la actitud de los celosos apologistas, que no quieren ninguna crítica; solo defensa, sólo propaganda, sólo canto a los logros. Sin crítica una revolución no avanza, retrocede y termina debilitada cuando hay que enfrentar a la contraofensiva de la derecha.

Diagnósticos de la coyuntura
Salim Lamrani hace un balance de lo sucedido en la última elección. Nos presenta 25 verdades sobre las elecciones presidenciales en Venezuela[1]. Estas son expuestas de la manera siguiente:

1. Nicolás Maduro consiguió 7.505.338 votos, o sea el 50,66% de los sufragios.
2. Henrique Capriles consiguió 7.270.403 votos, o sea el 49,07%.
3. 38.756 electores votaron blanco o nulo, o sea el 0,26%.
4. La participación electoral fue de un 78,71%.
5. Sólo 234.935 votos, es decir un porcentaje de 1,59%, separa a ambos candidatos.
6. Todas las encuestas de opinión que daban a Maduro vencedor con un margen de 10 a 20 puntos resultaron erróneas.
7. El estrecho margen no pone en tela de juicio la legitimidad de Nicolás Maduro. A guisa de comparación en Francia, en las últimas elecciones presidenciales de mayo de 2012, la diferencia entre François Hollande y Nicolas Sarkozy sólo fue de un 3,28%.
8. Maduro triunfó en 16 Estados de los 24.
9. Capriles consiguió la victoria en 8 Estados.
10. Los observadores internacionales, entre ellos la Unión Europea y la Unión de Naciones Suramericanas, reconocieron la transparencia de los escrutinios.
11. Henrique Capriles se niega a reconocer la victoria de su rival hasta que haya un recuento de votos.
12. Nicolás Maduro aceptó el recuento de votos.
13. Max Lesnik, director de Radio Miami, donde vive una fuerte comunidad venezolana favorable a Capriles, declara que el estrecho margen confirma la validez de las elecciones. Según él “nadie asaltaría un banco para robar mil dólares cuando tiene la posibilidad de robar un millón. Nadie organizaría un fraude para conseguir menos de 300.000 votos”.
14. A guisa de comparación, en octubre de 2012 Hugo Chávez derrotó a su rival Henrique Capriles con 8.191.132 votos, o sea un total de un 55,07%.
15. Capriles obtuvo 6.591.304 votos, o sea un 44,31%.
16. 1.599.828 votos separaban a ambos candidatos, o sea un porcentaje de un 10,76%.
17. La participación electoral fue de un 80,48%.
18. Chávez consiguió la victoria en 21 Estados.
19. Capriles sólo ganó en tres Estados.
20. Así, en el espacio de seis meses, el campo chavista perdió 685.784 votos.
21. Por su parte, Capriles ganó 679.099 votos.
22. La inmensa mayoría de los 685.784 electores que votaron por Chávez en octubre de 2012 eligieron a Henrique Capriles el 14 de abril de 2013.
23. A pesar de las impresionantes políticas sociales a favor de las categorías más desfavorecidas que permitieron reducir la pobreza y elevar el nivel de vida de los más desheredados de modo sustancial, resulta evidente que un número importante de ellos eligieron votar al candidato de derecha.
24. La campaña electoral de 2013 del candidato, mucho más agresiva que la de 2012, fue todo un éxito.
25. En cambio, la campaña electoral del nuevo Presidente de la República Bolivariana de Venezuela fue un estrepitoso fracaso.
Este diagnóstico sucinto de los resultados electorales deja claro lo que implican los mismos, también deja claro que el chavismo perdió votos; se dieron desplazamientos del propio campo al otro frente. Este hecho no puede explicarse sólo con sorpresa y delegación de la culpabilidad a los sectores que abandonaron el campo popular, como lo ha hecho Diosdado, presidente de la Asamblea legislativa, pues, lo que ha ocurrido no se explica si no se toman en cuenta errores y contradicciones en el gobierno, en el PSUV y en el bloque popular. Tampoco explica que la derecha tenga una convocatoria tan amplia, que es prácticamente la mitad del electorado. No basta acusar a la campaña mediática, nacional e internacional, ni a las manipulaciones y simulaciones de la derecha. Estos argumentos no explican por qué una parte del pueblo no se convence ni se deja seducir por la revolución bolivariana. Al respecto, si bien una etapa de la conformación y de la consolidación del bloque popular está generada por la experiencia de las confrontaciones; es cuando se cohesiona, se identifica y se forma el núcleo del bloque popular. Sin embargo, la confrontación no puede seguir siendo el procedimiento más usado en etapas posteriores del proceso, cuando se requiere ganar a sectores populares, que todavía están atrapados en las redes de las estructuras de poder y dominación de la burguesía. Sobre todo cuando hablamos de profundización democrática, del ejercicio de la democracia participativa, cuando entendemos que no puede haber construcción del socialismo, la transición al socialismo, sino mediante el ejercicio dinámico de la democracia, como dice Samir Amin, entonces es indispensable concentrarse en el diálogo, en el debate, en el convencimiento, de sectores populares no persuadidos. Parece que estos procedimientos de apertura no son los usuales; generalmente los procedimientos de confrontación, de la fase de formación y consolidación, son los que adquieren raigambre y perduran imponiendo una conducta política mas bien hostil. No se trata de bajar la guardia, sino de combinar formas de comunicación, intercambiar experiencias, perspectivas y concepciones, buscando construir nuevos horizontes de saber compartidos. La transición al socialismo no es posible confrontando a la otra mitad de la población, a no ser que se quiera repetir las amargas experiencias del socialismo del siglo XX. Si bien la confrontación es con la burguesía, quizás no toda, como ocurría en la revolución china, la confrontación no es conveniente con sectores populares, incluyendo lo que se viene en llamar “clases medias”, además de estratos sociales pobres.

Por otra parte, el aprendizaje de la experiencia de las revoluciones socialistas del siglo XX, nos debería haber enseñado que la burocracia se convierte prácticamente en una clase dominante. Cuando se afirma en el poder, se afinca en el mismo, y termina orientando las políticas hacia la conservación del poder y sus privilegios. Esta es una de las contradicciones más fuertes en las experiencias de las construcciones del socialismo real. Estas configuraciones políticas y de re-clasificación social no pueden repetirse en las revoluciones llamadas del socialismo del siglo XXI, a no ser que se quiera repetir los escenarios y desenlaces conocidos. La orientación de conservar el poder, de proteger los intereses burocráticos, lleva a tomar medidas antipopulares, que empujan a sectores populares a abandonar el bloque popular.

En relación a estos temas y problemas, algo que llamó la atención Víctor Álvarez[2], es la débil incidencia en el partido de gobierno de las organizaciones de los trabajadores y de los campesinos. El socialismo, como se entiende, de acuerdo a la teoría, es una perspectiva proletaria y de los campesinos pobres, quienes hegemonizan el frente popular. No se trata de descartar la presencia de otros sectores populares, al contrario, se trata de conformar una composición que garantice el contenido de las transformaciones. La presencia irradiante e influyente del proletariado y de los campesinos pobres es como un requisito histórico-político de la transición al socialismo.

Yendo a otro diagnóstico, Carlos Meneses Reyes, en Se impone la autocrítica Bolivariana, artículo de Rebelión, plantea, además de la autocrítica, algunos desplazamientos en las políticas públicas. El diagnóstico económico del autor señala los nudos gordianos del problema latente y desenvuelto:
Resulta agobiante lo de una deuda pública (sea en bolívares o en dólares) venezolana de doscientos diez mil millones, con pagos vencidos de diecisiete mil millones. Lo de un déficit fiscal de del 12% del PIB; con inflación del 28% y devaluación del 45.6%.
Estos últimos datos son alumbradores respecto de la crisis económica nacional, los alcances de la crisis y sus repercusiones. ¿Cómo se ha podido llegar a semejante deuda, al tamaño del déficit fiscal, a la proporción de la inflación, y, en consecuencia a la devaluación, que terminó impactando negativamente en el poder adquisitivo de las familias populares?

En lo que respecta a los desplazamientos en políticas públicas, propone:
En el plano político (el desplazamiento) va a la consolidación de la organización política popular y de masas; primando la erradicación del clientelismo burocrático y la corrupción.
En el plano económico, a la consolidación de los instrumentos constitucionales.
Un poco más abajo, dice que:
Se impone la racional expropiación y cierre de empresas privadas de capital nacional e internacional, que no comulguen con el servicio público esencial popular. La carta constitucional bolivariana supera lo del clásico bien común, liberal manchesteriano.
Se impone la consolidación del sistema de economía mixta (capital privado y estatal), con miras al servicio público esencial popular. Esta re-inmersión garantizará el tope o control a la fuga de capitales privados. Aunque las exportaciones no petroleras han sido bajas; la dependencia económica y fiscal, cuyos ingresos dependen en un 97% de exportación del petróleo; no es una calamidad, es un vehículo de aprovechamiento revolucionario circunstancial. Lo de “vehículo” es profano, pero grafica movilidad, cambio, sustitución. Proyecta en la dinámica que genera la autocrítica, la corrección a que cambie el actual panorama de un 70% de productos agrícolas importados.
Estas medidas son puntuales. Ayudan a definir ciertas rutas de corrección y re-conducción; empero no son suficientes, sino se tiene una estrategia integral respecto a los procesos involucrados en la transición, los distintos planos de intervención que configuran la complejidad dinámica de la “realidad”. En relación a este requerimiento, la pregunta es: ¿Se cuenta con esta estrategia integral? Teniendo en cuenta lo que se tiene como dispositivos políticos, la Constitución y el programa de gobierno, la otra pregunta es: ¿Son suficientes? Para responder a estas preguntas haremos una evaluación del programa de gobierno, en el marco de la Constitución; entendiendo, además, que la Constitución define un horizonte. Es en ese horizonte de transición, y que en el decurso del cumplimiento constitucional, donde la lucha de clases arreció, empujando al bloque popular a definir la ruta socialista.
Pero, antes de aventurarnos en esta tarea, nos detendremos en reflexiones con la izquierda sobre la crisis política, particularmente en reflexiones con la izquierda radical, aquella que mantiene una perspectiva crítica del proceso. Hablamos de radical en pleno sentido de la palabra, no solamente por el radicalismo de las posiciones, sino porque se exige tocar los problemas de raíz. Esta izquierda tiene la virtud de concentrarse en los problemas que detienen la marcha de la revolución, en las contradicciones inherentes y denuncia la preservación de formas de poder y de la dominación capitalista. Muchas veces lo hace de una manera esquemática y abstracta, empero estas falencias no le quitan su virtud.