Insurgencia en tregua: La reemergencia de la COB
Arturo D. Villanueva
Luego de haber firmado un Acta de Entendimiento con el gobierno que aprobó los incrementos salariales en esta gestión, la sorpresiva huelga general decretada por la COB, que derivó inesperadamente en 13 días de movilización y bloqueos que paralizaron el país y que ahora se encuentra en una tregua de un mes que ha sido decretada como una especie de armisticio que podría ser roto a la conclusión del plazo; ha provocado innumerables reacciones, muchas de ellas contrapuestas y hasta llamativamente irónicas, como aquella por la cual el gobierno acusa a dicha movilización de la otrora gloriosa COB y la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB), de estar liderada por una minúscula dirigencia extremista y trotskista, de carácter desestabilizador y subversivo, siendo que, a su turno, la dirigencia trotskista y el POR (su partido político), señalan a la misma dirigencia del COB como traidora, capituladora y progubernamental.
A nuestro modesto entender, los análisis y las reacciones que provocó la movilización de la COB y de los diversos sectores sociales que salieron a las calles y caminos, se han concentrado en la dinámica misma del conflicto, el contenido de las demandas planteadas y los efectos (perniciosos o positivos según la óptica y los intereses en pugna) que provocaron sobre la ciudadanía, la gobernabilidad y el propio proceso. No es poco y evidentemente se requiere tener claridad a la hora de efectuar un balance de los acontecimientos sucedidos, pero en este caso la idea es contribuir a realizar una mirada algo más amplia sobre los mismos hechos, porque inexplicablemente se olvidaron algunos asuntos de gran trascendencia que no deberían pasar desapercibidos y que vale la pena evidenciar.
Los vacíos y olvidos.
Por ejemplo, la perplejidad ciudadana y gubernamental por la sorpresa de evidenciar una movilización que en sus inicios parecía destinada al fracaso (al pensarse por un momento que solo se trataba de una especie de maniobra destinada a cobrar vigencia y posicionar electoralmente el partido de los trabajadores que la COB ha decidido conformar), pero que con el paso de los días y la incorporación de los mineros de Huanuni (que representan el más importante centro minero que además ha sido recientemente nacionalizado), fue tomando una fuerza y una contundencia que hizo mencionar la palabra “subversivo” y “desestabilizador”, cuando en realidad de lo que se trataba era de la reemergencia insurgente (increíble!), de una clase obrera que hasta ese momento se había presentado (o se la quería mirar) como la expresión de una organización debilitada, desideologizada y soterrada como consecuencia del D.S 21060 que los relocalizó y dispersó como clase, además de haberle asestado una durísima derrota física con la violenta represión que se produjo a la Marcha por la Paz del año 1986 y que resultó ser la última movilización histórica obrero-minera (pero agónica y desesperada) que intentaba enfrentar a las medidas neoliberales que en ese momento se encontraban en su auge con el gobierno de Paz Estenssoro.
Esta mezcla paradojal que se expresa en una imagen (ya borrosa por los años transcurridos y los embates sufridos) de aquella poderosa organización de los trabajadores que se pensaba que había quedado en el pasado y que, a pesar de aquella histórica desestructuración y dispersión material de sus fuerzas que le provocó el neoliberalismo (lo cual explica también su desideologización y la pérdida de su norte como clase), vuelve a resurgir con una fuerza inusitada que, luego de más de 20 años de haber permanecido arrinconada y más de 7 años de iniciarse el proceso de cambio y transformación a la que teóricamente estaba llamada a constituirse en un actor protagónico, plantea por primera vez y en voz de los propios voceros gubernamentales que la caracterizaron como subversiva y desestabilizadora, nada menos que la reversibilidad del proceso; hecho que también se había considerado como impensable, hasta que la COB, esta nueva COB, decidió declarar la huelga general indefinida por una medida que si bien está relacionada con las reivindicaciones salariales y los ingresos de las clases trabajadoras, en realidad y estrictamente, corresponde a los sectores que están a punto o ya pasaron al sector pasivo.
Como se puede apreciar, no se trata de asuntos menores y por más paradojales y contradictorios que pudieran aparecer, tienen la virtud de explicar mejor y permitir apreciar aquella otra serie de ironías y “descubrimientos” que la opinión pública se ha percatado al conocer por ejemplo que habían existido muchos más sectores y grupos de privilegiados de lo que se podría desear, de trabajadores asalariados del Estado con ingresos muy superiores a los del Presidente del Estado Plurinacional; que al mismo tiempo de efectuar ajustes económicos para reducir la brecha en la desigualdad de ingresos que habían provocado en el pasado enormes asimetrías y profundas brechas entre pobres y ricos, paralelamente y en la actualidad se permiten y pagan jugosos salarios en varios sectores de la producción y la economía, con lo cual se ayuda a perpetuar una casta minoritaria de privilegiados; que la fundamentación gubernamental para rechazar las demandas para el mejoramiento de las rentas que plantearon los sectores sociales movilizados alrededor de la COB, no solo son entendidas como una dádiva del Estado y el Gobierno en favor de los trabajadores, sino que contienen los mismos argumentos capitalistas que corresponden a una visión rentista, paternalista y asistencial de la economía que ha sido una constante en gobiernos neoliberales pasados; que al mismo tiempo de rechazar vehementemente la demanda cobista, el gobierno convalida y consiente el pago de la renta militar que asciende al 100% de sus salarios y corresponde exactamente a lo que reclaman los demás trabajadores; que en vez de referirse a un cambio en las relaciones de producción imperantes que corresponden a un régimen de propiedad y producción capitalistas, siendo que todas las empresas (y principalmente las nacionalizadas que dependen del Estado), deberían haber iniciado ya un proceso de transformación para construir las verdaderas bases para una redistribución equitativa, justa e igualitaria de los ingresos percibidos, en realidad se habla de garantizar una sostenibilidad que solo es posible al racionalizar planillas para reducir costos e incrementar ganancias.
En vista de ello y al margen de algunas opiniones disparatadas que “olvidan” la condición de clase proletaria (con todo lo que ello significa política y económicamente) para mostrar a la COB y la FSTMB como un sector minoritario e irrepresentativo de la población nacional; no resulta un accidente el hecho de que paralelamente se hayan producido diverso tipo de caracterizaciones sobre las movilizaciones de la COB, en la que cada una de las mismas contiene una lógica de argumentos razonables, pero incompletos y parciales. En unos casos se ha mencionado que se trata una justa lucha de los trabajadores para mejorar sus rentas; en otros casos que se trata de una conjura subversiva que buscaba desestabilizar el gobierno y el proceso; también se ha dicho que se trata de un conflicto social emergente de la disputa por la redistribución de la renta nacional; también se ha planteado como la reemergencia de la clase obrera, luego de más de 20 años desde que se produjera la relocalización neoliberal.
A la par de dichas formas de ver el conflicto, también se han ejercitado argumentos para fundamentar lo dicho en los que, al mismo tiempo de descalificar la movilización, se hacía referencia a que en vez de ser un movimiento revolucionario en consonancia a su historia y antecedentes, es más bien desestabilizador y subversivo; que se trata de un movimiento salarialista, no revolucionario; que es derechista y conservador, porque va en contra del proceso; que sirve a la derecha y el imperialismo; que favorece los intereses de una cúpula privilegiada de la “aristocracia obrera”; que no responde al interés nacional y ni siquiera al sectorial porque solamente favorece a un grupo de dirigentes y obreros que ganan más, etc.
Nuevamente se puede apreciar que este tipo de razonamientos esgrimidos respecto de la movilización de la COB, son más o menos convincentes; sin embargo, se extraña la ausencia de otros elementos como los siguientes: qué conciencia revolucionaria se exige, cuando lo que se puede apreciar cotidianamente en relación a las organizaciones sociales es prebendalismo, rentismo, paternalismo, asistencialismo social y cooptación dirigencial con regalos y dádivas, al margen de la execración y descalificación, cuando las mismas no son afines o plantean disidencia. También cabe preguntarse por qué se cuestiona la movilización de la COB, si ella utiliza la forma de acción preferida de los movimientos sociales; es más se sabe (y se ha defendido en el pasado cuando se trataba de movilizaciones afines) que la insurgencia popular es una nueva forma de hacer política y que la acción directa profundiza la democracia representativa (pactada y delegativa) que prevalecía entre los partidos tradicionales y reaccionarios. Aun más, se parece olvidar que la COB (independientemente de algunos dirigentes oportunistas y comprobadamente reaccionarios), representa a la clase obrera nacional, y que esta misma clase obrera y proletaria constituye un aliado estratégico de todo proceso de cambio y transformación, que no es posible despreciar…
A modo de conclusión.
En fin, para terminar estas reflexiones y aunque pudiera parecer que se defiende un movimiento calificado como conservador que a todas luces todavía arrastra las secuelas de su desmovilización, dispersión y aniquilación material sufrida como consecuencia del embate neoliberal de mediados de los años 80, en realidad lo que se critica por una parte, es que no se tenga la capacidad para distinguir entre una locomotora y un vagón, que en el caso de la realidad social, la lucha de clases y la construcción de un sujeto social hegemónico, tienen evidente e indudablemente muchísima gravitación, por la misma razón de que no es lo mismo construir un proceso sobre la base de clases y sectores subalternos, secundarios y hasta conservadores, que hacerlo con la participación de una clase social revolucionaria por excelencia.
Por otra parte y al mismo tiempo de correr el riesgo de cometer un error parecido al que se produjo con el conflicto del TIPNIS, donde se perdieron otros aliados estratégicos del proceso (sobre todo en la perspectiva de materializar el Estado Plurinacional) y que constituyen los pueblos indígenas, no parece lo más razonable ni políticamente atinado, atacar, descalificar y despreciar como si se tratase de un enemigo, a la clase obrera nacional representada en la COB y la FSTMB, aun a pesar de que coyunturalmente esté en manos de una dirigencia oportunista y hasta reaccionaria. El hecho de haber convocado y efectuado una contramarcha social en varias capitales y que fue reclamada por el propio Presidente Evo Morales, si bien muestra la capacidad de convocatoria, representatividad y movilización de los sectores sociales que apoyan el gobierno, también puede ser interpretada como una clara expresión de rechazo y desprecio, que no solo impide y perjudica la necesidad y responsabilidad de reconstituir el sujeto social hegemónico y la consolidación de alianzas con sectores sociales estratégicos, sino que, muy equivocadamente, los tratan como si fuesen enemigos.
Bajo esos términos, la tregua de facto establecida no puede dejarse pasar y debería convertirse en una oportunidad para tomar la iniciativa y replantear la situación con la COB y la clase obrera, salvo el riesgo de sufrir una nueva avalancha social que emerja del claro descontento social que ya se expresó en los 13 días de movilización anteriores.
(*) Sociólogo,arturovillanueva21@gmail.com