Una prospección política
Raúl Prada Alcoreza
Vamos a hacer una prospección de la geográfica política en la coyuntura, a partir de las reacciones oficialistas a las declaraciones de la diputada Rebeca Delgado y la propuesta de reconducción del proceso; ya la tercera, en lo que viene desde el 2009. En estos últimos meses se han dado lugar reuniones de discusión de diputados críticos del MAS y críticos del gobierno, que ejercieron funciones en el aparato administrativo. En las reuniones se hicieron conocer los puntos de vista, las evaluaciones particulares del proceso, los análisis de coyuntura y la expectativa en el plazo inmediato, sobre todo cotejando la proximidad de las elecciones “nacionales”. Lo que une a todas las posiciones es la voluntad de reconducción del “proceso” de cambio, considerando que se encuentra atravesado por contradicciones profundas, por lo tanto experimentando una crisis política. Cuando se dio a conocer la convocatoria a una reunión pública, que citaba a todos, es decir, militantes del MAS, organizaciones sociales y críticos; lo primero que hicieron los portavoces oficialistas es decir que los “disidentes” se están reuniendo secretamente para afectar al presidente. ¿Por qué se dice esto? Cuando fue la diputada Rebeca Delgado la que anunció públicamente y convocó a la reunión. ¿Por qué se dice que los de la reunión quieren afectar al presidente? ¿Por qué querrían hacerlo? ¿Qué hay en esta sospecha de que se conspira contra el presidente? ¿Por qué se insiste tantas veces en este tema? ¿No hay otras razones?
Después de la reunión pública, cuando se hacen declaraciones sobre la misma, las reacciones van a subir de tono. Declaraciones de funcionarios de alto rango buscan minimizar los que ocurre, afirman de que no hay crisis del MAS, sino se trata de desvaríos de los “libre pensantes”; también buscan descalificar a Rebeca Delgada, así como a todos los que se reúnen, nuevamente señalados como “resentidos”. En relación al planteamiento general sobre la reconducción del “proceso”, no dicen nada, suponiendo que no hay tal, pues el “proceso de cambio” goza de buena salud. Lo que ha causado hilaridad y zozobra es la propuesta de gobierno provisional revolucionario, como resultado operativo de la voluntad de reconducción; un gobierno de emergencia, que salga de la movilización general, que se proponga la reorientación en la perspectiva de la Constitución, que establezca las bases mínimas para la profundización del “proceso”. Bases que consisten en la rearticulación del bloque popular, retomando su protagonismo, impulsando la democracia participativa y las transformaciones institucionales. Fortaleciendo y posicionando al bloque popular de cara a las elecciones. En este caso las reacciones han sido variadas; unos han acusado a la propuesta de golpismo, otros han dicho que con esto se devela las intenciones del grupo de reunidos, los “libre pensantes” y “discidentes”; también se ha dicho que es una propuesta descabellada, incluso resultado de un extravío; en este sentido, también se ha interpretado como febrilidad filosófica.
La propuesta del gobierno provisional revolucionario no es compartida por todos los reunidos, aunque escucharon varias veces la propuesta, como consecuencia del análisis crítico del proceso. Por lo tanto, no se puede decir que esa es la intención de los “disidentes” o “libre pensantes”. Empero, ¿qué intención tiene la propuesta del gobierno provisional revolucionario? No es otra que reconducir el “proceso”. El problema está en cómo se reconduce el “proceso”. Si no se tiene un instrumento operativo para hacerlo, la reconducción se convierte en una tarea difusa y dispersa. Ciertamente, en términos hipotéticos, se puede pensar en un escenario donde los gobernantes, el gobierno entero, sea convencido y cambien de actitud. Este escenario parece poco probable, dada la experiencia de las dos gestiones de gobierno popular; cuando se intentó hacerlo, discutir, deliberar, observar, demandar, los que plantearon observaciones, críticas, incluso tímidas, demandas de las organizaciones, se encontraron con oídos sordos. El supuesto de los gobernantes es que no pasa nada; que todo va bien, viento en popa; que los logros del “proceso” son innegables; en todo caso, se trata de presiones, cuando vienen de parte de las organizaciones sociales, para lograr influencia. No parece posible pues reencausar con el mismo gobierno. Cuando se habla de un gobierno de emergencia para la reconducción del “proceso” de cambio, no se trata pues de un gobierno que administre la crisis o el manejo rentista del Estado, sino de un gobierno de emergencia que pueda sacar al “proceso” de su propia crisis. Esto requiere de potencia social, de energía y voluntad de transformación, de movilización general, por lo tanto, de la articulación activa y dinámica de las organizaciones sociales. El gobierno provisional revolucionario requiere de consensos asegurados, de acuerdos compactos, de un programa mínimo de reorientación del proceso, además del apoyo comprometido de todas las partes involucradas.
Ahora bien, la propuesta no contempla cerrar el Congreso; al contrario, mantenerlo, pues el Congreso debe liberarse de sus ataduras y determinaciones inducidas desde el ejecutivos, debe emanciparse de su subordinación para fiscalizar y legislar como manda la Constitución. Sobre todo el Congreso debe desprender desarrollo legislativo constitucional, es decir transformador; lo que no ha hecho hasta ahora. Por lo tanto no se trata de un gobierno provisional revolucionario fuera de los marcos democráticos institucionales. Tampoco la propuesta contempla desentenderse del presidente, de ninguna manera; es el presidente el que debe convocar a conformar este gobierno de emergencia y de reconducción del proceso. ¿Entonces para qué es la movilización? La movilización general ha abierto este “proceso”, es la movilización general la que puede reconducirlo.
Volviendo a las reacciones oficialistas, tenemos el siguiente mapa: todos los reaccionantes colocan al presidente como argumento; es prácticamente un Dios, la divina providencia, el símbolo y el referente único del “proceso”. ¿Por qué hacen esto? ¿Es necesario? ¿El presidente necesita semejante fetichización? Es al revés, estos adoradores de la imagen necesitan del caudillo, pues sin él no serían nada. Se trata de una estrategia de poder; todo los aduladores, los iconoclastas, los apologistas, montan una estrategia de sobrevivencia sobre la base precisamente de estas alabanzas, de estos cantos de grandeza, de esta tesis del único e indiscutible y absoluto sujeto del poder y de la representación. Por eso hay un gran esmero en hacer conocer su incondicionalidad servil. El problema es que el presidente no requiere de toda esta parafernalia; en estricto sentido, no la necesita. Se tiene ganada su legitimidad. Lo que es imprescindible es contar con aparatos transformadores, de incidencia en los cambios, que pueden ser avanzados en unos casos, más lentos en otros casos; empero, de lo que se trata es de ocasionar las transformaciones institucionales, no conservarlas, como hasta ahora se lo ha hecho. Equipos de este tipo requieren de objetividad, de miradas críticas, de participación, de control social, de planificación integral y participativa con enfoque territorial. De ninguna manera encerrarse en los procedimientos burocráticos, menos en la indigna conducta servil de la adulación y alabanza permanente.
Paradójicamente, los llamados llunk’u, los alabadores, aduladores, serviles, sumisos, obedientes, defensores enceguecidos, son los que terminan cavando la tumba del “proceso”, del gobierno y del presidente, pues debilitan la potencia social, debilitan las fortalezas del mismo “proceso”, debilitan incluso las defensas mismas del “proceso”. Esta apuesta por la apología del gobierno no hace otra cosa que conducir al desastre. Llama la atención el apego de estas prácticas, preservadas, reiteradas, que conducen al abismo. Ocurre algo parecido a la seducción de la muerte. Es como un desafío, se tiene tanta seguridad en sí mismos, el manejo del poder llega a inflamar tanto los egos e imaginario de la impunidad, que se apuesta a seguir adelante, a pesar de la secuencia de errores y dramáticos conflictos. El poder y la muerte se acercan demasiado, llegan a la proximidad seductora, de tal forma que se arriesga la destrucción misma.
Volviendo nuevamente a las reacciones, ¿qué sería eso de “febrilidad filosófica”? Hay en el sentido común, una especie de fábula, en relación a la novela del Quijote de la Mancha, sobre todo de su figura alucinante. Aunque no se haya leído el libro se dice que el Quijote porque leyó muchos libros se ha vuelto loco, por eso hace lo que hace, se enfrenta a molinos de viento, es un idealista. Esta interpretación común, aunque se acerque y tenga analogía con algunos rasgos de esta novela ejemplar, no expresa en su complejidad el drama vivido por el anti-héroe, sobre todo el abandono de un mundo, el medieval, y la llegada de otro mundo, el moderno. Sin embargo, este prejuicio es usado comúnmente. Lo ha usado el ministro de la presidencia. Se hace crítica entonces por el pecado de “febrilidad filosófica”, es decir por locura; alguien tendría que estar loco al criticar la perfección del gobierno y la armonía del proceso. Se hacen propuestas políticas radicales por “febrilidad filosófica”; nadie puede hacerlo “normalmente”, sino por locura, se puede proponer una movilización contra el gobierno. Al respecto, ya no se sabe que es más grave, el supuesto de perfección o el supuesto de locura para descalificar. En todo caso, en ambos casos, se evidencia el gesto hedonista de la autoridad satisfecha consigo misma. Algo parecido podemos decir ante la acusación de extravagancia. No puede ser sino extravagante una propuesta que cuestione la legitimidad del poder; todo se puede permitir, toda crítica, menos el cuestionamiento al poder mismo. Respecto al poder hay que mantener la formalidad de las relaciones, las formalidades normativas e institucionales, no se puede pedir trastrocamiento, ni siquiera cuando se trata de momentos de crisis y por lo tanto de emergencia. Aquí también nos encontramos con la pose de seriedad y recato institucional; cuanto más pomposa es, cuanto más vacua es también; la pose esconde vacíos.
Estamos entonces ante un mapa de reacciones que muestran mas bien a un gobierno altamente vulnerable; lo único que hace es defenderse. Estamos ante un Congreso subordinado y sometido a órdenes; que sirve, además de aprobar leyes elaboradas por el ejecutivo, para castigar a las “libre pensantes”. La reunión de la bancada del MAS congresal, que dice que ha sido de debate ideológico y politico, en realidad ha sido el escenario inquisidor donde se ha castigado a las “disidentes” y “libre pensantes”, senadora y diputada, quienes han tenido que escuchar ocho horas de vilipendios. A esto se llama discusión ideológica, el escarmiento. Por eso el vicepresidente, que ha dirigido la sesión, ha terminado diciendo que se trataba de niñas y de niñerías; ahora se les pide retractarse o serán sometidas a la expulsión. Estamos ante un MAS demolido, expoliado de sus posibilidades, sometido a la obediencia, con el argumento de que el debate es interno y no sale afuera; sólo sale afuera los consensuado. Lo que pasa es que lo único que sale afuera es la voz oficial, construida unilateralmente por una sola persona, que se considera sabia.
Este mapa nos muestra que no se quiere crítica, mucho menos autocrítica; que no se quiere corregir errores, mucho menos reencausar nada. Se hará lo mismo que se ha hecho, basarse en la imagen del presidente, aunque esté devaluada; exigir disciplina y obediencia a los militantes; convencer por medio de la propaganda y la publicidad, aún cuando hay menos gete que se la cree; hacer campaña con entrega de obras. Aún cuando hay algo nuevo, que no lo es tanto en comparación con otros gobiernos que utilizaron el mismo tema en momentos de crisis; se trata del tema marítimo; el recurso del tribunal de la Haya sirve muy bien a la campaña, uniendo a todos los bolivianos en la causa, aun cuando lo que se pide es lo mismo que se tiene, exigir a Chile a dialogar.