Ofensiva

Es una ofensiva, y muy amplia, la que sostienen sobre las tierras, aguas y alimentos del pueblo de México el puñado de empresas de todos conocidas con nombres y apellidos



Ofensiva
Hermann Bellinghausen
La Jornada
13 de mayo 2013

Es una ofensiva, y muy amplia, la que sostienen sobre las tierras, aguas y alimentos del pueblo de México el puñado de empresas de todos conocidas con nombres y apellidos. El gobierno nacional y sus ramales, en carácter de socios o facilitadores, inventan malabares jurídicos, hacendarios y discursivos para aparentar que hacen las cosas limpiamente. Se apoyan en la división pesada de los medios, en lo que éstos callan y dicen, y en su versión unificada de esa idea de progreso que consiste en saquearnos y dañar nuestro patrimonio de manera irreversible a cambio ¿de qué? De flujos de capital ajeno. Como si nos beneficiara ese no futuro que avanza sobre nuestras cabezas y llena los bolsillos insaciables de los inversionistas y sus capataces.

Ofensiva, su acción irrespetuosa y obscena, por más que la endulcen con los chescos masivos y la golosina televisiva que tanto dañan al organismo. Enumerar a las bestias negras es un mantra atroz: mineras, farmacéuticas, constructoras, alimentarias, hoteleras, narco, eólicas, hidroeléctricas, petroleras, mineras, mineras, mineras. Eso, y el agua; tras diversos disfraces nos birlan el líquido que nos queda, que por más que se le ha descuidado sigue poseyendo potencial de mercado a escala planetaria, y tenemos encima a las macroempresas del ramo prestas a embotellarla, represarla, sacarle raja hasta agotar existencias. El oro del siglo XXI, dicen.

El otro, el viejo oro de los siglos pasados, y su hermanita la plata, resulta que aún quedan en codiciable cantidad bajo nuestros desiertos, bosques, selvas y cerros, y les urge sacarlos a como dé lugar. Oro, plata y lo que haya: coltán, arcilla, carbón, cobre, uranio, neptunio, plutonio. Esos “oros” necesitan, para salir y ser lavados, de millones de billones de litros del otro oro, el del siglo XXI, que pasado por el metal y sus arsénicos ya no sirve para nada, salvo envenenarnos cuando no nos quede de otra que beberlo. Ya avanzan venenos en las lechugas, en los rábanos y vienen químicamente puros en la comida chatarra, cuyo dios es Mercurio.

Entrados en materia, la batalla contra el maíz va duro y a la cabeza. Las cruzadas contra las semillas y por el hambre topan con los obstáculos que más temen, no la resistencia nada más: la identidad, la dignidad, la dieta no tan mala si la dejan, una entera civilización de la que también estamos formados, la del maíz. Quizá no nos percatemos (y menos si nos fiamos de casi toda la prensa y la totalidad de los medios electrónicos comerciales), pero en México se da una batalla de importancia mundial contra Monsanto y sus iguales. La libran infinidad de rostros, nombres y apellidos, pueblos y ejidos que enfrentan distintos peligros en la Tarahumara y la Lacandona, en las sierras zapotecas y mixtecas, en las extensiones maiceras de Sinaloa y la Frailesca, en el vasto macizo central del país, sus serranías, altiplanos, Xochimilcos, Atencos y Huastecas.

Ninguna de las plagas globales viene sola. De hecho, van de la manita, las bestias. Todo les favorece. Salvo la gente abajo, único inconveniente. ¿Leyes? ¿Qué congreso aguanta (y con estos partidos) los cañonazos que les disparan sus lobistas, vendedores y predicadores en los pasillos de las Cámaras, o bien universidades, hospitales, oficinas de gobierno? Para ellas las reformas estructurales.

Por oponernos nos acusan de irracionales, mitoteros, luditas, oenegeros, vegetarianos, chavistas, zapatistas, budistas, concheros. ¿A qué oscuro interés obedecemos? Los irracionales son ellos, fieles a un catecismo inalterable que no mide las consecuencias humanas de lo que causa; si algo vislumbran colateralmente esos intereses bastardos es el desmantelamiento de la sociedad organizada comunalmente sobre territorios definidos, propios y generosos, bajo cuyos pies (o frente a ellos en el caso de las playas) está la pachocha. Así, se carcajean de los yaqui los panistas para sacarles el agua, como los canadienses (coreanos, mexicanos) de los wixaritari y la sociedad civil que los apoya en la Huichola y el desierto de Wirikuta, o la burla a los pueblos de la región de Xochicalco.

Aunque sea simbólico, podemos celebrar que el señor Herminio Blanco no quedara al frente de la Organización Mundial de Comercio. Es uno de los padres-madres del desastre neoliberal que hoy nos aflige. Fue actor directo de la negociación-abdicación del tratado de libre comercio, inicialmente con Norteamérica, que hoy nos devora. (Aunque usted no lo crea, el estallido de la pipa en Xalostoc es parte del mismo desenlace. El crimen del caso: mover cuánta mercancía en miles de tráileres incesantes de doble remolque, peligrosos e ilegales, luego de desmantelar los trenes.)

El absceso más canijo: donde le piques sale la pus. Sin exagerar, México es una trinchera importante contra desmantelamientos educativos, aeropuertos, transgénicos, inundaciones deliberadas, arsénico y encaje: una misma ofensiva que, sí, nos ofende. Profundamente.