Robert Fisk
El ejército está a cargo. Llámenlo golpe, si quieren. Pero el poder castrense egipcio –el tristemente célebre Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas, como se le conoce nuevamente– ahora está al frente de Egipto. Primero mediante amenazas; después con armas por las calles de El Cairo, con caminos bloqueados y alambre de púas. Tropas custodian la estación de radio. Mohamed Mursi, cuando aún era presidente seguramente lo llamó golpe de Estado y alardeó su estatura moral (su legitimidad, democracia, etcétera), pero mucho antes de que viéramos soldados en la calle, Mursi pedía a los generales volver a las barracas. Ridículo. Los generales no tuvieron que dejar sus barracas para meterle temor a Dios (real y metafórico) a esta administración que se desmoronaba.
Mursi habló de derramar su sangre; al igual que lo hizo el ejército. Se puso lúgubre el asunto. Fue miserable ver a un pueblo libre aplaudir una intervención militar, si bien los opositores a Mursi afirmarían que su libertad fue traicionada. Ahora alientan a los soldados a tomar el lugar de los políticos. Ambos bandos ondean la bandera egipcia, que es roja, blanca y negra. El color caqui no es sustituto.
Tampoco desaparecerá la Hermandad Musulmana, cualquiera sea la suerte que corra Mursi. El tiempo que pasó en el poder podrá haber sido risible, pero el partido político mejor organizado de todo Egipto sabe cómo sobrevivir a la adversidad. La Hermandad es la institución que más se malinterpreta en la historia egipcia; y quizá se le malinterpreta deliberadamente. Lejos de ser un partido islamita, sus raíces son de derecha y no religiosas. Sus primeras épocas, bajo el mando de Hassan Banna, prepararon a la organización para ser tolerada por el rey Farouk y a sus caciques egipcios siempre y cuando mantuvieran la fachada de formación islámica.
Cuando la revolución de 2011 estaba en su momento álgido y millones de detractores a Mubarak estaban en la plaza Tahrir, la Hermandad se ocupaba de negociar con el entonces mandatario con la esperanza de que les regalara las sobras. El liderazgo de esa formación nunca estuvo del lado del pueblo durante la revuelta en Egipto. Este papel lo cumplieron las bases laicas más fuertes del país del movimiento sindicalista.
Incluso la guerra de Nasser con la Hermandad tuvo menos que ver con la religión que con la seguridad; el liderazgo del Movimiento Libre de Oficiales descubrió que la Hermandad Musulmana era el único partido capaz de infiltrarse en el ejército, una lección que los generales de hoy han tomado a pecho. Si se vuelve a proscribir la Hermandad Musulmana, como ocurrió bajo los gobiernos de Nasser, Sadat y Mubarak, perderá su apoyo entre las fuerzas armadas. Sadat fue asesinado por un islamita que no pertenecía a la Hermandad, llamado Khaled Islambouli, quien resultó ser un teniente del ejército egipcio.
Sayyeb Qutub, líder de la Hermandad, atacó a Nasser por llevar al pueblo a la era de ignorancia preislámica (llamada jahaliya), pero el partido en realidad estaba más molesto por la creciente relación entre El Cairo y la atea Unión Soviética. Qutub fue ahorcado. Pero aunque perseguido y oficialmente proscrito, el partido aprendió, como todos los grupos clandestinos con ideología, a organizarse política, social y hasta militarmente. Así, cuando se llevaron a cabo elecciones verdaderas, ganaron; y, por tanto, Mursi quedó en el poder.
El ejército, como dicen, pertenece al pueblo. El premio Nobel de la Paz Mohamed Baradei, ahora líder de la oposición, me dijo sobre la revuelta de 2011 que últimadamente, el ejército egipcio estará con el pueblo. Después de quitarse el uniforme, el soldado sigue siendo parte del pueblo con sus mismos problemas y los mismos obstáculos para llevar una vida decente. Por eso no creo que vayan a disparar contra la población.
Pero eso era entonces, y esto es ahora. Mursi pudo haber recurrido a las argucias de un dictador, y ciertamente habló igual que Mubarak el pasado martes, pero fue legalmente electo, como nos dijo una y otra vez, mientras el ejército reitera que defiende la legitimidad. Ahora el pueblo está enfrentado en dos distintos bandos. ¿Puede el ejército egipcio mantener separados a ambos cuando sus miembros provienen de los dos lados del pueblo?
© The Independent
Traducción: Gabriela Fonseca